En la ciudad de Oaxaca, ocupada por las fuerzas represivas y en virtual estado de sitio, llevándose a cabo detenciones y cateos y una campaña de linchamiento mediático contra la Asamblea Popular de los Pueblo de Oaxaca (APPO), aprovechando la labor incendiaria de los provocadores enviados por Ulises Ruiz para criminalizar el movimiento, tuvo lugar […]
En la ciudad de Oaxaca, ocupada por las fuerzas represivas y en virtual estado de sitio, llevándose a cabo detenciones y cateos y una campaña de linchamiento mediático contra la Asamblea Popular de los Pueblo de Oaxaca (APPO), aprovechando la labor incendiaria de los provocadores enviados por Ulises Ruiz para criminalizar el movimiento, tuvo lugar un importante foro de los pueblos indígenas de ese estado durante los días 28 y 29 de noviembre.
«En estas horas difíciles señaló el dirigente Joel Aquino en su discurso de bienvenida hay que caminar despacio porque vamos lejos», dejando asentado la posición de los pueblos indígenas en un profundo movimiento social en el que algunos sectores han querido introducir cierto radicalismo que ha puesto en riesgo el conjunto del proceso. Aquino se muestra confiado en la fortaleza del movimiento contra el sistema caciquil que representa Ulises Ruiz porque la resistencia está viva en centenares de comunidades, «en la dignidad de los pueblos de Oaxaca, en la fuerza de sus culturas».
Florentino López Martínez, vocero de la APPO, saluda con entusiasmo la realización del foro, solicitando que se discutan los problemas de los pueblos y se revisen críticamente los acontecimientos recientes. Menciona que en la formación de la APPO tuvo gran valor la asamblea comunitaria indígena que por siglos ha sido una instancia de decisión y participación colectivas. Destaca la importancia de las experiencias zapatistas de las juntas de buen gobierno y las que tienen lugar con la policía comunitaria de Guerrero, y subraya que en la APPO quieren hacer una «gran asamblea de todos los pueblos indígenas y no indígenas de México». Finaliza su intervención reiterando la necesidad de fortalecer a la Asamblea Popular, que «apenas está creciendo desde abajo, desde nuestros pueblos.»
Sara Méndez Morales informa sobre los 304 detenidos del movimiento, 14 sólo en ese día, 141 mujeres, hombres y menores enviados al penal de Nayarit (al otro lado del país), en una cruel e innecesaria política, similar a la practicada por la dictadura porfirista. Refiere las violaciones a los derechos humanos desde la gran represión del 14 de junio, cuando se intentó desalojar el plantón magisterial instalado en el centro histórico.
Marcos Leyva ofrece un amplio panorama de la movilización oaxaqueña, «venciendo el miedo que nos quieren imponer», ofreciendo al mundo la verdadera cara de la APPO: «una asamblea donde se discute, se reflexiona, de cara al futuro, a la esperanza. Es necesario volver a colocar la palabra, el diálogo, quitar las balas, las bombas, las órdenes de aprehensión». Explica el significado de la crisis histórica estructural que se expresa nítidamente en Oaxaca, donde se aglutinan la crisis de Estado, la desigualdad social y la crisis política. Habla sobre el «dolor profundo que guardan nuestras comunidades, el acumulado histórico del pueblo de Oaxaca». Menciona los riesgos de la etapa actual caracterizada por la descomposición social y la guerra sucia, en momentos en que la radio clandestina de los priístas, radio mapache, está llamando a quemar las casas de la gente de la APPO, en la que se está concitando la delación y el odio como los valores «ciudadanos» que ofrece la contraparte de la APPO. Ciertamente que el afianzamiento de la ocupación castrense de la ciudad y del estado ha establecido las condiciones de seguridad que requerían los priístas para profundizar la campaña de terror desatada desde los medios de comunicación locales y nacionales.
A Miguel Alvarez le corresponde analizar la movilización oaxaqueña desde la perspectiva nacional, ofreciendo incluso las claves de articulación con el ámbito de lo mundial, con estas nuevas formas de violencia y visión de la política que acompañan al modelo neoliberal, a las nuevas formas de expresión de la dominación imperialista. Frente a este fenómeno los movimientos sociales viejos y nuevos viven un fortalecimiento de una nueva racionalidad, en la que los pueblos indígenas son un referente mundial porque son capaces de vivir y luchar en colectivo.
Alvarez destaca los derivados de una profunda crisis de Estado en el contexto de una alternancia que no logró cambiar nada, de una transición democrática frustrada. Es un mensaje optimista que se centra en la idea de que el pueblo, los pueblos, no están derrotados, no están doblegados: son pueblos que saben ejercer el poder a partir de la potencialidad de sus culturas.
Me corresponde desarrollar el papel de las autonomías indígenas en todo este proceso: una autonomía que ya rebasó los límites estrechos impuestos por sus críticos y denostadores como sólo aplicable a una realidad rural-indígena. En América Latina, el movimiento protagonizado por los pueblos indios durante las últimas décadas demuestra que es uno de los pocos sectores sociales que cuentan con una estrategia la autonomía no sólo de resistencia y sobrevivencia a la política del capitalismo neoliberal, sino que constituye un paradigma que inspira e influye en los movimientos sociales en el ámbito mundial. Por ello, el movimiento de la APPO no puede ser derrotado. Su fuerza radica en la horizontalidad y el protagonismo colectivos que caracterizan los procesos autonómicos indígenas. No es un movimiento de «líderes», no es una insurgencia social y pacífica que pueda ser «descabezada» por medidas represivas y contrainsurgentes. Se trata de un proceso de largo aliento que deberá ser retomado con renovados bríos por la APPO, en los momentos de necesario reflujo que imponen la persecución y el autoritarismo actual.
Así, mientras se daban los cateos y las detenciones, mientras se convocaba a la muerte y a la destrucción, el debate de ideas, el diálogo de los pueblos indios daban un atisbo de futuro y esperanza a la compleja realidad oaxaqueña.