El sismo de las 23:49 del jueves 7 de septiembre de 2017 agarró desprevenidos a los habitantes de la Casa del Maestro Oaxaqueño en la Ciudad de México. El movimiento telúrico y la tétrica alarma que da aviso hicieron que se levanten de sus camas y salgan al jardín del domicilio situado en Avenida Coyoacán […]
El sismo de las 23:49 del jueves 7 de septiembre de 2017 agarró desprevenidos a los habitantes de la Casa del Maestro Oaxaqueño en la Ciudad de México. El movimiento telúrico y la tétrica alarma que da aviso hicieron que se levanten de sus camas y salgan al jardín del domicilio situado en Avenida Coyoacán 939 en la tradicional colonia Del Valle. A Mao Alonso, del Istmo de Tehuantepec, inmediatamente le comunicaron la dramática situación en que estaba su familia. Esa misma noche se fue para allá, pero antes dijo:
–Debemos hacer de este lugar un centro de acopio para ayudar a nuestros paisanos.
La idea iría a modificar la vida cotidiana de la antigua casona que perteneció a la poderosa familia oaxaqueña de los Murat y que el magisterio recuperó para que «esté al servicio de la gente humilde, de la gente de pueblo» como me comentó César, profe costeño que pasó su infancia entre la escuela y el trabajo en el campo.
Las imágenes de Juchitán destruida sumado al imborrable recuerdo del terremoto del 85 desataron la solidaridad citadina y los maestros democráticos de Oaxaca, aglutinados en la sección 22, fueron uno de sus principales vehículos.
No pasaron 24 horas y Chava, quien me enseñó algunas palabras en mazateco, puso una cartulina amarilla escrita a mano en la puerta de la casa que decía: «Ayuda para Oaxaca». Después llamó a organizaciones civiles y sociales, medios de comunicación, instituciones educativas y a todo el que se le ocurriera para avisarles que estarían recolectando lo necesario para los que cayeron en el desamparo más obscuro.
Desde individuos con autos lujosos hasta personas con modestos pasares económicos brindaron su aporte, trajeron: atún, frijol, agua, arroz, comida para perro, harina, medicamentos, más atún, ropa, galletas, mermelada, chile jalapeño, una habitación completa de papel de baño.
Algunos de los donantes primero usaron sus hogares como punto de reunión para luego llevar lo recaudado a los maestros. Lo mismo hicieron escuelas y varios universitarios replicaron la lógica con sus compañeros. Los contingentes de la vilipendiada Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) a lo largo y ancho del país aportaron lo suyo.
En un comienzo, la fila de generosos era tan larga y el desorden era tal que muchos voluntarios decidieron quedarse a organizar el flamante centro de acopio. El caos inicial dio paso, gracias a cerebros y manos desinteresadas, a un tetris de dimensiones humanas solo comprensible por quienes comandaban la reunión de víveres. Con todas estas acciones el inmueble despintado por años de lluvias defeñas empezó a albergar caóticamente toneladas de ayuda para los más necesitados del Estado en donde nació Benito Juárez.
El espíritu colectivo y solidario negado por la cotidiana alienación capitalista floreció; la casona capitaneada por los maestros devino en un océano de camaradería. Además de los que vivían allí, se sumaron mujeres oriundas de Oaxaca, jóvenes universitarios y de prepa, scouts, ingenieros, abogadas laboristas, docentes de escuelas públicas y privadas, académicas de la UNAM, y trabajadores de los más diversos oficios y edades. Entre latas con sonrisas hechas con marcador, análisis políticos nacionales e internacionales y porras contra la reforma educativa esa amalgama social de lo más diversa puso su granito de arena para que desconocidos situados a cientos de kilómetros estén un poco menos peor.
Fue en medio de este bullicio que sorprendió el sismo del 19 de septiembre. Como otros miles, en pocos minutos estas personas estaban en las calles Gabriel Mancera y Escocia sacando escombros bajo una insoportable nube de polvo y corrupción.
De los miles que se acercaron a la Casa del Maestro Oaxaqueño a brindar ayuda muchos preguntaron antes de dejar sus víveres si dicho lugar pertenecía al gobierno (a lo que respondían que eran la oposición social al mismo); y un número no despreciable hizo comentarios de apoyo a su lucha. Un señor, bien entrado en años, caminó decenas de cuadras para llevar dos bolsas de frijoles a los maestros de Oaxaca, «ejemplo para el país». Una mujer que nunca había sido docente, playera con estampa de la Sección 22, empezó a hablar de la represión estatal del 2013 al plantón del zócalo. Además estaban los que les agradecían por estar del lado del pueblo.
Cuando la casa literalmente se llenaba, Chava, responsable general, llamaba a Bimbo, Estafeta o Pato Pascual para que con sus camiones de 30 toneladas lleven los víveres a Ixtepec, a escasos kilómetros de Juchitán, donde otros maestros armaban las despensas y las distribuían entre los damnificados, sin prestar atención a su color político. Las evidencias de estas labores las subió Fila al Facebook «Ayuda para Oaxaca» (sigue online) y más de un vehículo fue acompañado por periodistas que dieron cuenta de la respetabilidad del proceso. Entre las personas que se acercaron más las 38 instituciones que dejaron su aporte se reunieron 272 toneladas que beneficiaron a habitantes de 54 municipios de Oaxaca.
El de la capital no fue el único centro de acopio de los profes. En la Ciudad de Oaxaca hicieron dos: uno en su edificio histórico situado en Armenta y López 221 (a dos cuadras del zócalo) y el otro en su Centro de Estudios Políticos Sindicales. Ambos empezaron la mañana del 8 de septiembre. También organizaron unos pequeños para facilitar la ayuda a las comunidades afectadas más alejadas de Oaxaca; aquellas que no salieron en televisión y en las que la casta política solo practica el extractivismo electoral. Estos centros de acopio fueron orquestados por los propios maestros de esos pueblos del Istmo y de la sierra, quienes en sus casas reunieron lo necesario y con sus vehículos llevaron las donaciones.
En las regiones de Oaxaca que no fueron perjudicadas los maestros reunieron víveres en sus escuelas y en las zonas dañadas ayudaron a coordinar la remoción de escombros, la construcción de las viviendas provisorias y la organización de las comidas colectivas.
Conscientes de la necesaria intervención del Estado y de su falta de predisposición para ello, los profes pusieron en pie una campaña de movilización y denuncia para que el gobierno estatal y federal destinen dinero para la reconstrucción de escuelas y hogares. Las movilizaciones, cuyo epicentro fue el Istmo, buscaron presionar a partir de visibilizar en la calle la dramática situación en la que vivían miles de oaxaqueños.
Debo decir que estuve sorprendido tanto por la actividad que desplegaron, como por la naturalidad con la que lo hicieron. Para resolver mi perplejidad decidí preguntarle a romántico, un maestro que camina cuatro horas en la sierra para ir a dar clase, quien me respondió: «si en el día a día ayudamos en lo que podemos a nuestras comunidades, ¿cómo no vamos a hacerlo en una situación así?».
6 meses pasaron de la oleada de sismos y todavía son muchas las familias sin hogar, en Oaxaca y en varias partes del país. El reclamo de los damnificados aunque ausente de la escena nacional sigue trágicamente presente en la cotidianeidad de los de abajo, y los maestritos de pueblo están ahí, acompañando.
Mariano Casco Peebles. Doctorando en el posgrado de Estudios Laborales de la UAM Iztapalapa.
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