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Los pueblos indígenas como sujetos activos.

Fuentes: Rebelión

Introducción del libro:»Bolivia. Construyendo un nuevo país indígena». Icaria Editorial y Mugarik Gabe. Barcelona. 2007.

El suponer que las transformaciones a las que asistimos en las últimas décadas se producen a un ritmo tan acelerado como no se habían dado en los siglos anteriores y que por ello es difícil de entender, no es sino una muestra de cierto nivel de etnocentrismo. Tendemos a pensar y concluir que las sociedades anteriores transcurrían su vida en una cadencia sosegada, con cambios más o menos radicales pero de forma puntual en el tiempo, y que la humanidad entera a dado un salto vertiginoso en una sucesión veloz de acontecimientos en los últimos años. Sin embargo, cada sociedad ha sentido aquello que ahora nosotros y nosotras percibimos cuando las transformaciones transcurren a tal velocidad que no nos resta ni tiempo para su análisis y entendimiento. Por eso es necesario parar y comprender que el ritmo que sentimos no se entronca sino en una vieja espiral de cambios imprescindibles que debe de caracterizar a toda sociedad en su aspiración por un mundo más justo para todas las personas y pueblos.

Así, desde principios de los años ochenta del siglo pasado asistimos a un proceso, aparentemente imparable, de hegemonización del sistema neoliberal y del modo de globalización a éste adscrita, caracterizada, a su vez, como moderno modelo de neocolonización en todos los órdenes, bien sea en lo político, económico, social e incluso cultural. Parecía, hasta hace escasas fechas, que este sistema reinaría, al modo de los viejos imperios, por siglos, sin una oposición que le cuestionara y amenazara en su estabilidad e implantación. Sin embargo, poco más de dos décadas después asistimos nuevamente a fuertes transformaciones y cambios que hacen patente su debilidad. Los escenarios de crisis, como en cualquier fase final imperial, se multiplican en los últimos años en todo el mundo y, además de debilitarlo, evidencian un cierto agotamiento global de este sistema.

En América, por lo menos en aquel amplio espacio continental que históricamente se ha considerado como el patio trasero de las metrópolis dominantes, ya hablemos del periodo de colonia española o el posterior y más cercano, de hegemonía estadounidense, las transformaciones y rebeliones antisistémicas se hacen también evidentes. Incluso por esa consideración errónea de «tierra sometida» estos cambios han surgido, por su fuerza, como procesos inesperados. Ello a causa, en gran medida, de haberse juzgado que cerrado el ciclo de dictaduras militares, propias de los años setenta del siglo XX, los triunfantes procesos de pseudotransición a la democracia, dejaban un continente asentado y estable tanto en lo político como en lo económico; continente que poco podría aportar al contexto mundial, dado que habría asumido plenamente su papel de proveedor de materias primas y excedentes para el sostenimiento, desde la periferia que es, de los centros de poder mundial.

Pero la aplicación rigurosa de las políticas económicas neoliberales, caracterizadas por las excesivas medidas de ajuste estructural y la privatización absoluta de todos los sectores productivos, así como por la primacía total de los intereses de mercado sobre el ser humano, despojando al estado de su elemento definidor como redistribuidor de la riqueza y proveedor de bienestar social, ha llevado al empobrecimiento de la mayoría de la población en el continente. La brecha abierta entre una minoría, nacional e internacional, cada vez más enriquecida, y las inmensas mayorías sociales, se ha ido expandiendo generando un proceso acusado de injusticias y de aumento de las desigualdades. En este sentido, los sistemas políticos se han ajustado plenamente a las imposiciones del mercado y su fundamentación única se ha desviado hacia la validación permanente del modelo económico. Incluso se ha alcanzado una cierta invisibilización de diferencias entre unas opciones políticas y otras y ambas se alternan en el poder, o se alían en pactos contra natura cuando ven amenazado su poder, sin poner nunca en cuestión las bases de las políticas económicas neoliberales.

En este contexto se alcanza un momento reciente, en el que los diferentes pueblos y sociedades no pueden soportar más la presión continua y el empobrecimiento en aumento al que están abocados y se reinician procesos diferenciados de transformaciones y cambios a lo largo de todo el continente americano. Así hoy, un número importante de naciones y pueblos intentan alejarse cada vez más del modelo que rápidamente se ha hecho ya viejo y ensayan sus actuaciones hacia opciones más redistributivas, con mayor presencia del estado en los sectores estratégicos, con políticas sociales más amplias y recuperando una soberanía nacional que solamente figuraba en los grandes discursos. Igualmente, se experimentan nuevos lineamientos y estructuras políticas, sociales, económicas que respondan a las necesidades de las mayorías, y se revigorizan culturas y pueblos, hasta hace poco, permanentemente excluidos y a los que ahora se reconocen sus derechos como tales, abriendo paso a la posibilidad de su implementación. Pero sin duda esta descripción, a pesar de su sencillez no puede obviar el largo camino y dificultades que resta por andar y sortear en esa exploración y puesta en ejercicio de nuevos modelos más justos y equitativos.

En este marco, Bolivia se distingue hoy como un país olvidado que ha recuperado su presencia y que tiene la oportunidad de reconstruirse. Es objeto de este libro el aportar los elementos básicos que alumbran el largo proceso de varias centurias que nos permita entender el momento en el que se encuentra este país.

Con más de un 60% de su población autoidentificada como perteneciente a alguno de los diferentes pueblos indígenas que ocupan este amplio espacio territorial, éstos están en un profundo proceso de recuperación de su protagonismo. Lo cual, sólo se entiende como algo especial al hilo de la exclusión permanente a la que han sido sometidos, lo que hace que hoy, en el siglo XXI, adivinemos ese protagonismo recuperado como un hecho extraordinario y para algunos anacrónico. Muy al contrario, si el contexto no hubiera estado marcado por la discriminación y violación permanente de sus derechos, este proceso debería entenderse en la normalidad que supone que esos pueblos deben de hacerse presentes, participar y dirigir, junto a otros sectores no indígenas, el estado del que son mayoría. Si hasta fechas recientes se asumió, sin ningún cuestionamiento y como algo casi lógico, que una minoría inferior incluso al 10% de la población podía ocupar la práctica totalidad de los espacios de poder político, social y económico, no se podría poner ahora objeción alguna a ese nuevo protagonismo alcanzado por los pueblos indígenas.

Las protestas y rebeliones indígenas contra el poder establecido en Bolivia han sido permanentes desde los primeros años de la colonia, aunque también sistemáticamente ocultadas por la historia. Éstas solamente han sido objeto de alguna mención, muchas veces con tintes más folklóricos que político-sociales, cuando alcanzaron un carácter masivo y sobrepasaron los niveles locales para amenazar al sistema. Este es el caso de la rebelión dirigida por Tupac Katari y Bartolina Sisa, en el siglo XVIII, que puso en grave riesgo el dominio colonial español. Sin embargo, hay que reiterar que éstas revueltas fueron una constante, contabilizándose incluso por miles, y transitan desde hace cientos de años hasta las protagonizadas en el llamado último ciclo rebelde a partir del año 2000. Por eso, se pretende aquí hacer un breve repaso de los hechos más destacados que van marcando la historia de Bolivia, para poder entender mejor lo que hoy acontece y comprender los nuevos elementos que se introducen en este último proceso de transformaciones posibles que se originan a partir de la implantación del sistema neoliberal (1985), pero que hunde sus raíces en la historia de los pueblos.

Evidentemente, el objetivo fundamental aquí será lo acontecido en los últimos 20 años y el papel jugado por los nuevos movimientos sociales e indígenas que romperán con el sistema establecido. Éste se caracterizará, en lo político por la implantación de un modelo de democracia pactada entre las principales fuerzas partidistas de la clase política que se alternarán en el poder y que supondrá su paulatina deslegitimación ante la mayoría social, a causa de la extensión de la corrupción y la lógica prebendalista. En lo económico, Bolivia seguirá los dictados más ortodoxos del neoliberalismo, con políticas férreas de ajuste estructural y procesos de privatizaciones que provocarán el expolio de los recursos naturales y de las opciones de un desarrollo endógeno adaptado a las necesidades de vida de la población. La consecuencia directa de estas actuaciones en esos dos amplios campos será la fractura política y social y la constitución de dos grandes bloques antagónicos que implicarán dos proyectos enfrentados de país.

Bolivia, vive desde el 18 de diciembre de 2005, una nueva época de promesas y posibilidades, pero también de incertidumbres, en lo que respecta a su futuro político, económico y social. Posiblemente las grandes preguntas tienen que ver directamente con la profundidad que alcanzarán las transformaciones sociales, políticas y económicas, así como con el papel que desarrrollarán los movimientos sociales en la conducción del estado. Teniendo en cuenta que son éstos quienes han posibilitado el acceso al poder del nuevo gobierno, la interrogante es si se producirá una estatalización de los movimientos sociales o una socialización (entendido como adjetivación derivada del carácter de esos movimientos y no adscripción ideológica) del estado. Pero lo realmente importante, al margen de dudas y de los caminos que se tomen, es que se ha ganado en un largo proceso el derecho a definir ese futuro, con los errores y aciertos propios de cualquier sociedad. Por eso, lo que ahora nos interesa es mostrar el proceso que lleva a ese fecha ya emblemática y el protagonismo ganado en el mismo por parte de los pueblos indígenas, por que analizar el presente y el futuro no es posible sin tener en cuenta el pasado, no en un sentido lineal de la historia, sino cíclico, tal y como se entiende desde la lógica indígena. Por ello importa entender la constitución de nuevos movimientos sociales e indígenas que introducen elementos tradicionales y los combinan con otros más recientes y que por ello se expanden desde las comunidades a las ciudades hasta convertirse en alternativas políticas que alcanzan el poder. Se debe considerar también la utilización de viejas estrategias de lucha, pero igualmente la generación de nuevos discursos como la defensa del territorio, la recuperación de los recursos naturales, o la necesidad de implementar modelos de desarrollo propios que garantizan, y así lo demuestra la sobrevivencia indígena, su viabilidad fuera de las lógicas desarrollistas y de mercado. Este proceso, muestra así mismo la reapropiación del espacio político por procedimientos organizativos de verdadera democracia participativa que suponen la supeditación de las dirigencias a las bases comunitarias como algo esencial.

En definitiva un largo proceso que irá avanzando en su estructuración y rebeldía para alterar radicalmente un sistema injusto impuesto y convertirse en alternativa real que posibilite un futuro más justo y equitativo, así como la participación verdadera de las mayorías silenciadas por demasiados años.