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Liberales contra conservadores ¿una disputa real del siglo XXI?

Fuentes: Rebelión

En las semanas recientes han ocurrido en México sucesos políticos muy interesantes. Primero la visita del Presidente del Estado cubano, Diaz-Canel, que con motivo de la reunión del CELAC en la capital del país, fue utilizado por el gobierno mexicano actual para revestirse de una mano antiimperialista, “revolucionaria”, y no sé qué tantas cosas más.

Sin duda la propaganda surtió los efectos esperados. Tanto desde las posiciones de la derecha o los llamados “sectores conservadores”, como desde la supuesta izquierda y el “liberalismo” (sic), todos comenzaron a señalar, con sus propios intereses, lenguajes y métodos que en México se está llevando a cabo una auténtica revolución.

Desde la derecha política y los intelectuales orgánicos del poder económico se ha viralizado la idea de que el gobierno de AMLO camina hacía el comunismo. Y desde “el campo liberal”, que se hace pasar por izquierda socialista o más hasta comunista, también se asegura que en esta etapa del desarrollo histórico mexicano estamos ante un proceso revolucionario.

Ya en otra entrega analizábamos sí de verdad el gobierno de AMLO representa una revolución. Hasta ahora, los trazos centrales del neoliberalismo no se han extinguido. El sistema económico, es decir el que definió el llamado neoliberalismo, sigue vigente, intacto, intocado. Andrés Manuel cuando se refiere a la transformación, sólo hace referencia a la lucha contra la corrupción, claro todo revestido de una demagogia absorbente.

Sin duda el sistema capitalista tiene como sinónimo la corrupción. Por tanto, para luchar contra la corrupción de verdad, hay que cambiar el sistema, transformarlo, revolucionarlo, colocar la transformación socialista como la columna central de la verdadera transformación. ¿esto está pasando en México?, claro que no.

Hasta ahora la fraseología con relación a la supuesta transformación ha privado por encima de los hechos. Se afirma que este gobierno gobierna para los pobres, los desprotegidos, pero se recibe en Palacio a los magnates, a los dueños del poder económico y en muchas regiones del poder político. En esas regiones, la supuesta separación entre lo económico y lo político sólo es una falacia.

El discurso presidencial se ha centrado en señalar que se gobierna para los pobres. Que cómo nunca en la historia de México se han destinado tantos recursos públicos para atender “las necesidades” de los pobres.

Claro, si observamos los componentes del presupuesto se tendrá una impresión favorable, en efecto las partidas para los “programas sociales” son muy importantes, pero apenas iguales a las que los gobiernos neoliberales destinaban para esos efectos.

Y en ambos gobiernos, ni se combate la pobreza, ni, por tanto, los pobres disminuyen, por el contrario, en ambos crecen y crecen. Así que las bases del “modelo neoliberal” siguen intactas, más poder para el capital, más pobreza para la inmensa mayoría, los trabajadores. Sin embargo, la demagogia de la socialdemocracia revestida de populista sigue gritando campante que México se transforma.

La fraseología y demagogia dominante hablan de gobernar con honestidad, para el pueblo. Y en esto no se diferencia de los gobiernos neoliberales. Ellos también en su fraseología y demagogia decían gobernar con honestidad y para el pueblo. Pero los hechos demuestran para quién gobiernan en realidad.

La búsqueda de enemigos reales, imaginarios o creados, permite elaborar sofismas y encontrar respuestas y supuestas propuestas. Hasta ahora sólo AMLO se ha declarado como “liberal”, aún no aclara que tipo de liberal es, ya que desde la derecha intelectual también se reclama ese espacio político, es decir, el liberal. Entonces no se sabe si AMLO se identifica con el liberalismo de Krauze de Zaid o es diferente a ellos a quienes califica como conservadores.

Nadie en el gabinete, ni desde el partido en el poder se ha declarado miembro de la corriente política con la que supuestamente se identifica el presidente. Así que la supuesta disputa entre liberales y conservadores es sólo una postura demagógica de AMLO. Tampoco nadie, desde el poder político se ha declarado de izquierda, es decir estamos ante una disputa ficticia.

Lo cierto es que las dos corrientes que supuestamente se han decantado en el espectro político mexicano, es decir liberales y conservadores, se disputan no un proyecto de nación, como también falsamente señala el presidente.

Sin embargo, sí hay una disputa. Lo que hay en el fondo es un forcejeo entre dos corrientes políticas e ideológicas que contienden realmente por el “honor” de salvar al capitalismo mexicano de una profunda crisis que se está ventilando no sólo en el ámbito nacional sino también en el internacional.

En esta disputa, diferendo o forcejeo ni la izquierda socialista o comunista, ni el movimiento social aparecen. Están presentes los dueños del poder político y económico, sus intelectuales orgánicos, pero ningún representante del movimiento social que se enfrenta con el poder está en la mesa.

Algunos intelectuales orgánicos del poder político insisten en hablar de revolución “política” para intentar un burdo símil con una supuesta “revolución social”. Había que dejar muy claro que las diferencias entre ambos conceptos son claras y fueron desarrolladas por Marx, Engels y Lenin.

Una revolución social tiene que ver con la transformación de las estructuras económico-sociales, de las superestructuras políticas y de la cultura. Esta transformación tendrá que ser una claramente socialista. Una revolución política tiene como rasgo definitorio la toma del poder por una clase social específica.

En México no se han transformado las estructuras económico-sociales, a no ser que se crea que los programas asistencialistas, que, por cierto, por su perfil y diseño no se diferencias de los del neoliberalismo, sean una “transformación” de las estructuras sociales. El sistema político que se estructuro en la etapa neoliberal del capitalismo mexicano sigue intacto. Se mantiene vigente el poder de la partidocracia y AMLO se ha encargado de fortalecerlo.

Por su parte, el poder político no radica en los sectores mayoritarios de la población, destacadamente la clase obrera. Por ejemplo, en la última ocurrencia presidencial, la llamada “contrarreforma eléctrica”, no se considera en lo absoluto la administración obrera de la Comisión Federal de Electricidad. Por el contrario, sólo se apunta a un rancio, obsoleto e ineficaz capitalismo de Estado.

Así, el poder político lo sigue ostentando la clase que diseño, estructuró, perfeccionó el modelo capitalista mexicano y que se fortaleció precisamente en los gobiernos de Cárdenas, Alemán, López Mateos, etc., políticos a los que parece venerar AMLO, sin duda como resabio de viejos tiempos de militancia.

Sin embargo, hay que ser muy claros, sí se están presentando verdaderas transformaciones en varios ámbitos. Las organizaciones sociales, los grupos organizados, los sindicatos, los partidos de la izquierda comunista, revolucionaria, están sufriendo una profunda transformación, en sus métodos, sus estructuras organizacionales, sus lenguajes.

Se trata de prevalecer, de potenciar, de fortalecer la organización social, revolucionaria, socialista, comunista ante los embates del poder que trata de desaparecerla o reconvertirla, mediante la colaboración de clases en un mero aplaudidor, seguidor inerme del presidente en turno.

Otra transformación que se esta produciendo es en el campo de la vieja izquierda. Poco a poco, el lenguaje absorbente que pretende convertirse en el único, permea los métodos, comportamientos, leguajes y visiones de los grupos, organizaciones y personas que se adscriben en esta corriente ideológica. La izquierda mexicana se ha transformado en la socialdemocracia del siglo XXI.

Y la socialdemocracia se está transformando en una mezcla de populismo, nacionalismo revolucionario, liberalismo, en fin, lo que acomode al discurso y a las pretensiones de control absoluto. Un día se recibe a lo más granado de la iniciativa privada, todos socios y representantes de los monopolios y otro se afirma que hay que escoger entre “el pueblo” y la empresa privada, entendiendo como “el pueblo” a su supuesto representante en el gobierno.

Estas son las transformaciones en el México del siglo XXI. Y todo para acomodar, para fortalecer, para proteger al sistema de explotación, al sistema capitalista. Seguro esto sonará “atrasado”, “de las cavernas”, incluso dogmático a quienes se afán por agradar al residente en un Palacio, por cierto, en un Palacio.

Pero mientras el sistema permita que las desigualdades crezcan, que los servicios de salud, educación y la atención a mujeres y niños se planteen desde una perspectiva asistencialista, mientras se acrecienta la precarización salarial, mientras las condiciones laborales se mantengan lesionando a los trabajadores y sus familias, todo esto sin permitir la creación de poder popular, sólo será demagogia, sofismas, y para la supuesta izquierda colaboración de clases.

La disputa entre “liberales” y conservadores es ficticia, es una falacia, no existe. Sólo es utilizada como parte del discurso absorbente que pretende ser único.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.