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Brasil pretende que el 80'% de los ordenadores comprados en 2005 tengan software abierto

Lula y Kirchner se alían para frenar a Bill Gates en Latinoamérica

Fuentes: americaeconomica.com

Octubre ha sido el mes elegido por los agentes de venta del magnate de la informática Bill Gates para comercializar ‘Windows XP Edition Starter’ en las tiendas de software de Malasia, Tailandia e Indonesia. Una versión de bajo coste del sistema operativo que alimenta el 90 por ciento de los ordenadores del mundo, 350 millones […]

Octubre ha sido el mes elegido por los agentes de venta del magnate de la informática Bill Gates para comercializar ‘Windows XP Edition Starter’ en las tiendas de software de Malasia, Tailandia e Indonesia. Una versión de bajo coste del sistema operativo que alimenta el 90 por ciento de los ordenadores del mundo, 350 millones de usuarios repartidos de Sillicon Valley, domicilio del gigante Microsoft, hasta la capital tailandesa Bangkok. Objetivo: frenar la difusión del software libre por el continente asiático tras el impulso dado por el Día Mundial del software Libre, celebrado el pasado 28 de agosto. Objetivo también: evitar iniciativas como la promovida el pasado mes por los tres países tecnológicos más importantes de Asia, Japón, Corea del Sur y China para el desarrollo de un sistema operativo basado en el software libre.

Software como Linux (lo utilizan Google, Disney y Pixar), el del pingüino en su cabecera, el más popular y alternativa natural a Windows; o también el procesador de textos OpenOffice o el navegador Mozilla. Libres porque alimentan una filosofía basada en cuatro libertades: la de usar el programa con cualquier propósito; la de estudiar cómo funciona el programa y adaptarlo a las necesidades del usuario; la de distribuir o vender copias, mejorando el programa y haciendo públicos esos cambios para que toda la sociedad se beneficie. Todo esto con un requisito: que el código fuente del programa, el lenguaje en el que está escrito, esté abierto y sea accesible.

Pero no sólo se extiende por Asia. Sobre todo lo hace por América Latina, lejos de donde el finlandés Linus Torvalds colocó por primera vez un sistema operativo libre en la red. Es Brasil, precisamente, uno de los países a la vanguardia en el uso de software libre. Es una de las banderas políticas del Gobierno de Lula da Silva que pretende que, el próximo año, el 80% de los ordenadores comprados por el Estado se alimenten de este software de código abierto. Un intento, en palabras del Gobierno, de democratizar el acceso a la tecnología con la intención de que 17 millones de brasileños la tengan a su alcance. Hoy son ya 60 las alcaldías que utilizan este tipo de programas y 2.500 los dólares (2.018 euros) que se ahorra Brasil por cada 10 ordenadores que usan Linux, según datos de la revista PC News.

El Cono Sur es tierra abonada para el ‘software sin dueño’. Argentina también. A principios de este año, el Gobierno de Néstor Kichner anunció que todos los ordenadores del Gobierno nacional tendrán en el plazo de cinco años como sistema operativo el software Linux. Iniciativa similar si viajamos hasta Venezuela o Perú.

Y también si lo hacemos hasta Afganistán, donde EEUU no gobierna en la paz como tampoco lo hace uno de sus baluartes, Microsoft. Pierde la batalla contra Linux apoyado incluso por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en el terreno para facilitar la tecnología a los afganos. Tecnología abierta a sus necesidades, abierta a la autogestión, a que sean ellos los que la manipulen, desatando la dependencia del software propietario controlado por Microsoft.

Porque ese es el objetivo del software libre, desatarse de la dependencia de unos laboratorios localizados en la Costa Oeste de EEUU, de la dependencia de una tecnología encarecida en cada versión del sistema, en cada actualización del software, y enmarañada con un sinnúmero de programas sujetos los unos a los otros para su uso. Es un software propietario, antítesis del desarrollo sostenible y autosostenido de los países del Sur, más si parten de cero. Dice a la cadena BBC Ashraf Hasson, uno de miembros destacados del todavía reducido Grupo Iraquí de Usuarios de Linux, que el software abierto y libre «podría ayudar a sentar una sólida base en la tecnología del país».

Y lejos de eso, hoy, los iraquíes empiezan a tener problemas una vez las copias ilegales de software propietario que han caído en sus manos, el de Microsoft, han caducado. Lo siguiente hay que pagarlo.

Y de Irak hasta Nigeria, Sudáfrica, India, Chile, Noruega, España, Francia y Alemania. Allí también ha llegado el software libre. Ejemplo en Europa, el del Gobierno de Munich que está sustituyendo en sus equipos el sistema Windows por Linux.

Es una apuesta por reducir los costes, por evitar la piratería, por autogestionar la red informática, por frenar la intromisión de los hackers, los piratas informáticos, alimentada por la privacidad. Ya no la hay, lo que existe ahora es libertad para construir un software, otro tipo de software posible, al alcance de todos, puente en la división informática entre mundos, cura para la brecha que hiere al Sur postrado en el subdesarrollo tecnológico.

 Oscar Gutiérrez – Periodista de la Agencia de Información Solidaria (AIS)