Uno de los grandes asuntos que nos entretendrán los próximos años seguirá siendo, sin duda, el de la competencia lectora, asunto agrandado, agravado o multiplicado, si cabe, por el de la alfabetización digital, por el de la influencia de los medios y soportes digitales en los hábitos y prácticas de lectura tradicionales. Ayer mismo comenzó […]
Uno de los grandes asuntos que nos entretendrán los próximos años seguirá siendo, sin duda, el de la competencia lectora, asunto agrandado, agravado o multiplicado, si cabe, por el de la alfabetización digital, por el de la influencia de los medios y soportes digitales en los hábitos y prácticas de lectura tradicionales. Ayer mismo comenzó uno de los primeros congresos preocupados por un asunto que traerá mucha cola: Nuevas formas de lectura en la era digital, se titula, y en él intervendrán especialistas que intentarán dictaminar de qué manera influyen los nuevos soportes en la manera que leemos.
Existen todavía, sin embargo, pocos estudios de campo que hayan sido capaces de establecer si el uso de las pantallas constituirá un complemento ineludible o, más bien, un obstáculo adicional. Algunos, como el Superbook en Inglaterra, no fue más allá, me atrevería a decir, que a constatar algunas certezas constatables sin necesidad de emprender ningún estudio: que los adolescentes son los más predispuestos a utilizar los soportes digitales y a sustituir la lectura en papel por la lectura en dispositivos electrónicos. Pero la pregunta que suele quedar sin responder es: ¿contribuye el ejercicio de la lectura en los nuevos soportes a una lectura más fluida y capaz de decodificar satisfactoriamente lo que se lee? ¿Contribuye la lectura en pantalla a mejorar la comprensión lectora en general y en las distintas áreas de conocimiento en particular? ¿Contribuye la lectura en un dispositivo dedicado a fomentar una lectura más crítica, una interpretación y evaluación de los contenidos más cabal? ¿Se han mejorado las capacidades de búsqueda, investigación y evaluación de los contenidos encontrados mediante el uso de los soportes electrónicos? ¿Se ha incrementado la motivación, las ganas de aprender a leer mejor y utilizar la lectura como un instrumento que les oriente en una sociedad sobreabundante en información? Las preguntas son tantas y las respuestas tan pocas, que todavía queda un largo trecho por recorrer.
El proyecto ADORE (Teaching Struggling Adolescent Readers), que se desarrolló durante dos años, desde noviembre del año 2006 hasta el mismo mes del 2008, ha constituido, a mi juicio, uno de los trabajos más extensivos y esclarecedores de los últimos tiempos (amén de los resultados, claro, del informe PISA). El proyecto prentendía establecer o determinar si existían constantes en diversos países europeos que pudieran explicar las dificultades que los adolescentes de nuestro continente encuentran a la hora no tanto de aprender a leer como de desarrollar una competencia lectora de un nivel superior, de mantenerla y aplicarla a los diversos dominios del saber, de la actividad cotidiana o profesional y, por supuesto, de los entornos digitales.
Existen al menos ocho grandes problemas comunes antes los que se enfrentan los adolescentes con problemas recurrentes de lectura:
1. Competencia lectora: excepto en los países nórdicos, la competencia lectora sigue entendiéndose como una pericia que se adquiere de una vez para siempre en la educación primaria y que, luego, no sufre cambio o mejora alguno. De esta forma, se abandonan a su suerte adolescentes en la educación secundaria que no entienden los enunciados de los textos en áreas de conocimiento para las que no han sido entrenados. La enseñanza de la lectura parece, más bien, una actividad transversal que debe desarrollarse en todas las áreas de conocimiento a lo largo de toda la vida educativa; 2. Los adolescentes con dificultades lectoras: en la mayoría de los países suele contemplarse a estos adolescentes, simplemente, como no lectores que no han llegado a adquirir las competencias suficientes, precisamente porque se cree que la lectura se aprende de una vez para siempre. Sobre esta falacia descansa el abandono de unos y la desidia de otros; 3. Ideas tras la instrucción: en muchos países la docencia todavía está fundamentada en el «saber sobre algo o de algo» y en el «saber que», es decir, en un aprendizaje ceñido a determinadas áreas o contenidos; en su lugar, ha quedado demostrado que las estrategias del «saber para» y el «saber cómo», allanan el camino de las dificultades lectoras; 4. El conocimiento de los profesores sobre la enseñanza de la lectura: los resultados de la investigación demuestran que muy pocos profesores tienen instrumentos diagnósticos suficientes para diagnosticar los problemas de lectura y, menos aún, para emprender un trabajo sistemático de mejora de las competencias lectoras. Existe un momento de transición muy complejo, en el 5º grado, entre el «aprender a leer» y el «leer para aprender», donde los adolescentes deben poner en juego nuevas capacidades: comprensión de textos; aproximación crítica; uso de contenidos escritos para las diferentes áreas de conocimiento; etc., entrañan capacidades que difieren de una área a otra.
5. Materiales de lectura y currículo: los materiales que los profesores suelen utilizar para la promoción de la lectura suelen ser canónicos cuando no arcaicos, absolutamente desapegados de las preocupaciones o áreas de desarrollo e interés de los adolescentes. Implicarles en el proceso de aprendizaje y mejora comprende que los textos incluyan asuntos relevantes para los adolescentes y, también, respuestas de alguna naturaleza a las preguntas que se plantean. 6. Recursos financieros y legales: la conexión entre las disponibilidades financieras de las escuelas y la calidad de la enseñanza, si bien no es automática, si es sustancial; más aún, como sucede en los países nórdicos,el derecho jurídicamente exigible de apoyo individual y mejora continua a los estudiantes; 7. Transferencia de los resultados de las investigaciones: en muy pocos países de los visitados existe una clara conexión y una transferencia sistemática entre el conocimiento científico y la práctica educativa. En demasiados países se ciñe a una cooperación casual y asistemática; 8. Valores y sistemas educativos: existen diferencias muy notables entre los sistemas educativos europeos. Pueden dividirse en dos: los que están orientados al apoyo y los que están orientados hacia la consecución. En los primeros, los alumnos con problemas lectores encuentran la posibilidad de mejorar y, en general, los niveles de lectura alcanzados por todos los alumnos son mejores. Es el caso, por ejemplo, del caso Finlandés.
Y por si las cosas no fueran suficientemente complicadas, el asunto que preocupa a tantos de nosotros: ¿es la pantalla un aliado o un contendiente?
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