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Malvinas, descoloniaje y estado binacional

Fuentes: Rebelión

Malvinas/Falkland: extremos delicados. Nombres que describen un binarismo aparente, que en realidad implica una dialéctica aún en estado activo, un largo colonialismo y un proceso de descolonización a futuro. Dos nombres en pugna y dos islas: desde esa gran escritura que es The Tempest, de un escritor inscripto dentro de los márgenes de un sistema […]

Malvinas/Falkland: extremos delicados. Nombres que describen un binarismo aparente, que en realidad implica una dialéctica aún en estado activo, un largo colonialismo y un proceso de descolonización a futuro. Dos nombres en pugna y dos islas: desde esa gran escritura que es The Tempest, de un escritor inscripto dentro de los márgenes de un sistema colonial/esclavista -el cisne de Avon, obviamente-, hasta la dramaturgia más corporal de Une têmpete, del intelectual «negro» martiniqués y colonizado: Aimé Césaire, la metafórica del colonialismo siempre fue emparejada con las coordenadas geográficas de la isla, la navegación y el naufragio. O desde Queimada de Gillo Pontecorvo, cineasta marxista italiano, evidentemente seducido por la negritud (basta mirar, La battaglia di Algeri), pero que no logra desvestirse del relato de su ideología y de la cosmovisión eurocéntrica nexada con él, hasta la poesía severa de Island, del barbadense, otro «negro», Edward Kamau Brathwaite.

Shakespeare. Aquí van unas notas sobre colonialismo y descolonización a partir de ese triángulo escaleno -«cojo» como decían los griegos- descripto por Próspero, Calibán y Ariel, personajes de Shakespeare que aciclonan, también, los garabatos propios del pensamiento latinoamericano. La relación entre esos personajes encarna la dialéctica amo-esclavo presente en una problemática política como el colonialismo. Próspero: sujeto occidental, pretendidamente ilustrado, tecnológicamente superior. Es traicionado y abandonado en la isla de Calibán. Es el homo oeconomicus, dotado de una razón al servicio de una conquista metódica, que le sirve para instaurar relaciones de dominación colonial. Y que ejercita vía el engaño: promesa permanente de una libertad para Ariel constantemente aplazada. Engaño que también le permite esclavizar a Calibán con la excusa de la violación de Miranda (su hija), nunca concretada. Próspero decide y logra, gracias a esa razón engañosa, hacerse propietario de esclavos -volviendo, complementariamente, colono, comerciante, administrador-, articulación que implica someter a la población nativa (Calibán) y mestiza (Ariel). Dos sujetos considerados de forma alienada por el mago: como enemigos (Calibán) o «amigos», instrumentos de los que se sirve según su necesidad. Próspero encarna el principio de la economía capitalista y la razón moderna -anclada en la expansión capitalista-, sujeto que en la interacción construye al otro -política, racial, y subjetivamente- como ser congénitamente inferior a partir de su ADN biológico.

Pontecorvo. Razona sobre ese triángulo cojo y sobre esa dialéctica, insisto: sin desvestirse del relato de su ideología y de la cosmovisión eurocéntrica que va nexada con ese relato, pese a mostrarse seducido por Calibán, por eso filma Queimada o La battaglia di Algeri. Al final de la primera postula que Calibán, para descolonizarse, debe matar a Próspero: el negro sin nombre en el que se encarna José Dolores (Calibán insurrecto) debe matar a William Walker (Marlon Brando) en el mismo puerto por el que entró la colonización. Tesis de corte eurocéntrico, tesis de «blanco» (en términos etnorraciales) porque la «barbarie» del esclavo es directamente proporcional, funcional, complementaria, espejo de esa «civilización» del amo fundada en la violencia. Allí, Calibán se confirma «invento» de Próspero: opera según los postulados de su «civilización». Calibán lleva a cabo el díctum de Próspero: no piensa en acuñar creativamente uno propio. O si se prefiere: a la violencia de arriba opone, enfática y enérgica, una violencia de abajo. Lineal, previsible y «blanca»: la tesis de Pontecorvo.

Césaire. Mucho más sutil y compleja es la tesis del «negro» a la hora de formular su metafórica literaria de la descolonización con un impacto profundo en su práctica de hombre político. En Une têmpete Próspero no abandona la isla: tal como «ingenuamente» postula Shakespeare; y Calibán, que está en condiciones de matar a Próspero, no lo hace. Elige no hacerlo. La violencia de abajo no se activa mecánicamente por la violencia de arriba. El dispositivo «negro» tiene un mayor nivel de sofisticación: no postula la mera negación de la violencia, sino que la «barbarie» del esclavo al negarla se desborda de los márgenes -reales y simbólicos- digitados por la «civilización» del amo. Negar la violencia es negar la cosmovisión de Próspero y de allí desciende que el Calibán de Césaire inventa otra cosmovisión: la del «negro» en situación de convivencia con el «blanco». Porque Próspero no puede irse, porque no puede irse, de la isla, por más que se lo mate. El «negro» Césaire no cae en la «ingenuidad» del «blanco» Shakespeare: si Próspero se fuera -cosa que nunca hace en Une têmpete porque no (se) puede- dejaría, como deja, las instituciones en estado de actividad. Convivencia, pues, en términos literarios y dramáticos. Y en términos político: Césaire, como alcalde de Fort-de-France (entre otros cargos), pugnó por el reconocimiento de las especificidades de las culturas no europeas y de respeto a los pueblos originarios. Esto implicó el establecimiento de un régimen de autonomía interna, de «departamentalización»: el «fin de la colonización», sin que de eso descendiera mecánicamente la independencia total de las ex colonias.

Malvinas/Falkland. Más que la búsqueda de la reanudación de las negociaciones sobre la soberanía ante organismos internacionales, regionales o la comunidad internacional; y más que reclamar la pertenencia o potestad argentina sobre el archipiélago por cuestiones más o menos históricas, políticas, geológicas, ornitológicas, un verdadero acto emancipatorio (que sería a la vez recuperatorio), emparejado con un ejercicio pleno de soberanía, y más que una isla a cada país -tal como sugería en 1982 un filósofo villero-italiano de nueve años: http://vimeo.com/26851385-, sería la creación de un Estado binacional. Una construcción política original y con una vocación real de alteridad que, deseablemente, debería venir del lado argentino -formulada con ojos latinoamericanos: calibanescos-, a la mejor manera de la descolonización propuesta por un «negro», desde cuya negritud nos interpela, hoy en día, una vez más, con un horizonte democrático nuevo.

Rocco Carbone. Universidad Nacional de General Sarmiento/CONICET.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.