«No habrá casa-museo o placas de metal en donde nací y crecí. Ni habrá quien viva de haber sido el subcomandante Marcos. Ni se heredará su nombre ni su cargo. No habrá viajes todo pagado para dar pláticas al extranjero. No habrá traslado ni atención en hospitales de lujo. No habrá viudas ni herederos. No […]
«No habrá casa-museo o placas de metal en donde nací y crecí. Ni habrá quien viva de haber sido el subcomandante Marcos. Ni se heredará su nombre ni su cargo. No habrá viajes todo pagado para dar pláticas al extranjero. No habrá traslado ni atención en hospitales de lujo. No habrá viudas ni herederos. No habrán funerales, ni honores, ni estatuas, ni museos, ni premios, ni nada de lo que el sistema hace para promover el culto al individuo y para menospreciar al colectivo».
Con estas palabras anunció su «desaparición» el subcomandante Marcos, legendario vocero del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), decisión que tomó a todo el mundo por sorpresa. Lo hizo en la madrugada del 25 de mayo pasado en el Caracol de La Realidad, sede del gobierno autónomo zapatista en la profundidad de la Selva Lacandona. En su reemplazo como portavoz del EZLN fue nombrado el subcomandante Moisés.
«Es nuestra convicción y nuestra práctica que para rebelarse y luchar no son necesarios ni líderes, ni caudillos, ni mesías, ni salvadores», declaró Marcos desde el escenario levantado en La Realidad, en una atmósfera onírica creada por la lluvia nocturna en la selva. «Para luchar sólo se necesita un poco de vergüenza, un tanto de dignidad y mucha organización».
Ejemplo de coherencia
El ex vocero del EZLN se definió a sí mismo como una «botarga», un engaño mediático creado por los pueblos zapatistas. Ellos decidieron construirlo y ahora optaron por desaparecerlo, porque ya no es necesario en una organización que cree en la horizontalidad y en el poder desde abajo, y cuya dirigencia ya no es mestiza sino indígena.
La gente aplaudía, lanzaba consignas, algunos lloraban, quizás más para descargar la intensidad de aquel momento que por tristeza. Al final, la decisión de «desaparecer» a Marcos, una figura que de alguna forma ocultaba la resistencia cotidiana de millares de bases de apoyo zapatistas, fue un gran ejemplo de coherencia para una organización como el EZLN.
»Habríamos tenido que hacer un esfuerzo para que se concentraran menos en la figura de Marcos, durante los primeros años», admitió el subcomandante en el 2009, durante una entrevista con la periodista mexicana Laura Castellanos. «Sucesivamente tratamos de remediarlo, pero ya no se pudo».
Pero el 10 de agosto el rostro enmascarado de Marcos reapareció sorpresivamente en el Caracol de La Realidad durante una rueda de prensa con los medios libres. Allí el ahora subcomandante Galeano -personaje en el que Marcos anunció haberse convertido en homenaje a un zapatista asesinado en mayo pasado por opositores al movimiento insurgente-, criticó a los «medios de paga» y anunció que la organización hablará exclusivamente con los medios independientes. Hay sólo que esperar que el subcomandante Galeano no se vuelva el nuevo mito mediático zapatista.
La desaparición de Marcos ocurrió en un momento de madurez del EZLN, que en sus 20 años de vida alcanzó importantes logros y demostró tener la suficiente humildad para transformarse. Aunque en los últimos años haya sido invisibilizado por los medios, el proyecto político zapatista sigue adelante.
Después de la traición, por parte del gobierno, de los compromisos asumidos con la firma de los Acuerdos de San Andrés sobre el derecho a la autonomía indígena, en el 2003 el EZLN decidió ejercerla unilateralmente a través de la creación de las Juntas de Buen Gobierno, que reforzaron el principio del «mandar obedeciendo». Pese a enfrentar muchas dificultades, en estos 20 años aumentó en las comunidades autónomas la participación política de las mujeres, se formaron maestros y médicos zapatistas, se crearon escuelas y clínicas, se desarrolló un sistema de justicia al que muchas veces acuden personas que no pertenecen al EZLN, por ser más eficaz que el institucional.
Cambio de actitud
La insurrección armada de 1994 supo también cambiar la actitud de buena parte de la población mestiza mexicana hacia los indígenas. «Antes del levantamiento, los coletos [como se conoce a los habitantes de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas] expresaban de forma explicita su racismo hacia los indígenas», explica a Noticias Aliadas Juan Blasco, profesor de la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH). «Después de la insurrección, los periódicos criticaron mucho a los sancristobalenses por haber maltratado a los indígenas durante siglos, y desde entonces su actitud cambió, por lo menos en el discurso».
Además, el levantamiento zapatista fue capaz de impulsar un proceso que llevó a algunos pueblos originarios de América a ser actores centrales en la política de sus países. Otro logro del EZLN fue visibilizar la marginación en la que viven los pueblos originarios, poniendo la causa indígena en la agenda política de México. Sin embargo, el gobierno utilizó instrumentalmente las nuevas demandas, para implementar estrategias de contrainsurgencia cuya finalidad es alejar el pueblo de la resistencia. Estas se disfrazan de programas de apoyo a los indígenas, que se pueden concretar en políticas asistencialistas o de inversión en infraestructura.
Según explica a Noticias Aliadas Nancy Zárate Castillo, ex coordinadora estatal para Chiapas de la Red por los Derechos Sexuales y Reproductivos en México (DDSER), «la inversión en infraestructura por parte del gobierno empezó después del levantamiento zapatista, ahora cada cabecera municipal tiene su centro de salud. Sin embargo, siguen faltando los recursos humanos, los hospitales están vacíos».
Artículo publicado por Noticias Aliadas el 21.08.2014: http://www.noticiasaliadas.org/articles.asp?art=7061