En estos días, la Ciudad de Buenos Aires vuelve a ser noticia de aquello que deberíamos considerar un moderno crimen de lesa humanidad . Por primera vez en cinco años, según informan medios diversos, el distrito con mayor PBI per cápita del país ve subir la mortalidad infantil. La noticia, en realidad, sorprende poco a […]
En estos días, la Ciudad de Buenos Aires vuelve a ser noticia de aquello que deberíamos considerar un moderno crimen de lesa humanidad . Por primera vez en cinco años, según informan medios diversos, el distrito con mayor PBI per cápita del país ve subir la mortalidad infantil.
La noticia, en realidad, sorprende poco a quienes hace tiempo venimos alertando sobre la orientación política del gobierno macrista, así como sobre su gestión práctica del presupuesto. No es un problema de plata – los fondos y los equipos están -, sino de decisión política. Y no puede tampoco decirse que esa decisión haya faltado. Al contrario, la decisión del macrismo en estos tres años consistió en desarmar lo existente, pieza por pieza, bajo la bandera del retorno de un Estado fuerte, al servicio de un proyecto excluyente.
Mi amigo Abel Fernández siempre cuestiona el modo restrictivo en que ejerzo el uso del término «derecha», al menos respecto de sus tradiciones históricas, indudablemente más ricas. Tiene razón: hoy tenemos que pensar de nuevo qué quiere decir ser de derecha y qué ser de izquierda. Apropiándome temporalmente de la excelente definición de María Esperanza Casullo, diré aquí que derecha es «aquella fuerza política que de manera sistemática y sostenida en el tiempo, frente a cada diferendo referente a cuestiones públicas actúe en contra de los intereses de la parte más débil.»
Para que un acontecimiento puntual adquiera sentido, debemos siempre pensar las causas que lo generan, así como la serie o secuencia en que se inscribe. En este caso, podemos narrar la destrucción de los servicios de salud, la desinversión educativa, el uso autoritario de fuerzas parapoliciales para controlar el espacio público por medios gansgteriles, la ausencia de una política de vivienda -que, en verdad, se traduce en una política de desalojos y expulsiones-, etc.
Los acontecimientos puntuales son conocidos: bebés muertos por falta de insumos, ambulancias que nunca llegan a destino, bachilleratos populares sin sueldos y cursos cerrados que equivalen a escuelas enteras, establecimientos cuyos alumnos sufren la falta de los servicios básicos, como el gas, etc. Las protestas luego son criminalizadas, pero lo cierto es que no se trata de eventos puntuales, sino de un déficit estructural, provocado deliberadamente por quienes sólo conciben en el Estado a un defensor activo de sus intereses. No es un Estado ausente: es un Estado jodidamente presente el que puede cerrar escuelas y centros de salud justo allí donde más se necesitan, en el castigado sur de nuestra ciudad. Como señala Martín Rodríguez ,
«Hacer invisible al estado (para un sector social) es una decisión que se toma todos los días, un sapo que se traga todos los días. Dejar de hacer cosas significa hacer muchas otras, y, entre ellas, esencialmente, las que puedan ocultar esa desaparición. No se puede instalar que el gobierno de Macri «no hace nada», «hace la plancha», etc. No, hace de todo, se rompe el culo, deja todo en la cancha, con tal de que desaparezcan políticas públicas y sociales.»
Por supuesto, siempre cabe preguntarse por las razones que obran en torno del consenso arrollador con que Macri llegó al gobierno de la Ciudad. Martín hace blanco en un punto indudablemente cierto, tal y como es el fracaso de las gestiones progresistas:
«El criterio «normalizador» hace pie en el fracaso de las gestiones progresistas que tornaron esa situación en permanente. Aquí aparece uno de los perfiles macristas mas claros: mostrar la ineficacia administrativa del pasado progresista, y oponerle a eso el peso de su nueva ley. Es el Estado recuperando al Estado. Cuando Macri decía: vamos a recuperar el Estado hablaba de esto. De esta fuerza. Porque Macri es el fin del Estado débil construido para los débiles […] La recuperación del Estado que encabeza Macri está asociada a la capacidad de reconstruir una autoridad pública sobre los más débiles: ese es el resultado de estos años […] El macrismo avanzó sobre una cosecha de desencanto alrededor de lo que fueron las experiencias de gestión progresistas. ¿Tan malas fueron? ¿Tan malas para quiénes? Tan malas fueron, tan malas para quienes más las necesitaban. Macri llega al poder con el consenso acerca de la ausencia del Estado. El consenso acerca de que se haga presente una fuerza de «arriba hacia abajo». Porque el progresismo no reconstruyó un Estado benefactor, apenas amplió los márgenes para convivir entre los restos de ese viejo imperio y una energía cortoplacista de pequeños programas y direcciones construidas a la velocidad de la luz frente a las «nuevas realidades». Surgía por ejemplo un programa para elaborar políticas alrededor de los cartoneros (al amparo de una nueva ley) y que reaccionaba frente a ellos con la misma sensibilidad de una ONG. Y con el mismo alcance.»
Aceptando, como señalé en otro momento, que se trata de un fenómeno más complejo que el mero fracaso de un determinado estilo de gestión, creo que Martín señala el límite más agudo de aquel modelo: las políticas públicas que no encarnan en los supuestos beneficiarios son, probablemente, las más fáciles de desarmar por el aventurerismo político que vemos campear en estos días. Los planes de contingencia que no se vuelven derechos sentidos como tales rara vez sobreviven al anochecer. Lamentablemente, Macri se está encargando de mostrarnos lo fácil y rápido que puede volverse cierto el aserto mencionado.
Blog del autor: http://ezequielmeler.wordpress.com/
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