Recomiendo:
0

Lecciones de Democracia

Fuentes: Rebelión

Uno de los lugares comunes en los diferentes medios de comunicación durante las pasadas semanas en Bolivia es, sin duda, la felicitación al trabajo del Órgano Electoral por la encomiable labor en la conformación del nuevo padrón biométrico. Este padrón será el de referencia para las próximas elecciones del 6 de diciembre, en las cuales […]

Uno de los lugares comunes en los diferentes medios de comunicación durante las pasadas semanas en Bolivia es, sin duda, la felicitación al trabajo del Órgano Electoral por la encomiable labor en la conformación del nuevo padrón biométrico. Este padrón será el de referencia para las próximas elecciones del 6 de diciembre, en las cuales los bolivianos y las bolivianas elegirán a los y las titulares de la Presidencia y Vicepresidencia del país, y a los miembros de la Cámara de Diputados y Senadores, llamados a implementar la nueva Constitución.

Bolivia es un país con una extensión territorial que cuadriplica a la del Estado Español, con la población mas depauperada en Sudamérica, y gobernado por un Estado sin presencia ni control en ámbitos rurales (la mayoría del país), ni en sus extensas y remotas fronteras.

La tarea a acometer suponía la implementación de un padrón de última tecnología, huella dactilar incluida, entre una población constituida en un 40% por un ámbito rural sumamente disperso y en un porcentaje homólogo por distritos urbanos depauperados tales como el Plan 3000 en Santa Cruz, con una población de más de 180.000 habitantes, o la propia ciudad del Alto, con más de un millón. Por si el reto no fuera suficientemente arriesgado, el plazo marcado requería llevarlo a cabo en tiempo récord 2 meses y medio.

Desde el prisma de la cultura y práctica política europea no pocos calificarían de aventurera y la tarea hercúlea pronosticándole un seguro fracaso. Pero a Bolivia no le encajan los corsés maniqueos de la política europea, existe un abismo entre nuestra practica y la boliviana y por extensión la latinoamericana. Ese abismo se llama democracia.

En Europa, en lo últimos años hemos asistido a la resurrección del sufragio censitario [1]. Ya no se precisan leyes que lo privilegien, como en el diecinueve, basta con la profunda convicción de la población de la inutilidad de su voto. La distancia entre los escenarios y actores del atrezzo político y la población votante, con la que se relacionan a través de la publipolítica, la supranacionalización de las decisiones rectoras de la economía-política, la burla a los electores sometidos a reeditar su decisión en tanto no se ajuste a la de los gurús de Bruselas, la precarización de las condiciones de vida o las jornadas maratonianas de trabajo que impiden en la práctica el acceso a la información y la reflexión sopesada, son todos elementos subjetivos y objetivos que condicionan el alejamiento de la población de lo Político, entendiéndolo con mayúsculas, como paradigma de la elaboración colectiva de propuestas de gestión de lo público, de transformación y mejora de la sociedad, frente al nuevo paradigma impuesto por la gramsciana hegemonía dominante, el de la política de los gerentes, del inmovilismo del fin de la historia de Fujuyama.

En Bolivia la situación es radicalmente diferente. El pueblo boliviano no se ha inscrito en el nuevo padrón por un repentino brote febril de conciencia ciudadana o sentimiento democrático. De hecho éste es un país que recién empieza a conocer las ¿virtudes? de la democracia representativa. ¡El pueblo acude inscribirse porque se siente protagonista! porque sus asambleístas rinden cuenta en sus comunidades, porque los electos son líderes comunitarios de movimientos sociales y organizaciones indígenas, porque su Presidente ha pasado por sus mismas vicisitudes y les consulta permanentemente sobre las mismas, porque cree en la representación, porque en definitiva cree en su democracia, una democracia representativa que abre espacios de participación, que permite a la población creer que el proyecto es suyo, un proyecto que ilusiona, que abandona los gestos y palabras manidas de los profesionales de la política, porque por primera vez en su historia siente que su voto sirve de algo.

Una lección indiscutible de democracia para la Europa de Rousseau…


[1] . La participación en las últimas elecciones europeas fue tan sólo de un 43%, en caída libre desde las primeras para la Europa de los 9 que marcaron un 62% en 1979. Entre tanto la aprobación de la reforma de la que es la más importante Ley para los andaluces, su Estatuto, pasaba el listón con una pírrica participación del 35%.

En las elecciones europeas países como Portugal o Reino Unido apenas alcanzaron el 37% de participación.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.