Se convirtió rápidamente en reino del exhibicionismo, mezcolanza de egos, destrezas y emboscadas ideológicas del “entretenimiento” de masas. Hay desde luego excepciones que aquí se salvan por honrosas. Y así se distorsionó el concepto de “farándula” que proviene del francés “farandole”, danza popular, refiere a su origen a las artes escénicas y el entretenimiento. Según el Diccionario de la Lengua Española: 1. f. Profesión de quienes se dedican al mundo del espectáculo… Sin.: teatro, espectáculo, carátula. 2. f. Conjunto de personas que integran la profesión teatral. 3. f. Ambiente nocturno formado por personas famosas de distintos ámbitos, especialmente del espectáculo. U. t. en sent. despect. 4. f. Compañía ambulante de teatro que, por lo general, interpretaba comedias. Sinónimo de farsa.
Cierto sentido común define a la “farándula” como actividad pública de personas que comercian con espectáculos, para divertir a los pueblos, en persona o a través de los medios de comunicación, y así se convierten en figuras públicas que ejercen influencia significativa, en sentidos múltiples. Suele apelar a cierto manipuleo o tráfico de sentimentalismos y por eso mismo su análisis semiótico exige una perspectiva crítica, científica e histórica capaz de revelar su evolución, pertinencia y relevancia dentro de las realidades ideológico-culturales.
Ese carácter “popular”, que la farándula tuvo en sus inicios representado por actores y artistas trashumantes, tributaba ideológica y estéticamente a públicos de “status inferior” y sus producciones revestían un carácter “marginal” en contraste con los entretenimientos de las élites culturales. En el siglo XX, cambió sustancialmente el proceso y el producto cuando se descubrieron sus poderíos ideológico-mercantiles potenciados por el desarrollo de los medios de comunicación masiva y posteriormente los “medios digitales”. Cobró (en muchos sentidos) protagonismo la “fama”, la “visibilidad” y la idealización de estilos de vida. Se gestó una adicción aspiracional al sueño de un mundo burgués y pequeñoburgués.
Ahora la farándula es una herramienta indispensable para la guerra cognitiva. Lo ha invadido todo. Sus leyes generales, especializadas en distracción y manipulación en manos de la industria cultural, sirven para perpetrar y perpetuar la ideología de la clase dominante. Es un arma de guerra ideológica especializada en la guerra cognitiva y la “colonización mental” que anestesia frecuentemente a la conciencia crítica, impidiendo -cuando no atacando- la organización de las bases y la lucha por la emancipación. Aunque la farándula suele declararse apolítica. Se ha convertido en un “narcótico mediático”, que promueve valores mercantilistas, individualismo y superficialidad, alejando a las personas de las problemáticas estructurales (económicas y políticas) de la sociedad. Con sus ejércitos de celebridades, serviles muchas de ellas a los intereses más alienantes; con sus estilos de vida banales, fomenta una identidad distorsiva que nubla la conciencia de clase. Además, la “farándula” naturaliza y justifica las desigualdades sociales con una hegemonía cognitiva tóxica que refuerza a la “hegemonía simbólica” burguesa. Con risas falsas, bailes repetitivos, cancioneros cursis y muchos anteojos oscuros. La mediocridad voluptuosa.
Por eso nos urge la semiótica emancipadora capaz de combatir los designios perniciosos de la farándula que produce y reproduce significados, signos e ideologías retrógrados. No es sólo entretenimiento, es un sistema simbólico, operando en los cerebros, en los gustos, en los lenguajes… en todo lo que comunica valores y formas de vida alineadas con la lógica de consumismo, individualismo y alienación. Nos urge una semiótica crítica de la farándula, y sobre cada figura pública, evento, producto mediático o signo enceguecedor. Porque la farándula refuerza valores mercachifles bajo una fachada de entretenimiento, “símbolos” de alienación en los sentidos. La Farándula aliena a las personas de su realidad social, refuerza el fetichismo de la mercancía. Las celebridades venden sus mercancías ideológicas “perfectas”, como objetos de ilusión que encarnan ilusionismos.
Una lista de los monopolios del entretenimiento en cine, televisión, música y streaming: 1.The Walt Disney Company: Uno de los más poderosos propietarios de Marvel, Lucasfilm (Star Wars), Pixar, 21st Century Fox, y la red de ESPN. También controla parques temáticos y plataformas como Disney+ y Hulu. 2.Warner Bros. Discovery: Luego de fusionar Warner Media y Discovery, maneja negocios como Warner Bros. Pictures, y franquicias como DC Comics y Harry Potter, además de HBO y HBO Max (ahora Max). 3.NBCUniversal (Comcast): Dueño de Universal Pictures, Illumination Entertainment (productora de Minions), y DreamWorks. Además, controla redes de televisión como NBC y plataformas de streaming como Peacock. 4.Sony Group Corporation: A través de Sony Pictures Entertainment y Sony Music, controla franquicias como Spider-Man) y su división de videojuegos, PlayStation, también es un fuerte mercado de entretenimiento. 5.Paramount Global: Propietaria de Paramount Pictures y redes de televisión como CBS, MTV, y Nickelodeon, posee la plataforma de streaming Paramount+ y controla varios estudios de cine y televisión. 6.Apple Inc.: A través de Apple TV+, la empresa ha invertido fuertemente en la producción de contenidos originales, además de controlar el mercado de distribución de música y entretenimiento digital mediante iTunes y su App Store. 7. Amazon: Con Amazon Studios y su plataforma de streaming Prime Video, también adquirió MGM. 8.Tencent: compañía china, tiene un fuerte control de videojuegos, posee participaciones en Universal Music Group, Epic Games (Fortnite) y Riot Games (League of Legends). 9.ByteDance: Propietaria de TikTok, 10. Netflix: plataforma de streaming, influye fuertemente en la industria y el consumo de medios audiovisuales. Estos monopolios del entretenimiento no sólo monopolizan gran parte de lo que se produce y distribuye, sino también influyen ideológicamente en cómo se configura en buena parte del mundo. Su influencia para modelar percepciones y tendencias en la farándula concita debates fundamentales sobre la concentración de poder mediático y su impacto en la diversidad cultural.
Necesitamos una semiótica que neutralice la farándula y su construcción del deseo, donde los signos tienen como fin no sólo entretener, sino generar aspiraciones de éxito y riqueza burguesa, de lujo y belleza, naturalizando así las diferencias de clase. Actúa como un sistema semiótico que legitima la desigualdad social al presentar estas diferencias como algo natural y deseable. Síndrome de Estocolmo simbólico. También en un arma de guerra estética, donde la belleza del éxito, el glamour y el espectáculo se convierten en categorías que ocultan las relaciones de explotación. Las imágenes y signos asociados a la farándula están diseñados para generar una identificación visual y emocional, creando una “realidad estética” que desliga a los pueblos de las condiciones materiales de producción. A través de esta alienación estética la farándula produce sujetos que defienden estos valores sin cuestionarlos, perpetuando así el sistema de consumo capitalista para disfrutar la explotación y el saqueo. Necesitamos una Semiótica para la emancipación contra la farándula para deconstruir las estructuras de poder económico e ideológico que los sostienen. Una semiótica crítica y transformadora, donde las audiencias puedan desarrollar una conciencia que les permita resistir y derrotar la manipulación ideológica y cuestionar los valores que la farándula promueve. Para desarrollar la revolución de la conciencia.
En la farándula nos encontramos con la guerra cognitiva “entretenida”, que no sólo se disfraza como distracción, sino que forma parte de la estructura del poder simbólico que suplanta la realidad por la ilusión del “famoso” que actúa como un “modelo” o estereotipo que comercia ilusiones como espejos de deseos y frustraciones infiltrados con sus sistemas simbólicos capaces de endiosar cualquier mediocridad de éxito, belleza y carisma. En su base está la lógica de la mercancía. Su star system y la “cultura de las celebridades” son ofensivas cognitivas que forman parte de la “guerra cultural”, para promover y vender su ideología a través de la producción de “conciencia falsa” en la que los pueblos son inducidos a identificarse con estilos de vida y valores contrarios a sus intereses.
Es la guerra cognitiva a través de narrativas de “identidad escapista” donde reina la dictadura “del yoismo”, inoculada en el consumo frenético de imágenes mercantiles y marcas. Guerra cognitiva para la construcción de sus narrativas, que ha generado también un nuevo género de farándula “digital” donde los seguidores se convierten en consumidores activos de “influencers” intoxicados por la lógica de la farándula que exacerba problemas de violencia, de salud mental, de autoestima y de distorsión de la realidad con los efectos negativos de una cultura obsesionada con la fama y la validación externa.
Para la guerra cognitiva, ampliada con las armas de la farándula, importa la distorsión de la identidad de clase para la dictadura de los dispositivos ideológico-culturales de la “superestructura ideológica” infiltrada por los espectáculos, las celebridades y los medios que los promueven. No sólo sirven como distracción, sino que funcionan como un sistema de control ideológico, para mantener a las masas en un estado de conformidad activa en el consumismo.
Adorar a los famosos y figuras de la farándula es un negocio de alienación que, además de desviar la atención de las clases trabajadoras hacia un estilo de vida idealizado con valores como el éxito individual, la belleza y la fama, alienando a las personas de sus verdaderas condiciones materiales. Falsa conciencia que distorsiona la realidad. Fetichismo de la mercancía farandulizada por “celebridades” que son ellas mismas “mercancías” para la coerción, a través de instituciones como los medios de comunicación, la educación y la cultura. Aparato ideológico que naturaliza las desigualdades y legitima el sistema capitalista. Su prenda ideológica que es el éxito es el resultado es un espejismo de la “habilidad personal” y el esfuerzo individualista, en lugar de ser una consecuencia colectiva de las estructuras económicas y sociales.
Nuestra semiótica para la emancipación debe intervenir críticamente en la farándula que ha evolucionado como forma de “goce enajenado”, que promueve la autoexplotación al emular las baratijas ideológicas de ciertas figuras famosas que, a su vez, son herramienta útil en la guerra cognitiva que sofoca la conciencia de clase e insta a los individuos a identificarse más con un “ideal de éxito burgués” que con la solidaridad de clase o la emancipación colectiva. Y eso no es muy divertido.
Fernando Buen Abad Domínguez es filósofo, semiólogo y científico mexicano (CDMX 1956) Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Máster en Filosofía Política. Doctor en Filosofía. Es Rector Internacional de la Universidad Internacional de las Comunicaciones y Fundador del Proyecto Universidad de la Filosofía.
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