Con todo lo que viene sucediendo en los últimos tiempos en nuestro país y en el mundo, se escuchan reiteradas expresiones llamando a defender la soberanía y la independencia nacionales, se hacen flamígeros llamados a la unidad nacional, a la defensa de la patria y hasta se lanzan terribles amenazas contra los que se opongan o critiquen esos llamados.
Tales discursos siempre han sido el arma más socorrida de los gobiernos y clases dominantes cuando enfrentan dificultades en el interior de su país o con las clases poderosas de otros países.
Y por lo general les resulta la maniobra porque explotan el sentimiento patriótico y de pertenencia que anida casi instintivamente sobre todo en la mente de las grandes y humildes masas trabajadoras, para usar esa predisposición como escudo frente a sus enemigos y para recargar en los hombros de las masas todas las dificultades que puedan presentarse.
No olvidemos que, en las dos grandes carnicerías mundiales, la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, los millones de muertos y lisiados los pusieron los pobres de todos los países capitalistas que pelearon por una tajada más grande del pastel mundial, en tanto que los capitalistas triunfantes resultaron con más jugosas ganancias.
Nuestro país está enfrentando el brutal avasallamiento del prepotente gobierno de Donald Trump (una variante del poder imperialista, en algunos aspectos más feroz que la recién terminada de Josehp Biden), que con solo el tronar de sus dedos está doblegando al gobierno de la 4T forzándole a hacer lo que él les ordena, so pena de aplicar drásticos aranceles de hasta el 25% a toda exportación de nuestro país a los EE. UU. Y de que lo puede hacer, no nos debe quedar ninguna duda pues nuestro país padece desde hace mucho tiempo de una gran dependencia económica con respecto al imperio norteamericano: el 80% de las exportaciones totales de México, tienen como destino los EE. UU., en tanto que las importaciones de aquel país para el nuestro, representan el 42.8%, en suma, una gran dependencia en lo que compra y vende nuestro país al vecino del norte.
Si a esto le agregamos que México tiene un gran atraso tecnológico y que además arrastra, desde hace mucho, problemas económicos gravísimos de desempleo y precariedad laboral, que son, en última instancia, la causa del alto número de mexicanos que emigra al país del norte buscando los mejores empleos y salarios que aquí no encontrarán, las cosas pintan muy mal para enfrentar las embestidas cada vez más feroces del imperio norteamericano.
Frente a ellas no han servido de mucho los discursos pratrioteros de los políticos de siempre (y de ahora, ya todos amontonados en Morena), asegurando “que México es libre y soberano y que nadie nos dominará”, pues en los hechos, han estado cediendo palmo a palmo a todos los reclamos del imperio: desde cerrar toda posibilidad de diversificar el comercio mexicano hacia otros mercados, especialmente con la República Popular China, hasta el descubrimiento milagroso y repentino de laboratorios productores de fentanilo en nuestro país (cuestión que el gobierno de la 4T, desde con López Obrador, negaba tozudamente su existencia), hasta la “trasferencia” (así le llamaron al proceso completamente irregular) de sacar de las cárceles mexicanas a algunos importantes capos del narcotráfico en México y mandarlos como ofrendas al imperio yanqui para tratar de obtener su clemencia.
Simplemente tenemos un gobierno y una clase dominante “nacionalista” en su discurso, pero a la que no le queda de otra más que buscar congraciarse con el poderoso halcón imperialista aun a costa de incrementar la gran dependencia que ya padecemos.
¿Qué debemos pensar y hacer los obreros mexicanos frente a esta problemática?
En primerísimo lugar hacernos a la idea de que nuestro país corre graves peligros frente a los ataques gringos, de los cuales, los más perjudicados seremos, como siempre, las clases populares y trabajadoras: el incremento en los aranceles gringos golpearía a la planta industrial asentada en nuestro país y esto traería como consecuencia la recesión económica, más desempleo y precariedad para los trabajadores, despidos y rebaja efectiva de los salarios No es cierto aquello de que “no pasa nada” como intenta hacernos creer el gobierno morenista, mientras cede a cada imposición de Trump.
En segundo lugar, convencernos de que este gobierno, al igual que los anteriores (tricolores o azules) tampoco se ha preocupado seriamente por construir un nuevo modelo de desarrollo económico que ponga bases firmes de gran desarrollo en la productividad, generando tecnología propia y moderna, promoviendo la inversión e incentivando el mercado interno, con mayor calidad y preparación en la fuerza laboral, propiciando también un más justo y equitativo reparto de la riqueza nacional. Modelo económico que nos pondría en condiciones de enfrentar con alguna posibilidad de éxito las amenazas del imperio yanqui.
Preguntémonos, compañeros trabajadores: ¿por qué Trump y los intereses imperialistas que representa tienen que andar con más cuidado tratándose de Rusia y de China?, ¿por qué no les azota la mesa y los mira con arrogancia amenazándolos con invadirlos si no lo obedecen, como sí se atreve a hacerlo con el gobierno morenista de la 4T en México? Porque en esos países las cosas son distintas: ellos sí tienen la fortaleza económica y militar para ponerle un alto a los gringos y, además, tienen a un pueblo más organizado y consciente, dispuesto a defender a su nación; y no un pueblo, como el mexicano, desgraciadamente sumido en la miseria y la necesidad y manipulado desde hace mucho tiempo con las tarjetitas para darles dinero a cambio de su voto.
En tercer lugar, los trabajadores mexicanos debemos convencernos de que, ni este gobierno (¡ya lo estamos viendo!) ni los anteriores, han representado, ni representan el proyecto de nación al que deben de aspirar las clases populares y trabajadoras de México: no han servido para construir una patria verdaderamente soberana e independiente, y la que han formado es una nación que solo a ellos, a los del poder político y económico, les pertenece y beneficia. Ahí está para muestra palpable el magnate Carlos Slim que se hizo rico durante los gobiernos del PRI y del PAN, y se sigue haciendo aún más rico en los gobiernos de Morena (lo que demuestra, además, que al pueblo trabajador, no le hace falta un cambio de este tipo de partidos en el poder, sino el cambio del dominio de la clase explotadora por un gobierno de otra clase social, la de los trabajadores). Para gente como Carlos Slim y todos los grandes multimillonarios, así como para todos los políticos arribistas y abusivos (que ahora ya muchos se reencontraron en Morena), para ellos, sí ha habido una patria generosa.
“Los obreros no tienen patria” dijeron en su célebre Manifiesto del Partido Comunista, hace más de siglo y medio, dos de los más grandes maestros del proletariado mundial, Carlos Marx y Federico Engels. Y con eso querían decirles a los proletarios de todos los países, que mientras el poder de su país estuviera en manos de los capitalistas, los obreros no son más que la fuerza de trabajo explotable para el enriquecimiento del burgués al que no le interesa su bienestar y su destino, solo que sea explotable. Por eso al obrero y a su familia le están vedados, en esencia, una vivienda digna y decorosa, no le tocan ni atención médica ni educación de calidad, ni descanso reparador, ni el futuro de una vejez sin sobresaltos: apenas un salario que le reponga con magros alimentos y descanso apresurado el desgaste de sus energías, que le permita seguir viviendo útil unos cuantos años para seguir siendo explotado y que deje descendencia para seguir echando carne humana a las fábricas productoras de riquezas para unos cuantos.
“Los obreros no tienen patria”, quiere decir que los obreros deben conquistar la suya, su patria, hacerse del poder político en su país haciendo a un lado a los explotadores. Para lograr eso, los obreros deben constituirse en una gran fuerza de carácter nacional y no dar sus luchas solo en torno a los problemas de la fábrica donde trabajan, esa lucha hay que darla y darla bien, pero no solo eso, sino sumar en una gran organización política de clase a nivel nacional, toda la fuerza y el descontento popular para cambiar de raíz la situación actual.
Si los obreros no entienden esto y no dan esta lucha, seguirán siendo carne de cañón en manos de sus explotadores.
Otra cosa será cuando los trabajadores hayan logrado su patria obrera y campesina, la patria de las clases trabajadoras y populares. Cuando, como dijeron también Marx y Engels, “hayan ajustado las cuentas” con sus respectivas clases dominantes en cada país y las hayan desplazado del poder, entonces ahora sí, tendrán una patria que defender, pero no para imponerse a otras naciones y menos a otros pueblos trabajadores del mundo, sino para erradicar de la faz de la tierra la explotación del hombre por el hombre y la explotación de una nación por otra.
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