Bajo el epígrafe: Una agenda para la libertad y el progreso comienzan las propuestas que buscan potenciar la unidad y los valores «entre los partidos de centro derecha (liberales, democristianos y conservadores) a través de su colaboración y coordinación internacional». Dichos valores son: «la pertenencia a Occidente, las raíces cristianas de América y, sobre todo, […]
Bajo el epígrafe: Una agenda para la libertad y el progreso comienzan las propuestas que buscan potenciar la unidad y los valores «entre los partidos de centro derecha (liberales, democristianos y conservadores) a través de su colaboración y coordinación internacional». Dichos valores son: «la pertenencia a Occidente, las raíces cristianas de América y, sobre todo, la voluntad de que el modelo de sociedad abierta y democrática triunfe frente a la amenaza del populismo. El objetivo es derrotar al socialismo del siglo XXI. Así, el Partido Popular europeo es buen ejemplo de cómo la unión de afines es capaz de hacer triunfar ideas y valores compartidos. Igualmente los partidos políticos de centro y centro derecha de América Latina deben abrirse a nuevas formas de cooperación, con mayor grado de integración…»
Su objetivo es configurar un partido popular regional con un programa único: el PAN y nuevos aliados en México, Democracia Cristina y Renovación Nacional en Chile, AD y COPIE en Venezuela, Blancos y Colorados en Uruguay, Liberales y Colorados en Paraguay, Liberales, Democracia Cristiana y Derecha en El Salvador, Liberación Nacional y Democristianos en Costa Rica, etcétera. Las bases consisten en aceptar los principios de la economía de mercado y sus instituciones. Normas de derecho a la propiedad privada. Respeto a los contratos para la libertad de mercado y libre competencia. «En América Latina la prosperidad económica sólo puede venir capitaneada por la iniciativa privada, garantía de prosperidad y libertad.» Su conclusión: el populismo acosa los derechos de propiedad y es un peligro para la libertad individual. «El ataque a los derechos de propiedad por parte del Estado, sin que quepan distingos entre ciudadanos y empresas nacionales, es una constante de los populismos … y del socialismo del siglo XXI.»
Asimismo, la intervención del Estado en la acción social rompe el equilibro entre lo público y lo estatal. «Entre las funciones del Estado no está la intervención directa como reivindican corrientes neoestatistas.» El éxito para consumidores y contribuyentes, subrayan, se basa en la privatización y en establecer impuestos como el IVA único. Llegando a proponer un porcentaje: 15 por ciento. En esta dirección critica la acción social del Estado y se plantean que «América Latina tiene mucho que perder con un proteccionismo que sólo responde a los intereses de determinadas minorías… El discurso proteccionista, tan antiguo como desacreditado, es hoy enarbolado por el nuevo populismo nacionalista y antiglobalizador. América Latina debe reconsiderar su estrategia negociadora en la Ronda de Doha y otro papel en la OMC».
Todo debe ser transformado y también la educación cae en la lógica del mercado. Se trata de crear consumidores competitivos cuya lógica sea dotarlos de «incentivos al esfuerzo, a la exigencia y a la recompensa condicionada a los resultados… Hay que aplicar normas claras del mercado a la educación y los colegios, a los profesores… Es necesario aprovechar la creatividad, materia prima abundante, dirán, para luego sacar partido y fundar un «mercado cultural transatlántico», basado en gustos y tradiciones culturales compartidas y eliminar trabas al mercado… al igual que en otros sectores de la economía. La cooperación iberoamericana debería evitar abrigar o justificar políticas que persiguen controlar la vida cultural de los ciudadanos o condiciones de su libertad de elección, a menudo bajo el pretexto de defender la diversidad… La diversidad es innegable en América Latina y es un tesoro, «aunque con anterioridad se sitúa la libertad de elegir inherente a la globalización».
En este último apartado destaca su propuesta de integración con cuatro ejes: hemisférico, latinoamericano, subregional e iberoamericano. El primero se refiere a seguridad y corresponde ejercerlo a Estados Unidos (EU), actor insustituible. América Latina lo debe aceptar, ya que tiene una «trayectoria en la defensa de la democracia y la libertad demostrada día a día en la defensa de los derechos fundamentales», lo cual lo sitúa como «garante activo de los valores en todo el mundo… lo demuestra al embarcarse en la batalla en Oriente Medio». La contrapartida de tal poder hemisférico es que EU fomente un Plan Marshall en manos de la inversión privada discriminadora entre países con seguridad jurídica y la aceptación del ALCA y los tratados de libre comercio.
Los otros tres ejes son subsidiarios. En ellos, la Unión Europea debe ayudar a EU a consolidarse en la región, ya que la Unión es un «poder blando con capacidad para influir mediante el ejemplo y cooperación». Y América Latina debe abrir sus fronteras a las multinacionales de capital de riesgo. A España le cabe construir la comunidad iberoamericana, ser interlocutor y reforzar la alianza atlántica. «No se puede permitir acercarse a regímenes populistas como el de Venezuela u otros. Eso desacredita el liderazgo español en el mundo.» Hay que mantener una posición firme en las cumbres, capaz de enfrentar el socialismo del siglo XXI. Así, en el último subapartado, perspectivas cubanas, plantean que «la desaparición de Castro es inevitable, pero su empecinamiento ideológico y su fortaleza física dejan obsoleto cualquier escenario» y añaden que ha recompuesto «la alianza revolucionaria con Venezuela, Bolivia y Ecuador, junto con la benevolencia de otros gobiernos populistas como China e India y la pasividad de la Unión Europea». Esto obliga a repensar la política de intervención, más aún cuando el problema cubano forma parte de la política de seguridad nacional estadunidense. Por esta razón, España debe «recomponer la relación Unión Europea-EU para trabajar en el diálogo entre cubanos». Su objetivo es crear condiciones para desestabilizar el orden político por medio de «la creación de un fondo José Martí con aportes de inversores privados y de organismos internacionales para ayudar a la oposición y evitar el riesgo, tras la caída, de un nacionalismo populista. El papel de España «será ineficaz si renunciamos a la colaboración con EU».
En el apartado de conclusiones los autores atisban: «América Latina se encuentra en la encrucijada: elegir entre libertad o autoritarismo demagógico… Adoptar la agenda de la libertad es la forma más segura de iniciar la senda del progreso y la modernización… Occidente demanda la incorporación plena de América Latina».