El golpe de Estado de 2019 en Bolivia tuvo causas históricas profundas. El problema central, sin embargo, estuvo en confundir el punto de partida con el de llegada.
El texto que sigue es un fragmento adaptado de Estados alterados. Reconfiguraciones estatales, luchas políticas y crisis orgánica en tiempos de pandemia (Muchos mundos ediciones – CLACSO, 2021).
«Cuando el poder se vacía de clases, es lógico que lo llene la derecha que, en cambio, solo necesita sus intereses, sus dirigentes y la inactividad de las masas»
René Zavaleta Mercado (1970)
En el periodo de luchas que va desde fines del siglo pasado hasta la promulgación de la nueva constitución el 7 de febrero del 2009, con su punto más alto en la guerra del agua en abril del 2000, en Bolivia solo conquistamos el terreno para buscar una emancipación revolucionaria. Sin embargo, muchos creyeron que ya habíamos logrado la emancipación misma y se entregaron conservadoramente a las distintas variantes de esta peligrosa certeza, en especial los pragmáticos estatalistas.
Como casi siempre ocurre, apenas se abrió el terreno para luchar por la emancipación se precipitó la tendencia al cierre, debido a la incomprensión absoluta de lo que nos estaba pasando. Así, desde 2010 empezó la decadencia gradual del proceso, la cual se hizo estrepitosa en 2016. Si diez años se requirieron para abrir este escenario, otros diez fueron necesarios para que cayera lentamente.
No supimos realmente avanzar: ¿En que se diferenciaba un Estado plurinacional a la república? ¿Cómo construir un «Estado Plurinacional»? ¿Cómo construirlo sin enajenar las fuerzas vitales de la sociedad y los movimientos sociales? ¿Cómo evitar los graves peligros conservadores de la construcción de Estado que siempre entraña una faceta conservadora?
El fin del proceso constituyente y la promulgación de una constitución profundamente garantista ‒una de las más avanzadas de Latinoamérica y el mundo‒, fue el punto de inflexión ya que la construcción institucional de cualquier Estado siempre es conservadora. Después de este largo proceso de casi cuatro años (2006 al 2009), el Movimiento al Socialismo (MAS) se concentró cada vez más en dar forma al Estado, lo que hizo reflotar las tendencias más conservadoras machistas, coloniales y capitalistas.
Ahí surgió claramente el ala derecha del MAS, por lo general abogados y funcionarios burocratizados, varios de ellos ministros que empezaron a dominar el escenario, alentados por lo general por los máximos dirigentes de la peor forma posible, pues primó una gestión instrumental del poder. Los síntomas de esta primacía llegaron en el 2010 después del gasolinazo, un error político que intentó quitar la subvención a los hidrocarburos afectando a los sectores populares, y en el 2011 con el manejo conservador del conflicto del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Secure (TIPNIS). Se configuró así el momento más claro de viraje gradual a una posición conservadora desde sectores pragmáticos, estatalistas y economicistas que tienen una larga e importante historia en Bolivia y nos pesa en la actualidad como un lastre.
Esta nueva etapa conservadora estuvo marcada de forma cada vez más clara por permitir o no hacer lo suficiente frente a la corrupción y apoyarse gradualmente en la agroindustria del oriente y la banca bajo el criterio de que el crecimiento del PIB y la economía eran lo más importante. Entre 2011 y 2015 ya había cuajado este nuevo esquema de poder del MAS con ciertos aspectos que permitían mantener cierta fachada popular. Paralelamente se fue tutelando y luego desarticulando a las organizaciones fundamentales del proceso como el Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (CONAMAQ), la Confederación de Pueblos Indígenas del Oriente Boliviano (CIDOB), la Central Obrera Boliviana (COB), Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Bolivia – Bartolina Sisa y otras.
Se las veía como retaguardia del proceso a tono con este estatalismo y economicismo pragmático y conservador. Pero además, hicieron un uso instrumental y grosero de ellas y poco a poco dañaron su autonomía, vitalidad e iniciativa y, por lo tanto, su capacidad de movilización. Este fue el mayor error del MAS.
En 2016 se da un impasse histórico: la derrota en el Referéndum constitucional del 21 de febrero (21F), el cual buscaba habilitar la reelección. Un gravísimo error político del MAS, como el propio vicepresidente reconoció un año después en una entrevista, resultado de la impaciencia de Morales y sus colaboradores más cercanos por asegurar el poder hasta el 2025 y del que después no se pudo salir.
¿Qué necesidad había de convocar a un referéndum por una nueva reelección después de seis meses de haber ganado la elección nacional? Ahí se notaba ya un extravío grave, el cual pudo resolverse al hacer la autocrítica y reconducir el proceso. Pero no quisieron. En su balance aludían a que prácticamente todo se había hecho bien y lo único que hacía falta era redoblar la propaganda en las redes sociales. Un extravío clasemediero clásico amparado en que el mundo empieza y acaba en la Internet; exotismos posmodernos propios de los liberales y populistas que pululaban en el MAS. La solución fue peor que la enfermedad.
La opción era ganarle en la cancha a los conservadores como había hecho en Venezuela Hugo Chávez, quien después de haber asegurado 14 elecciones seguidas perdió el referéndum para la reelección en el 2007 y en vez de inventar artilugios legales profundizó la estrategia de movilización de masas y de radicalización del proceso desde el 2002, año del golpe de Estado fallido.
Esta era la única vía revolucionaria para revertir el impase del 21F, porque combinaba construcción de poder popular y movilización de masas en la coyuntura con la necesidad de reelección. René Zavaleta criticó a los presidentes Juan José Torres y Alfredo Ovando en los setenta por no movilizar a las masas, el único método fundamental de un gobierno progresista para resistir el embate del imperialismo (Zavaleta, 2011: 656). Desmovilizar a las masas es un suicidio político en Bolivia, y lamentablemente eso hizo el MAS.
Además, se descuidó el sistema de salud y apenas en 2018 se implementó el Seguro Único Gratuito y Universal, pese a que estaba en la constitución desde el 2009. La educación también fue secundaria y casi toda la política del gobierno entre el 2016 y 2019 estuvo dirigida a la adulación de las clases medias urbanas, complemento a la desmovilización de las masas. Otro grave error en un país tan politizado y de amplias capas populares que empezaron a tener una actitud de votar por el MAS bajo sospecha, pues no irían más a poner el pecho como habían hecho entre 2006 y 2010 y no se las puede culpar por eso como hacen algunos intelectuales. Esto es lo que el gobierno fue provocando con su acomodo a las clases medias, sin verlo siquiera. La gente inteligentemente usaba el escenario liberal del MAS porque no les quedaba otra, pero desconfiaba de ellos. De ahí la consigna «Nosotros no somos del MAS, el MAS es de nosotros».
Para ser justos, también hay que decir que esto no se veía de manera clara por los enormes éxitos en el campo económico. En ese periodo, el PIB creció aproximadamente en 35 mil millones de dólares y a una tasa promedio superior al 4,5%, uno de los más dinámicos en la región (cuando otros crecían a 1%, o estaban en recesión). Un verdadero récord. Así mismo, la pobreza extrema y la moderada se redujeron sustancialmente, como no había ocurrido nunca en la historia de Bolivia, de manera que más de 2 millones de personas pasaron de la pobreza a la clase media en un país de 10 millones de personas; todo un cambio estructural.
Pero ahí se ve uno de los mayores errores que se cometieron, pues no se hizo una adecuada conducción política de estos éxitos económicos que traían cambios estructurales en las relaciones de clase y casta. En gran medida, el mensaje que acabó dando el propio gobierno era hiperconservador: tarifas baratas y consumismo, con lo que acabó siendo un gobierno de clase media para las clases medias, con cierta fachada popular e indígena.
En la campaña electoral de 2019 un altísimo funcionario dijo que solo una crisis económica o problemas con la economía podrían desatar una gran crisis política; ahí ya se veía el reduccionismo economicista ciego frente a lo que estaba pasando y a sus impredecibles consecuencias. Dos semanas después vino la gran crisis política que creían imposible, rematada con la caída de Morales. Veamos ahora el gran dilema estructural de «la toma del poder», que da lugar casi irremediablemente a casi todas las versiones de las posiciones conservadoras.
Paradoja de la ocupación del Estado y relación Estado-masas en el poder
La paradójica consecuencia de la «toma del poder» por las mayorías subalternas y explotadas que analizaremos a continuación es el punto de partida fundamental. Gramsci, en una concepción aparentemente más estatalista que Zavaleta, nos plantea: «Las clases subalternas, por definición, no se han unificado y no pueden unificarse mientras no puedan convertirse en ‘Estado’: su historia, por tanto, está entrelazada con la de la sociedad civil» (Gramsci, 1970, p. 491).
Más estatalista porque plantea que las clases subalternas solo pueden unificarse al convertirse en Estado, lo que parece un exceso. Sin embargo, tal idea es el resultado de su forma de ver a las clases subalternas y el peso de la historia de los subalternos como permanentemente disgregada y episódica: «La historia de los grupos sociales subalternos es necesariamente disgregada y episódica. No hay duda de que en la actividad histórica de estos grupos hay una tendencia a la unificación, aunque sea a nivel provisional pero esta tendencia se rompe constantemente por la iniciativa de los grupos dirigentes» (Gramsci, 1970, p. 493).
Zavaleta plantea una idea similar, pero levemente marizada: «En determinadas instancias la única forma de unidad de lo popular es lo estatal» (Zavaleta. 1990, p. 179); así, no siempre es el Estado la única forma de unidad de lo popular, como plantea Gramsci. En otro texto muy revelador aclara que «la historia de las masas es siempre una historia que se hace contra el Estado mismo» (Zavaleta, 1983, p. 110), ya que el Estado está imposibilitado en última instancia para expresar a las masas y sus luchas revolucionarias, posición acorde con un marxismo emancipatorio que casi todos los altos funcionarios del MAS no quisieron ni discutir: «todo Estado en último término niega a las masas, aunque la exprese o la quiera expresar, porque quiere insistir en su ser que es el de ser Estado» (Zavaleta, 1983, p. 111).
Aquí vemos una concepción vital de la relación masas-Estado: la historia de las masas es siempre una historia contra el Estado y el Estado niega a las masas por mucho que intente representarlas, incluso los Estados «socialistas» o «plurinacionales». Una paradoja que requiere un enfoque historicista, como veremos.
A todo lo anterior habría que sumar la idea de Gramsci de que la unidad histórica de las clases dirigentes se produce en el Estado, que la historia de estas clases es, en gran medida, la historia de los Estados y los grupos de Estados. Tal es la base en su concepción de «Estado ampliado», el cual no constituye una mera unidad formal ni juridicista, más bien se trata de la articulación entre sociedad política o Estado y sociedad civil a través de diversas líneas de mediación. Este es un asunto fundamental, porque la esencia de esta concepción plantea las relaciones orgánicas y de interpenetración mutua entre los diferentes elementos, al no ser cosas diferentes ni estar tajantemente divididos. Esto permite a las clases dominantes no solo su organización, sino construir hegemonía de manera efectiva.
En las luchas de los explotados es necesario introducirse en el manejo del Estado o la «toma del poder» como inicio de una «revolución» y para crear unidad. Si bien es una necesidad también es una trampa muy peligrosa, casi como meterse en la boca del lobo. Esa es la manera en la que se unifican las clases dominantes para dominar y explotar, y con las clases subalternas no cambia mucho la situación si no se hace un trabajo revolucionario sistemático con la propia «ocupación del Estado» o «toma del poder». Tal asunto está completamente descuidado en las luchas latinoamericanas porque hay una estadolatría ciega en este fenómeno fundamental.
¿Cómo hacer para no renunciar a las luchas dentro del Estado, pero que a la vez podamos salir de la visión conservadora según la cual el Estado es lo más importante? Lo más importante son las masas y la lucha por la democracia como autodeterminación. El 10 de noviembre de 2019 aprendimos eso dramáticamente, cuando el gobierno de Morales cayó como castillo de naipes. Podemos empezar por meditar las siguientes palabras de Zavaleta al reflexionar la cuestión del funcionario de Estado que se reclama «revolucionario» desde el punto de vista de la democracia como autodeterminación de las masas:
El mediador es una mezcla entre el funcionario y el jefe social. Si la sociedad civil nacionaliza a los mediadores es que ha llegado la hora de la crisis nacional general porque ellos ahora no creen más en el Estado y han comenzado a creer en sí mismos en el mito revolucionario. Es correcto decir por tanto que todo dirigente es un mediador hasta que no se convierte en un amotinado. (Zavaleta, 1983, p. 110)
¿Cómo se construye unidad de lucha y se sostiene la perspectiva emancipatoria dentro y fuera del Estado sin ser tragado por su poderosa fuerza metafísica que destruye la vitalidad de lo social y enajena a los sujetos subalternos? Esta es una de las tareas más importantes. Sobre la base de estos análisis vitales, veamos ahora la cuestión del Estado y alcance de la «revolución».
Estado, «revolución» y núcleo de poder del MAS
A partir de 2000 y hasta 2010 vivimos el inicio de una transformación revolucionaria; de 2010 a 2019, su gradual decadencia. Se equivocan quienes niegan ciertas transformaciones que claramente eran el inicio de un proceso revolucionario, en especial cierta presencia de los sectores populares en el Estado que lo fractura parcialmente, la impronta plebeya y popular en la constituyente y en el imaginario social. Pero también se equivocan quienes magnifican tales transformaciones de manera triunfalista y ven una revolución con mayúscula. En tal sentido, en un texto de 2018 reflexionamos sobre los alcances de lo que denominamos una «parcial revolución política», en diálogo con autores como Daniel Rafuls y José Valdez. Estas vías conducen a un análisis conservador, bien al negar lo avanzado –por muy modesto que sea–, bien por exitista y dañino, pues no se puede vivir creyendo que se hizo una revolución inexistente.
En su análisis de la revolución de 1848, Marx y Engels descubrieron que todos los procesos anteriores se habían reducido a la sustitución de unas minorías por otras en el manejo del Estado para amoldarlo a sus intereses. De ahí que solo se analizaran revoluciones que en su mayoría parecían circunscribirse a lo político a la manera de los golpes de Estado, aunque emprendieran cambios más profundos en las estructuras económicas y las relaciones de producción, acercándose a verdaderas revoluciones sociales. Así identificaron que siempre son los grupos minoritarios preparados para la dominación y el gobierno (terratenientes aristócratas, aristocracias aburguesadas, burguesías liberales) los que acaban encumbrados en el poder, aunque las mayorías (campesinos, siervos, pongos, obreros) cooperan con ellos.
Tal hecho cambió radicalmente entre 1848 y la comuna de París de 1870. ¿Qué hacer cuando el arribo al poder es de mayorías fragmentadas con historias episódicas y difusas y sin ninguna práctica para el gobierno y el ejercicio del poder? Tiende a ser igual, pues la supremacía en los cargos del poder es de quienes vienen de las clases privilegiadas, solo que esta vez hablan en nombre de las mayorías explotadas. Así, surge el siguiente dilema: ¿cómo hacemos para que las revoluciones de minorías se conviertan en revolución de las mayorías? En esto radica la mitad del problema para entender por qué los sectores minoritarios de los grupos de funcionarios y profesionales tienden a ser tan importantes «expresando» y «representando» a las mayorías en los procesos latinoamericanos. Tal situación tiene una larga historia en Bolivia, iniciada en 1952.
Una revolución política también tiene niveles, uno de ellos es la diferencia entre llegar al gobierno y la toma del poder real; en ese sentido, Zavaleta, retomando los debates de Lenin sobre el poder dual, planteó la diferencia entre el poder del Estado y el aparato del Estado. En Bolivia se llegó a medio camino del manejo del poder real, aunque se tenía todo el «aparato» del Estado. Una segunda fase de una revolución política es la transformación profunda del Estado como se explicó líneas arriba, lo que en Bolivia fracasó completamente; para lograrla, por lo general hace falta el inicio de la revolución social o de una serie de revoluciones, como en Francia.
Y solo se puede construir esta bisagra entre revolución política en cualquiera de sus niveles de desarrollo y el inicio de una revolución social con la construcción de poder popular, movilización de masas y formas de autogobierno social. Ese fue el más grave error político estratégico de Morales: no avanzar en ese sentido. Hubiese o no posibilidades de ir más allá del capitalismo, se debió encarar esta tarea ‒construcción de poder popular y mantener latente y viable la posibilidad de movilización de masas‒ por lo menos para sostener al gobierno del MAS.
Claramente esto no se dio en Bolivia y las cúpulas del MAS no quisieron discutir tales asuntos. Por eso hablamos de una parcial revolución política que empieza a declinar desde 2010, y que entre 2016 y 2019 ya era una revolución detenida o en retroceso, aunque se manejara bien la política económica. No se puede decir, ni antes ni hoy, que «el viejo Estado había desaparecido», y este es un criterio objetivo de una revolución política. Lamentablemente, el Estado se mantuvo casi intacto, mostrándonos que estábamos ante un gobierno extraviado en la real politik. El punto más crítico llegó de manera catastrófica en 2019, cuando a Evo Morales le llegó la orfandad total de masas el 7 noviembre, dos semanas después de la elección presidencial. Esto es lo que no se quiso ver entre 2010 y 2019.
Por este problema histórico y teórico analizado líneas arriba, era de primera importancia neutralizar las tendencias pequeñas burguesas del proceso, pero se hizo todo lo contrario. No solo no se comprendió ni se hizo nada al respecto, sino que se incentivó al máximo la situación con la participación de los populistas y liberales que tanto les gustaban a Morales, García Linera y el círculo de poder cuando coparon la escena en 2016 sin ninguna lectura clasista, teórica o histórica del proceso.
Veamos más de cerca este problema. Según Marx, «en Alemania no es posible precisamente la revolución radical, sino por el contrario, la revolución parcial, la revolución meramente política, una revolución que deje en pie los pilares del edificio» (Marx como aparece en Dussel, 2011). De tal manera, una revolución parcial, o sea, revolución política, implicaba nada menos que dejar en pie «los pilares del edificio» pero desmantelar todo lo demás. Esta es una concepción de revolución política profunda, pero ni siquiera eso se pudo hacer en Bolivia. Tal vez, no se podía de cualquier forma; pero el referente es fundamental para que, por lo menos, no creamos que hicimos una revolución política completa y profunda cuando en realidad no la hicimos.
La «revolución» depende de la trama en la que está inserta. Veamos la aplicación que hace Marx de la conquista de la república por presión de los obreros en Francia en 1848: «El 25 de febrero de 1848 había concedido a Francia la república, el 25 de junio le impuso la revolución y desde junio, la revolución significaba: subversión de la sociedad burguesa, mientras que antes de febrero había significado: subversión de la forma de gobierno» (Marx, 1979, pág.56). En ese momento de revolución estrictamente solo se «conquistaba el terreno para luchar por su emancipación revolucionaria, pero no, ni mucho menos, esta emancipación misma» (Marx, 1979, p. 38).
En Bolivia, con ciertos logros de esta parcial revolución política vivida entre 2000 y 2010, al salir del proceso constituyente se había ido un poco más allá de la mera subversión de la forma de gobierno. Ese era el inicio de una revolución política hacia cambios estructurales. Sin embargo, con eso solo conquistamos el terreno para la lucha por una revolución política: se trataba del inicio de una revolución política, y no de su materialización.
La bisagra emancipativa no era ponernos a discutir si ir o no más allá del capitalismo en el corto plazo; más bien, consistía en construir poder popular, formas de autogobierno social, movilizar a las masas o, al menos, entender la importancia de que preserven su fuerza autónoma, su unidad, su vitalidad, su organización y su capacidad de movilización, al menos por instinto de supervivencia. Seguir con la iniciativa política desde las bases movilizadas de la sociedad y con las transformaciones estructurales hasta que a) nos acerquemos a que el viejo Estado estuviera más o menos «desaparecido» en la medida de las fuerzas sociales existentes para lograrlo, b) siguieran los cambios estructurales profundos y c) se aproxime el momento en que el proceso significara subversión de la sociedad burguesa, colonial y patriarcal y no solo subversión de la forma de gobierno. Pero no se hizo nada de eso.
Como vemos, no existió ninguna revolución política, aunque sí el inicio de una que, al detenerse, hizo imposible avanzar hacia una revolución social. Insistimos que el inicio de esta revolución política empezó rápidamente a retroceder desde 2010, y que para 2016 ya no existía en absoluto; solo quedaba una lucha instrumental por el poder. Los grandes dirigentes del Estado preservaron en el imaginario la correlación de fuerzas de 2010, la apertura del proceso de revolución política parcial y vivieron de ficciones entre 2016 y 2019, pues ya no existía ninguna revolución a esas alturas, hecho dramáticamente demostrado con la soledad de Morales y la orfandad perpleja del núcleo de poder.
Lo anterior seguramente será visto parcialmente por Atilio Borón como resultado de la «ingratitud masoquista» de las masas, según su prólogo al más reciente libro de Moldis (2020). Sin embargo, hay que reconocer que existen elementos reveladores que aportan estos y otros enfoques que deben ser profundizados, pues nos ayudan a armar un balance urgente y pendiente desde varios ángulos. La base es el reconocimiento hecho por Borón de que «Evo tenía la calle y la perdió», pero a su vez que «el proceso de cambio sin masas que salieran a defenderlo» fue consecuencia de la cadena de graves errores que cometió Morales y su núcleo de poder, antes que una expresión de la «ingratitud masoquista» de las masas a las que culpamos por lo que pasó con el gobierno del MAS en sus últimos días. El desenlace del 10 de noviembre de 2019, cuando Evo Morales debió renunciar a la presidencia, desnudó objetivamente la subestimación de la movilización de las élites y el mal manejo de todos los grandes temas del poder durante años. Por eso el desastre fue monumental.
Quienes controlaban el aparato de Estado, trataron de equilibrar una política que seguía teniendo aspectos populares con el beneficio de los sectores de poder de las élites. Nunca pensaron que tales adulaciones y privilegios resultarían totalmente ineficaces. En Bolivia, para un proyecto emancipatorio, no se puede suponer lo que no existe. De alguna forma, los gobiernos de Morales tuvieron elementos semibonapartistas (como los de Ovando o Torres de los sesenta y setenta, aunque sin basar su poder en el ejército), sobre los que Zavaleta sugerentemente planteó que «practican una equidistancia política (la autonomía del aparato estatal no existe en un Estado subdesarrollado) con relación a las clases» (1987, p. 193).
Esta equidistancia política fue practicada entre 2016 y 2019 creyendo, insólitamente, que los salvaría. Por eso volcaron sus esfuerzos a adular a las clases medias y a construir un «estatuto de equilibrio y de paz social entre las clases con concesiones paralelas a los sectores subalternos, pero también a las clases dominantes» (Zavaleta, 1987, p. 193), a hacer alianzas con la agroindustria y otros sectores de poder económico.
Pero en momentos de polarización y lucha de clases, este semibonapartismo siempre lleva a todo lo contrario. El tipo de Estado que es el boliviano –y, en especial, sus órganos de represión– no resisten esa ambigüedad del poder. Quedó claro que tal autonomía del aparato estatal y de los órganos de represión no existe en absoluto. Si no están las masas, el Ejército y/o la Policía ocupando el poder o desplazándolo, no hay lugar para otra cosa en Bolivia. Si se exacerba la lucha de clases, el Estado –incluso el plurinacional– muestran esa particular característica de un Estado aparente.
Cuando las masas fueron desmovilizadas por el propio MAS, una corresponsabilidad de los funcionarios del Estado y las ambiciones de los dirigentes de los movimientos sociales, el poder fue ocupado gradualmente por el golpe, que en última instancia fue definido por el Ejército, único núcleo real, verificable y duro del Estado en Bolivia. Y esto el MAS no lo vio venir.
Momentos constitutivos, ejes estatales y extravío liberal del MAS
Los Estados y las masas nunca son las mismas en los diferentes países; debemos entender sus especificidades. Partamos de sus momentos constitutivos más generales: «Un pueblo (…) se remite siempre al momento de su constitución, es decir, de su momento originario (…) en ese sentido, todo acto fundacional tiene un requisito de masa. No obstante ello, ¿por qué hay pueblos que fundan su mito en el orden y pueblos que lo fundan en la masa y su autodeterminación?» (Zavaleta, 1983, p. 114).
Es completamente diferente un pueblo que basa su identidad y origen político en pactos, en el orden o en la dádiva de las clases dominantes y los pueblos que lo basan en la masa y su autodeterminación. El «pueblo» en Bolivia, las masas subalternas, se han constituido desde y por medio del «maximalismo de masas» desde antes que exista Bolivia, con Katari. Esto explica, en parte, la caída de Morales: las élites se movilizan y las masas populares están paralizadas y desmoralizadas. Por eso la democracia representativa en Bolivia es, por lo general, ineficaz, porque «la democracia representativa, para ser efectiva requiere de un grado de homogeneidad que Bolivia no tiene» (Zavaleta, 1986, p. 20).
¿Cómo puedes volverte cada vez más liberal en un país en el que la democracia representativa es ineficaz y no funciona? Esto hizo el MAS. No tenía como eje de su forma de gobierno y sostenimiento en el poder la movilización de masas, de manera que se volvió una estructura liberal electoralista. Esto ya es conservador, más aún si la política liberal se practica de la peor forma al insistir en hacer en el referéndum del 21F, perderlo y luego ignorarlo y repostular a Morales con un atajo tomado en las superestructuras políticas. Esto explica que en 2019 la gente votara por Morales desconfiando de él, y que no saliera a defenderlo en noviembre. Son dos lógicas completamente diferentes. Cuando el MAS se volvió casi completamente liberal, aunque con un manejo instrumental del poder, los sectores populares empezaron a desconfiar y sospechar profundamente: «sería ilusorio sin remedio sostener que existe una tradición democrática (en el sentido representativo) entre las masas bolivianas. Todo lo contario, esto aquí no produce sino sospechas» (Zavaleta, 1983, p. 36).
En la antesala, existe un trasfondo profundo y por lo general permanente de la ecuación social en Bolivia, en la que hay un «predominio taxativo y asediante» de la sociedad sobre el Estado; incluso movilizaciones de las élites pueden ser centrales en este eje, donde el «maximalismo de masas» de los sectores populares puede ser emulado y ser muy efectivas por la inexistencia de poderes reales en el Estado. Esto tampoco lo vio el MAS.
Pero vamos más profundo en un análisis de la relación entre la dialéctica de clases que se da en Bolivia como resultado del momento constitutivo que implicó la Revolución Nacional de 1952 y, por lo tanto, el tipo de eje o ecuación que se configuró y sus consecuencias hasta hoy. La revolución del 52 marcó la dinámica de clases que perdura hasta ahora, porque
El resultado de esta liberación vertical, casi paternalista, de arriba hacia abajo, del proletariado hacia los campesinos, resultó paradojal. Finalmente, al liberar a los campesinos, los obreros estaban creando las condiciones para que la pequeña burguesía les arrebate la hegemonía dentro del poder por que el campesinado creó una fijación… no con relación a la clase obrera, que la había liberado desde el Estado, sino con relación al aparato del Estado como tal. Los dirigentes campesinos se acostumbraron a tratar de continuo con el aparato del Estado, a no existir independientemente de él…el campesino había hecho un hábito de su dependencia del Estado. (Zavaleta. 2011, p. 675)
Esta inserción del campesinado indígena en el poder durante la revolución del 52, creó una relación de dependencia al aparato estatal y denotó la dificultad para existir autónomamente, reforzando una costumbre conservadora. En Bolivia, esta característica de la «acumulación en el seno de la clase» hizo al campesinado indígena una cien veces más conservador que en otros países. A la vez cimentó la posterior neutralización, tutelaje, utilización, desorganización y desmonte de las organizaciones sociales y movimientos de forma instrumental que realizó el MAS cuando llegó al gobierno.
Por eso no era una actitud romántica ni un detalle secundario preservar la autonomía, fuerza y vitalidad de las organizaciones y movimientos sociales frente al propio Estado: era, por el contrario, un problema político de primer orden para sostener el poder. Pero la ceguera liberal, pragmática, estatalista y economicista imposibilitaba al MAS para ver este asunto. Creían, por el contrario, que digitando, tutelando e incluso –en la última época– prebendando a los movimientos sociales, todo se resolvería.
Suprimieron la verdadera fortaleza del proceso que, en Bolivia, siempre es la masa y su capacidad de movilización, y que tiene su fundamento en la relación masas-mediciones-Estado, es decir, en su ecuación o tipo de eje estatal, que es de permanente supremacía de la sociedad civil frente a un Estado aparente.
El otro componente que se revivió para complementar el adormecimiento de la fuerza de las masas fue la adulación de las clases medias y el gradual giro hacia la preservación del poder basado en los pactos con la agroindustria conservadora y fracciones burguesas como la banca. Una de las consecuencias de la revolución de 1952, al definirse el poder dual a favor de su lado pequeño burgués, fue la creación de las condiciones de todo un hábito reaccionario.
Al irse vaciando de «lo obrero», fue cundiendo la concepción conservadora de la clase media como dirigente, una mentalidad que el MAS revivió y potenció, contagiando a la militancia de este enfoque que tenía en la defensa del Estado y la supremacía de las dinámicas y objetivos clasemedieros una de sus aristas más peligrosas cuando, al mismo tiempo, se estaba desmovilizando a las masas explotadas y movimientos subalternos:
Esta concepción (de la clase media como dirigente) será el punto de partida de toda una mentalidad posterior. Cuando el poder dual se resuelva a favor de su lado pequeño burgués, los dirigentes de esta clase se sorprenderán de la actitud de insubordinación del proletariado. Es un modo de pensar con que se contagió toda la militancia y la defensa del Estado nos parecía en aquel momento más importante que la defensa de los sindicatos. (Zavaleta, 2011, p. 671-672)
Los funcionarios y burócratas del MAS les fueron arrebatando la hegemonía dentro del poder entre 2010 y 2016, porque el campesinado y los indígenas permitieron y viabilizaron el tutelaje y la subordinación de sí mismos frente al Estado sin poder existir independientemente. Todos los sectores subalternos habían hecho un hábito conservador de su dependencia al Estado.
Esto terminó de cerrar un impasse histórico entre 2016 y 2019. Zavaleta lo planteó en términos sintéticos respecto a los gobiernos de Torres y Ovando, al referirse a la única medida que garantiza que los gobiernos progresistas no se caigan: «en realidad, los únicos regímenes que pueden sobrevivir con éxito al poderío de la presión imperialista de un país como Estados Unidos son los que logran movilizar a las masas» (Zavaleta, 2011a, p. 656).
Fueron erosionando y desmoralizando al bloque popular por ese manejo instrumental del poder, tutelando y subordinando a los movimientos sociales en vez de tener a las masas movilizadas como eje de su forma de manejo del poder. Las sospechas del bloque de poder popular frente al MAS se confirmaban día a día al no priorizar la salud, la educación, el empleo y tender a colocar en primer plano las políticas de adulación de las clases medias para que votaran por el MAS. En el núcleo de poder del MAS se expandió una mentalidad de clase media como eje de sus acciones, y el campesinado y los indígenas ya estaban adormecidos por su hábito de la dependencia del Estado. Por todo esto, el 10 de noviembre Morales cayó como un castillo de naipes.
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Fuente: https://jacobinlat.com/2021/03/07/bolivia-las-causas-profundas-del-golpe/