Recomiendo:
0

Los piratas de Santiago

Fuentes: Rebelión

«La memoria nos salva de la humillación» En todo hecho de injusticia hay siempre dos culpables, a veces hay más, pero en el caso que nos ocupa, hay dos; la oligarquía boliviana y la rapiña anglo chilena. La ineptitud de los gobernantes bolivianos, no absuelve a políticos y militares chilenos de iniciar una guerra, cuyo […]

«La memoria nos salva de la humillación»

En todo hecho de injusticia hay siempre dos culpables, a veces hay más, pero en el caso que nos ocupa, hay dos; la oligarquía boliviana y la rapiña anglo chilena. La ineptitud de los gobernantes bolivianos, no absuelve a políticos y militares chilenos de iniciar una guerra, cuyo único y principal objetivo fue, la piratería.

En Bolivia, existen unas láminas «educativas» que suelen venderse en tiendas de barrio y librerías; » pérdidas territoriales » se llaman las láminas. Los profesores de primaria suelen echar mano de este material, para ahorrarse esfuerzo y dejar traumada de un solo saque, a toda una generación de niñas y niños que se enteran de la peor manera que su país había nacido con mar y que lo perdió.

Decenas de generaciones de chiquillos traumados, exigen una explicación al respecto, ¿qué pasó? ¿Por qué había tan pocos bolivianos en Pisagua, Calama, Antofagasta…? ¿Por qué Bolivia no tenía puertos ni buques de guerra?

La respuesta por supuesto, es complicada y dolorosa.

1863. Con el beneplácito del presidente de Bolivia José María Achá, el ejército de Chile invade territorio boliviano. La oligarquía serrana, siente que el mar es un territorio inhóspito, lejano y sin valor, por lo que no le interesa reaccionar. De hecho, entregaría la vida por el santuario de la Virgen de Copacabana, pero por el mar, nada. Una modorra colonial, le aturde el pensamiento.

1869. Una caravana infinita de llamas, mulas y hombres se pierde en la estepa de Potosí. Cuarenta y cinco días, demorarán en llegar hasta el mar, con el preciado metal en la espalda. Después, unos buques peruanos transportarán la plata , desde el puerto del Callao hasta Liverpool. «Los industriales» bolivianos, prefieren utilizar puertos peruanos. Consideran que el puerto boliviano de Antofagasta, es pequeño y rudimentario .

1872. Inaudito. El presidente Agustín Morales, pretende vender a Chile una parte del mar boliviano. El Canciller Rafael Bustillo, envía una carta al presidente de la república; «El territorio, señor presidente, es la primera y la más sagrada de las propiedades nacionales porque encierra en sí todas las demás. Bolivia, señor, es una nación pobre, pero muy honorable, créame Vuestra Excelencia que ella nos asediaría en masa si siquiera supiese que habíamos iniciado una negociación encaminada a mutilar su territorio, a arrebatarle su litoral, a disminuir su población, a menguar su importancia política, a degradarla poniéndola a los pies de Chile».

1874. El presidente Adolfo Ballivián, ante la inminente invasión, en dos oportunidades solicita al Congreso, integrado en su totalidad por el Partido Rojo, (al que pertenecían la elite culta de entonces), recursos para la compra de barcos de guerra y material bélico, sin embargo su pedido es rechazado. Los doctores de Charcas y La Paz, se niegan a armar a Bolivia.

La oligarquía boliviana, ve al mar, como ve todo lo demás, » todo se vende, todo se compra «. Por eso aceptó dinero y un ferrocarril, por un territorio que no era vendible. Rene Zabaleta, solía decir que la oligarquía boliviana no sirvió ni siquiera como oligarquía . No fue capaz de construir un Estado Nación, a la par de sus afanosos vecinos.

La noticia sobre la invasión de Chile, era una noticia que tenía 50 años de atraso. La conocían ministros y diputados, nadie puede argüir desconocimiento de algo que le es tan próximo y el deber de cualquier dignatario de Estado, es estar bien informado.

Esta guerra, no tuvo como protagonistas a militares de carrera, ni a grandes Generales. Sino al pueblo. Al tambor Juan Pinto, que a su edad, le pareció una vergüenza continuar tocando el tambor, con tanta muerte que estaban viendo sus ojos rojos… y tomó un fusil. A Genoveva convencida, que se fue con la bandera, segura de que pronto volvería a colocarla en su sitio.

En vano el corneta Mamani pide refuerzos y a pesar de haber escuchado la orden de tocar a retirada, continuó tocando avanzar. Y continuó tocando, cuando ya tenía varias horas de muerto y cuando ya sólo se oían las olas del mar, que Mamani no quiso perder.

En una emboscada sórdida, la oligarquía boliviana pacta con el enemigo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.