Los primeros pasos de la presidencia de Enrique Peña demuestran que el desgaste sufrido a lo largo de una campaña electoral repleta de irregularidades, corruptelas y desvío de recursos públicos fue considerable. A eso hay que agregar el desgaste de su partido, tanto por su larga estadía en Los Pinos como por sus conflictos cuando […]
Los primeros pasos de la presidencia de Enrique Peña demuestran que el desgaste sufrido a lo largo de una campaña electoral repleta de irregularidades, corruptelas y desvío de recursos públicos fue considerable. A eso hay que agregar el desgaste de su partido, tanto por su larga estadía en Los Pinos como por sus conflictos cuando fue oposición. El enorme esfuerzo de las bases juveniles del #YSoy132 así como de miles y miles de habitantes del país para criticar el proceso, le abrió los ojos a muchos que se negaban a reconocer la naturaleza y el carácter de nuestro sistema electoral y en general de la democracia liberal. Las consecuencias son inocultables, a pesar del optimismo de buena parte de la opinión pública, o sea, de los medios de comunicación y sus empleados, así como de las burocracias partidistas y de los tres niveles de gobierno.
Las protestas por el intento de replicar la infame represión de Atenco en el primer día del sexenio siguen vivas y en lugar de enterrar al movimiento juvenil le han dado un nuevo impulso que lo obligará a redefinir sus objetivos y sus prácticas. Si después de los comicios las buenas conciencias empezaban a festejar el debilitamiento de #YoSoy132, con el deja vu de los halcones echeverristas tal vez (y digo tal vez porque la soberbia no contribuye a la objetividad y la autocrítica) el ocupante de los pinoles se ha dado cuenta de que los garrotazos sólo sirvieron para cimentar la identidad colectiva del movimiento y para reposicionarlo en la arena de la política extra institucional.
El ‘operativo’ policiaco que le quitó la máscara a Marcelo Ebrard -confirmó su formación priísta y su desprecio por la población que gobernó a lo largo de seis años- se propuso acabar de un solo golpe con la oposición callejera en el corazón de México. El montaje mediático para desacreditar las protestas pasó por alto que buena parte de las personas que se organizaron para protestar llevaban cámaras, teléfonos celulares, Ipad’s y demás dispositivos, desenmascarando el ‘operativo’ al grado de que los jueces encargados de legalizar la represión se negaron a aceptar como evidencia para la defensa de los detenidos los innumerables videos y fotografías donde se muestra claramente la colaboración entre los neo halcones y las fuerzas del ‘orden’.
Pero al mismo tiempo, la batalla de la Alameda inauguró la alianza política entre el partido de ‘izquierda’ y el prinosaurio, que un día después sería oficializado en la farsa llamada Pacto por México en el Palacio Nacional. Al ganar con poco más de un tercio de los votos, Peña echó mano del espíritu de cuerpo de la partidocracia para compensar su debilidad. En lugar de conformar un gabinete integrado por los miembros de las dos fuerzas políticas que se repartieron los otros dos tercios -hecho que hubiera mostrado cierta confianza de su fuerza- el presidente prefirió armar un espectáculo televisivo que difícilmente fortalecerá su gestión. En el Pacto por México se definieron varios puntos que supuestamente lo sellaban pero que más bien demostraron su falta de sustancia y debilidad frente a sus verdaderos aliados. De acuerdo con el texto de Jenaro Villamil «Cuando Enrique Peña Nieto concluyó la lectura de su ‘décima decisión presidencial’ y ofreció que su gobierno ‘licitará dos cadenas de televisión abierta en los siguientes meses’, el presidente de Grupo Televisa, Emilio Azcárraga Jean, se levantó de su asiento…». Veinticuatro horas después la flamante decisión fue anulada.
En su afán por iniciar su sexenio a tambor batiente, el presidente se puso en evidencia y no dejó lugar a dudas que el pacto no fue más que una artimaña para tomarse la foto con los presidentes de los partidos de oposición. Inspirado por su jefe, el primer orador de la farsa, el secretario de Gobernación Miguel Osorio Chong, le puso pimienta al caldo demagógico cuando sin el menor rubor dijo: «La tarea del Estado y de sus instituciones, en esta circunstancia de la vida nacional, debe ser someter, con los instrumentos de la ley y en un ambiente de libertad, los intereses particulares que obstruyan el interés nacional» La retórica priísta vuelvo por sus fueros. Para no abundar en detalles el Pacto por México confirmó que las ‘decisiones presidenciales’ -que no acuerdos consensados con los firmantes del pacto- se redactaron sobre las rodillas, buscando más el golpe mediático que una plataforma posible. Y el coscorrón no se hizo esperar, recordándole al copete ensillado quiénes son los que mandan.
A pesar del resbalón, el ahijado de Carlos Salinas siguió en la misma línea, tratando de venderse como el salvador de la patria, abriendo frentes de batalla a diestra y siniestra para afianzarse en la silla. Diez días después se vuelve a tomar la foto con toda la fauna burocrática, ahora para presentar -con el impresentable dieciocho chinchones Emilio Chuayffet- su reforma de la educación, con el objetivo manifiesto de ‘recuperar’ el control del sistema educativo nacional secuestrado por la reina del sur del magisterio, Elba Esther Gordillo. Después de haberse apoyado en ella, aunque simulando una sana distancia, ahora Peña pretende vendernos la promesa de que acabará con el monopolio sindical. Supongo que en el cálculo de la ocurrencia está la intención de cerrar filas con el sector patronal encabezado por Claudio X. González, acérrimo crítico de Gordillo y promotor de la educación como negocio.
Lo que está detrás de las buenas intenciones y promesas del gobierno priísta, como la pensión universal para adultos mayores, es la sigilosa ofensiva contra la mayoría de la población y que en se ha comentado en otro lado: aumentar impuestos y limitar derechos. Lo que el secretario de Hacienda Luis Videgaray, prepara son en sus palabras, las ‘reformas profundas’ Dichas reformas no son otra cosa que la segunda parte de las reformas neoliberales impulsadas por los gobiernos de Salinas y Zedillo. Por eso y cubierto por el circo de Peña, los tecnócratas preparan el ambiente supeditando el crecimiento a reformas que empobrecerán más a la población para llenar las arcas del estado que financien sus imposiciones democráticas y por supuesto los bolsillos de los empresarios. Todavía no se atreven a decirlo con todas sus letras (Videgaray prometió que no habría nuevos impuestos este año, pero el siguiente…) pero la trampa se está preparando para que, con el argumento de que para apoyar a los más necesitados con políticas de alcance universal, será necesario cargar el IVA a alimentos y medicinas y quitarle el subsidio a la gasolina. Las buenas intenciones, articuladas alrededor de las reformas educativa, energética y tributaria, no son más que el botín prometido por la burocracia política a sus patrones. El lobo disfrazado de cordero. Son la razón de ser de un gobierno que, al contrario de lo que grita el presidente y sus cómplices, hoy más que nunca depende del poder del dinero y de las armas para sostenerse. Pero ¿alguna vez ha sido diferente?
Fuente: http://lavoznet.blogspot.mx/