“Porque lo bancan el barrio y la asamblea Edu se queda”. La prolija pintada habita una pared, casi en la esquina de México y Chacabuco. Debajo de la inscripción, una ventana diminuta oficia de puesto de venta de diarios y revistas.
“Edu” es el kiosquero. Otro graffiti nos informa que vende allí desde 1979, pero que en 2018 Rodríguez “La rata” y “El gato” Macri lo privaron de su kiosco.
La asamblea mencionada, la de San Telmo, está sobre la esquina. Una inscripción repetida a los lados de la entrada permite vislumbrar que su línea de acción no es sólo “vecinalista”: “Viva el socialismo y la libertad” puede leerse.
El pequeño espacio en el que continúa la venta de diarios se nos ocurre un ejemplo de la inagotable capacidad de la sociedad de Buenos Aires, y de Argentina en general, para generar ámbitos de solidaridad y resistencia, por pequeños y localizados que puedan parecer.
¿Los “diarieros” pertenecen al pasado?
Lo que atrajo mi mirada de nuevo hacia el mini establecimiento de “Edu” fue una informada nota sobre los kioscos de diarios y revistas y su decadencia, en España y en el resto del mundo, que puede leerse aquí.
Se me ocurrió algo entonces, y lo confirmé, en pequeña escala, con una somera recorrida por kioscos cercanos a mis lugares de vivienda y trabajo: La declinación de los puestos de venta de diario porteños no es tan acentuada como la que se describe en la nota referenciada. Y tampoco lo es el descenso de la prensa en papel. Los diarios y revistas impresos en el derivado de la celulosa siguen ocupando un lugar importante en esos pequeños comercios.
Es cierto, los acompañan muy variados objetos, coleccionables o sueltos. Asimismo, en algunos de ellos ganan presencia los libros. Tanto que en la avenida Corrientes hay un par de casos que se han convertido en pequeñas librerías a cielo abierto. Y ésos sí, creo que ya no venden diarios. Uno de ellos se especializa hace tiempo en bibliografía sobre el tango y temas de la ciudad. Otro, por lo menos hasta hace poco, vendía las ediciones artesanales del sello Eloísa cartonera.
La gran mayoría sigue con la prensa periódica. Acompañada a veces por alguna porción de mercado facilitada por su ubicación. Así los que expenden códigos y leyes en las cercanías de los tribunales judiciales. O el que vende profusa información y normativa sobre temas laborales en inmediaciones del Ministerio de Trabajo.
Hace años que los “canillitas” ganaron una batalla contra las empresas de medios, que pretendían que se habilitaran otros comercios como puntos de venta. Los kiosqueros se pusieron firmes y continuaron teniendo el “monopolio” que las grandes compañías cuestionan en nombre de la “libertad de mercado”.
Y siguen además con un servicio más que atractivo: La entrega del diario a domicilio, a primera hora de la mañana. Lo que nos permite a muchxs ciudadanos desayunar con la compañía del diario en papel, un hábito sostenido durante décadas para quienes somos más bien veteranos.
Lo que ya no está
Algunas modalidades del trabajo de los “diarieros” se extinguieron, es verdad. Quizás el más importante fue el pregón callejero de los diarios, por la mañana y también por la tarde y noche. En las ya lejanas épocas en que los vespertinos Crónica y La Razón vendían centenares de miles de ejemplares.
El vendedor callejero era precisamente la figura del “canillita” por antonomasia. Llevaba los diarios debajo del brazo y promovía a los gritos su mercancía.
Incluso entraban en bares y restaurantes a vender. Y a veces adoptaban tácticas de venta bastante peculiares. Algunos de ellos no trepidaban en pregonar noticias inexistentes, con tal de atraer la atención los potenciales compradores.
Quien escribe estas líneas recuerda una lejana noche en tiempos de la última dictadura. Cenábamos con mi novia de entonces en el restaurante Munich de la calle Corrientes, el mismo que después pasaría a denominarse La Churrasquita, hasta extinguirse hace pocos años.
Ingresó al local un diariero, ya entrado en años y de voz muy potente, gritando “Ha sido asesinado Castro”. Mi mente tomó el sendero obligado: Podía tratarse de que una tentativa entre las decenas de dar muerte a Fidel hubiera tenido éxito. Le pregunté al mozo que atendía nuestra mesa si sabía algo al respecto. Esbozó una sonrisa y dijo: ¡Ése con tal de vender da por muerta hasta a la madre¡
Igualmente, picado por la curiosidad, compré un ejemplar. Y ocurrió lo que sospechaba: En las páginas policiales podía encontrarse la noticia del homicidio de un ignoto ciudadano apellidado Castro, cuyos detalles ya no recuerdo.
El astuto vendedor se había escudado en la ambigüedad para no poder ser acusado de enteramente mentiroso. Un Castro había resultado muerto. Que no fuera quien el comprador había supuesto no era culpa del diariero, que en definitiva difundía un hecho verdadero.
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Entre prácticas extinguidas o al borde de estarlo, el trabajo del “canillita” sigue vivo. La lectura en papel es un hábito que sin duda está en baja, sometido a la aventajada competencia de Internet, pero sigue aún en vigencia para millones de personas. Incluso en los libros el declive es mucho menos pronunciado que en los diarios y revistas.
Hasta jóvenes estudiantes de poco más o menos 20 años, preguntados acerca de si se sienten cómodos leyendo libros u otros textos muy extensos en pantalla, confiesan que “les cuesta” abordarlos en ese formato y prefieren el papel. En cuanto a la sofisticación del ebook sigue siendo un fenómeno muy minoritario.
En todo caso, nos cabe seguir con el placer del diario al lado de la taza de café, con esa lectura morosa desde la tapa a los chistes, a veces volviendo atrás y adelante para repasar algún detalle que no nos quedó claro. Y también, por qué no, desplazándonos cada tanto a la computadora o el celular para comparar la cobertura de noticias con la lectura electrónica de otros medios.
Mientras tanto, “Edu” sigue en su puesto a despecho de los propósitos de la administración pública “neoliberal”. Con su trabajo enmarcado por la prédica asamblearia a favor de la libertad y el socialismo.
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