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Los intelectuales “republicanos” y la guerra de Ucrania

Fuentes: Rebelión

Ochenta personalidades escogidas entre académicos, formadores de opinión, periodistas y artistas han dado a publicidad en estos días una declaración orientada a condenar las acciones del estado ruso.

Entre los firmantes se encuentran figuras públicas como Luis Alberto Romero, Beatriz Sarlo, Graciela Fernández Meijide, Marcos Novaro, José Emilio Burucúa, Juan José Sebreli, Diana Cohen Agrest, Santiago Kovadloff, Marcos Aguinis, Oscar Martínez, Alfredo Leuco, Luis Brandoni, de un total de ochenta adherentes.

No hay que restar importancia a manifiestos de este tipo. Sus firmantes hace ya tiempo que han conformado una “fuerza de intervención” que emite cada tanto su voz colectiva, siempre a favor de las causas más conservadoras. En general en ajustada sintonía con la derecha del arco político nacional.

La mayoría de los signatarios se han ubicado en los últimos años como seguidores más o menos explícitos de la coalición que ahora se llama “Juntos por el Cambio”. Varios de ellos están directamente bajo el ala del partido PRO.

Han decidido colocar su trayectoria y sus lauros al servicio del elenco político que encabezó una gestión de gobierno desastrosa, vertebrada por un claro sesgo reaccionario. Han decidido motejar esa opción política de “republicanismo” y desde allí pretenden el monopolio de la democracia y de la defensa de la Constitución.

Un mundo idílico “arruinado” por Rusia.

El documento se abre con una afirmación que ya marca el tono del resto del escrito: “como nunca antes se ha violado el nuevo orden mundial fundado en la paz, la democracia y el respeto de los derechos humanos que ni siquiera la polarización de la Guerra Fría había podido quebrar.”

El lector se anoticia así desde el inicio de que la humanidad entera viene de vivir un orden mundial casi idílico, una suerte de monumento a la armonía universal, el imperio generalizado de la democracia y el respeto de los derechos de todxs los pobladores del globo. Poco importa que buena parte de ese período, “guerra fría” mediante, se haya vivido bajo el terror de un posible conflicto nuclear.

La intervención de Rusia en Ucrania vendría a ser así el primer atentado, después de varias décadas, a un orden de fraternidad universal.

Luego se hace una observación referida al mundo posterior a 1945.: “El proceso de justicia retroactiva contra los principales responsables de los crímenes de guerra y los asesinatos en masa, la creación de las Naciones Unidas y la sanción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos sentaron las bases para una nueva era. Con los inevitables vaivenes, la utopía kantiana de la paz perpetua, expresión máxima de la Ilustración, se hacía realidad.”

El mundo entero habría vivido más de ochenta años de paz. Tal vez en esa ambigua mención de “los inevitables vaivenes” queda confinada la consideración de las decenas de enfrentamientos sangrientos en gran escala que azotaron a la humanidad desde 1945 hasta ahora.

La mayoría causados por las “democracias occidentales” a las que el documento enaltece: Las guerras de Corea, Vietnam, el Congo, Irak, Libia, Afganistán, los atropellos israelíes sobre Palestina y otros países árabes y un largo etcétera.

Habrá quien diga que no hay que sorprenderse. Para cierta visión de la humanidad actual, “el mundo” equivale a Europa Occidental, Estados Unidos y sus aliados más cercanos.

Aún si se aceptara ese estrecho y discriminatorio punto de vista, ese venerado “occidente” estuvo también atravesado por conflictos en las últimas décadas. No todos transcurrieron en el “tercer mundo”.

No han pasado tantos años desde los salvajes enfrentamientos en la ex Yugoeslavia. Y sin remitirse a conflictos internacionales ¿Puede atribuirse un estado de ”paz” a las sanguinarias dictaduras latinoamericanas? ¿Fue “pacífico” el opresivo dominio de Francisco Franco sobre España? ¿Es una iniciativa de “entente cordial” el bloqueo de seis décadas contra Cuba?

Nadie cuestiona, al contrario, el valor de los procesos contra los criminales de guerra y de la sanción de la Carta Universal de los Derechos Humanos. El problema es que se los toma como sinónimos de un orden mundial signado por la concordia que nunca existió.

Entre quienes adhieren al documento hay destacados historiadores, amén de cultores de otros saberes que conllevan un conocimiento de pretensión rigurosa acerca del pasado reciente. No puede sino concluirse que no se está ante un posicionamiento basado en algún recto análisis de la realidad sino frente a un caso de deshonestidad intelectual.

La realidad vista con un solo ojo.

En sus referencias acerca de la guerra en curso la declaración reproduce casi punto por punto el discurso del gobierno estadounidense, de sus aliados de la OTAN y de la “cadena mundial” de medios de comunicación dominantes.

Los innegables horrores de todo enfrentamiento bélico son atribuidos por entero a uno de los bandos. Se escribe: “Ucrania es un Estado independiente y soberano cuyo territorio ha sido agredido por un invasor que ataca a la población civil, bombardeando hospitales, maternidades y centrales nucleares con armas prohibidas, bajo el pretexto de recomponer una dudosa ‘comunidad de sangre’. Han muerto niños indefensos y miles de ciudadanos que huyen por los supuestos corredores humanitarios. “

No se encuentra ninguna observación crítica a la versión dominante. Ni el menor afán de relativizar alguna de las afirmaciones de quienes enfrentan a Rusia. Parece que no existió la represión sobre los sectores prorrusos del este de Ucrania. No merece la menor atención la amenaza de que Ucrania adhiera a la OTAN y eso lleve a la colocación de misiles nucleares a pocos kilómetros de la frontera rusa.

El gobierno de Ucrania es caracterizado como una “democracia pluralista” a la que Rusia “busca disciplinar” para “propagar su modelo autocrático”. Ninguna mención del precedente golpista de ese “pluralismo” ni de la fuerte presencia de grupos de extrema derecha en el gobierno y en las fuerzas de defensa de Ucrania.

Sobre el gobierno argentino

Mención aparte merecen las apreciaciones que hace el manifiesto que nos ocupa acerca de la actuación del gobierno argentino ante la contienda.

La evaluación que se hace parte de señalar “vacilaciones y complicidades” desde la esfera gubernamental. Y no toma nota en ningún momento de que, días después de iniciada la confrontación, el gobierno argentino modificó su posición.

Es cierto que su inicial calificación de la intervención rusa fue de “acciones militares” y no de “invasión”. Y que soslayó un pronunciamiento condenatorio. Poco después pasó a caracterizar las acciones rusas como “invasión” y a emitir una condena.

Este cambio no se exteriorizó por medio de un funcionario cualquiera en un espacio de poca relevancia. Lo enunció el ministro de Relaciones Exteriores frente al Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Sin embargo, en el manifiesto se lo ignora.

Se puede ser muy crítico acerca de la coherencia y equidad de ese giro, y desde direcciones opuestas. Lo que no debería ocurrir es que quienes firman el documento opten por soslayar ese viraje. Sin mencionar ni siquiera la existencia de una condena con la que deberían coincidir.

A partir de esa omisión sostienen que “Igual que en 1943, igual que en los casos de Nicaragua, Venezuela y Cuba, nos paramos del lado infame de la historia, convirtiéndonos en una nación imprevisible en la que nadie podría confiar.”

Podría observarse que remontarse hasta 1943 no es nada inocente. Insinúa que toda la historia del peronismo, desde su momento inicial, constituye un itinerario de “infamia”.

La oración que cierra el manifiesto resulta también significativa. Utiliza un recurso retórico muy usual en el discurso de la derecha vernácula.

Se trata de remitirse a un pasado de ventura cuyas coordenadas no se explicitan y el cual es muy dudoso haya existido alguna vez: En nombre de su propia historia, la Argentina debe volver a ser una abanderada de la democracia, los derechos humanos y la paz mundial.

¿Cuándo habría cumplido “la Argentina” (así sin acepción de gobiernos ni de épocas), con ese rol de insigne portadora de valores a los que se supone incuestionables?

¿En los años de la conquista del desierto? ¿Durante las largas décadas de represión y tortura a militantes obreros y populares? ¿En los extensos períodos en que el fraude electoral o las proscripciones fueron la base de un orden político espurio?

¿Tal vez durante las recurrentes dictaduras cívico-militares cada vez más represivas y sangrientas? ¿O cuando el presidente Raúl Alfonsín avaló con su presencia la masacre y las desapariciones del cuartel de La Tablada?

¿Quizás en 2001, en ocasión de que un gobierno acorralado por una rebelión popular sembró las calles de cadáveres?

El republicanismo ante todo.

La precisión histórica y el rigor conceptual no parecen haber estado entre las mayores preocupaciones de quienes escribieron y firmaron esta declaración.

El objetivo del texto se orienta a exaltar el punto de vista de EE.UU y sus aliados en el presente conflicto. Para dar como bueno, sin el menor espíritu crítico todo el arsenal propagandístico producido desde “Occidente” para trasmitir la idea de una guerra del Bien contra el Mal. La de una democracia excelsa contra una autocracia perversa capaz de todos los crímenes.

Cuando el texto fija la vista en nuestro país, se hace manifiesto el empeño en fustigar cualquier amago del gobierno argentino de apartarse un milímetro de los dictados del poder norteamericano y sus adláteres. Ese cuestionamiento no se detiene ante la comprobación de que la posición orientada a un mínimo de autonomía fue tan inconsecuente que sólo se sostuvo unos pocos días.

Poco importa eso; el “republicanismo” es cada vez más exigente con sus adversarios “populistas”, que no deben pecar ni con el pensamiento. Los “republicanos” pretenden fortalecerse con este conflicto, que les permite revestirse con el manto “occidental”.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.