¿Sabía usted que las cárceles bolivianas son las menos violentas de todo el continente y quizás del mundo?. Que las tasas de reincidencia de los que vuelven a cometer delitos luego de lograr su libertad es también la menor en América latina?. Que las cárceles de Bolivia tienen una organización propia de presos y presas […]
¿Sabía usted que las cárceles bolivianas son las menos violentas de todo el continente y quizás del mundo?. Que las tasas de reincidencia de los que vuelven a cometer delitos luego de lograr su libertad es también la menor en América latina?. Que las cárceles de Bolivia tienen una organización propia de presos y presas que son elegidos periódicamente a través del voto o de la aclamación? Que a pesar de las condiciones miserables de vida a las que el Estado ha condenado a estas personas, ellas han logrado sobrevivir organizadamente? Que más del 75% se encuentran meses y años en calidad de preventivos sin sentencia, mientras dura el juicio que quizás los declare inocentes?
Que a pesar de los cambios en la legislación penal, los abogados, jueces y fiscales viven del alargamiento penal, la chicanería y la coima institucionalizada y por tanto no quieren que cambie la forma en que el sistema penitenciario funciona? Que la política penal no ha cambiado a pesar de los años y los gobiernos y esgrimen el mismo argumento de culpar a los propios presos por las condiciones en que viven, y por todos los males de la sociedad, mientras los poderosos de siempre que lucraron con el país fugan con los capitales, y las autoridades judiciales hacen fortunas con el retardo de justicia a costa del sufrimiento de miles de pres@s y miles de familias que viven bajo la sombra de la cárcel?… Lo Sabía????….
Entonces, tal vez tampoco sabe que existen cientos de familias que viven al interior de algunas cárceles del país que a pesar de vivir en condiciones paupérrimas, se mantienen juntas y pueden salir adelante gracias al trabajo familiar pero sobre todo porque afectivamente existe una razón importante para pensar en una vida después de la cárcel. Este no es un mero detalle, es una diferencia fundamental respecto a la cárcel clásica que lo único que ha creado históricamente son «seres humanos rotos» destruidos, sin familia, sin relaciones y que optan por su autodestrucción y la reincidencia cuando salen frente a una sociedad que no sólo los penalizó entre muros sino también quitándoles las razones de vivir.
Por eso las tasas de reincidencia en países como EUA o Rusia bordean el 90%; o bien más cerca con Chile en el 75% o Perú o Argentina que bordean los mismos porcentajes, mientras en Bolivia no llega al 30%; la razón fundamental está en el afecto familiar y la organización propia de l@s pres@s. En Bolivia gracias a las ausencias estatales, los pres@s se organizaron como comunidades o sindicatos internos que provenían de la experiencia de vida de los más pobres que son los que sistémicamente caen en las cárceles. Pero no sólo eso sino que estos, los más pobres encarcelados, demandaron organizadamente poder tener a sus familias cerca para no perderse y no perder su relación con la vida; así recuperaron las posibilidades de seguir viviendo con sentido.
Por eso existen niños en las cárceles de Bolivia, no por la «maldad» de los presos que se encierran con sus hijos para hacerlos sufrir; sino por el contrario para darles lo único que nadie les podrá dar: afecto y protección, familia y sentido de vida a pesar del dolor. El Estado por su parte volcando los ojos para otra parte, permitió este ingreso por comodidad ya que con familias los recintos son menos conflictivos y existe mejores condiciones de seguridad. Sin embargo ningún gobierno mejoró las condiciones de vida de los presos y sus familias, todavía más, el uso indiscriminado de la cárcel como recurso penal generó un mayor hacinamiento dificultando la convivencia por las consecuencias que devienen de la falta de espacio, alimentación precaria y escasa, enfermedades y condiciones poco salubres a los que debemos coronar con la connotada retardación de justicia que viene acompañada de corrupción y de injusticia institucionalizada.
Los niños son el mayor patrimonio de quien nadie tiene, y así los presos devienen en los mejores padres en el encierro, porque entienden lo que la familia vale y significa para la vida. Salvo contadas excepciones, señaladas por los mismos presos, la relación siempre ha sido mejor que afuera cuando el padre ausente era la constante en hogares marcados por la miseria y el abandono, como lo son los de los barrios marginales de nuestras ciudades. Por tanto es una hipocresía hablar de las condiciones en las que los niños de la cárcel viven cuando antes ni ahora, gran parte del estado o las instituciones no se preocupan por el hacinamiento y la miseria de los barrios pobres. Tampoco es la de pretender, basados en un discurso «humanitario», sacar a los niñ@s a los hogares que desperdigados en las ciudades, en su gran mayoría han producido delincuencia juvenil además del abuso sexual del que han sido objeto algunos menores, consecuencias en gran parte de la ausencia de un referente familiar necesario para el desarrollo psicológico y afectivo del ser humano.
En contraparte, los presos nos ofrecen algunas lecciones de vida. En varias cárceles se han creado los centros de padres, que establecen reglas para tener el derecho a tener familia e hijos en el recinto. En San Sebastián de Cochabamba, el centro de padres podía retirar ese derecho a los padres irresponsables que maltrataban a su familia o no velaban por ella. Los mismos padres generan actividades de apoyo escolar por turnos, e incluso algunas instituciones e iglesias apoyaron ese papel como complemento familiar para el apoyo psicológico y el rendimiento en la escuela.
Por esas condiciones que emanan de la realidad y de la forma en que somos como país, y en la que el Estado se ausentó, es que la comunidad tiene tanta fuerza organizada y tiene su núcleo central en la familia. El actual Reglamento de la LEP establece claramente esta realidad para proponer su institucionalización en el marco de un mayor apoyo del Estado para mejorar las condiciones de vida de quienes están circunstancialmente bajo su tutela, no para ser objetos de violencia vengativa por los delitos cometidos, sino para entender socialmente que los errores pueden ser enmendados con una fuerte dosis de afecto familiar y de responsabilidad social sobre los demás, la sociedad de la que somos parte tod@s.
Ante tanta ignorancia de quienes escriben sobre el tema o como autoridades que proclaman la necesidad de tener «cárceles como deben ser» está la realidad y la necesidad afectiva de quienes como seres humanos quieren seguir siendo tales con sus familias. No estamos abogando porque los que están presos no hubieran cometido delitos u errores en la convivencia, algunos muy graves, sino que el castigo de la inhumanidad no es la salida, y lo proclaman más de doscientos años de existencia de las cárceles en el mundo que lo único que han generado es más odio, más violencia y más delitos, así como el enriquecimiento de cada vez menos junto a la corrupción generalizada de muchos.
Necesitamos una política penal que no pretenda copiar los fracasos de los otros países, que hacen como que cuidan la «seguridad ciudadana» con mayor represión, mientras los delitos se multiplican y las cárceles se repletan, sin que la comunidad ciudadana sea partícipe de su propia condición de vida. Que construya un sistema penal basado en la reinserción social a través de la comunidad y la familia, no de mayor represión y deterioro de las condiciones de vida; tampoco de la retardación de justicia que es la sombra de la corrupción institucionalizada. En fin proponemos que el proceso de cambio, llegue también a los más pobres entre los pobres, l@s pres@s que en defensa de sus derechos, demandan una política penitenciaria que tome en cuenta a sus familias, a sus hij@s y su derecho a tener una vida y un futuro, a pesar de la cárcel.
Juan Carlos Pinto Quintanilla es Sociólogo y escribe sobre temas penitenciarios
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