Parece claro que el concepto clásico de prestador de servicios en Internet (ISP en el acrónimo inglés) pierde relevancia y la mayoría de las actividades de intermediación entre los titulares de contenidos y los usuarios las llevan a cabo agentes distintos que sólo encajarían en una noción más amplia de intermediarios en Internet: buscadores como […]
Parece claro que el concepto clásico de prestador de servicios en Internet (ISP en el acrónimo inglés) pierde relevancia y la mayoría de las actividades de intermediación entre los titulares de contenidos y los usuarios las llevan a cabo agentes distintos que sólo encajarían en una noción más amplia de intermediarios en Internet: buscadores como Google; casas de subastas; portales; servicios P2P; servicios de contenido generado por usuario (UGC) como YouTube, de llamadas telefónicas como Skype, redes sociales como Tuenti, Twiter, Facebook…
Es curioso que si los titulares de contenidos reclaman a los ISP una compensación por el uso de sus obras, los ISP reclamen ahora a otros intermediarios una compensación por el uso de sus redes. El valor no compensado se desplaza desde la superestructura representada por la actividad intelectual /creativa a la infraestructura material (los cables pueden ser muy caros, incluidos los de fibra óptica y los submarinos). En medio está Google (y otros intermediarios como Skype, etc) que con toda la simpatía de un versátil joker prestan cada día un servicio distinto y recaban todo el entusiasmo de los internautas. Entre pirueta y pirueta Google recaudó más de 230 millones de euros el año pasado en España y pagó alrededor de 11 de impuestos.
La gente los adora porque queremos parecernos a ellos, un día plantan cara nada menos que al Gobierno de China y otro a las operadoras (Google acaba de anunciar que construirá su propia red de fibra óptica precisamente para que Cesar Alierta no repita eso de «las redes son nuestras»). Innovación frente a tiranía e inmovilismo aunque quizá demasiado «pop» por ponerlo en términos musicales.
No está claro que se vaya a producir el debate que anticipa la declaración de Alierta y el apoyo del Gobierno. Al fin y al cabo Google es famoso por no entrar al trapo y escoger cuidadosamente el contexto de sus intervenciones. Sin embargo estas declaraciones pueden descargar algo de presión mediática de los titulares de contenidos, que no aparecen ya como los únicos que consideran que su esfuerzo se queda sin retribuir en las redes. Tienen también la virtud de revelar que el debate se presenta de un modo demasiado simple. No son iguales todos los intermediarios en Internet. Y no lo son todos los titulares de contenidos (creadores/autores/ artistas/editores/productores). No es igual una gran productora cinematográfica o musical de ámbito multinacional que un músico africano o un actor indio que trabajan fueran de convenio. Los derechos intelectuales pueden usarse para permitir que el creador como persona física retenga una parte del resultado económico de la explotación de su creación y entonces operan como una traba a los procesos capitalistas típicos de acumulación de capital y retorno de las inversiones. Y pueden utilizarse para acelerar esos mismos procesos. India es el primer productor mundial de películas y Nigeria el segundo (más de 1000 y más de 800, respectivamente). USA más de 400. Si se consigue que los millones de actores empleados en esos países reciban una compensación mínima por su trabajo el impacto en su desarrollo será notable. El término de trabajador de la cultura y su relación con los derechos intelectuales me parecen especialmente fructíferos porque ponen en evidencia que las políticas públicas pueden poner el acento en compensar a los trabajadores a través de los derechos intelectuales e incluso garantizarles una remuneración mínima (ya sea mediante convenios colectivos, disposiciones contractuales o a través de los derechos de remuneración). Pueden reforzar a las industrias culturales, tales como productores o editores, facilitando la transferencia a estos de los derechos de los creadores. Pueden igualmente favorecer a los intermediarios en Internet a través de limitaciones a los derechos, exenciones de responsabilidad y una fiscalidad laxa.
Los intermediarios han sido tremendamente hábiles en conseguir que sus posiciones las asuman otros, empezando por los internautas, ya sea desde la izquierda, desde posiciones libertarias o desde posiciones conservadoras… Desde todas las posiciones. El que todos se encuentren en la red facilita la formación de sucesivas banderías en que todos se unen contra enemigos externos, ofreciendo la oportunidad de participar, como si de un videojuego se tratara, en los sucesivos lances entre el príncipe digital y el dragón analógico (véase el canon, las entidades de gestión o Ramoncin ). La verdad es que es divertido pero no ayuda a la imprescindible reforma de la gestión colectiva de los trabajadores de la cultura y a los intentos de que responda a su naturaleza -esto es verdadera autogestión, colectiva, solidaria y sin ánimo de lucro-. Una gestión que necesita adaptarse urgentemente al nuevo entorno, caracterizado por la nueva consideración del dominio público, las licencias flexibles como CC y la creatividad colaboradora expresada en las redes sociales. Esa reforma que debe buscar la simbiosis entre los derechos intelectuales y el acceso a la cultura y que no parece estar de actualidad en la Red, donde el debate parece en cambio centrarse en la eliminación de la gestión colectiva, sin parar mientes en que su probable reemplazo será empresarial, individual y comercial.
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