México marcha hacia la configuración de un proceso de disputas entre la oligarquía y el imperialismo predominantes, frente a una serie de fuerzas tanto populares como de diversas capas sociales que se ven enrutadas a presionar por sus intereses. El panorama dista mucho de derivar en una paz poselectoral, y sin embargo este proceso le […]
México marcha hacia la configuración de un proceso de disputas entre la oligarquía y el imperialismo predominantes, frente a una serie de fuerzas tanto populares como de diversas capas sociales que se ven enrutadas a presionar por sus intereses.
El panorama dista mucho de derivar en una paz poselectoral, y sin embargo este proceso le atraviesa de punta a punta, pese a que lo que predomina en el escenario mediático son una serie de alternativas macropolíticas que limitadamente repercutirían en pro de los sectores y clases populares, dado que se asientan en torno a la activación del capital y en segundo o menor plano de los intereses sociales.
En esencia, la cuestión se ve reducida a la opción recalcitrante del sendero desintegrador del Estado y nación mexicana a merced de los tiburones financieros, pero sobre todo, del hegemón norteamericano mediante sus candidatos vendepatria Meade-Anaya; como territorio de reserva para intentar recomponer su perdida hegemonía mundial y las grandes ganancias a que le tiene atado su sistema de avaricia. De otro lado el proyecto de López Obrador se desarrolla con una clara perspectiva de poder, del cual son ciertas las críticas y reservas en torno a su programa, componendas, negociaciones e inconsistencias frente a los grupos dominantes; trasmitiendo una perspectiva incierta en el cumplimiento de sus mejores propósitos. El obradorismo no necesariamente encarna los anhelos más sentidos del pueblo mexicano, aunque en medio de ello sus posiciones visiblemente chocan con las del gran capital en varios capítulos, y de esta manera los anhelos de salida popular se entretejen desde abajo.
Sin embargo, lo interesante de este proceso tal como está, según el contexto social imperante, es caldo de cultivo para que se desarrollen antagonismos y luchas en torno a otras posiciones especialmente populares dentro del fenómeno.
En estas circunstancias de décadas de enconada agresión y saqueo del país, salen a la luz nuevos problemas, como el rechazo al sistema vigente, la desfachatez de los poderes fácticos, el narcopoder, el burocratismo paralizante, la violencia política, el sistema de corrupción, el mecanismo de fraude electoral institucional, el desgaste del neoliberalismo y la depredación capitalista. Factores catalizadores en un momento determinante para juntar los descontentos subyacentes en el seno de las clases trabajadoras, las capas medias, los sectores y pueblos históricamente marginados del panorama de la clase dominante.
Cientos de fuerzas izquierdistas se enfocan fundamentalmente en que AMLO no es una opción revolucionaria, que no podría hacer mucho dados los candados institucionales e imperiales a que ya se encuentra el país, además de que está siendo rodeado por un cinturón de personeros del sistema para maniatarlo, y que en todo caso habría que hacer tibias declaraciones en defensa de la voluntad popular. Ciertamente es así respecto de sus circunstancias, pero más allá del personaje se encuentra el proceso político que está en condiciones de despuntar en este contexto a la luz tanto de su derrota como de su muy posible ascenso al poder; en donde hasta para las posiciones del obradorismo habría necesidad de una constituyente que reconfigure el poder político-económico.
Puesto que de ser así, de conseguir la victoria en el máximo de tensión, inmediatamente la disputa subirá de tono, en donde factores como los monopolios, los altos mandos del ejército, las burocracias y resistencias a cualquier cambio, propiciarán la intensificación de la lucha política a pesar de la tendencia positivista asentada en el seno de las fuerzas que dirigen Morena y de la inminente corrosión que el sistema y sus propias condiciones internas propician en torno a las relaciones de poder de sus grupos.
Cuando vemos, las disputas políticas mediáticas entre los contendientes al poder ejecutivo, se entiende además una grave política que recoge las líneas de las guerras de cuarta generación específicamente para la deconstrucción de la conciencia social del pueblo mexicano (posverdad mediática, asesinatos en torno al proceso electoral, maniobras para urdir el fraude, inducción del miedo al cambio de régimen).
Como se sabe, hay una disputa real en torno a que por esta vía en la condición presidencialista del país, se deciden importantes aspectos de la vida social inmediata, que dimensionan las circunstancias en que ha de moverse la lucha de clases a continuación, es un hecho por encima de todo dogmatismo, es la realidad del país.
Lo que unos u otros logren hacer dependerá de las fuerzas que remuevan para ello, lo interesante es el despuntar de los procesos de organización democráticos que consigan consolidarse en el camino, lo cual hace tanta falta en las desmembradas condiciones de unidad entre los de abajo; en que las banderas desdeñadas por los principales actores, deben ser retomadas sin vacilaciones: la cuestión del antiimperialismo, la crítica al capitalismo y el impulso de la lucha popular latinoamericana.
Otro hecho evidente es que la represión y todas las formas de reaccionarismo de las clases opresoras van a incrementarse como respuesta de contención ante el desarrollo de un nuevo proceso social. Tanto contra los pueblos como a las organizaciones revolucionarias y democráticas, sea cual sea el resultado, van a acosarles; por lo que acuerparse y proyectar las líneas estratégicas y el programa de lucha es vital.
La disputa es con la burguesía, el imperialismo y quienes concilien con sus intereses, no obstante hay que responder al planteamiento de que el pueblo se propone las metas que puede lograr en circunstancias concretas. El desarrollo del movimiento de fuerzas revolucionarias hacia un proceso democrático y consecuente depende de que las clases populares encuentren mejores condiciones de confrontación, sea manifestación, derechos sociales, espacios públicos de lucha, sacudidas y desequilibrio en la estructura dominante, una tendencia de ascenso en la lucha de clases, u otros.
La gestación de un proceso democrático y revolucionario exige el máximo de flexibilidad, una estrategia sostenida, un acercamiento entre el pueblo y sus fuerzas, un trabajo de elevación de conciencias en el ámbito de la disputa que debe desarrollarse, y sus contenidos sociales tales como el tipo de conflicto social con sus perspectivas para el mediano plazo. Esta lucha requiere concentración en sus formas, en el acatamiento a las necesidades fundamentales de movimiento político con sentido revolucionario.
Centro de Estudios Karl Liebknecht (CEKL), Frente Sindical de Trabajadores Independientes (FSTI), Frente Popular Francisco Villa Independiente (FPFVI), Movimiento Proletario Independiente (MPI), Frente de Izquierda Revolucionaria.
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