Un poco más de dos millones de bolivianas trabajan en el campo, el comercio, los servicios y la industria, con mucho esfuerzo y magros ingresos. Ellas se abren paso, pese a la fuerte discriminación, la doble jornada y la extrema explotación laboral y social Aunque sufre una fuerte discriminación que reduce sus oportunidades y merma […]
Un poco más de dos millones de bolivianas trabajan en el campo, el comercio, los servicios y la industria, con mucho esfuerzo y magros ingresos. Ellas se abren paso, pese a la fuerte discriminación, la doble jornada y la extrema explotación laboral y social
Aunque sufre una fuerte discriminación que reduce sus oportunidades y merma sus potencialidades, la mujer boliviana contribuye con creciente importancia en la generación de riqueza e ingresos en la economía y en beneficio de una sociedad que las relega y menosprecia.
Para el 2007, según los registros del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 45 por ciento de la fuerza laboral boliviana estaba conformada por trabajadoras, en las distintas actividades y rubros de la producción, el comercio y los servicios.
Son un poco más de dos millones de mujeres que trabajan, en su mayor parte, en condiciones precarias, con ingresos míseros y virtualmente sin beneficios ni protección social ni laboral.
De cada 100 mujeres ocupadas en la economía, casi 40 se desempeñan como trabajadoras familiares o aprendices sin remuneración, como mano de obra gratuita. Otras 30 trabajan por cuenta propia, con un ingreso laboral promedio mensual de 587 bolivianos, que apenas alcanzan para disfrazar el hambre, mientras que otras 20 son empleadas del Estado y de las grandes y medianas empresas, con un ingreso promedio menor a los 1.500 bolivianos. Las restantes 10 mujeres se distribuyen entre empleadas del hogar (700 bolivianos), obreras (menos de 500 bolivianos) y empleadoras o patronas (más de 2.000 bolivianos).
Mucho trabajo, pocos ingresos
Con estos niveles de ingreso, la mayor parte de las mujeres trabajadoras no están en condiciones de cubrir el costo de la canasta alimentaria y menos salir de la pobreza en la que viven dos tercios de la población boliviana.
Los registros del INE muestran, en cifras redondas, que el 40 por ciento de las mujeres trabajadoras están ocupadas en la agricultura, el 20 por ciento en el comercio y las ventas, el 10 por ciento en la industria manufacturera y el resto en los servicios y la educación.
Según las estadísticas oficiales, un millón cien mil mujeres trabajan en las ciudades, 700 mil en el sector informal, 320 mil en la economía formal y otras 100 mil en el servicio doméstico.
Con estos ingresos, que son en promedio un tercio más bajos que los obtenidos por los varones en las mismas actividades y con las mismas exigencias, las mujeres trabajadoras están, en su generalidad, tratando de mantener a flote la economía familiar, aunque a costa, muchas veces, de sacrificar el cuidado de los niños y el hogar.
Discriminación y exclusión
Estos magros ingresos contribuyen, junto a la fuerte discriminación y exclusión prevalecientes en la sociedad, a mantener a la mujer boliviana en el último peldaño del desarrollo humano, tal como señalan estudios especializados, como el del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, que consideran que las bolivianas tienen las peores condiciones de vida en la región y ocupan el último lugar en el índice de desarrollo de género en Sudamérica.
A ello contribuyen los alarmantes indicadores sociales y demográficos que agobian a la población femenina del país y que muestran una esperanza de vida de apenas 67,5 años, el porcentaje de analfabetismo de 15,8 por ciento y una tasa bruta de matriculación escolar del 79 por ciento, registros que son los más bajos de Sudamérica.
Las altas tasas de desnutrición, de mortalidad infantil y materna, también aportan con lo suyo. Las cifras hablan por sí solas: una de cada cinco mujeres está desnutrida, una de cada cuatro niñas y niños tiene una estatura baja para su edad, el cinco por ciento de las niñas y niños nacen con bajo peso, una de cada cuatro mujeres en etapa de gestación sufre de anemia por tener una deficiente alimentación, en directa relación con sus niveles de pobreza y marginalidad.
Mercado laboral
Si bien para las mujeres el mayor acceso al mercado laboral es el primer paso hacia el ejercicio de la ciudadanía económica, el trabajo remunerado ha traído para la mayor parte de ellas efectos negativos como la sobrecarga de trabajo y las tensiones familiares, antes que mayor autonomía y bienestar económico.
Sólo una minoría, que tiene altos niveles de educación, accede a buenos empleos, el resto se queda con fuentes de trabajo inestables e informales y sin protección social.
En los últimos 20 años, la participación de la mujer boliviana en el mercado de trabajo virtualmente se ha duplicado, aunque su masiva presencia se da en las actividades menos rentables, poco productivas y más inseguras.