El nuevo presidente se ha puesto una y otra vez bajo la advocación de uno de los pensadores más potentes de Argentina en el siglo XIX, al que exhibe como un “padre intelectual”.
Javier Milei manifestó, en el discurso que dio en cuanto se conoció su triunfo electoral: “Hoy volvemos a abrazar las ideas de Alberdi. De nuestros padres fundadores que hicieron que en 35 años pasáramos de ser un país de bárbaros a ser potencia”. En otro momento afirmó: “Con Alberdi y una profunda reforma del Estado, en unos 35 años la Argentina podría alcanzar el dinamismo de los Estados Unidos”.
El flamante presidente electo se ratificaba como tal en una línea histórica, proyectada en torno a la idea de repetir la secuencia de país “bárbaro” a potencia en un lapso de tres décadas y media. De la mano de las ideas alberdianas, se facilitaría el paso de la “nueva barbarie” actual a una etapa de “grandeza” renovada, con EE.UU como ejemplo a seguir.
En esa misma dirección, la apodada “Ley ómnibus”, de frustrada aprobación esta semana, tenía aparte de esa designación coloquial un nombre oficial: “Ley Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos.”
Es obvia la inspiración en Bases y puntos de partida para la organización de la República Argentina, el más conocido de los libros del jurista, pensador de la política y economista Juan Bautista Alberdi, uno de los más sobresalientes intelectuales del siglo XIX en Argentina.
La obra data de 1852, luego de la derrota de Juan Manuel de Rosas por una coalición internacional encabezada por Justo José de Urquiza. Y en la víspera de que Argentina adoptara la primera constitución nacional de efectiva vigencia en su historia, inspirada por la Constitución de EE.UU y asimismo por el libro del jurista.
Esa inscripción en la prosapia de la Constitución de 1853 sustenta su lugar de “padre fundador”, si bien el actual presidente invoca el linaje alberdiano no tanto por su inscripción en el derecho público o en la teoría política sino merced a los lineamientos económicos trazados en su obra.
Política y legitimación histórica.
Una fuerza política nueva suele necesitar una narración de acuerdo a la cual la sociedad y el Estado se benefician con su creación y, mucho más, con su acceso al poder político. Con ese propósito le resulta funcional para el afianzamiento de su identidad remontarse a antecesores lejanos en el tiempo. El trazado de un linaje prolongado arrima prestigio e incrementa la verosimilitud del discurso asumido.
En el caso de La Libertad Avanza ese relato se construyó mediante la creación de la genealogía que presenta a los “libertarios” como abanderados de una “edad de oro” de Argentina, los ya mencionados “35 años”, cuyo transcurso aproximado iría de 1880 a 1916. Y a partir de allí rinden culto a algunas grandes figuras de la época. Aquellas que habrían marcado un camino de prosperidad y poderío a la sociedad argentina, de la que más tarde se desvió para pisotear sus principios en aras de visiones “colectivistas” o “socialistas”.
Del lapso histórico a recuperar, “dorado” y fundacional, toman a dos personajes: El ideólogo, Juan Bautista Alberdi; y el líder político y militar, Julio Argentino Roca, quien fuera sujeto también de homenajes del líder “liberal-libertario”.
Las dos figuras señeras incluso se convierten en insignias de algunas agrupaciones del espacio libertario. Así nos encontramos con una denominada “La Julio Argentino” y una productora cultural que responde al nombre “Los herederos de Alberdi”. El “padre” de la primera Constitución Nacional y el fundador del Estado argentino moderno auspician desde el pasado la creación de una derecha radical sin antecedentes inmediatos en el país.
Dado que su marca de identificación ideológica es una versión radical del liberalismo económico, La Libertad Avanza busca asidero en quienes condujeron, en la teoría y en la práctica política, a la consolidación del Estado argentino, se supone que guiados por el espíritu del liberalismo. Espíritu que sus seguidores actuales siguen mucho más en su aspecto económico que en el político.
Adalid de la “libertad”.
Alberdi fue un hombre con vastas aptitudes para el estudio de la economía, el derecho y la política, como ya escribimos. Pero su posición no fue la de un dirigente político práctico sino la de un intelectual, e incluso un teórico de esas disciplinas.
El posicionamiento de Alberdi en materia económica estaba en la línea de una defensa irrestricta de lo que entonces se llamaba “libre comercio”. Y del derecho de propiedad, acompañado por un acento muy fuerte en la libertad del individuo, al margen de cualquier idea de comunidad o acción colectiva.
Valga este párrafo como ejemplo: “Los Estados son ricos por la labor de sus individuos; y su labor es fecunda porque el hombre es libre, es decir, dueño y señor de su persona, de sus bienes, de su vida, de su hogar.”
Un estudioso del pensamiento alberdiano, Oscar Terán, enumeraba entre sus sesgos intelectuales el de “propulsor casi inmoderado de la incorporación masiva de la Argentina al mercado mundial.”
Rasgos de ese estilo prestan justificación a que Javier Milei lo haya tomado como una referencia muy firme. En la misma dirección puede haber jugado la visión alberdiana acerca del “progreso” asociado a los que llamaba “los pueblos del norte”, conjunto en el que incluía tanto a los europeos de origen anglosajón como a los pobladores de EE.UU, en particular los de ese mismo origen étnico:
“A la libertad del individuo, que es la libertad por excelencia, debieron los pueblos del Norte la opulencia que los distingue. (…) Los pueblos del Norte no han debido su opulencia y grandeza al poder de sus gobiernos, sino al poder de sus individuos. Son el producto del egoísmo más que del patriotismo. Haciendo su propia grandeza particular, cada individuo contribuyó a labrar la de su país.”
Una sociedad que avanza a hombros del individualismo egoísta, resulta algo muy caro a la visión ultraliberal de Milei y su partido.
En un discurso pronunciado por Alberdi en mayo de 1880 manifestó: “La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual.” Está allí la veta antiestatista, que tan central resulta en la prédica de Milei y sus seguidores.
Y formuló además el enfático elogio de EE.UU: “Esa sociedad, radicalmente diferente de la nuestra, debió al origen trasatlántico de sus habitantes sajones, la dirección y complexión de su régimen político de gobierno, en que la libertad de la patria tuvo por límite la libertad sagrada del individuo.”
Más allá del argumento del “origen trasatlántico”, la libertad individual como valor supremo e intangible entronca con el mensaje “libertario”.
El difícil enlace entre el siglo XIX y el XXI
A la distancia de un siglo y medio, cabe hacer una distinción relevante en el posicionamiento intelectual de alguien como Milei y sus partidarios y el de hombres como Alberdi, cada uno en el contexto de su tiempo.
El tucumano realizó un gran esfuerzo por arroparse con las teorías más modernas, las consideradas más avanzadas de la época (dentro del espectro del liberalismo, por supuesto). Su pensamiento estaba puesto a contribución de encarar un camino de desarrollo capitalista para el país, con la mirada puesta en una integración subordinada de nuestra sociedad al mercado mundial, la que para mediados del siglo XIX era apenas incipiente.
Esa actitud rebasaba la superficialidad de una “moda”. Era una manera de situarse ante el mundo, que por cierto traía aparejada la subsunción a lo último que viniera de Europa o incluso de EE.UU.
El actual presidente argentino, en cambio “camina para atrás”. Va a buscar algunas ideas mediante un retroceso en el tiempo. Adopta así el lenguaje de la “guerra fría”, y con éste un anticomunismo muy primitivo y extremado. Reverencia también a la escuela austríaca de economía, que incluso muchos representantes del liberalismo conservador consideran hoy superada, si no equivocada desde el comienzo.
De todos modos sostiene la aspiración de representar una corriente completamente nueva, por ejemplo al proclamarse el primer gobierno “liberal-libertario” de la historia. No sigue en esto a Alberdi, que admitía su costado conservador respecto al orden existente.
Milei arrastra la “novedad” del dominio pleno del gran capital, libre de “incrustaciones” halógenas como las nociones de justicia social y de derechos colectivos.
Otra divergencia fundamental atañe al horizonte ético-político. Alberdi supo ser, al menos en algunas etapas de su trayectoria, un profundo crítico del militarismo y el espíritu guerrero.
Y se contó entre los más firmes oponentes a la guerra del Paraguay, conflicto sanguinario y de resultados genocidas, sin dejarse cautivar por quienes la excusaban en nombre de la “libertad de comercio”. Dejó estampado su alegato antibélico en otro de sus libros célebres, El crimen de la guerra.
Nada de esto toman los actuales “libertarios”, pertinaces partidarios de cualquier emprendimiento bélico al que se pueda recubrir con la defensa de la “libertad” frente al “comunismo” o al “terrorismo”.
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Los costados del pensamiento alberdiano que no condicen con las necesidades políticas de esta “nueva derecha” no ocupan ningún lugar en su labor ideológica. Sólo les interesa lo que pueda mostrar al intelectual decimonónico como “apóstol” de la “libertad de mercado”.
No parece que el “libertarianismo” argentino vaya a producir nada de espesor y complejidad comparables a las que exhiben los escritos del autor de Bases… Sí ha sido hasta ahora hábil para erigir “padres fundadores” compatibles con la tradición de la derecha argentina. La que habrían venido a “revolucionar”, sin perder los lazos con la visión del país que aquélla ha sustentado durante largas décadas.
Innovadores del siglo XIX son colocados como piedra basal de lo que se presenta como la “revolución liberal” del siglo XXI. Constructores de una “estatalidad” vienen a legitimar la pretensión de abolir cualquier restricción de procedencia estatal al dominio pleno del gran capital. Y quienes bregaron por un capitalismo naciente en su articulación subordinada con el mercado mundial quedan asociados a los que proponen su relanzamiento después de una muy prolongada crisis, rayana en la descomposición.
Contradicciones y audacia en la construcción de una pretendida herencia.
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