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A seis días de las elecciones presidenciales

«Los K»… solos en la madrugada

Fuentes: APM

 En medio de un desierto de ideas y con una derecha tan histérica como enmohecida, los argentinos votarán el próximo 28 desde el instinto de conservación ¿Y el marido? ¿Y después qué?  Pocas veces este país vivió una campaña electoral tan anodina. Nunca antes llegó a los comicios con semejante marabunta de candidatos, sin identidades […]

 
En medio de un desierto de ideas y con una derecha tan histérica como enmohecida, los argentinos votarán el próximo 28 desde el instinto de conservación ¿Y el marido? ¿Y después qué? 

Pocas veces este país vivió una campaña electoral tan anodina. Nunca antes llegó a los comicios con semejante marabunta de candidatos, sin identidades partidarias ni proyectos. Radicales y peronistas por todos lados, casi en un proceso de travestismo continuo. Con su aparente jefe fuera de la escena, porque el lúmpen empresario Mauricio Macri aguarda su asunción como alcalde de la ciudad capital, la derecha más reaccionaria da manotazos de ahogado. El campo popular, democrático en serio, de izquierda o progresista -como el lector prefiera denominarlo -, tan dividido que parece irracional. En ese marco, la inmensa mayoría de los argentinos estaría dispuesta a votar desde el instinto de conservación.

Quizá sea por eso que la senadora Cristina Fernández de Kirchner se apresta a ser consagrada presidenta el último domingo de octubre. Salvo que todas las encuestas estén patas para arriba, que el olfato callejero se haya exiliado en Marte o que acontezca alguna hecatombe, lo único que resta saber es por cuántas decenas de puntos porcentuales la llamada primera dama alcanzaría la jefatura de la Casa Rosada.

Néstor Kirchner -el marido de Cristina- llegó al gobierno hace cuatro años, cuando la nación parecía en bancarrota, los bancos eran apedreados por la población, la clase media gritaba en las calles «que se vayan todos» y los trabajadores desocupados, por decenas de miles, daban un salto de calidad en su organización piquetera.

Presidente y cónyuge pertenecen a una cultura política (el peronismo), que tanto supo encabezar un movimiento popular (Juan Perón entre 1947 y 1955), como pudo implantar el más salvaje de los programas neoliberales (Carlos Menem en la pasada década del ´90). Por cierto, la única cultura política que fue capaz de crear y ejercer poder electoral en el último medio siglo.

Después de la crisis de finales de 2001, la huída del entonces presidente Fernando De la Rúa y de varios meses de inestabilidad profunda, Néstor, y en menor medida su antecesor provisorio y mentor Eduardo Duhalde, pudieron diagnosticar lo que sucedía sobre la epidermis y dentro de los tejidos profundos de la sociedad argentina, y modificaron el rumbo que en forma tan conspicua habían compartido con Menem (el primero como vicepresidente y después gobernador de la provincia de Buenos Aires, y el segundo como jefe político de la patagónica Santa Cruz y cruzado de la privatización petrolera).

Así fue como el marido de Cristina acometió con una bien encaminada política de reparación histórica de los derechos humanos avasallados durante la dictadura de la década del ´70.

Por otra parte, sin romper con el modelo de endeudamiento externo (el pasivo actual estimado es de 220 mil millones de dólares), encaró una prolongada estrategia de quita coyuntural; devaluó el signo monetario y desplegó un enérgico programa de asistencia social.

También se dieron pasos significativos en política exterior, sobre todo el trazado estratégico con la Venezuela en transformación democrática del presidente Hugo Chávez y la opción firme a favor del Mercado Común del Sur (Mercosur), instancia aun precaria de integración y sobre todo deshilachada desde el punto de vista contrahegemónico, pues se encamina a replicar para el Sur el mismo paradigma dominante dentro de la etapa actual del sistema capitalista – imperialista. Sin embargo, ese Mercosur -con una marcada alianza argentino-brasileña- pudo cortarle el paso al ALCA, al menos en su versión más ambiciosa.

Ese conjunto de medidas, con la ayuda de precios crecientes y sostenidos en el mercado de los «commodities», le permitieron a Néstor mantener una tasa de crecimiento anual del PBI netamente favorable (rondó un promedio del 6 al 8 por ciento) y disminuir los índices de pobreza, indigencia y desocupación, que durante la década del ´90 y principios de los 2000 habían llegado a uno de sus máximos históricos.

Sin embargo, todo se hizo conforme al canon adaptativo del modelo neoliberal: prolongación de las concesiones petroleras otorgadas durante la década del ´90; apertura indiscriminada y sin control a la explotación minera en manos de las corporaciones transnacionales; profundización del monocultivo sojero y de su nuevo hermano poderoso, el programa de agrocombustibles.

Mientras el gobierno habla de nacionalización de los resortes económicos, las estadísticas oficiales y privadas indican que, durante la gestión de Néstor, se profundizó la venta de empresas argentinas a grupos transnacionalizados, en sectores claves como petróleo y gas, medios de comunicación, alimentos, servicios financieros y minería y siderurgia. Se calcula que en los últimos cuatro años se vendieron cerca de 450 empresas argentinas, por un valor aproximado de 18.700 millones de dólares.

Crece la sospecha de que ciertas actitudes y discursos nacionalizadores en el sector energético y de recursos básicos -como el de la empresa de aguas, que fue recuperada de manos privadas francesas- están más dirigidos a crear espacios de negocios favorables a empresas de argentinos amigos del gobierno, que a reivindicar parámetros de soberanía.

Es cierto que la negativa oficial a la suba de las tarifas de los servicios públicos privatizados – hasta ahora mantenida más o menos a rajatabla- fue una necesidad económica y política. Sin embargo, ateniéndose a la sospecha de la que se habla en el párrafo anterior, no pude descartarse que tal medida también tenga un lado oscuro: la depreciación de los activos, consensuada en secreto con las empresas titulares que en público protestan, para facilitar próximas operaciones de reventas o de traspasos de paquetes accionarios.

Asimismo, las mejoras sociales y económicas se focalizaron sólo sobre el 40 por ciento de los trabajadores, pues el 60 por ciento restante sigue en condiciones informales, sin legislación laboral ni social que lo contenga. Las anunciadas mejoras en los porcentuales de pobreza y en el significado real de las subas salariales están en tela de juicio -como lo están los índices de precios al consumidor-, toda vez que tomó estado público la diferencia profunda que registran los guarismo oficiales respecto de lo que se percibe en las calles, en la vida real.

El ámbito de los derechos humanos -sin duda uno de los logros más significativos del gobierno de Kirchner marido- se ve ensombrecido no sólo porque el Estado no supo darle respuesta a la desaparición de Julio López -testigo en el juicio a uno de los ex torturadores más repudiados-, sino porque el aparato represivo no fue desmantelado y la violencia y la corrupción policial se mantienen a la orden del día; ni que agregar sobre los efectos que la pobreza y la marginación siguen provocando sobre los derechos humanos más elementales, como alimentación, educación y salud.

¿Y del otro lado qué sucede? Un desierto, sin oasis ni caravanas de camellos salvadores.

Lo de las fuerzas de izquierda o del denominado campo popular es desolador. No pudieron (¿quisieron?) establecer ni el más mínimo de los acuerdos unitarios. Atrapadas en las generales de la ley de un sistema electoral pervertido, en el que, salvo para el caso de los políticos más mediáticos, casi nadie conoce a lo candidatos, esas fuerzas concurren al comicio dispersas y sin más posibilidad que una represtación testimonial.

Podrán en ciertos casos alcanzar un éxito minúsculo, con alguna banca legislativa, pero creando la condiciones para que sus eventuales representantes deambulen solitarios por los corredores cada día más corruptos del sistema político. Y lo peor del caso, sin proyecto que convoque a la participación popular.

El matrimonio Kirchner concibió un armado político que incluye algunos elementos progresistas junto a ex militares golpistas (como es el caso de Aldo Rico) y caciques municipales y provinciales del peronismo y del radicalismo, que hoy están y mañana pueden abandonar el barco conforme a la política del mejor postor de prebendas. En la vereda de enfrente sólo aparece una derecha enmohecida, atomizada y para todos los gustos.

Desde empresarios que acceden a la actividad política para afianzar sus negocios – los amigos de Macri, por ejemplo-, hasta ex ministros del propio Kirchner que se desdicen de buena parte de lo hecho por ellos cuando fueron gobierno (Roberto Lavagna).

También aparecen portavoces agoreras y mesiánicas, ex fiscales en provincias durante la dictadura (Lilita Carrió); sujetos de ultraderecha con títulos universitarios falsos y de dudosa salud mental (Juan Carlos Blumberg), y gobernadores que quieren ser presidente, sin rendir cuenta del asesinato político de un maestro en su jurisdicción (Jorge Sobisch).

No falta un efímero ex ministro de De la Rúa que pretendió recortar los gastos fiscales a expensas de la educación pública (Ricardo López Murphy), otro que sueña con la jefatura de Estado.

En esta especie de corte de los milagros, algunos pretenden llegar a la Casa Rosada, otros se conforman con el cargo de gobernador de provincia, y muchos aspiran a convertirse en legisladores. Por todas partes circulan peronistas, radicales y recién llegados en pos de un cargo que les arregle la vida, les de prestigio o permita cumplir con una pequeña ayuda para sus amigos.

¿Por qué Cristina y no Néstor (la Constitución lo habilita a un segundo mandato) es quien encabeza la fórmula?

Un pregunta sin fácil respuesta. Algunos dicen que así, entre él y ella, ellos y la ingeniería política que montaron pueden pretender unos 16 años de gobierno, gracias a una suma doble de períodos de cuatro años. Otros sostienen que él quiere dedicarse a la gestión estratégica y dejar los asuntos de la administración en manos seguras, pues, y lo que sigue es incuestionable, ella no está donde está sólo por ser la esposa de él, sino que ostenta un dilatada actividad política desde la cámara alta del Congreso nacional.

Es difícil considerar que el futuro de Argentina vaya a quedar atado a los cálculos de la familia Kirchner, y mucho menos a los vaivenes psicológicos de la sociedad conyugal. En todo caso, la suerte de este país sudamericano dependerá de las decisiones políticas de ellos o de quienes los sucedan, y, en última instancia, de la capacidad y decisión de la propia sociedad para torcer el aparente destino de frustraciones.

Porque si «los K» no modifican el rumbo real de sus proyecciones, una nueva de las tantas crisis cíclicas del modelo dependiente y expropiador en manos de las corporaciones podría avecinarse, y sin previo aviso.

Que los derechos humanos no sean sólo reparadores del pasado sino vigentes ante los escenarios actuales. Que los recursos naturales y el aparato productivo estratégico sean efectivamente tomados por un nuevo tipo de Estado. Que la riqueza enorme que encierra este país sea distribuida, cosa que no sucede en la actualidad. Que el sistema político sea renovado y no siga cautivo de los profesionales de la prebenda y de la cosa pública como negocio personal. Que el proceso de integración latinoamericana rompa el corsé de hierro del neoliberalismo y se diseñe como proyecto de poder regional autónomo. En todo eso consiste el desafío real.

En los ´90, el sistema de poder intentó vivir para siempre con la venta de «las joyas de la abuela» (proceso privatizador). En la actualidad, esa misma corporación parece tener la tentación de creer que los precios de la soja y de los «commodities» son eternos, cuando los mismos dependen de alternativas que en Buenos Aires serán noticia cuando ya se instalen como catástrofe, con ella, con él, o con quien sea. Será por eso que, mientras tanto, los argentinos se alistan para votar desde el instinto de conservación.