No es la primera vez que el equipo de asesores del presidente George W. Bush apela a golpes de efecto para intentar retomar una iniciativa política que se le escurre entre las manos. Ni la primera vez que falla. Si un año atrás la inesperada cumbre extraordinaria de las Américas realizada en Monterrey terminó en […]
No es la primera vez que el equipo de asesores del presidente George W. Bush apela a golpes de efecto para intentar retomar una iniciativa política que se le escurre entre las manos. Ni la primera vez que falla. Si un año atrás la inesperada cumbre extraordinaria de las Américas realizada en Monterrey terminó en humillante fiasco para la Casa Blanca, no parece diferente el resultado del gesto -menos ampuloso y costoso, pero acaso más significativo- de llamar por teléfono al presidente argentino Néstor Kirchner el mismo día y a la misma hora en que cuatro presidentes y un rey se reunían en Venezuela, dando lugar a lo que sería la más severa derrota diplomática imaginable para el Departamento de Estado estadounidense.
Nada menos que esto es lo que refleja el encuentro en Guayana, Venezuela, de Luiz Inácio Lula da Silva, José Luis Rodríguez Zapatero y Alvaro Uribe con el anfitrión Hugo Chávez: el sonoro fracaso estadounidense en su última arremetida para desprestigiar y aislar a la Revolución Bolivariana, como paso de una escalada destinada a desencadenar una agresión militar contra Venezuela con base en Colombia.
«No aceptamos difamaciones contra compañeros. Venezuela tiene derecho a ser un país soberano», dijo Lula. «Nadie puede colocar reticencias» dijo Rodríguez Zapatero, aludiendo a la venta de España a Venezuela de cuatro corbetas y equipos de transporte militar por más de 1.000 millones de dólares. Esto es, dijo «una garantía de seguridad a la lucha contra el narcotráfico y ésa es nuestra política». Para colmo, la cancillería colombiana admitía en voz baja que esa compra, así como los 100 mil fusiles y 40 helicópteros que Venezuela adquiere en Rusia «no tiene naturaleza ofensiva» y por tanto no son motivo de preocupación para Bogotá. «Es el momento de escoger si vivimos jalonados por los rumores, si dejamos que se agrien las relaciones de nuestros pueblos, o avanzamos con la agenda de lo práctico», dijo Uribe quien, para desesperación de los estrategas de Washington, aparentemente sin saber que sus palabras estaban siendo transmitidas por televisión, hizo un anuncio inesperado: «esto lo digo aquí en privado, estamos en conversaciones con las Farc… mal haría yo en ignorar la ayuda del presidente Fidel Castro, quien está colaborando».
Faltaba algo: a los cuatro presidentes se sumó Maradona y marcó la tónica con sus rotundas declaraciones: «es un amigo y un revolucionario. Yo soy revolucionario», declaró el futbolista argentino refiriéndose al presidente venezolano, antes de gritar «Viva Chávez», acompañado por los mandatarios de España, Brasil y Colombia y ante las cámaras de todo el mundo.
Con precisa medición del significado del acontecimiento, Chávez inauguró el encuentro: «un nuevo mapa geopolítico se está formando. Se trata de darle forma a un nuevo mapa sin confrontaciones, especialmente desde Venezuela, donde se nos acusa de tantas cosas, de ser una fuerza negativa en la región, se nos acusa de organiza una carrera armamentista en la región, de apoyar a grupos terroristas, yo rechazo esas versiones. En Venezuela lo que queremos es paz».
Mientras tanto, Bush telefoneaba.
Sólo la prensa argentina eludió la conclusión obvia del gesto impotente de la Casa Blanca y trató de ocultarla bajo una catarata de chismes y análisis en los que el cinismo compite sin éxito con la superficialidad. A través de algunos portavoces desembozados de la embajada estadounidense en Buenos Aires, no bien terminó la comunicación telefónica de Bush con su par argentino, al mediodía del martes 29 se desató una campaña radial y televisiva, prolongada al día siguiente por los diarios, según la cual Bush habría llamado para felicitar a Kirchner por los maravillosos éxitos de la economía argentina y para combinar con él un plan político destinado a evitar el avance de las fuerzas revolucionarias en Bolivia y empeñar al gobierno de Kirchner en una operación destinada a «frenar a Chávez», reconociéndolo así «como uno de los líderes más importantes de la región».
Nadie lo afirma, pero la inferencia es rotunda: Argentina está aliada con Estados Unidos contra la Revolución Bolivariana. En efecto, con el control de los medios de difusión de masas, se puede ocultar, tergiversar y manipular el sentido de los hechos. Otra cosa es cambiarlo.
Al margen de toda valoración del rumbo político del presidente Kirchner, pretender que su gobierno puede menguar el aislamiento de Bush aliándose con Estados Unidos contra Venezuela es prueba de llana ignorancia respecto de la marcha política del hemisferio. Si acaso Kirchner quisiese embarcarse en semejante empresa, es posible afirmar sin lugar a duda que su gobierno perdería la amplia base de apoyo social que ahora cuenta y entraría al territorio cenagoso en el que por estos días se hunden los presidentes de Bolivia, Perú y Ecuador. En esa hipótesis, Kirchner no sólo enfrentaría a la abrumadora mayoría de la población -los estudios de opinión indican que Argentina es el país donde se verifica el mayor rechazo al imperialismo estadounidense en América Latina, después de Cuba y Venezuela- sino que se aislaría respecto de Suramérica, de España y de la Unión Europea. La idea de gobernar al país con semejante estrategia no podría caber siquiera en el raciocinio de los editorialistas de la gran prensa argentina. Argentina no puede, sin entrar el tifón de una crisis que la despedazaría, responder positivamente al SOS oculto tras la prepotencia del llamado de Bush.
No es preciso llegar a tanto, sin embargo: en medio de farragosos e insustanciales comentarios, las notas de opinión destinadas a desdibujar el significado de la reunión en Guayana e informar que Argentina se alía a Estados Unidos contra Venezuela, deben reconocer que según el informe oficial sobre la charla, ante las quejas de Bush por el rumbo de Chávez, Kirchner habría respondido que «hay que seguir manteniendo el diálogo con el gobierno democrático de Venezuela».
Si la manipulación sobre ambos acontecimientos simultáneos es grave, mucho más lo es el ocultamiento sobre la significación de uno de ellos: Washington está presionando con el máximo de brutalidad -con desesperación- al gobierno argentino. El martes 22 de marzo vino al país el secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld; el 29 Bush telefonea y dos días después el canciller argentino visita a su par en Washington. Rumsfeld no fue recibido por Kirchner; la venta de radares estadounidenses -si bien la información al alcance es insuficiente y equívoca- parece haberse frustrado, en beneficio de la fabricación de todos o una parte de los programados para controlar la frontera aérea del país por la empresa estatal argentina INVAP; las maniobras militares conjuntas (y la inmunidad para los uniformados estadounidenses) programadas para este año, pasaron al próximo; y el ministro de Defensa argentino, José Pampuro, anunció que las tropas argentinas en Haití se retirarían en enero o febrero próximo.
En rigor, la prensa no sólo oculta esas presiones: es un vehículo para amplificarlas.
Sería pueril suponer que el gobierno Kirchner es inmune a semejante ofensiva. Argentina es una clave en la región. Por razones diferentes, Venezuela y Brasil han salido de la órbita estratégica de Estados Unidos; y no regresarán. Argentina, en cambio, oscila y vacila en su línea de convergencia con Suramérica. Hay razones estructurales e históricas para ello y por eso el Departamento de Estado concentra sus golpes en Buenos Aires. Pero un resultado favorable a Washington no daría como saldo al gobierno actual alineado con el imperialismo, sino una desestabilización del país, en un marco de extrema debilidad o directa inexistencia de fuerzas sociales y políticas capaces de frenar a la derecha al acecho.
Como quiera que sea, en el triángulo Guayana-Washington-Buenos Aires que se dibujó en el hemisferio el 29 de marzo, el centro de gravitación inequívoco está en la ciudad venezolana. No hay duda que hoy Argentina está en esa órbita. Y que la Casa Blanca sufrió el enésimo fracaso político de los últimos seis años en la región. Por eso mismo redoblará sus esfuerzos, con los métodos ya suficientemente conocidos por el mundo. Pero está a la defensiva.
Buenos Aires, 30 de marzo de 2005.