Es muy curioso lo que ha pasado con el segundo centenario de la Asamblea del Año XIII. Que con justeza se ubica en los orígenes, en los rasgos fundacionales de los estados hoy existentes en nuestra región sudamericana. Los diversos historiadores y referentes han recordado en Argentina con profusión muchos aspectos desarrollados en aquella magna […]
Es muy curioso lo que ha pasado con el segundo centenario de la Asamblea del Año XIII. Que con justeza se ubica en los orígenes, en los rasgos fundacionales de los estados hoy existentes en nuestra región sudamericana.
Los diversos historiadores y referentes han recordado en Argentina con profusión muchos aspectos desarrollados en aquella magna reunión, y cómo se empezó a configurar, por ejemplo, la sociedad argentina. La Asamblea expresa avances decisivos del proceso independentista respecto de la vieja corona española. Se invoca un principio de soberanía. La Asamblea parece haber sido muy celosa de lo formal y simbólico puesto que se aprobaron una serie de símbolos patrios -escarapela, escudo, himno−, cuando no se sabía exactamente lo que era el ámbito territorial de la patria (por ejemplo, fueron invitadas provincias virreinales de lo que actualmente es Bolivia, Paraguay, Uruguay, que no estuvieron presentes); decreta la libertad de vientres, es decir ya nadie podía nacer esclavo (como bien han destacado quienes procuran ver el envés y el revés de las cosas, no se decretó la abolición de la esclavitud). Estableció una serie de principios y guías para la configuración de un estado moderno y laico, al suprimir, también los títulos nobiliarios y a la vez otras instituciones de la conquista y la colonización europea, infames, como la mita, la encomienda, el yanaconazgo. Abolió la Inquisición y suprimió la práctica de la tortura en los ámbitos judicial y penitenciario. Logro este último que ha resultado más que fallido.
Pero más allá del grotesco fracaso de algunas muy buenas disposiciones propias de ese momento fundacional, lo que apenas si se ha hablado en este segundo centenario es por qué no estuvieron presentes los representantes orientales (varios, por lo menos media docena, de poblados de la Banda Oriental, incluido Montevideo, que estaba a su vez sitiado por independentistas orientales y porteños (Montevideo en 1813 y 1814 se conservaba como plaza fuerte hispana).
Por historiadores y periodistas empeñados en el tema sabemos que los representantes orientales venían con instrucciones1 que los convocantes entendieron limitaban la soberanía de la Asamblea. Las muy mentadas «Instrucciones del Año XIII», atribuidas a José Artigas.
Sin embargo, la importante es la soberanía de los pueblos, de la sociedad, y no exactamente la de la Asamblea, que puede considerarse compuesta por miembros plenos y con soberanía desde sí mismos o representantes propiamente del pensar y el sentir gestado en los tejidos sociales desde donde provenían. En ese caso, las instrucciones más que una señal de falta de democraticidad, estarían revelando una mayor democraticidad.
«La verdad de la milanesa» parece ser que los representantes de la «Provincia Oriental» venían a Buenos Aires reclamando algunos puntos irritantes para «las autoridades» porteñas, ya por entonces con una cierta supremacía sobre el resto: postulaban un pacto confederal como defensa contra el centralismo ya insinuado y tenían como mandato para la designación de la capital cualquier ciudad que NO fuera Buenos Aires.
Los delegados porteños, actuando como dueños no sólo de casa sino de la asamblea, les impidieron el ingreso al augusto recinto así privado de la democracia suprema que se invocaba. Porque se iba a discutir, y rechazar, la opresión española (de la inglesa, ni una palabra; por eso la Asamblea no postula la independencia, muchos porteños querían «ligarse» con Inglaterra), los títulos nobiliarios, la tortura, pero no iban a admitir ni el menor atisbo que ensombreciera el centralismo en ciernes y el protagonismo de facto de Buenos Aires.
Observemos, como mera y triste coda de esta asamblea, que allí se «cocinan» las inminentes guerras intestinas. Porque la resistencia al dominio de la ciudad-puerto de Buenos Aires no era una exclusividad ni una manía artiguista. Había muchos patriotas que desconfiaban del centralismo. Ni hablar de cierto conservadurismo muy bien esgrimido desde Buenos Aires. Por eso, al congreso constituyente de Tucumán, 1816, no concurrirán todas las que son actualmente las provincias argentinas litoraleñas. Ni siquiera Santa Fe…
Por eso tampoco se constituye una patria grande con los actuales Paraguay, Uruguay, Bolivia. Más bien al contrario; se reafirman nuevos estados nacionales por oposición a Buenos Aires.
Alto el precio que hemos tenido como sudamericanos para que Buenos Aires fuera la capital de un país inmenso y sin embargo reducido respecto del virreinato. Argentina. Enfrentada y resistida por tantos provincianos que habrían preferido tener un papel más activo en una organización federal. Lo llamativo es que esa resistencia y esos enfrentamientos han proseguido en el tiempo. A veces expresados en pujas interestatales como la atroz «Guerra del Paraguay» (1865-1870), a veces en penosísimos episodios internos.
Todavía hoy discutimos si esta formación megalopólica es la mejor opción (perfectible, claro), si acaso expresa un crecimiento socialmente sano y armonioso o es la expresión de un «desarrollo» colonial y neocolonial, caracterizado, por ejemplo en pleno siglo XXI, por el desplazamiento de la frontera agropecuaria, la expansión sojera y el arrinconamiento de más y más «pobres del campo» o ex-tales en los cordones urbanos pauperizados. Sabemos, sí, que la macrocefalia capitalina es un rasgo cabal de los estados coloniales, neocoloniales, sangrados, en suma.
Eso es lo llamativo. La persistencia de la misma «antinomia».
Nota:
1 Algo que todo escolar oriental, o uruguayo, conoce como las «Instrucciones del Año XIII.»
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