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Entrevista al sociólogo Jorge Orovitz Sanmartino, miembro del colectivo Economistas de Izquierda

Lo que dejan las elecciones y los desafíos de la izquierda

Fuentes: Rebelión

En el marco de la ronda de debates del Centro Cultural El Avispero, realizamos una entrevista en profundidad con Jorge Orovitz Sanmartino, sociólogo de la UBA-IEALC, miembro del EDI (Economistas de Izquierda) e integrante de la Junta Comunal N° 7 en la CABA. EA: Bueno Jorge, la política argentina va toda velocidad, no terminaron las […]

En el marco de la ronda de debates del Centro Cultural El Avispero, realizamos una entrevista en profundidad con Jorge Orovitz Sanmartino, sociólogo de la UBA-IEALC, miembro del EDI (Economistas de Izquierda) e integrante de la Junta Comunal N° 7 en la CABA.

EA: Bueno Jorge, la política argentina va toda velocidad, no terminaron las elecciones que se vino el vendaval del fallo de la Corte declarando constitucional la ley de medios…

JOS: Si es verdad, parece parte de la cultura política argentina, vivimos en la montaña rusa…, con la economía sucede algo similar, a diferencia de Brasil o Uruguay, nos caracterizamos por ciclos polarizados de depresión o altísimo crecimiento, somos de todo menos lineales. Pero en fin, los espasmos y las contorsiones de la vida nacional dan para largo…

EA: Si te parece me gustaría que analizáramos cómo queda la política nacional después de las elecciones.

JOS: Yo no creo en el tan difundido «fin de ciclo». No por lo menos tal como lo presentan muchos periodistas de la oposición, que expresan más sus deseos que un análisis juicioso sobre las correlaciones de fuerza políticas. Es evidente que el kirchnerismo atraviesa una situación de desgaste no sólo político sino también de pérdida de seguridad en el manejo de la política económica, que muestra un deterioro de ciertas variables como las reservas o el superávit comercial, que evidentemente está repercutiendo en el humor de algunos sectores sociales. Políticamente, el retroceso electoral es fuerte. Obviamente, el oficialismo lo compara con las legislativas del 2009, apuntalando el argumento de que mantienen el quórum legislativo en las dos cámaras, y en parte este argumento es cierto, no hay un derrumbe político, no de gobernabilidad, y lo más probable es que, como sucedió en el 2009 luego de la derrota abrumadora, sobre todo en provincia de Buenos Aires, el kirchnerismo intente una contraofensiva política en base a una agenda de tipo popular, claro que las condiciones económicas le ha achicado los márgenes para un intento de este tipo, pero para nada es imposible, lo creo lo más probable, aún a costa de sufrir el desgaste que implica la persistente inflación o incluso alcanzando acuerdos con los organismos de crédito internacional que les permita tomar nuevamente créditos en el exterior. En este sentido el «fin de ciclo» es más un deseo que una realidad. Pero es evidente también que el oficialismo sufrió una merma de credibilidad y de apoyos populares que son insoslayables.

El resultado electoral, sumado a la imposible reelección de Cristina son los datos centrales que marcarán el dinamismo de los movimientos políticos en el futuro. ¿Podrá colocar, como hizo Lula con Dilma, un candidato propio que le de continuidad a su gobierno o tendrá que negociar con Scioli un recambio pactado? Está claro que un gobierno Scioli no será un gobierno propio, y representará un giro a derecha de la misma magnitud que un gobierno Massa, Macri, De La Sota y Das Neves, para no hablar del casi improbable gobierno Cobos o Carrió. La irrupción de Massa en Buenos Aires, el triunfo de Cobos y el macrismo en Capital, de Schiaretti en Córdoba muestran el fortalecimiento de alternativas conservadoras al kirchnerismo. Si podemos hablar de un «fin de ciclo» es sólo en el sentido de que el péndulo comenzó a moverse en el sentido opuesto. El kirchnerismo tiene chances de sobrevivir al 2015 como una minoría fuerte, podría sostenerse como la nueva centroizquierda nacional, no con el apoyo de gobernadores e intendentes que hoy tiene, pero si como corriente ideológica y política del progresismo afín al peronismo, dándole chances a Cristina de volver en 2019, pero claro, en nuestro país hablar de 4 o 6 años es hablar casi en lenguaje astronómico.

Lo que quiero decir con el movimiento pendular es que hubo un corrimiento a la derecha del que participó no sólo la oposición conservadora sino también los candidatos del gobierno. Martín Insaurralde pretendió robarle la carta de la seguridad a Sergio Massa con la baja de edad de imputabilidad, copiando los gestos del populismo conservador. Ya tiene planes para entrar al gabinete de Scioli y trabajar con él por la gobernación. El multimillonario De Narváez, cuyo slogan de campaña fue «un crimen un castigo» lo felicitó, aunque aseguró que «no le creía». Este giro se evidencia en la gestión de gobierno como las tratativas con los organismos de crédito internacionales, el blanqueo de capitales, la aceptación y el acuerdo con el CIADI, la asociación con Chevron. El kirchnerismo pretende resolver por derecha los enormes problemas estructurales que su modelo neodesarrollista no pudo corregir o incluso agravó, como la crisis energética. Aún así, se equivocan los que esperan del kirchnerismo un «ajuste salvaje». Como lo mencioné en muchos de mis artículos, el kirchnerismo asumió el gobierno sostenido en una relación de fuerzas que nació como subproducto del argentinazo del 2001, y si logró encauzar las instituciones de la república y recuperar la gobernabilidad para un nuevo ciclo de reproducción ampliada del capital fue gracias a que supo tributar a ella e, incluso, la asumió como sello de origen de su gobierno. El kirchnerismo se forjó como corriente de centroizquierda en el gobierno y un ajustazo antipopular sería un fenómeno contradictorio con su trayectoria. Nunca se puede descartar pero ahí sí, cambiaría el carácter de «compromiso débil» que ha tenido el Estado conducido por el kirchnerismo durante los últimos 10 años.

EA: Muchos analistas creen que un ajuste es inevitable en la economía.

JOS: Vamos por partes. Hay sectores conservadores, liberales, que despotrican contra la «falta de libertad» para comprar y vender dólares, o por las barreras a la importación. Ellos impulsan un ajuste. Durante las elecciones los escuchamos decir que parar la inflación es cosa de 3 meses, como Prat Gay o Melconian. La verdad es que Argentina regresó a lo que se creía superado, la restricción de divisas. Hay una contradicción en países de alto desarrollo de consumo y diversificación económica como el nuestro que al mismo tiempo tienen una baja productividad industrial. El consumo y la sofisticación en las ramas de bienes de consumo impulsan la importación que requiere divisas que mayoritariamente aporta la exportación agropecuaria, porque la industria no sólo no compensa ese déficit sino que es la más deficitaria de todas, como la industria automotriz. Ahora se sumó el déficit de divisas por la crisis energética, que es pura responsabilidad del kirchnerismo, sin atenuantes, pues sostuvo el modelo de negocio de Repsol e incluso lo profundizó, cuando permitió la desinversión a cambio de la venta de una porción del paquete accionario a los Eskenazi, bajo la doctrina de la «buena burguesía nacional». En definitiva, el problema de la inflación sólo se puede «resolver en 3 meses» mediante la políticas ortodoxas, un shock anti obrero como el que proponen economistas del establishment, subiendo las tasas de interés, ajustando los gastos del estado, devaluando sin contemplación, en fin, las recetas de siempre.

El problema inflacionario es un problema también en países como Venezuela, con sus propias características, que ha impulsado el consumo interno pero no ha logrado una nueva matriz industrial que le permita reemplazar al petróleo como eje de la economía y fuente de divisas. La corrida al dólar blue refleja un desbalance, no es una conspiración política orquestada por Clarín, Cobos y De La Sota, con el apoyo de la embajada de EEUU. El incremento de la demanda de sectores populares es una medida keynesiana, pero más keynesiana es la inversión pública, que es la que se deterioró como lo demuestra el caso ferrocarriles y caminos, y que crea empleo al mismo tiempo que eleva la productividad del trabajo. Es verdad que los niveles de inversión promedio de los últimos 10 años fue históricamente alta, aunque cayendo los últimos años, pero lo que hay que ver es el componente interno de esa inversión, a qué ramas de la producción fue a parar. El recalentamiento de demanda sin aumento de inversión (que sólo podía encarar o dirigir el estado) explica un componente de inflación y del que se toma la derecha para proponer un freno al gasto fiscal. También es un hecho que el aumento de la demanda no fue sólo a los sectores populares sino a sectores medios altos, como el subsidio a las tarifas de agua y luz para countries con piscina y cosas parecidas. Por otro lado, el aumento del salario real que fue impulsado por el crecimiento fenomenal de los primeros años, hasta el 2008, fue achicando la tasa de ganancia del capital, y la inflación fue creciendo como respuesta empresaria a esa tendencia. Estos aumentos fueron compensados por el aumento de productividad, pero me parece que hay un fenómeno cultural repetido en la historia nacional de utilizar momentos de inflación para descargar el aumento de salarios en los precios, en la creencia de que la demanda no disminuirá y que, como consecuencia, genera una profecía autocumplida. Habría que estudiar más este punto. Un tercer elemento es el hecho de que Argentina exporta bienes salarios, es decir, alimentos, que implican una importación de inflación. Un entramado industrial exportador fuerte podría compensar con creces este desbalance. Pero parece que el «mal holandés», el ingreso de divisas por la exportación de algún recurso natural que desplaza a la producción industrial, ha hecho su trabajo, en toda América latina no sólo en nuestro país. El único que podría contrapesar esa tendencia secular del mercado es la inversión y planificación estatal, el único con capacidad para ir a contracorriente.

Llegado a este punto el fracaso del gobierno es el fracaso de los métodos de mercado para controlar esas variables. El programa ortodoxo de ajuste parece más realista que los gritos destemplados y las gesticulaciones teatrales de Moreno. La otra variante es la de avanzar en el control estatal del comercio exterior, la reforma financiera, la auditoría de la deuda y un plan serio de industrialización y sustitución de importaciones de largo plazo, donde el estado debe cumplir un papel central en la orientación de la inversión, y la profundización de la integración regional. Este camino, denunciado como «chavización radical», fue una alternativa que el kirchnerismo rechazó siempre. Así, no le queda otra que «negociar» con 5 formadores de precios, apurar a casa Piano los lunes de 8 a 9 de la mañana mientras se está duchando para que el dólar blue no pase los 10 pesos, acordar con Chevron una asociación leonina que vende como una «patriada» por la soberanía energética, o «cantarle las cuarenta» a los fondos buitres mientras acepta los términos del CIADI con el fin de que entren unos modestos 3 mil millones en los próximos dos años y cosas por el estilo. Este «programa» es el que desbroza el camino para las recetas ortodoxas. Es su bandeja de plata. Mientras sigan altos los precios de los bienes exportables como la soja o no se derrumbe la economía brasilera, el gobierno podrá pilotearla, pero acumulará problemas estructurales de largo plazo. Argentina perdió la posibilidad de relanzar un proceso de industrialización y de movilidad social ascendente porque resignó al mercado las palancas fundamentales de la inversión y la planificación económica.

EA: ¿Qué relación ves entre este impasse económico y el plano político?

JOS: La relación entre economía y política jamás es lineal. Por un lado veo que las alianzas liberal-conservadoras se han hecho fuertes tomando el tema de la inflación y la seguridad. Massa, por ejemplo, insistió con que se podía detener la inflación llevando seguridad jurídica a los empresarios, como si la burguesía no hubiera sido beneficiada por las más altas tasas de ganancias que se recuerde. El caso de UNEN es el más llamativo, Prat Gay piensa igual que Massa, Carrió dice que todo se resuelve llevando a juicio a los corruptos, que todo es un tema de corrupción, y sale corriendo cada dos por tres para Washington a hacer sus denuncias en el país más libre y transparente del mundo, donde todo se alcanza por consenso y en paz, tanto que por un pelito los republicanos no alcanzaron su objetivo de empujar hacia el abismo a Obama, que evitó caer en default en el décimo round y donde toda la industria de armamentos y petrolera está acusada de beneficios por el lobby corporativo, actos de corrupción dentro y fuera del país, igual que la industria farmacéutica o financiera. Por último está Pino Solanas, que piensa que la cosa pasa por nacionalizar el petróleo y reconstruir los ferrocarriles. Pino, que viene del nacionalismo, del peronismo de izquierda, siempre conservó esa alma liberal republicana. Esas dos caras pudieron convivir mientras se dirigió a un electorado que podía entender que un programa nacionalista, de liberación y anticolonial, debía hacerse mediante procedimientos transparentes, democráticos y respetando una ética pública. Pero en la medida en que las movilizaciones del 8N y las que le precedieron impusieron una agenda de defensa de la «libertad de expresión» contra la «dictadura kirchnerista», y denunciaron la «muerte de la república» a manos de Moreno y D’Elía, Pino se perdió. Podría haber quedado como una minoría activa fuerte, un bloque nacional popular a la izquierda del kirchnerismo del 13 o 15% de los votos, o haber crecido al 17-20% confluyendo con la izquierda, pero los resignó para alcanzar con sus actuales aliados una banca del senado, para lo cual debía representar a los caceroleros enfurecidos. Su portavoz más natural era, lógicamente, la extravagante Elisa Carrió, que terminó siendo, como era previsible, la vedette de UNEN y gran protagonista de la grilla central de TN. El otro gran fenómeno, el que más me importa desde el punto de vista político, lo digo antes que me tires la pregunta cantada, es el crecimiento de los votos de la izquierda.

EA: Si, fue un fenómeno que muchos no se lo esperaban, aunque la izquierda vino creciendo en los últimos 2 años.

JOS: El FIT sacó casi 1,2 millones de votos, creciendo con respecto a las PASO. En agosto, con las internas abiertas, el FIT había sacado 900 mil de 1,4 millones de votos de toda la izquierda. ¡Este crecimiento de la izquierda es una excelente noticia! El voto a la izquierda fue muy alto y de ese proceso el FIT es quien logró capitalizarlo. Las PASO la favorecieron y le permitieron crecer un 25% más. Cuando se conformó en 2011 para las presidenciales y como respuesta a la nueva ley electoral, sus componentes, que se presentaban separados, ya sumaban unos 400 mil votos, y la unidad la potenció hasta los 500 mil. Fue una elección histórica. Ahora multiplicó aquella elección. Es superior a la experiencia de IU y del MAS. No tanto en porcentaje de votos en algunos distritos, donde la izquierda supo conquistar más votos todavía, como CABA y Buenos Aires, sino por su dimensión nacional, destacando la elección de Salta, donde salió primero en la Capital con 28% para diputados y tercero con el 20 % a nivel provincial, Mendoza con el 14%, Santa Cruz con el 11% y otras provincias también. Me parece que hay varios factores que lo explican. En primer lugar el debilitamiento de la atracción que ejercía el FPV. Esto quiere decir que hubo un sector del electorado que optó por la izquierda. Se trata de un fenómeno que coloca a la izquierda como protagonista de la política nacional y de muchas provincias y le permite pensar en nuevos desafíos de manera audaz y ofensiva. No se trata de «la ruptura» de la base peronista ni de un voto de clase. En Salta Capital, por ejemplo, el PO obtuvo el doble o triple de votos que en concentraciones de tradición obrera como Mosconi o Tartagal. Lo mismo puede decirse en Mendoza, CABA o Buenos Aires. Pero está claro que un sector del electorado que antes optaba por otras variantes encontró en la izquierda un instrumento para expresar o su descontento o la exigencia de voces disidentes en el parlamento.

El retroceso del FPV es parte también del segundo fenómeno que lo explica, el retroceso o la desaparición de las variantes de centroizquierda o de izquierda nacional, por ejemplo de Proyecto Sur, el giro a derecha de Libres del Sur o el acuerdo del socialismo con los radicales a nivel nacional. Estos movimientos hacia la derecha dejaron una vacancia de alternativas que el FIT logró capitalizar, en parte porque sus candidatos o sus siglas vienen manteniendo una perseverancia y conocimiento desde hace décadas. En el interior del país el fenómeno de ausencia de variantes de centroizquierda se dio de manera más aguda, y se combinó con la crisis de los partidos provinciales, como el de los Demócratas en Mendoza. La cuestión de los representantes tiene su importancia. Jorge Altamira y Luis Zamora, por ejemplo, se presentan desde el retorno a la democracia como candidatos a presidente y a diputados. Se hicieron conocidos por un amplio sector de la población. Instalar figuras no se hace de un día para el otro y para el PO es un premio a la constancia. Ese déficit es el que tuvo el NPA (Nuevo Partido Anticapitalista) en Francia, cuyo candidato Olivier Besancenot, un joven cartero muy popular, renunció a ser candidato por segunda vez basado en la necesidad de la rotación y la renovación, en mi opinión un error basista incomprensible para más del 5% del electorado francés que le había dado su apoyo.

El lustre del gran éxito del FIT, del esfuerzo de su militancia, no debe ocultar los problemas y desafíos que tiene la izquierda por delante. En Capital sobre todo, pero también en provincia de Buenos Aires, la unidad de la izquierda hubiera permitido el ingreso de uno o dos diputados en el primer caso y de otro diputado nacional en el segundo, además de diputados provinciales y concejales. Es una tarea pendiente. Yo espero que el éxito no se le suba a la cabeza, porque si te embriagas perdes las proporciones y subestimas los peligros que acechan. En ese sentido el FIT todavía debe abandonar el sectarismo para con otras tradiciones o experiencias de izquierda, democráticas, populares, saber construir en la diversidad. Sin ir más lejos, el FIT al comienzo se formó por presión externa más que por convicción interna, más por la necesidad imperiosa de sobrevivir a la nueva ley electoral antes que la voluntad de sus componentes para confluir, y eso que son 3 corrientes trotskistas que tiene acuerdo en un 95% de las cosas. Ojo, que la práctica misma te lleva a abandonar viejas ideas y adoptar nuevas perspectivas. Hoy en día en el FIT nadie pondría en duda la conveniencia de la unidad, pero fue el fruto de la experiencia. Esto significa que la materialidad de las prácticas te va imponiendo nuevas formas de hacer la política.

EA: Quiere decir que dentro de tus críticas sos optimista.

JOS: Sí, por qué no. Te doy un ejemplo. En Salta el próximo domingo se elegirán concejales. Es probable que el PO sea primero y cumpla un rol clave en el Consejo Deliberante. Ojalá pueda repetir esta formidable elección en dos años cuando se vote cargos ejecutivos. Grupos revolucionarios han tenido experiencias ejecutivas en algunas municipalidades e intendencias en el mundo, como la experiencia en Liverpool, para mencionar alguna. Ahí se te plantea cómo administrar el municipio y al mismo tiempo impulsar una política anticapitalista, se te plantea la exigencia de negociaciones para hacer avanzar ciertas causas populares, en fin, aplicar los principios del «reformismo revolucionario», de un verdadero programa transicional, pues este nivel de votos no se da en el medio de algún proceso revolucionario ni mucho menos. El programa de transición sólo tiene sentido desde esta perspectiva y no desde la lógica maximalista, para decirte algo que puede sonar provocador es «keynesiano», no en el sentido de rescatar al capitalismo, que es lo que pretendía Lord Keynes, sino al revés, en el sentido de que la conquista de nuevos derechos sociales, de empleo, de seguridad social, de participación en las ganancia, en los directorios, los convenios colectivos, son todas potencialmente funcionales al capitalismo pero también potenciales desestabilizadoras del mismo, conquistas sociales sin las cuales, como decía Trotsky, no se puede avanzar hacia nuevas posiciones, todo depende entonces de la lucha de clases. Conquistas institucionalizadas y lucha de clases es una dialéctica compleja, riesgosa, difícil pero inevitable.

Volviendo a la hipótesis de que el PO en Salta conquista la mayoría de consejales o incluso más, alguna intendencia, esto te obliga a plantear propuestas viables, a mantener el impulso movilizador con el realismo político que te permita acumular poder. Un municipio debe ser gestionado, no puede vivir en asamblea permanente ni expulsar a la policía en un período de normalidad capitalista. Lo que sí puede hacer y que ha sido tildado de «reformista» es impulsar la participación popular en todos los asuntos de la administración, el presupuesto participativo, la revocabilidad de mandatos, los foros o cabildos de participación popular, el control de la gestión, etc. En el Consejo Deliberante de Salta el PO, además de utilizarlo como tribuna revolucionaria deberá meditar cómo votar si llegara a ser la primera minoría, pues si utilizara el recurso al bloqueo permanente podría ser sometido a un desgaste acelerado, no frente al sistema político sino frente a quienes los votaron. En fin, creo que se abre una muy buena experiencia donde todos estos problemas estarán candentes y la izquierda será sometida a prueba.

EA: Pero vos sos crítico de la experiencia del FIT, por ejemplo en temas como la ley de medios o la nacionalización de las AFJP.

JOS: Sí, soy crítico, pero no creo que nada en el mundo se cosifique de tal forma que la práctica, la experiencia concreta no te lleve a evolucionar y a sacar buenas conclusiones. Soy crítico en algunos aspectos que están relacionados con lo que te decía antes. Por ejemplo el posicionamiento de los integrantes del FIT con respecto al proceso latinoamericano, a procesos como los de Venezuela o Bolivia, de ser oposición cerrada, de no participar de ninguna instancia política que empuje a esos procesos más allá de donde hoy están. Y me parece que esa postura es teórica, una manera de encarar su estrategia, la misma que se refleja en la política argentina. Te doy un ejemplo con las medidas que se han votado en el Congreso Nacional, por ejemplo la ley de nacionalización de las AFJP, o de YPF o la ley de medios. Ellos se opusieron a la ley de medios, la rechazan. Se trata de un rechazo que para mi nace de una perspectiva maximalista y no marxista.

La crítica por izquierda es, naturalmente, que sin socialización de los medios de comunicación no hay verdadera libertad de expresión. Yo coincido, sin el decreto de Lenin de 1917 ofreciendo a cada grupo de obreros que lo reclamen las imprentas del estado para publicar lo que quieran, es decir, sin la libertad material de expresión, no hay libertad real de expresión. Pero adoptar ese planteo como condición de un voto afirmativo en el Congreso es maximalismo. Porque no reconoce que la libertad formal, es decir, un cuadro legal de desmonopolización y de entrega del 30% del espectro a los medios comunitarios y alternativos, constituye la mejor plataforma desde la cual extraer la consecuencia lógica de la socialización. De hecho los medios comunitarios ya han presentado proyectos para la entrega de subsidios, escuelas de formación y presionan cada vez más para que se haga «material» un derecho formal. Como lo menciona Etienne Balibar a propósito de la proposición de la «igualibertad», sólo la conquista de la libertad formal y de la igualdad de todos ante la ley que ese principio implica, es que pudo germinar el ideal igualitario que luego emergerá con la aparición del movimiento socialista.

Lo mismo te puedo decir del sufragio universal, del derecho a voto de la mujer, de los derechos civiles, que implicaron unas luchas fenomenales por la democratización y la ciudadanización del proletariado. Es lo mismo que expresó Marx en 1844 en su libro La Cuestión Judía, cuando sostuvo que la emancipación política no equivale a la emancipación humana pero es un enorme paso adelante y la condición de la emancipación humana. Lo que quiero decir es que esas conquistas formales (y algunas, menores, no tan formales, como los cupos para los artistas y las producciones nacionales) como la ley de medios nunca son entendidas por el maximalismo como una conquista sino como un engaño y un instrumento de dominación.

Claro, en la sociedad capitalista, como lo mencioné hace un rato, cualquier medida social, económica, política puede ser funcional a la reproducción del capital, por ejemplo, las medidas keynesianas de gasto público o la participación obrera en el directorio de empresas, como ocurre desde la revolución de 1918 hasta el día de hoy en Alemania. Pero no te podés olvidar que también son un potencial elemento de de desmercantilización, de desalienación, de liberación. Insisto, depende de la lucha de clases. Son la plataforma desde la que el movimiento popular real puede apoyarse para avanzar hacia derechos sociales materiales cada vez más radicales, hacia derechos de ciudadanía que coloquen las necesidades colectivas sobre el lucro privado, el derecho a la vivienda, a la educación, a la salud, a la palabra, como derechos ciudadanos que deben ser priorizados por sobre y contra el interés mercantil. Me parece que en el fondo hay un debate sobre el concepto de estado y de la política. El marxismo tradicional sigue viendo al estado como una institución externa a la sociedad y a la lucha de clases, homogéneo, policial, como lo era la Rusia zarista en 1917. Pero la morfología del Estado 100 años después es muy diferente. Como había sostenido Poulantzas, la lucha de clases atraviesa constantemente al Estado, lo fragmenta, lo hace heterogéneo, lo tensiona.

El carácter de los gobiernos es expresión también de esa lucha de clases, por eso es distinto el menemismo del kirchnerismo. Cuando veo que algunas corrientes hacen malabares para no apoyar medidas legislativas que han sido y son parte constitutiva de un programa de izquierda, como las retenciones a las exportaciones, siento que se imaginan enarbolando la bandera de «ningún apoyo al gobierno provisional de Kerensky», se trata de un dogma, puro doctrinarismo, que no tiene ninguna relación ni por el contexto ni por los actores, con aquella circunstacia. Cuando se reclama y se apoya medidas democratizadoras, al mismo tiempo se apuesta al poder constituyente de la lucha de clases, a la no cosificación de esa conquista en la normalización mortal de la rutina burguesa, sino en su radicalización, en el movimiento que genera su carácter contradictorio, incompleto, incluso esquizofrénico. El movimiento socialista siempre partió de la distancia entre la inscripción formal de la igualdad ante la ley y la desigualdad material que implicaba (así por ejemplo el movimiento feminista tomó la igualdad ante al ley para reclamar primero su derecho al voto, pero también su derecho material a participar de manera activa en el demos).

En el caso de la ley de medios, la diferencia entre la ley formal y lo real no es un escándalo que habría que abolir desenmascarando las tentativas formales por encubrir una realidad oculta, esa diferencia es el núcleo de la política, es, al decir de Ranciere, el «mínimo de igualdad» sobre el que descansa la posibilidad de la igualdad material. El objetivo no es desmentir la apariencia sino confirmarla desde ese mínimo común de igualdad que considera a la palabra como un bien común y no una mercancía. Sólo la ley de medios, que reclama el interés público sobre el privado, puede desmentir la apariencia ilusoria de la ley de medios en su formalidad, ya que sólo su letra hace visible el carácter contradictorio entre libertad de expresión y propiedad privada de los medios de comunicación. Y sólo desde la conquista de la ley de medios se puede poner en el banquillo de los acusados a quienes pretendan alimentar otros monopolios o beneficiar a otros grupos afines o utilizar de manera incorrecta la pauta oficial. Hoy el gobierno está más expuesto que antes a cumplir con los requisitos de igualdad en la distribución y administración de pauta y de medios y más expuesto al incumplimiento a la aplicación de la ley en su totalidad como viene sucediendo hasta ahora. Lo mismo vale para los derechos constitucionales, la democracia o la declaración universal de los derechos del hombre. Como lo dijo Arthur Rosemberg, uno de los más lúcidos marxistas de principios del siglo XX, la democracia como cosa en sí, como abstracción formal no existe en la vida histórica, la democracia es siempre un movimiento político determinado, apoyado por determinadas fuerzas y clases que luchan por determinados fines.

En definitiva, se trata de un debate estratégico que abarca no tal o cual medida sino una forma de comprender el carácter del estado y la política hoy en día. Pero ese debate debemos hacerlo, no sólo en escritos o conferencias, debemos hacerlo en la práctica, en la colaboración, en unidad, una unidad diversa, que es otro de los puntos importantes de divergencia, por lo menos con lo que vi de sus planteos.

EA: Por ejemplo un partido común, un frente electoral, ¿algo así?

JOS: El problema de la unidad, para mí, no es sólo de eficacia electoral, que la hay, obviamente, sino de una confluencia de distintas tradiciones y perspectivas. Esto haría visible un bloque político nacional más rico y más fuerte, lo venimos planteando desde hace tiempo, la izquierda socialista debería poder empalmar con la mejor tradición del progresismo y el democratismo, con la izquierda nacionalista, peronista o no, que reivindica a Jauretche y Scalabrini Ortiz. Sólo así se puede penetrar en el tejido cultural y societario de la nación. Recuerdo que Gramsci decía que el buen sentido nace desde el seno mismo del sentido común y no como un brote espontáneo independiente del sentimiento y la pasión popular. Esta penetración es todavía una tarea pendiente, nadie debería confundirse con la distancia que existe entre más de un millón de votos y la construcción de un movimiento político y social de grandes mayorías. Esa es la importancia estratégica del concepto de hegemonía acuñado por Gramsci frente a las versiones estrechas de «frentes trotskistas» que carecen de voluntad de poder. Es una tarea pendiente en todo el mundo, en un período de dificultades para la izquierda, aunque la crisis europea y mundial, las transformaciones en curso han creado condiciones más amigables para el desarrollo de proyectos masivos de izquierda.

Yo creo que experiencias como las de Syriza en Grecia, conformado por una coalición de 12 partidos que han venido confluyendo es una experiencia muy interesante. No se trata de copiar, cada experiencia es diferente. Está también, a menor escala, la experiencia del PSOL en Brasil, que creó su propia dinámica y donde se convive en un partido común y los diversos grupos luchan con lealtad por la conducción del partido. Está el Bloque de Izquierda en Portugal que comenzó como un frente electoral. En Argentina falta una experiencia de este tipo. Leí por ahí que el diputado electo por la provincia de Buenos Aires y dirigente del PTS, el amigo Christian Castillo, decía que van a utilizar el resultado electoral para hacer crecer su militancia. Está bien, es natural, es una tarea fundamental, pero no puede ser la única. El FIT tiene la responsabilidad de no cometer el error de IU que no logró abrirse a la sociedad, ni siquiera se pusieron de acuerdo en abrir locales que no sean de sus propios partidos, es decir, no le dieron cabida a la gran mayoría que simpatizaba pero no se encuadraba en los dos partidos que lo constituían. El FIT no logrará por sí mismo agrupar en el seno de sus 3 partidos a la vasta y abigarrada red de movimientos, grupos, la militancia agrupada en la galaxia de grupos que conforma la llamada izquierda independiente, intelectuales, artistas, corrientes estudiantiles, cátedras, revistas de izquierda, movimientos ecologistas de diverso tipo. Pero sí tiene la responsabilidad de convocar de manera amplia y sin condiciones a un movimiento que logre articularlos. También podría avanzarse mediante la propuesta de un frente electoral a las demás tendencias política de izquierda, a Nueva Izquierda, a Zamora, a Camino Popular, a Patria Grande, en definitiva, mi intención no es proponer una fórmula sino indicar la responsabilidad que para mí tiene el FIT en avanzar por este camino. Lo sintetizaría de esta manera: O autoproclamación sectaria, hoy enriquecida por una excelente cosecha electoral, o convocatoria amplia y plural para la conformación de un amplio movimiento nacional, popular, democrático y de la izquierda sobre sólidas bases anticapitalistas.

EA: Nos gustaría para terminar el reportaje preguntarte por algo que recién mencionaste, la izquierda independiente.

JOS: La izquierda independiente me parece un fenómeno muy interesante, en los hechos surgió como respuesta o descontento a la visión política y la práctica de muchas corrientes de la izquierda partidaria. Pero la autodenominada izquierda independiente no es una sola, bajo esa denominación conviven un racimo de agrupaciones también con diversa perspectiva. La denominación de «independiente» es un equívoco, una contradicción con lo que se proponen como proyecto, que ha ido evolucionando, porque ahora se proponen o ya han comenzado a participar en la política nacional presentando candidatos a elecciones. Es un avance, porque en sus debates venían de muy atrás, muy influidos por el autonomismo de Tony Negri y Holloway. Creo que el fenómeno latinoamericano y el callejón sin salida del autonomismo les abrieron una nueva perspectiva. Pero hay sectores que aun están presos de esa visión, sobre todo en el prejuicio anti izquierda partidaria, a quienes consideran sus enemigos. Es un error, que se demostró en las elecciones cuando Camino Popular rechazó el acuerdo con Nueva Izquierda con argumentos antiizquierdistas. El «independientismo» puede darte buenos resultados electorales en alguna coyuntura en la universidad a corto plazo, pero se trata de un equívoco estratégico. Pero de conjunto creo que es un movimiento que despertó a un sector importante de la militancia, que en general se ubica de otra forma frente a los procesos latinoamericanos, aunque no estoy de acuerdo para nada en el apoyo acrítico que algunas corriente adoptan, tratan de pensar de otra forma el fenómeno kirchnerista, las prácticas políticas, aunque te repito, en cada uno de estos puntos dentro de la llamada izquierda independiente existen distintas posiciones. Son debates que, igual que con el FIT, pueden ser procesados en un mismo movimiento político.

A pesar de la diversidad de planteos que esta izquierda encierra, sí me parece que de conjunto constituyen un aporte y una acumulación de militancia muy positiva, sobre todo a nivel universitario, con experiencias propias, que tienen que ser parte indiscutible de cualquier movimiento político emancipador que pueda surgir. Para las corrientes que se sienten parte de esta galaxia también hay desafíos importantes. Por ejemplo el de avanzar en una confluencia entre sí y con otros sectores de la izquierda partidaria, no caer nuevamente en la autoproclamación que sólo te lleva a construir un grupo cerrado sin perspectivas. Al no existir un liderazgo o una autoridad indiscutida sólo fórmulas organizativas flexibles de acumulación pueden permitir alcanzar una masa crítica capaz de interpelar a amplias franjas de la población y construir densidad política, cultural, electoral, gremial, en el movimiento popular. Esa ha sido, lo vuelvo a mencionar, la experiencia exitosa de algunos movimientos como el de Siryza en Grecia. Dialogar con la izquierda partidaria, no desconocerla, y mostrar flexibilidad organizativa con el objetivo de construir un movimiento anticapitalista, popular, democrático amplio y convergente y no una secta son para mí las dos tareas fundamentales que se le presentan, las dos tareas claves de la etapa política que se inicia.