El punto crucial de la Historia de Bolivia reside en determinar si la Revolución del 1952, conducida por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), es una continuación del colonialismo interno, heredado de España, o, por el contrario, se trata de una ruptura de ese dominio colonial. La corriente indigenista que reivindica la primera posición ha […]
El punto crucial de la Historia de Bolivia reside en determinar si la Revolución del 1952, conducida por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), es una continuación del colonialismo interno, heredado de España, o, por el contrario, se trata de una ruptura de ese dominio colonial. La corriente indigenista que reivindica la primera posición ha recibido el respaldo del investigador estadounidense, Matthew Gildner, quien, en nota publicada en la Revista «Ciencia y Cultura», de la Universidad Católica Boliviana (Nº 29, de diciembre de 2012), sostiene que el MNR utilizó la historia «como agente de liberación nacional para la clase criolla-mestiza, que sigue gobernando un país cuya población es en su mayoría indígena». Gildner ha desarrollada esta posición en su tesis doctoral: «Indomestizo Modernism: National Development and Indigenous Integration in Postrevolutionary Bolivia, 1952-1964». Universidad de Austin, Texas. Agosto de 2012.
La tesis, en la que Gildner describe las políticas culturales de Víctor Paz Estensoro (VPE) y Hernán Siles Zuazo (HSZ), advierte que, según el MNR, el estudio de la historia debía estar al servicio no sólo de la nación, sino del partido. Infelizmente, no cita la fuente según la cual algún dirigente «emenerrista» hubiera indicado que la historia debía estar al servicio del partido. Aporta, en cambio, sólidas fuentes para demostrar que las políticas culturales del MNR buscaron forjar una identidad nacional, a través de la reinterpretación de la historia, conmemoraciones cívicas, nuevas designaciones de nombres para plazas y calles, aliento a notables muralistas, como Miguel Alandia Pantoja y Walter Solón Romero, y al mejor archivista del país, Gunnar Mendoza. Todo lo anterior estuvo dirigido a revelar la existencia de un pasado común, indo mestizo, para lo cual introdujo en los textos de historia los conceptos de mestizaje y pueblo boliviano, lo que constituye un reconocimiento a la trascendencia de la Revolución Nacional.
LA RESPUESTA DE LA NACION OPRIMIDA
El eje de esas políticas fue la Subsecretaría de Prensa, Informaciones y Cultura (SPIC), orientada por el futuro Canciller, José Fellman Velarde, quien, en 1953, editó «El Álbum de la Revolución Nacional», uno de cuyos mayores aciertos fue articular las figuras del Presidente mártir, el Coronel Gualberto Villarroel, y la de VPE. La construcción cultural movimientista, en la que jugó destacado papel el Instituto Cinematográfico Boliviano (IBC) y la Comisión Nacional de Historia (CNH) tuvo su epicentro en lo que Gildner denomina la coalición pan étnica y multiclasista, es decir una alianza de las clases oprimidas, integrada por obreros, campesinos y capas medias, con sus especificidades de estudiantes, militares, profesionales, empleados públicos y amas de casa, interesadas en suprimir la dominación de latifundistas y grandes mineros, al servicio del capital foráneo. A estos esfuerzos, el indigenismo denomina «la colonización de la memoria».
De esta manera, el MNR respondió a la interpretación euro céntrica y colonialista de la historia, cuya figura emblemática es Alcides Arguedas (autor del libro «Pueblo Enfermo), para quien la presencia indígena y aun mestiza en la vida pública es una amenaza para la democracia y un lastre que se debe extirpar si se desea el progreso de la República. En consecuencia, a su juicio, el atraso de Bolivia se debería a determinismos biológicos y geográficos. La historiografía nacionalista estima, por el contrario, que ese atraso obedece a la estructura económica interna, al servicio de la dominación foránea. Tal respuesta está condensada en el libro «Nacionalismo y Coloniaje», de Carlos Montenegro, quien aborda el tema a partir de la oposición binaria nación – anti nación.
La prolongada sumisión mental de la sociedad boliviana a la ideología «argueduna» se debió al control que la «Rosca» (alianza de grandes mineros y latifundistas) ejercía sobre prácticamente la totalidad de periódicos e imprentas. Por tanto, el MNR trata de rescatar el pasado refutando a la «anti historia». Augusto Céspedes, en su obra, «El Dictador Suicida», puntualiza Gildner, fue explícito al sostener que «la revisión de la historia es una de las formas de la liberación nacional». La CNH deja constancia, sin embargo, que el MNR no busca tergiversar los hechos, sino atenerse a éllos, a fin de interpretarlos de modo diferente, a fin de mostrar el verdadero rostro de la República. Postula abrir los archivos y acceder a las fuentes primarias, a fin terminar con la falsificación histórica.
Pese a lo anterior, los adversarios del MNR acusan a sus historiadores, y especialmente a Céspedes; de subjetivismo y falta de idoneidad y profesionalismo, así como de carencia de bibliográficas, quien se defendió aduciendo que todo lo que afirma en el «Dictador Suicida» está respaldado en evidencias verificables. Cabe recordar que el texto pone de manifiesto la alianza de la Embajada de EEUU, la «Rosca» y el estalinismo nativo en el colgamiento de Villarroel, el 21 de junio de 1946. La polémica citada ha sido enriquecida con la publicación del libro «Reescrituras de la Independencia» («Plural», septiembre de 2012), escrito por Rossana Barragán, María Luisa Soux, Ana María Seoane, Pilar Mendieta, Ricardo Asebey y Roger Mamani Siñani, quienes justamente utilizan fuentes primarias para demostrar la participación indo mestiza en la construcción de la nacionalidad boliviana. Tal revisión, si bien ratifica la posición anti Arguedas, muestra también las limitaciones del MNR en la valorización de la problemática indígena.
EL EJE DE LA NACIONALIDAD BOLIVIANA
Montenegro y Céspedes (ambos nacidos en Cochabamba), encuentran en la Revolución paceña, del 16 de julio de 1809, la alianza de clases oprimidas que luchó contra el coloniaje hispano, ya que aglutinó a criollos, mestizos e indígenas. «Reescrituras de la Independencia» arriba a similar conclusión. Pese a que la guerra de la Independencia está signada por enfrentamientos dentro de los realistas, divididos entre absolutistas y liberales (sobre todo a partir de la histórica Constitución de Cádiz, de 1812), las contradicciones endógenas emergen también entre criollos, mestizos e indígenas. Pero no sólo es la alianza clasista lo que impulsa a Montenegro a colocar como vanguardia revolucionaria a la Revolución de La Paz, sino también el nutrido conglomerado poblacional, indígena y mestizo dentro de su geografía, que penetra en un abanico de regiones productivas, como Tipuani con su producción aurífera, los Yungas con la coca, los fértiles suelos humedecidos por el lago Titicaca que los hacen aptos para la producción de papa y el crecimiento de auquénidos. A lo anterior, se suma que La Paz y Oruro se convirtieron en nexos comerciales entre la minería potosina y los puertos del Pacífico. El encuentro indo mestizo hizo que su rebeldía adquiriera inusitada radicalidad, en una región cuya diversidad climática fluctúa desde la amazonía a las nieves eternas.
«Reescrituras de la Independencia» da cuenta que entre el 16 y el 21 de julio de 1809, día en que se organizó la Junta Tuitiva (cuyo nombre completo fue Junta Representativa y Tuitiva de los Derechos del Pueblo), el Cabildo abierto de la ciudad de La Paz aprobó un «Plan de Gobierno», cuya autenticidad está fuera de toda duda, que dispone la eliminación de las alcabalas (o impuestos) sobre comestibles y manufacturas producidas por los indios, la quema de los registros de acreencias de los vecinos con las Cajas Reales, además de la destitución del Intendente Tadeo Diez de Medina y del obispo Remigio la Santa y Ortega, a quienes se acusa de infidelidad al Rey por ser partidarios de la infanta Joaquina Carlota de Borbón, vinculada a la Corona portuguesa.
TUPAJ KATARI, RECURSOR DEL 16 DE JULIO Y DEL 52
El Plan resuelve la creación de la Junta Tuitiva y la designación del mestizo Pedro Domingo Murillo (PDM), como Coronel Comandante de las Tropas de la Ciudad. Se trata del cargo de mayor jerarquía en la pirámide revolucionaria. Hasta ese momento, era inconcebible que el Comandante de la Plaza no fuese un español o un criollo ilustre. La Revolución paceña, como se escribió después, fue una tempestad que provocó un eco de un confín a otro de Los Andes. Para Arguedas, en cambio, fue una asonada de la chusma, encabezados por un «bastardo de la casta inferior», según sus palabras, para quien el cholo es populachero, tornadizo e inestable, signo revelador de la «raza cruzada», lo que, a su juicio, quedaría demostrado por las delaciones producidas luego del desplome del proceso revolucionario.
La impronta de la conmoción social está marcada por la presencia de caciques indígenas en el Cabildo y la Junta Tuitiva. Así, por ejemplo, fue incorporado a la Junta Francisco Ingacollo y Catari, descendiente de los caciques del pueblo de Chirca. Murillo fue condenado a la horca y Catari a 200 azotes, además de seis años de presidio. Los caciques ofrecieron 200.000 indios para la guerra. ¿Puede exhibirse mayor vinculación entre la gigantesca insurrección de Tupaj Katari, de 1781, con la de julio de 1809? ¿O es que se trataban de indios diferentes? Las corrientes indigenistas y «arguedianas» no pueden admitir que la gesta aymara de 1781 sea un preludio de la Revolución paceña y de las guerrillas de la independencia y que estos eventos sean, a su vez, precursores de la Revolución de 1952. Sobre el particular, se puntualiza, sin embargo, que Tupaj Katari luchaba por rescatar el pasado incaico. La Revolución paceña, en cambio, fue una revolución de la esperanza. PDM pretendía construir un país posible.
El análisis precedente debe incorporar las contradicciones existentes no sólo entre españoles y criollos, sino también entre mestizos e indígenas. «Reescrituras de la Independencia» se detiene en señalar, por ejemplo, que indios de la región de los Yungas capturaron y degollaron a dos destacados líderes de la Revolución paceña: El gallego Gabriel Antonio Castro y Victorio Lanza, a fin de ganarse el favor de las tropas realistas.
LAS MILICIAS ARMADAS
La radicalidad de la Revolución paceña se patentiza con la formación de milicias, organizadas bajo la dirección de PDM, en su condición de Comandante Militar de la ciudad: He aquí el resumen pertinente:
Compañía de milicias de los empleados de la Renta, al mando de Tomás Domingo de Orrantía. Compañía de milicias de Escribanos, a cargo de Juan Manuel Cáceres. (Cáceres, quien fue el escribano de la Junta Tuitiva, había combatido a Tupaj Katari en 1781, para luego convertirse en líder de los aymaras, a partir de la Revolución de julio. En esta condición, dirigió un segundo cerco a la ciudad de La Paz, en 1811, paralizando la pretensión de José Manuel Goyeneche de desplazarse al norte argentino, a fin de aniquilar a la Revolución de mayo. Cáceres trabajó intensamente con los Ejércitos libertarios argentinos y coordinó las acciones revolucionarias con los patriotas Esteban Arce, Manuel Ascensio Padilla y Juana Azurduy de Padilla). Compañía de milicias de oficiales de la Real Hacienda, al mando de José Casellas.
También hubo milicias en función de castas. Así tenemos la Compañía de Morenos, capitaneada por Francisco Otondo. Compañía de Naturales del Pueblo de «San Pedro» (ubicado en las afueras de la ciudad de La Paz), a cargo de Francisco Monrroy. Compañía de milicias de Pardos, a cargo de Francisco Albarracín. Existieron, además, milicias en función de procedencias lugareñas. Así tenemos al Grupo del pueblo de Luribay y el Grupo de Oficiales de los valles de Sapaqui y Caracato. Los españoles, leales a PDM, fueron encabezados por Francisco Suárez. Finalmente, hubo milicias por especialidad militar, como la compañía de lanceros.
«Reescrituras de la Independencia» señala los montos de dinero extraídos de las Cajas Reales para comprar uniformes, adquirir armas y otorgar alguna ayuda económica a los combatientes, quienes debían someterse a un entrenamiento castrense, impartido por PDM y por el español Juan Pedro Indaburo, que duraba entre seis y ocho horas diarias. Demás está decir que la rápida represión de Goyeneche, quien llegó a la cabeza de 5.000 soldados, desbarató la organización defensiva. La principal acusación del poder hispano sobre PDM residió, justamente, en su intento de organizar un ejército rebelde, lo que era muy difícil encubrir con la emisión de manifiestos en los que se hablaba de la adhesión «al amado Fernando Séptimo».
LO INDOMESTIZO EN ORURO Y AYOPAYA
La historiadora María Luisa Soux aporta a las «Reescrituras…», con «Recuerdos y olvidos en la memoria orureña del proceso independencia», al revelar que, en la insurrección anti hispana del 10 de febrero, se destaca, de manera excluyente, la participación de los mestizos, dirigidos por Sebastián Pagador, en perjuicios de notables criollos, como Jacinto y Juan de Dios Rodríguez, y, sobre todo, sin valorar debidamente las conmociones sociales generadas por Tupaj Amaru en el Cuzco y Tupaj Katari en el altiplano paceño. La mirada restrictiva de Marcos Beltrán Ávila fue rectificada por historiadores posteriores. Como puede advertirse, en las historias regionales no siempre se logra un criterio equilibrado de los contingentes que se rebelaron a nombre de la nación oprimida.
Al cobrar fuerza la guerra independentista hubo mayor claridad en la designación de los adversarios. Las tropas enviadas por el Virreinato de Lima comenzaron a llamarse «realistas», y los que obedecían a Buenos Aires «Ejércitos de la Patria». De manera paralela se asienta la Guerrilla de Ayopaya, en la región montañosa que separa La Paz y Cochabamba, dirigida por José Miguel Lanza. Las peripecias de este grupo armados son narradas en el «Diario del Tambor Vargas», rescatado por Gunnar Mendoza. En ese texto, el notable testimonio de José Santos Vargas considera que los guerrilleros mestizos de Ayopaya hubieran sido rápidamente derrotados sin el apoyo indígena. A su vez, otro historiador de las «Reescrituras», Roger L. Mamani Siñani, corrige a quienes atribuían a los indios un papel pasivo en la guerra de la independencia, mostrando su decisivo concurso como caudillos, soldados y respaldo logístico que proveía de información, alimentos y vituallas a los patriotas.
La historiografía euro céntrica y colonialista, de la que el indigenismo forma parte, busca atomizar la gesta independentista en compartimientos inconexos. Tal visión contradice innumerables documentos, como el Decreto de la Junta de Buenos Aires, del 08-06 de 1810 (citado por Mamani Siñani), relativo a la guerrilla de Ayopaya, cuyo texto dice: «En lo sucesivo, no debe haber diferencia entre el militar español y el militar indio… alternando estos con los demás sin diferencia alguna y con igual opción de ascensos» Añade que por ese decreto los indios podían acceder a la oficialidad sin limitación alguna.
SANTA CRUZ COMO PARTE DE LA BOLIVIANIDAD
La anti nación, como dice Montenegro, busca mostrar al oriente boliviano y sobre todo a Santa Cruz como región ajena al resto del Alto Perú y de Bolivia. Ana María Seoane de Capra, en su trabajo «El Proceso de Independencia de Santa Cruz de la Sierra: Entre los intereses locales y un Proyecto Nacional» muestra (dentro de las «Reescrituras»), los aportes de Santa Cruz a la lucha emancipadora, con sus propias características. Recuerda que los líderes del pronunciamiento anticolonialista del 24 de septiembre de 1810, como los criollos Vicente Seoane, José Manuel Seoane, Juan Manuel Lemoine y Vicente Caballero, estuvieron impregnados de las ideas emancipatorias que asimilaron en la Universidad de Chuquisaca, las que difundieron al retornar a su lugar de origen. Poco después, estos jóvenes cruceños, que ya se habían enterado de las transformaciones de la Revolución francesa y de la independencia de EEUU, predicaron la necesidad de protagonizar en Santa Cruz gestas libertarias, como las de Chuquisaca, La Paz y Buenos Aires.
Es verdad, dice la historiadora, que Santa Cruz escapa en varios aspectos al común denominador de las luchas regionales, ya que, al carecer de riquezas mineras conocidas, fue tenida en cuenta por el Virreinato sólo como muralla defensiva frente a Chiriguanos y bandeirantes, lo que contribuyó a que su clase dirigente estuviera acostumbrada a resolver sus problemas administrativos de manera autónoma. Por otra parte, la prédica rebelde no mereció gran atención de una oligarquía que gobernaba la región con fuertes dosis de paternalismo, lo que no ocurrió con sus artesanos y comerciantes. Sin embargo, ese clima pacífico fue alterado en agosto de 1809 (en medio de los pronunciamientos de Chuquisaca y La Paz), por «la rebelión de los indios, esclavos y mulatos esclavos y libres», la que, según Humberto Vásquez Machicado, fue un germen de la rebeldía que afloró el 24 de septiembre de 1810.
En este 24 de septiembre, se derrocó el poder hispano y se instaló una Junta de Gobierno que se mantuvo vigente hasta que el Virrey retomó el control de Chuquisaca y La Paz. Vicente Seoane fue condenado a muerte, pero pudo huir a los Yungas de La Paz, junto al sacerdote José Andrés Salvatierra, donde fue recibido por José Miguel Lanza, el jefe de la Guerrilla de Ayopaya. Durante la guerra de la Independencia, dice el texto de «Reescrituras», el General Cumbay, conductor de los guerreros chiriguanos, se relacionó con negros evadidos del Brasil, suscribió un pacto de cooperación en La Laguna con Manuel Ascencio Padilla y protagonizó una impresionante entrevista, en 1813, con el General argentino Manuel Belgrano. A su vez, Belgrano nombró al también argentino, Ignacio Warnes, Gobernador de Santa Cruz, quien liberó a los esclavos que tomaren las armas contra el coloniaje.
El italiano, Enrique de Gandía, acusado por el historiador beniano José Luís Roca de haber recibido dinero de Paraguay para coadyuvar a la desintegración de Bolivia, al terminar la guerra del Chaco, escribió que los delegados cruceños a la Asamblea Constituyente de Sucre carecían de legalidad y legitimidad. Gandía fue desmentido con los documentos que el Cabildo de Santa Cruz, la entidad más democrática que existía en ese entonces, acreditó a Vicente Seoane y Vicente Caballero como delegados para la fundación de Bolivia. Cabe recordar que insignes historiadores del país, como Gabriel René Moreno, los hermanos Humberto y José Vásquez Machicado, Enrique Finot, nacieron en Santa Cruz. Humberto Vásquez escribió que la derrota de los ejércitos argentinos en el Alto Perú marcó la historia regional de Santa Cruz (al igual que la del resto del Alto Perú) y la convirtió en parte de la bolivianidad.
INDIGENISMO O PROYECTO NACIONAL
Cuando se dice que Bolivia sigue siendo un país de mayoría indígena (como ocurre en la nota de Gildner), sin aclarar que los censos del los años 2001 y 2012, eliminaron la opción mestizo de las posibilidades de respuesta ciudadana y no se menciona que la nueva Constitución Política del Estado (del año 2009) reconoció de manera arbitraria a 36 inexistentes naciones indígenas, ¿qué futuro se prevé para Bolivia? ¿Qué propone el indigenismo para defender y utilizar los recursos naturales con racionales límites ecológicos? ¿Cómo Bolivia podrá defenderse del poderío aniquilador de los grandes Bancos y de sus paraísos fiscales, sino es a través de su cohesión interna y de su participación activa en organismos regionales como el MERCOSUR y la CELAC, que ofrecen opciones geopolíticas reales al dominio del poder mundial?
Evo Morales promulgó la Ley Contra el Racismo y Toda Forma de Discriminación, en octubre de 2010. Si tal disposición hubiera sido dictada en la Asamblea Constituyente de 1825, en caso de que la alianza indo-mestiza no hubiera sido destruida por los empresarios mineros y terratenientes que se apropiaron del sacrificio de guerrilleros y protomártires, otro hubiera sido el destino de Bolivia. Los guerrilleros y soldados de la Independencia no combatieron por prebendas sino por el ideal de Patria. Desarrollaron las virtudes de frugalidad, sacrificio, compañerismo y solidaridad, las que pudieron ser la base de una sociedad diferente a la impuesta por los herederos racistas de la casta encomendera. Este racismo fue correspondido con el odio de los sometidos y humillados, que empantanó al país y lo dejó inerme frente a las oligarquías de países vecinos, que la despojaron de la mitad de su territorio.
Por otra parte, la alianza indo-mestiza sufrió un rudo golpe adicional por la derrota del ala jacobina de la Revolución de mayo, de 1810, en provecho de los grandes comerciantes y ganaderos del puerto de Buenos Aires, que destruyeron el proyecto sudamericano de Mariano Moreno y Juan José Castelli. El MNR no tuvo la visión de acompañar sus transformaciones estructurales con la Ley que penalice el racismo, la que tuvo que esperar casi 60 años para su promulgación y progresiva vigencia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.