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Las ficciones del realismo político

Fuentes: Rebelión

    Dedicado a Rebeca Delgado   El realismo político Vamos a hablar de los límites del realismo politico. El realismo político más que una teoría es una perspectiva, una manera de apreciar la llamada «realidad», que no es otra cosa que una representación; en este caso una representación disminuida a lo que se considera […]


 

 

Dedicado a Rebeca Delgado

 

El realismo político

Vamos a hablar de los límites del realismo politico. El realismo político más que una teoría es una perspectiva, una manera de apreciar la llamada «realidad», que no es otra cosa que una representación; en este caso una representación disminuida a lo que se considera «realidad», es decir, la percepción conformista de las condiciones dadas. Las condiciones objetivas y subjetivas dadas, aparecen entonces como límite impuesto por la «realidad». Esta tesis es un poco como el complemento simétrico de la tesis del fin de la historia; esta última tesis propone el fin, el acabamiento, la realización plena de la historia; no hay un más allá. La anterior tesis, la del realismo político, propone el fin de las posibilidades, de las potencialidades, de las capacidades creativas. Las condiciones están dadas como una regla eterna impuesta por la providencia de la historia, que para los realistas es una especie de fatalidad. Entonces la tesis conservadora del fin de la historia tiene su complemento en la tesis del realismo político del fin del comienzo, la inmovilidad de las condiciones. Ambas tesis son conservadoras.

Ahora bien, el realismo político tiene varios modos de expresión; uno de los más conocidos es la onda descriptiva, que se esmera en hacer descripciones de lo que hay, de lo que se cuenta, de los recursos. La onda descriptiva llega al extremo de reducir las descripciones a las cifras; adquiere una forma de exposición aparentemente estadística, pues usa cuadros e indicadores; pero esto no es más que forma descriptiva reducida a lo conmensurable. Está muy lejos de usar las teorías estadísticas, sobre todo el tratamiento de los problemas de medida y las exigencias en la construcción de indicadores. Es pues una pose de legitimación esta pedantería de las exposiciones oficiales, llenas de cifras, para cubrir sus vacíos cualitativos. Pero, bien, resulta que uno de los modos del realismo politico es esta forma descriptiva de la «realidad». Otro modo es el formalismo, defensor del institucionalismo y seducido por las apariencias; la apariencia de seriedad, por ejemplo. Esta es quizás la posición más conservadora del realismo político, pues considera a las instituciones como eternas y garantizadoras del orden. De aquí al prejuicio jurídico, como núcleo de la «realidad» social no hay más que un paso; este modo jurídico, que se presenta, en principio como respetuoso de las leyes y las reglas, termina, en la forma de su adulteración, en la manipulación mañosa de las leyes y las reglas. También hay otros modos de expresión del realismo político; daremos el ejemplo de uno más, con pretensiones teóricas; se trata de la perspectiva lineal de la historia. En este caso se concibe un tiempo lineal y sucesivo; sobre este presupuesto se construye la teoría la «revolución» por etapas. Ésta también es una posición conservadora, pues aplasta la potencia social, desconociendo la complejidad del espacio-tiempo concreto de lo histórico social.

En la contemporaneidad, también durante gran parte del siglo XX, sobre todo durante las experiencias «revolucionarias», el realismo político sirve y ha servido, para limitar las posibilidades de las «revoluciones». En Bolivia, durante la experiencia del llamado «proceso» de cambio, que todavía vivimos, el realismo político ha detenido la fuerza social de las movilizaciones anti-sistémicas y ha limitado al máximo las posibilidades de las transformaciones institucionales. El realismo político, después de haber sido apoyado y promovido en todas las instancias institucionales, en todas las políticas públicas, después de siete años de gestión, se encuentra en crisis, interpelado, ante la imposibilidad de explicar la «realidad» de los conflictos y contradicciones, sobre todo la evidencia de sus propias imposibilidades, al no poder reducir lo que llama «realidad» al prejuicio de sus representaciones conservadoras.

 

El conflicto de los «libres pensantes»

El planteamiento de reconducción ha causado no solo zozobra en los y las llunk’u, aduladores y apologistas, sino también hilaridad y desesperación. Ya perdieron los estribos. El ataque se dirige a Rebeca Delgado, cuya actitud digna y valiente no sólo les molesta sino les cuestiona, pues desmorona su máscara de «disciplina», al descubrir no sólo el más indigno servilismo, sino haberse entregado al más descarado prebendalismo y clientelismo, impulsado por la cúpula gobernante, particularmente por el vicepresidente. La desesperación del vicepresidente y candidato a su reelección inconstitucional es notoria, hasta turbadora; ha dicho que las «bartolinas», las mujeres campesinas afiliadas a la CNMCIOB «BS», así conocidas, que se oponen a su candidatura, son de derecha. En su imaginario frenético se ha convertido en el referente de lo que es izquierda y lo que es derecha; en esto, en estas clasificaciones insólitas, en esta exaltadas definiciones del enemigo, ha ido más lejos que George Busch, cuando en la declaración de la guerra infinita contra el terrorismo, después del 11 de septiembre, ha dicho que el que no está con nosotros, refiriéndose al gobierno estadounidense, es enemigo. El vicepresidente dice prácticamente lo mismo, sólo que con el aditamento de decir que las y los que no están con su candidatura son de derecha. En su imaginario se ha convertido en el referente supremo de lo que es izquierda y lo que es derecha. Nadie antes, ni el más alucinado fanático, se le ha ocurrido semejante clasificación e identificación política.

¿Por qué se hace esto? No basta decir que es extravagante esta definición de izquierda y derecha; es menester comprender por qué se llega a este extremo, sin guardar las apariencias ni recato alguno. ¿Qué hay detrás? ¿Por qué el vicepresidente se ha vuelto tan indispensable, que el mismo llega al extremo de afirmar que los y las que están en contra de su candidatura son de derecha, sin que nadie del gobierno, del MAS, tampoco el mismo presidente, digan nada; mas bien parecen apoyarlo y defender esta insólita postura? ¿Depende tanto el presidente del vicepresidente? ¿Depende tanto el gobierno del vicepresidente? Incluso el Congreso y los demás órganos de poder del Estado. ¿Ocurre lo mismo con el MAS?

Ante semejantes preguntas sólo podemos proponer una hipótesis de interpretación.

 

Hipótesis

Ante la premura de gobernar y administrar el aparato público desde el 2006, se tuvo que tomar decisiones sobre la base de dos alternativas: 1) El camino de la utopía; es decir, de la construcción alterativa y alternativa; o 2) el camino del realismo político; es decir, la modificación paulatina y diferida de lo que hay. La decisión no era fácil, por lo menos en el sentido de aceptar lo que parecía más plausible a los ojos de los conductores. Se requería una argumentación que justificase la decisión. La construcción de esta argumentación estuvo en gran parte a cargo del vicepresidente; esto debido a su formación académica y el manejo de teorías, que se pueden considerar «revolucionarias». No es que se inclinase por las consecuencias de estas teorías, sino que las teorías sirvieron de premisas para sacar otras consecuencias, sobre todo introduciendo el supuesto de que las condiciones objetivas y subjetivas no estaban dadas. La conclusión realista fue que se tiene el Estado para transformar; esta es la «realidad», lo demás es «utopía», en el sentido de irrealizable. A partir de esta conclusión se podía considerar una estrategia «pragmática», que se basa primordialmente en un camino de reformas, que preparen el camino para cambios, más radicales, más adelante. Entonces las transformaciones se podían diferir; lo que importaba, por el momento, era administrar bien lo que se había tomado, el Estado.

Empero, como se está en el tiempo «real» de la historia concreta, no en el tiempo imaginario de la teoría, había que enfrentar mandatos de los movimientos sociales; estos mandatos se encontraban en la Agenda de Octubre; que puede resumirse a dos consignas, la nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria a la Asamblea Constituyente. Estas tareas encomendadas por el pueblo no se podían eludir; exigían desde ya ir un poco más allá del realismo político. Las tareas fueron asumidas por el gobierno; empero, acompañadas con la dosis de «pragmatismo». El resultado fue una combinación extraña de invención y realismo político. Las dos medidas, la nacionalización de los hidrocarburos y la convocatoria a la Asamblea Constituyente, tuvieron que ser corregidas constantemente desde la perspectiva del realismo político. Por eso se llegó a los contratos de operaciones que disminuyeron los alcances del Decreto «Héroes del Chaco», por lo tanto, restricción de la misma nacionalización. También por eso se limitaron los alcances de la Asamblea Constituyente, después, se limitaron los alcances de la misma Constitución.

Hay que anotar que hay por lo menos como dos planos que hay que distinguir; una cosa es lo que se planea y otra cosa es la práctica. Las «lógicas» de las prácticas no responden a la lógica de la teoría, a la lógica de la estrategia planeada. Las prácticas despiertan otros juegos, otros sentidos, otras consecuencias. El «pragmatismo» desencadenó otros decursos no-planeados. En poco tiempo el gobierno se encontró atrapado en «contradicciones» no predichas, antagonismos dramáticos, difíciles y hasta imposibles de solucionar por la vía del realismo político. Ante semejantes desafíos el ideólogo del realismo elaboró una teoría, expuesta en Las tensiones creativas de la Revolución [1] . Nuevamente se tranquilizó a los gobernantes, autoridades, representantes y dirigentes; estamos ante tensiones creativas en el seno del pueblo. Sin embargo, si bien el discurso era tranquilizador, no podía, no tenía los recursos, para domesticar la dinámica incontrolable de los conflictos. Sin embargo, se siguió adelante con esta tranquilizante y adormecente explicación.

Se puede observar entonces que el teórico del realismo político juega un papel importante, no sólo en la «ideología» pragmática del gobierno y del MAS, sino también como premisas para las políticas públicas que se implementaron, así como para el desarrollo legislativo desplegado. También jugó un papel importante en el enfrentamiento de los conflictos; se encontraron los argumentos para justificar la represión y los deslindes con sectores populares y con pueblos indígenas. El problema radica en que el contraste es cada vez mayor entre lo que se esperaba y lo que resultó como consecuencia de las políticas públicas y el desarrollo legislativo aplicados. A tal punto que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que asistimos a una crisis política del llamado «proceso» de cambio. A estas alturas, vale preguntarse: ¿es conveniente seguir manteniendo este realismo político y el «pragmatismo»? ¿No es más bien aconsejable hacer una evaluación crítica del «proceso» en curso, y quizás buscar otra perspectiva teórica y política, que abra el decurso de otras alternativas prácticas? ¿Por qué insistir en la misma perspectiva, que parece que lleva a un desastre político? ¿Por qué hay tanta resistencia a deliberar y reflexionar sobre estos temas?

La teoría del realismo político fue indispensable para un gobierno que había optado por el «pragmatismo», la cautela política, el reformismo. Si la opción hubiera sido otra, seguramente esta teoría hubiese sido inútil, hasta peligrosa. Después de dos gestiones de gobierno el uso del realismo político no parece lograr los resultados esperados, fuera de haber ayudado a administrar el aparato de Estado tomado. Este uso ha desatado problemas no contemplados por la estrategia «pragmática». Sin embargo, para el gobierno sigue siendo indispensable este realismo político; ahora por razones justificadoras, pues se ha decidido seguir adelante, a pesar de todo, con la continuidad de la misma estrategia «pragmática». Esta es quizás la razón por lo que la presencia del vicepresidente se vuelve obsesivamente indispensable para los gobernantes, sobre todo para el presidente.

Ahora bien, ¿en el conflicto interno reciente, calificado como el de los «libre pensantes», por qué se ataca, por parte del gobierno y los voceros oficiales del Congreso, con tanta vehemencia, a la diputada Rebeca Delgado? ¿Por qué causó tanto malestar la revisión del Proyecto de Ley de Extinción de Bienes, efectuada por parte de Rebeca Delgado, cuando fungía de presidenta de la cámara baja? ¿Por qué provoca semejantes ataques desproporcionadas cuando observa el procedimiento inconstitucional de la reelección del presidente y del vicepresidente? ¿Por qué se le acusa de todo, hasta de la incoherente y desvariada acusación de «golpista», cuando la diputada promueve reuniones de reflexión, de análisis y de deliberación sobre el «proceso» de cambio? ¿Qué representa Rebeca Delgado para el imaginario adormecido de los defensores fanáticos de la estrategia del realismo político, defensores, mas bien, de una práctica política reducida al clientelismo y prebendalismo? Rebeca Delgado es una amenaza para esta práctica prebendal y clientelar, para este conformismo cómodo, para este «pragmatismo», que adquiere ribetes corrosivos en su ejercicio oportunista. No se puede perdonar a alguien que desde las propias filas no es cómplice de lo que acontece. Se entiende entonces la conmoción que provoca en espíritus conformes, que ya se habían acostumbrado al usufructúo de su mayoría absoluta aplastante, la que no les exigía mayor esfuerzos en las aprobaciones legislativas. El ataque es despiadado, sin miramientos, se opta por la guerra sucia; a esta labor descomedida se presta incluso la ejecutiva del Ministerio de Transparencia y Lucha contra la Corrupción. Se habla de delito de influencias, cuando se olvidan de toda la corrosión prebendal y clientelar practicada extensamente en el Congreso, en el gobierno y el toda la institucionalidad del Estado. Esta práctica es conocida y experimentada por los y las que ahora denuncian, como gran cosa, el supuesto delito de influencias, exigiendo auditoría a la gestión de Rebeca Delgado, cuando ésta prácticamente se la hizo cuando entregó la presidencia de diputados. Sin embargo, no se hace auditoria de las gestiones del Congreso; la Contraloría brilla por su ausencia. No hay resquemor en acusar sin mirarse a sí mismos; no hay pudor de hablar de inconducta sin atender a las propias conductas. Estamos ante un mundo cambalache, problemático y febril.

¿Cuáles son los escenarios hipotéticos en el futuro inmediato? Empezaremos con lo probable. Dadas las circunstancias, que las expresaremos en términos de correlación de fuerzas, es probable que el gobierno y la mayoría congresal impongan la continuidad del realismo político, acompañado con su consecuente «pragmatismo», ya maleado, convertido en oportunismo, prebendalismo y clientelismo. Seguiremos con lo menos probable. El otro escenario, menos esperado, es que se llegue a un acuerdo por efectuar una evaluación crítica del «proceso», se logre la deliberación colectiva de las organizaciones sociales, del MAS, y de las instancias estatales, buscando salidas a la crisis política. Ahora continuamos con lo improbable. El tercer escenario no parece posible, por el momento; hablamos de la reconducción del «proceso», contando con una movilización general que nos saque del adormecimiento, del conformismo y de las complicidades múltiples. Logrando operar intervenciones democráticas participativas en transformaciones institucionales, apuntando a la transición transformadora y la construcción del Estado plurinacional comunitario y autonómico.

Como no somos partidarios del realismo político, apostamos; en primer lugar, por la reconducción del «proceso»; en segundo lugar, por la posibilidad de un consenso. En cambio, luchamos consecuentemente contra la continuidad del realismo político, que consideramos nos lleva al derrumbe de lo que queda del «proceso» de cambio.

 

Crítica al esquematismo maniqueo

Asistimos desde hace un buen tiempo a una reducción juzgadora que llamaremos maniqueísmo. Decimos que se juzga, pues se ha sustituido el análisis por el «juicio», en el sentido jurídico, incluso de condena, no en el sentido racional. Para este maniqueísmo el mundo se divide entre buenos y malos, entre justos e injustos, entre realistas y utopistas, entre amigos y enemigos; en fin, la lista puede ser larga. Entonces los maniqueos se colocan del lado de los buenos, de los justos, de los realistas, de los amigos; los demás son condenados. El gobierno ha hecho gala de este maniqueísmo, llevándolo al extremo de la vulgarización; la llamada oposición de derecha también lo hace, reclamándose de institucionalista y defensora del Estado de Derecho; incluso las izquierdas, sobre todo tradicionales, son maniqueas cuando anteponen su proyecto «revolucionario» como valedero, descalificando lo que ocurre efectivamente. Una de las formas de expresión del maniqueísmo se muestra en la simple hipótesis de la teoría de la conspiración; el supuesto es que hay grupos de conspiradores que dirigen la historia; de aquí se deduce la conclusión de que hay traidores; en nuestro caso se dice que hay traidores del «proceso» de cambio. Entonces toda la explicación histórica se reduce a personas, al problema de las personas, de lo que son y de lo que no lo son. Esta explicación maniquea de la teoría de la conspiración se parece al guión de una novela, pero sin los atributos literarios e intuitivos de la novela.

El acontecimiento político es complejo, supone multiplicidades de singularidades, por lo tanto de posibilidades; no puede reducirse a la perspectiva insuficiente del realismo político, menos al cuento sospechoso de la teoría de la conspiración. El decurso de un «proceso» no depende de personas, de lo que hagan o dejen de hacer, sino que se encuentra «producido», por así decirlo, por múltiples composiciones, juegos, interrelaciones, que podemos identificar hipotéticamente como «estructuras», puestas en práctica, puestas en escena, alianzas, relaciones, intereses, conflictos, lucha de clases, guerra anti-colonial. Dicho en términos resumidos, no aconsejables para tratar la complejidad, en relación a la incidencia en el «proceso» nos enfrentamos a «estructuras» y mapas institucionales, a subjetividades constituidas, a relaciones enquistadas y dominaciones internalizadas. De lo que se trata, con el objeto de incidir en el acontecimiento, es de desmantelar estas estructuras, estas instituciones, de suspender las relaciones enquistadas, estas relaciones de dominación internalizadas. Ahora bien, estas tareas no se efectúan solas, como vanguardias incomprendidas, insufladas de gran voluntad. Las incidencias son posibles si se logra compartir perspectivas críticas y voluntades de cambio con los colectivos sociales, si se participa en las dinámicas moleculares sociales, que son como la materialidad social e histórica de la alteratividad y de la creación de alternativas. De lo que se trata entonces es de compartir, convivir, con las dinámicas moleculares, buscando que su alteratividad micro-social, se convierta, en un momento, en alteratividad molar, transformando las instituciones y las «estructuras».

¿Qué queremos decir con todo esto? Que los llamados «procesos» políticos y sociales, encaminados a transformar, no se dan por los buenos deseos de las vanguardias, ni tampoco como resultado de una estrategia «revolucionaria», se dan como acontecimientos en momentos de crisis múltiple del Estado, de las representaciones, de los valores institucionalizados, obviamente en el contexto de la crisis orgánica del capitalismo, dependiendo de su ciclo vigente. Lo que se experimenta como «proceso» es lo que compartimos como acontecimiento; no se trata de que sea una condición dada, como en el caso de las hipótesis del realismo político, sino de una complejidad, la misma que hay que comprender y entender en sus dinámicas moleculares y molares. Por lo tanto, no es, de ninguna manera, pertinente, desentenderse del «proceso» experimentado, sino de vivirlo plenamente buscando romper las resistencias y los obstáculos históricos. Parafraseando nuevamente a Albert Camus [2] , si los «procesos» de cambio caen en la decadencia, debemos sufrir con el «proceso», no alegrarse de su decadencia, sacando lecciones de esta experiencia dramática. En otras palabras, de lo que se trata es de prolongar su decurso buscando la oportunidad de realizar sus posibilidades y potencialidades.

 

 

 

 

 



[1] Álvaro García Linera: Las tensiones creativas de la Revolución. La quinta fase del proceso. Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia.

[2] Albert Camus: El hombre rebelde. La frase completa es: Lo difícil es asistir a los extravíos de una revolución sin perder la fe en la necesidad de ésta. Para sacar de la decadencia de las revoluciones lecciones necesarias, es preciso sufrir con ellas, no alegrarse de esta decadencia. Esta reflexión de Camus aparece también como cita en el libro Réquiem para una republica de Sergio Almaraz Paz, al inicio del capítulo El tiempo de las cosas pequeñas.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.