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Los comunes: el chorizo de pago de Serrat y «toda la vieja mierda»

Fuentes: Iohannes Maurus

«also mit der Notdurft auch der Streit um das Notwendige wieder beginnen und die ganze alte Scheiße sich herstellen müßte»(Marx-Engels, Die Deutsche Ideologie)(con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se restablecería necesariamente toda la vieja mierda)(Marx-Engels, La Ideología Alemana) «Yo he pasado por delante de una charcutería […]

«also mit der Notdurft auch der Streit um das Notwendige wieder beginnen und die ganze alte Scheiße sich herstellen müßte»
(Marx-Engels, Die Deutsche Ideologie)
(con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se restablecería necesariamente toda la vieja mierda)
(Marx-Engels, La Ideología Alemana)

«Yo he pasado por delante de una charcutería -ha puesto como ejemplo-, he agarrado un chorizo y me lo he llevado, de forma que el charcutero me ha dicho ‘oiga, que hay que pagarlo’, yo le he contestado ‘pues usted perdone, ¿qué le debo? […] Me parece que con los artistas tendría que pasar lo mismo , y no sé por qué se producen situaciones tan confusas y difusas sobre la propiedad intelectual; lo ignoro, pero yo, hasta la fecha, tengo que pagar por todo lo que uso y consumo». Joan Manuel Serrat (Público, 26 de enero de 2011)

1.
Son interesantes las últimas declaraciones de Joan Manuel Serrat sobre la propiedad intelectual. Afirma en sustancia que la única posición éticamente aceptable es pagar por lo que se consume. Apela al sentido común y sostiene que en una charcutería, si intenta llevarse un chorizo sin pagar, el dueño de la tienda le recordará más o menos amablemente lo que tiene que hacer para llevárselo. Todo el mundo entiende lo que quiere decir el famoso cantante español. Lo entiende porque se reconoce inmediatamente en sus palabras. Serrat no intenta demostrar nada con su apólogo del charcutero, al menos no intenta hacerlo mediante una argumentación; se limita a decir que «todo el mundo sabe» y que «tú también sabes» que para consumir hay que pagar. La evidencia funciona no sólo en la medida en que la palabra que la expresa alude a determinados hechos, sino, sobre todo, en cuanto esa palabra se dirige a alguien, lo interpela como alguien que «también sabe» y forma parte de la comunidad de los que saben «lo que todos sabemos». Serrat no es el primer agente de esa interpelación, tan repetida desde nuestra infancia y tan anclada en nuestras prácticas y nuestros miedos y esperanzas de sujetos de mercado, que nos resulta universal: «todos lo sabemos», «nadie lo negará». Tan universal nos resulta que puede parecernos incluso una directa aplicación de un principio de la razón, en concreto, del principio universal del derecho que Kant formulaba así: «Es justa toda acción que por sí o por su máxima, no es un obstáculo a la conformidad de la libertad del arbitrio de todos con la libertad de cada uno según leyes universales«. Si me llevo un chorizo sin pagar, estoy realizando una acción que por sí se opone a la libertad del arbitrio (o la manifestación fenoménica de la libertad) del carnicero, pues la libertad de este se expresa como propiedad sobre una cosa, en este caso, un embutido. Por eso, cuando nos propone, o más bien impone, Serrat su argumento charcutero en favor de la propiedad privada (intelectual) y consultamos con nosotros mismos sobre su validez, sólo podemos asentir.

2.
 Efectivamente, para Kant, la idea de una libertad que no se pueda expresar como tal mediante la propiedad de una cosa es contradictoria: «Es posible que yo tenga como mío todo objeto exterior de mi arbitrio. Es decir, que una máxima según la cual, si hiciera ley, un objeto del arbitrio debería ser objetivamente sin dueño (res nullius) sería injusta. […] la libertad se privaría por si misma del uso de su arbitrio, respecto de un objeto de este arbitrio, declarando fuera de todo uso posible algunos objetos útiles. Es decir, que los anularía en cierto modo bajo el punto de vista práctico y los convertiría en res nullius, aun cuando el arbitrio en el uso de las cosas está formalmente conforme con la libertad exterior de todos según leyes generales».(Immanuel Kant, Metafísica de las costumbres, Principios metafísicos del derecho, Derecho privado, capítulo 1). Una libertad sin objetos para su arbitrio se haría, por consiguiente, enteramente invisible en el mundo. Es interesante en la reflexión de Kant que nunca se concibe la posibilidad del disfrute o utilización colectiva de una res communis sin mediación del mismo poder de Estado que protege la propiedad privada y que transforma lo común en público. Sólo son concebibles pues la propiedad privada y la pública (estatal), pero ambas se basan en la negación de lo común. La idea de un bien común de libre acceso para todos resulta inconcebible desde esta elevación a principio universal de las condiciones del mercado capitalista. No sólo Kant, el conjunto de la tradición jurídica sostiene este planteamiento. No sólo los filósofos lo hacen, sino, a diario, el propio derecho. Las categorías del derecho, reproducen a los sujetos del mercado como sujetos de derecho. Los términos, los significantes del derecho, sólo cobran significación en la práctica social del mercado. En tanto que cosas, los significantes jurídicos (sujeto libre, cosa, contrato, obligación, propiedad…) producen efectos específicos: la constitución de un determinado tipo de sujeto que se reconoce libre y conscientemente en el discurso jurídico y que, por ello, puede participar en el mercado como agente libre y consciente de sus intereses y derechos. Como sujeto de derecho y como individuo sujetado por el discurso jurídico soy también agente de mercado. En otros términos, como sostiene Louis Althusser, el aparato ideolígico de Estado jurídico, con su discurso y sus instituciones específicos es el elemento fundamental en la constitución y la reproducción de la relación mercantil, con la particularidad de que el discurso jurídico es el que más cerca se encuentra de la «realidad» del mercado.

3.
Existe, sin embargo, un más allá del derecho, algo que el derecho no puede integrar en sus categorías y siempre debe dejar fuera. En ese más allá figuran la violencia y los comunes. La violencia es la violencia de la expropiación, desde la violencia terrorista de los propietarios que dio lugar a la acumulación originaria de capital hasta la expropiación permanente que se confunde con el proceso de trabajo y con la explotación; pero es también la otra violencia, la que resiste a la expropiación y a la sujeción. Es una violencia que el derecho sitúa necesariamente en su exterior pues no puede en ningún caso expresarse en términos de un acuerdo entre voluntades libres. Lo otro que el derecho deja de lado es el objeto que la violencia expropiadora arrebata a la multitud : los comunes. Sólo en un contexto de expropiación privada/pública de los comunes puede mantenerse la lógica del mercado y del derecho como estructura fundamental de las relaciones sociales.

En otro contexto -comunista- el libre acceso de todos a los comunes productivos y a la riqueza común haría pensable lo que tanto le cuesta concebir a Serrat -y a nosotros mismos, en cuanto seguimos siendo sujetos constituidos por el discurso jurídico y por la ideología jurídica. Sería perfectamente lógico tomar sin pagar el pan y el chorizo que se desee en una sociedad que hubiera desarrollado libremente sus fuerzas productivas. Marx y Engels consideran el desarrollo de las fuerzas productivas que desemboca en una sociedad de la abundancia como una condición indispensable y una consecuencia necesaria del comunismo: » este desarrollo de las fuerzas productivas (que entraña ya, al mismo tiempo, una existencia empírica dada en un plano histórico-universal, y no en la existencia puramente local de los hombres) constituye también una premisa práctica absolutamente necesaria, porque sin ella sólo se generalizaría la escasez y, por tanto, con la pobreza, comenzaría de nuevo, a la par, la lucha por lo indispensable y se recaería necesariamente en toda la porquería anterior («die ganze alte Scheisse»)» (Ideología Alemana, Feuerbach, II, 5). Se trata aquí de una abundancia y de una riqueza que no tiene ya la cualidad de una «gran acumulación de mercancías», sino de una gran capacidad de producir valores de uso. En tales condiciones, posiblemente no hubiera ninguna dificultad para que Serrat se llevase a casa su chorizo y su pan sin tener que pagarlos (lo que sería imposible, en cambio, es que lo hiciera pagando), tampoco para que las obras de los artistas y de los escritores se difundieran gratis sin que estos tuviesen como tienen ahora más afán de enriquecerse que de desarrollar y difundir sus propias obras. No creo que Homero ni Hesiodo, ni Mozart tuvieran esa visión mercantil de su propia obra; eso no les impidió producirla ni supuso ningún obstáculo para que su fama llegara hasta nosotros. También es probable que un charcutero que no se vea impulsado por el afán de beneficio haga mejores chorizos.

4.
La tragedia de los comunes es que existen ya y son la base de una economía capitalista parasitaria y gracias a ellos la abundancia, incluso una mejor abundancia es posible. Estamos hoy a diario confrontados a formas intensas y difusas de cooperación e intercambio perfectamente gratuito sobre las cuales cae la red del control capitalista: imposición de la relación salarial, del valor, de la rentabilidad financiera y de toda la vieja mierda. Los comunes son hoy ese bien que buscaba Spinoza al principio de su Tratado de la Reforma del Entendimiento: «un objeto que fuese un bien verdadero, de suyo comunicable [sui communicabile], y mediante el cual el alma, renunciando a cualquier otro, puediese verse afectada en exclusiva, un bien cuyo descubrimiento y posesión diesen como fruto una eternidad de alegría continua y suprema.» Para Spinoza se trata del conocimiento de la naturaleza y de Dios, conocimiento compartido y comunicable que constituye lo común y produce a Dios mismo como res communis.» Nada de mística: se trata sólo de la potencia de lo común sin ninguna trascendencia. Algo que nada tiene que ver con operaciones de compraventa: ya se ve que tampoco Spinoza vivió de sus derechos de autor.

http://iohannesmaurus.blogspot.com/2011/01/los-comunes-el-chorizo-de-pago-de.html