Lejos de estar en cuarentena desde el 10 de diciembre por haber arrastrado al país a un abismo irresponsable, algunos integrantes de Juntos por el Cambio se florean en los medios inyectando odio contra la estrategia oficial de preservar la vida durante la pandemia.
De la mano de algunos de sus alfiles, como Patricia Bullrich o Miguel Pichetto, salen a desgastar al gobierno de Alberto Fernández con una impunidad sorprendente. Se ensañaron con el confinamiento, pero lo mismo da: si la flamante administración no hubiese decretado una cuarentena, ellos saldrían hoy a indignarse con un gobierno que priorizó la economía y abandonó a miles de cadáveres en las morgues.
El nivel de imbecilidad de sus argumentos no los detiene. Antes bien, son sostenidos, ratificados y potenciados por una prensa que les concede impunidad. Las imágenes publicadas por el canal TN de Clarín sobre unas protestas de vecinos del barrio Villa Azul en el conurbano bonaerense, y que pertenecían a un grupo de manifestantes generando focos de incendio en Chile, es apenas una muestra de la intencionalidad por horadar el alto nivel de aceptación popular del gobierno nacional, así como también del provincial.
Los medios grandes agitan el malestar general, la incertidumbre y la vulnerabilidad de una sociedad angustiada por su salud y su economía. Están en la vanguardia de la cizaña: detrás de ellos, arrogantes, aparecen las voces de quienes protagonizaron el desastre económico de 2016-2019. Y luego, toda la legión de liberales, libertarios, antivacunas, anticuarentenas, conspiranoicos y antediluvianos que se montan al escenario reclamando libertad a como dé lugar. Libertad de circulación en un mundo inmovilizado por una pandemia que estos mismos irresponsables niegan. O subestiman.
El gobierno nacional es el destinatario de sus injurias. Pero, muy especialmente, la administración de Axel Kicillof a quien, desde el minuto uno de su gestión, salieron a hostigar con una saña pocas veces vista. Medios como Clarín y La Nación están esperando que se incendie el conurbano de contagios y de muerte: soslayan la tragedia mundial, los números de fallecidos y el horror en Europa, Estados Unidos y Brasil; de igual manera, silencian el accionar del gobierno porteño en los barrios carenciados. Pero depositan todo su morbo en los asentamientos del gran Buenos Aires, en donde alientan sin disimulo un colapso sanitario. Para regodearse después con sus títulos envenenados contra el gobernador. No tienen paz.
Si Axel Kicillof aísla preventivamente un barrio pobre para evitar contagios, salen a decir que el gobernador condenó a sus habitantes a vivir en un gueto y que quiere a sus ciudadanos presos. Pero cuando semanas atrás la Justicia decidió liberar a algunos detenidos de las cárceles para evitar una marea de contagios, se horrorizaron: “liberan a los presos y nos tienen encerrados a todos nosotros”. Desde “La Nación”, el diario de la vieja oligarquía, hablan de un “virtual estado de sitio que nadie quiere llamar por su nombre”. ¿Dijeron algo parecido durante los años de la dictadura?
Desde esas usinas mediáticas se agita la idea de que la cuarentena está en conflicto con el concepto de libertad. Se animan a escribir desde la centenaria tribuna de doctrina que “las deserciones de los poderes Legislativo y Judicial dejaron al Ejecutivo con la suma del poder público”. Hasta el propio juez de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, afirmó que “los gobiernos no pueden avanzar sobre las libertades individuales”. Y también las voces de la tilinguería nacional, para completar el contexto, avanzan en la misma dirección: “Tengo terror de que nos quieran convertir en Venezuela”, expresó la conductora televisiva Susana Giménez, para concluir que el presidente “actuó muy bien al principio de la pandemia, pero ahora está (…) muy presionado por La Cámpora«. Para los medios que apoyaron ajustes, espionajes, evasiones, represiones y dictaduras, la cuarentena es una coartada del gobierno para avanzar hacia el autoritarismo, en contra de los derechos y las libertades.
Hay otros sectores de la sociedad, moldeados por la prédica y el veneno de los mismos medios, que también despliegan su odio en las redes sociales, y que cada tanto son convocados a expresarse en el ágora pública. Representan un soporte casi caricaturesco de la indignación. Días atrás se reunieron frente al Cabildo y al Obelisco de Buenos Aires. Los une un fuerte rechazo por la cuarentena, y una serie de idearios insólitos y hasta contradictorios. Muchos de ellos comparten la convicción de ser víctimas de una elite que, al parecer, quiere crear un Nuevo Orden Mundial, y que utiliza el virus como excusa para empoderarse y recortar las libertades. Son antivacunas, negacionistas del coronavirus, anti Organización Mundial de la Salud, anticomunistas, libertarios, ultranacionalistas. Toda una gama de matices con que se disfraza la derecha más ultra. No solo en la Argentina tienen su prédica: en otros países, están conformados por brigadas macartistas que se presentan a punta de pistola, como en Brasil y en los Estados Unidos.
Muchas de estas creencias mesiánicas son inoculadas en las redes sociales por troles o YouTubers alienados, y sostenidas y replicadas por libertarios de derecha, teóricos de la conspiración del Nuevo Orden Mundial y fundamentalistas cristianos. Hablan de dictaduras sanitarias, de un estado de vigilancia, de redenciones divinas. Del peligro de una tiranía mundial invisible, en la que mezclan en un mismo lodo a Bill Gates o George Soros junto a los illuminati y el comunismo, la biblia y el calefón.
Todo este popurrí delirante encaja en la idea de los medios -que representan al establishment y, en algunos casos, lo conforman- de ensuciar la vida política. Y lo hacen para obstaculizar el avance del Estado sobre sus negocios y sus intrigas. No pueden concebir que el Estado esté en manos de gente que no acepte responder a sus intereses. Que tengan el tupé de investigar quiénes evadieron, quiénes extorsionaron, quiénes espiaron. Y que pretendan cobrarles un impuesto a las grandes fortunas. Por las dudas, algunos de los interesados ya comenzaron a fugar(se) del país.
Clarín, La Nación y sus satélites están alentando el colapso nacional. En medio de la crisis sanitaria y a la espera inminente del pico de contagios y muertes, esa prensa infame tiene la clara intención de desestabilizar al gobierno popular. Opera, calumnia, presta micrófonos a personajes que llaman a la desobediencia civil. En especial contra “el gobierno bonaerense, controlado por personas muy cercanas a Cristina Kirchner y bajo influencia de su propio hijo, Máximo”, como afirmó sin velos un editorialista de La Nación. Porque, para ellos, allí está el huevo de la serpiente.
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor. Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano.wordpress.com