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Los vínculos difusos entre la Revolución de 1952 y el mestizaje

Fuentes: Página 7

La Revolución de 1952, en tanto es el mayor evento político y social de Bolivia en el siglo XX, está sujeta a una lucha de interpretaciones. En un extremo se tienen a los fervientes defensores, nacionalistas que presentan una versión gloriosa. En el otro extremo, los detractores de la revolución que ven en ella el […]

La Revolución de 1952, en tanto es el mayor evento político y social de Bolivia en el siglo XX, está sujeta a una lucha de interpretaciones. En un extremo se tienen a los fervientes defensores, nacionalistas que presentan una versión gloriosa. En el otro extremo, los detractores de la revolución que ven en ella el encaramamiento de los parientes pobres de la oligarquía encima de los movimientos fabriles, indios y mineros de la época. En medio, una pléyade de matices. Si bien el pensamiento y la ciencia social en Bolivia van más allá de ésta simplificación, Estas posiciones extremas han coadyuvado a sumir algunos fenómenos en la bruma de la historia, invisibilizando la complejidad de los procesos. Algo de esto ocurre con la ideología del «mestizaje» que es asumido comúnmente como parte del ideario de 1952 aunque el vínculo sea en realidad mucho más difuso.

Los defensores de la gesta de 1952 ven en la revolución un momento en el que el «mestizaje» logra proyectarse como ideología unificadora en contra de las divisiones coloniales entre «indios» y «blancos». Lo anterior supuestamente permitiría aproximarse al ideal de sujetos de derechos idénticos ante la ley, presupuesto de la democracia liberal. En la otra mano, principalmente desde corrientes kataristas, se argumenta que el mestizaje y la revolución lo que hacen es dar continuidad a un proyecto de modernización monocultural en donde la diferencia indígena debe ser subsumida en los marcos de la ciudadanía. La revolución implica, para ellos, un proyecto etnocida. Lejos de dar solución a este incordio, de por sí muy complicado, lo que hare es anotar algunos elementos que muestran que la relación del mestizaje con la revolución es menos clara de lo que usualmente se concibe.

Durante la primera mitad del siglo XX varios pensadores expresaron su disgusto frente a los mestizos. Tanto Arguedas como Tamayo en diferentes ocasiones catalogaron al mestizaje como síntesis de defectos. Inclusive uno de los ideólogos de la Revolución, J. Fellman Velarde, escribió en 1948 que el mestizo es «odio hecho carne» mientras que el criollo es «el mestizaje noble…expresión humana de lo nacional» . Aun cuando estos pensadores aludían al carácter biológico de la mezcla, cabe recordar los argumentos que R. Barragán ha elaborado recientemente, señalando que «mestizo», en el universo de las etiquetas sociales de la época, en realidad expresaba una posición de artesano, o al menos, residente urbano que no era parte de la burocracia.

De manera posterior a la Revolución, la figura del criollo que postulaba Fellman Velarde pierde toda vigencia y queda el mestizo. Es de notar que es en textos tardíos de Augusto Céspedes donde el mestizaje ya no está circunscrito por los límites negativos que se encontraban en Arguedas o Fellman Velarde. El mestizaje se torna en identidad englobadora de lo nacional que se opone al espíritu colonial y entreguista del super-estado minero. Al mismo tiempo Céspedes identifica que en lo nacional existen dos vertientes -india y mestiza-, pero la que es determinante es la mestiza. Lo indio aparece solamente cuando coadyuva o es conducido por lo mestizo. De ahí que para Céspedes el congreso indigenal de 1945 sea considerado mientras el ciclo rebelde de 1947 es dejado de lado.

El vínculo más claro entre las acciones de la revolución y el mestizaje se encuentra en el trabajo de reelaboración de los orígenes de la nación. P. Quisbert asevera que C. Ponce, a través del Centro de Investigaciones Arqueológicas de Tiwanaku , es el artífice de una lectura mestiza de Tiwanaku en la que «la arqueología se pone al servicio del nacionalismo revolucionario» . Tiwanaku en tanto gran civilización que es destruida antes de la colonia es presentada por Ponce como pasado adecuado de lo nacional que pretendidamente no puede ser reclamado por ninguna particularidad específica, por lo tanto respondería de mejor manera al ideal mestizo de sobreponerse a las diferencias. Sin embargo, es de notar que entre las relecturas históricas con propósitos políticos, fue la de los movimientos indigenistas la más efectiva en lo que respecta a la apropiación de Tiwanaku. Que el presidente Morales haya sido posesionado en un acto de pueblos indígenas en Tiwanaku como centro ceremonial, muy aparte del acto oficial de posesión como presidente, es muestra de ello.

En suma, los vínculos entre el nacionalismo revolucionario y el mestizaje son más inciertos de lo que suele creerse. Aunque hoy por hoy el discurso del mestizaje marcha a tropezones, cabría tener presente que la asociación del mestizaje con la Revolución podría ser una forma secular de relectura de la misma. Relectura que sin duda no es invención del presente y que muestra un interés localizable de contraponerse a las lecturas indigenistas que circulan en el Estado plurinacional. Porque al final de cuentas para todos los involucrados, decir «la verdad» de la Revolución es modificar las fuerzas políticas del presente.

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