El capitalismo y todos sus mecanismos de soporte y propagación le han impuesto a la humanidad un modelo de desarrollo científico y tecnológico que genera dominación y dependencia a partir de los grandes centros tecnológicos transnacionales ubicados en los países centrales. En sus comienzos y más aceleradamente en años recientes, el sistema mundial de patentes […]
El capitalismo y todos sus mecanismos de soporte y propagación le han impuesto a la humanidad un modelo de desarrollo científico y tecnológico que genera dominación y dependencia a partir de los grandes centros tecnológicos transnacionales ubicados en los países centrales.
En sus comienzos y más aceleradamente en años recientes, el sistema mundial de patentes estructurado por los países desarrollados han permitido profundizar la brecha tecnológica entre las economías y sociedades más ricas respecto de las más pobres, pues raramente esos conocimientos que generan valor son transferidas a estos últimos, o lo son en condiciones onerosas por leoninas.
Se sabe que el 85 % de las patentes provienen de Estados Unidos, la Unión Europea y el Japón, y alrededor del 90 % de los desarrollos tecnológicos en el mundo provienen de los países «más adelantados» en ciencia y tecnología. Este hecho produce un efecto de retraso en el desarrollo de nuevas tecnologías en países de menor avance que se agrava por la construcción de monopolios temporales creados a partir de los tratados internacionales de patentes y su asimilación y homogeneización en la mayoría de las leyes nacionales de propiedad industrial.
El capitalismo y sus patentes nos ofrecen un sistema basado en la exclusividad tecnológica para pocos y la exclusión en el acceso al conocimiento para la mayoría de los pueblos. La maquinaria propagandística activada desde los grandes centros de poder económico ha intentado mostrar a este perverso y nefasto mecanismo de exclusión tecnológica como el factor determinante del progreso de la humanidad a través del avance de la ciencia y la tecnología.
Organismos internacionales como OMPI (oficina mundial), EPO (organización europea), USTPO (oficina de EE. UU.), OEPM (oficina de España como colonizadora de América hispana) y la mayoría de las oficinas de patentes nacionales de países latinoamericanos han suscrito acríticamente a estos postulados, reproduciendo un sistema contrario a los intereses de sus mismos ciudadanos bajo los poderosos lobbies transnacionales ejercidos desde las propias corporaciones o a través de sus representantes locales (agentes de propiedad intelectual) o directamente por representantes de países extranjeros (embajadores o representantes de comercio).
Las infinitas ganancias logradas por los grandes conglomerados especialmente en tecnologías de alimentos y medicinas sensibles de impacto social elevado, tales como vacunas contra pandemias o antirretrovirales, hacen de las patentes un instrumento estratégico para la subsistencia del propio capitalismo corporativo que aparece con virulencia cuando se intenta modificar su base doctrinaria de sustento.
Todos los países son monitoreados año tras año observando cualquier comportamiento que se aleje de la «norma natural de las cosas» y entrañen un potencial riesgo y mal ejemplo para el resto.
La República Bolivariana de Venezuela es hoy la avanzada en la construcción de un cambio doctrinario que permitirá contribuir al impulso de un nuevo modelo de desarrollo en la transición a un socialismo bolivariano que libere a su pueblo del yugo monopólico de las patentes del capitalismo.