La primera aclaración, obvia pero necesaria, es que las opiniones sobre la muerte de Alberto Nisman, así como sobre la seriedad o no de su denuncia contra la presidenta de la Nación, el canciller y otros dirigentes partidarios del arco oficialista, son políticas. O sea, no infalibles ni necesariamente científicas. Parten de una óptica política, […]
La primera aclaración, obvia pero necesaria, es que las opiniones sobre la muerte de Alberto Nisman, así como sobre la seriedad o no de su denuncia contra la presidenta de la Nación, el canciller y otros dirigentes partidarios del arco oficialista, son políticas. O sea, no infalibles ni necesariamente científicas. Parten de una óptica política, de clase y personal de cada quien, bajo la influencia de opiniones ajenas y mediáticas, nacionales e internacionales. Todas, o casi todas, respetables por cierto.
La muerte del fiscal impone consideración para con su familia, pero no lo convierte en santo. No es cierto que la muerte santifique a nadie y menos a la obra político-judicial realizada mientras aquél vivía. Su carrera judicial, sobre todo su escrito de 290 páginas, divulgada antenoche por CIJ, el sitio de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, deben ser evaluados sin concesiones por el hecho de que su autor ya no esté con vida. El respeto a la familia de Nisman es una cosa; la mala calidad de su acusación contra la presidenta no tiene bill de inmunidad.
Lo primero que se discute en los círculos políticos y judiciales, los medios y también en la ciudadanía es sobre si fue un suicidio o un asesinato. El lunes 19, apenas enterado de la noticia, Jorge Lanata planteaba en TN cuatro hipótesis: suicidio, asesinato, suicidio inducido y accidente. La enumerada en primer término, empero, no fue desarrollada y toda su intervención giró en torno al asesinato y el suicidio inducido, que vendrían a ser casi lo mismo. ¿Cuál era el Prime suspect (Sospechoso Principal)? Para el ex progresista devenido en empleado caro del holding Clarín, era el gobierno nacional.
No todos esos empleados opinan igual. En la tarde del día siguiente en el canal mencionado, Nelson Castro planteaba que lo más probable era el suicidio. Después se supo que quizás esa precisión la había obtenido tras una fuerte discusión con Víctor Hugo Morales, en el traspaso de programas en radio Continental. Como sea, Castro razonaba mejor que Lanata, Alfredo Leuco, Mario Massacesi y otros clarinetistas convencidos que el gobierno había accionado el arma homicida.
El muerto habitaba el elevado piso número 13, de la torre Le Parc, en un complejo de Puerto Madero, cámaras de monitoreo y triple custodia: una empresa privada de seguridad, Prefectura y diez agentes de la Policía Federal. Que en su domicilio tenía sistema de seguridad en las puertas y otros resguardos que no tienen los argentinos de a pie, muchas veces víctimas de delitos. Hubo una autopsia y en base a ella la fiscal declaró que en la muerte de Nisman no hubo intervención de otras personas.
El prestigioso Horacio Verbitsky escribió el martes en Página/12: «pese a todo eso, no me animo a aseverar que fue un suicidio». Este cronista sí se atreve. Si algo tiene cuatro patas, ladra y levanta la patita para orinar, es perro. A HV le dicen «Perro», pero no se jugó por la tesis del suicidio, aunque lo insinuó claramente. Ya lo dirá más adelante.
Mejor Cristina
Con el disparo de la Bersa calibre 22 en la sien el muerto se convirtió en un mártir, para un sector de la población. «Yo soy Nisman» escribió esa minoría callejera en algunas pancartas el martes 20. Insultaban a la presidenta como si fuera la ideóloga del plan criminal para encubrir el más grave atentado terrorista en el país y también autora mediata de un homicidio en Puerto Madero.
Eso lleva a un segundo debate: ¿mejor Nisman o Cristina Fernández?
Además de revisar la foja de servicios de cada uno de ellos, cabe una comparación sencilla. La presidenta tuvo una crisis personal muy dura cuando falleció sorpresivamente su marido en octubre de 2010, quedando en cierta deriva en un momento políticamente complejo. Antes de eso, en julio de 2008 debe haber vivido una madrugada tremenda, cuando el voto no positivo de Julio Cobos y la derrota de su iniciativa 125 frente a la intransigencia destituyente de la Sociedad Rural. Habiendo sufrido semejante golpe a su figura y gestión, Cristina no renunció ni menos se mató. Tampoco se le ocurrió acusar a la Mesa de Enlace o a Cobos de ser cómplices del atentado a la AMIA basándose en el antecedente antisemita de algún sojero ex videlista. Se serenó y tomó decisiones para profundizar medidas contra un monopolio mediático y negocios financieros que devastaban la seguridad social.
Nisman, en cambio, estuvo desde 2004 al frente de la unidad que supuestamente investigaba el referido atentado, sin lograr avances en esa causa. En 2006 y 2013 produjo informes sindicando a Irán como responsable de esos gravísimos hechos, sin ningún fundamento como no fueran el refrito del expediente del impresentable ex juez Galeano y los materiales suministrados por los servicios de inteligencia de EE UU e Israel, mediatizados por la SIDE local. Uno de sus contactos periodísticos, Joaquín Morales Solá, contó ayer en «La Nación»: «el lunes pasado hablé por teléfono por última vez con Nisman. Me llamó a mi celular. Yo estaba en París. ‘¿Qué bomba está por tirar?’, le pregunté, medio en broma, medio en serio. ‘Adivinó. Voy a tirar una bomba muy grande y tengo todas las pruebas en mis manos’, respondió».
A confesión de parte, relevo de pruebas. Nisman anticipaba sus movimientos a la embajada yanqui e israelita, como está documentado (ver Página/12, 15 de enero de 2015, «Nisman en Wikileaks», por Raúl Kollmann). También lo hacía con Clarín y «La Nación», en tanto ocultaba sus elucubraciones al juez de la causa, Rodolfo Canicoba Corral.
Si tenía la bomba en la mano y tenía todas las pruebas, ¿por qué se mató? Dicho de otro modo, ¿por qué no fue a la audiencia en Diputados el lunes 19, para hacerla estallar y poner en la lona a la presidenta? Luego que la Corte Suprema publicara íntegro el texto de Nisman se puede apreciar que lo suyo no era una bomba. Apenas un cuetito de esos que no asustan ni a los chicos. Ante la audiencia crucial no habia bomba sino mucho humo. Citaba dichos de dos agentes de inteligencia y pedía se revelaran sus identidades. El gobierno accedió a ese blanqueo y ninguno era de la ex SIDE.
¿Cuál lugar en el mundo?
Quien escribe publicó en La Arena en noviembre de 2013, cuestionando la oposición de Nisman al Memorando de Entendimiento con Irán: «Nisman, flojito de papeles. Memoria Activa lo trató de «ex fiscal de causa AMIA» y Burstein pedirá su apartamiento. Le enrostraron: «tenía la posibilidad de demostrar que todos estos años invertidos por usted podían sostenerse en una indagatoria, pero sus acciones demuestran lo contrario». Esto último es clave, que este cronista planteó en otras oportunidades: si Nisman tiene tantas pruebas, ¿por qué no va a Teherán y junto con Canicoba Corral indaga a los sospechosos? ¿O será que no tiene nada?».
Así se llega a un punto trascendente de la discusión. Es evidente que a partir de 2011 el gobierno de CFK varió su política respecto a Irán. Antes lo denunciaba en las Asambleas Generales de la ONU y le reclamaba la entrega de los cinco sospechosos. Se unía a las condenas yanquis contra Teherán y había viajes de la presidenta y sus ministros a Tel Aviv, a recibir premios y tener reuniones incluso con genocidas como Ariel Sharon.
Afortunadamente esa política de concesiones a Washington y el sionismo, que venían de tiempos de Néstor Kirchner, se cortó. La crisis del capitalismo global, el aislamiento impuesto a Argentina por su renegociación de la deuda externa, la necesidad de más alianzas para el reclamo de Malvinas, el ingreso a la CELAC, el mayor diálogo con Venezuela y Brasil respecto a Irán y por supuesto la endeblez de pruebas sobre julio de 1994 manipuladas desde las embajadas de Earl A. Wayne y Rafael Eldad, etc, habrán influido en el cambio de postura del kirchnerismo. Ese giro se plasmó en el Memorando de inicios de 2013, pero una cosa es buscar una normalización de relaciones con Irán y otra muy diferente es pergeñar un plan para impedir justicia en la causa AMIA. Y eso último fue la falsa denuncia que hizo Nisman con su espía favorito, Antonio Jaime Stiusso, por fin raleado de la ex SIDE.
Esta crisis favorece discutir dos asuntos estratégicos, no judiciales.
Uno, el lugar de Argentina en el mundo. ¿Es detrás de EE UU e Israel, o en paridad con los 130 socios del Movimiento de Países No alineados? El cronista marca la segunda opción.
Dos, ¿cuáles servicios de inteligencia se precisan? Unos como los que manejaba Stiusso, dependientes del Mossad y la CIA, para espiar al campo popular, o bien servicios democratizados y depurados? Nuevamente es válida la opción 2. Habría que husmear a funcionarios norteamericanos en Buenos Aires para anticiparse a demandas de los «fondos buitres». Escudriñar aquí a la Shell para encontrarla en falta y presionar a Londres por Malvinas. Escuchar al HSBC local para que no pueda fugar miles de millones de dólares a Suiza. Infiltrar al círculo del genocida Menéndez para obtener data sobre dónde están los restos de los desaparecidos. Etc.
El kirchnerismo, que tanto atrevimiento tuvo en derechos humanos, hizo poco o nada para democratizar la SIDE. Peor aún, mantener tanto tiempo a Stiusso allí, a Nisman en la causa AMIA y promover al general César Milani en el Ejército, fue como pegarse un tiro en el pie suyo y en el nuestro. Eso no era mala puntería sino políticas muy equivocadas.
Fuente original: http://www.laarena.com.ar/