En escritos anteriores señalamos con insistencia el nexo existente entre la desmalvinización iniciada al culminar la guerra y la creciente subordinación del país al proyecto neoliberal en los ’80 y ’90 (privatizaciones, endeudamiento, precarización laboral, etc).
Dijimos que el accionar del dispositivo desmalvinizador constituyó una condición necesaria – en el plano ideológico y cultural – para reforzar los lazos de dependencia del país a los centros de poder global. La forma simbólica que adoptó dicho dispositivo consistió, esencialmente, en fabricar una trama discursiva que deslegitimara todo lo acontecido en la Argentina entre abril y junio de 1982. Establecimos una analogía con el célebre Manual de Zonceras jauretcheano. En sintonía con eso, destacamos también el papel fundamental que jugó el ‘progresismo’ de cuño liberal en la elaboración de una especie de ‘leyenda negra’ sobre la gesta malvinera, saturada de mistificaciones y engaños. El objetivo del armado era claro: desmovilizar a la sociedad rebelde que se había puesto de pie para ‘hacerle el aguante’ al agresor colonial británico, acompañando masivamente a quienes combatíamos en las islas. Desde el denigrante rótulo de ‘chico de la guerra’ hasta la torpe idea – ampliamente difundida – de que una victoria sobre el imperialismo perpetuaría sine die a Galtieri y su entorno, un sinnúmero de perlas confusionistas brotaron de los laboratorios del poder blando anglosajón para imponer un sentido común cargado de derrotismo y ‘posibilismo’.
En ese cuadro de fuerte retroceso de la conciencia nacional que caracterizó a las dos primeras décadas de posguerra, hubo un aspecto que sacudió fuertemente la sensibilidad social: la cuestión de los suicidios de Veteranos de Guerra. Aunque el número exacto de víctimas es impreciso, se trató de una tragedia que merecía sin duda un esfuerzo inmediato de comprensión e intervención por parte del Estado. Lamentablemente la Facultad de Psicología de la UBA se hallaba por entonces hegemonizada intelectualmente por el brumoso y asfixiante galimatías lacaniano, que deslumbraba con sus retruécanos indescifrables al medio pelo que se miraba en el espejo de Europa. Malvinas era algo demasiado rústico y terrenal para atraer a esas tribus porteñas que concurrían embelesadas a cuanto congreso, foro o grupo de estudio se organizaba sobre la obra del inasible gurú francés. Transcurrido ya un largo tiempo de los hechos que describo intentaré en las líneas que siguen esbozar unas pocas ideas que aporten a la comprensión de la compleja y dramática problemática de los suicidios, dentro de una visión que busca articular el trauma individual con imaginarios sociales construidos, históricamente determinados.
La psiquiatría y la psicología occidental conocen bien el síndrome postraumático. Fue abordado con especial interés científico en el curso de cada una de las guerras en las que se vieron envueltas las grandes potencias. Pero recién después de Vietnam se lo incluyó en el Manual de Psiquiatría DSM-III, voz ‘oficial’ en el campo de esa disciplina que describe los cientos de entidades psico-patológicas que pueblan la conducta humana y que obedecen a las más diversas etiologías. Aunque la definición dada no se circunscribe a casos de guerra sino a todo tipo de catástrofes con efectos traumáticos agudos, indudablemente la participación en conflictos bélicos es uno de los más habituales factores desencadenantes del desorden postraumático.
El cuadro es definido del siguiente modo ‘todo proceso originado tanto en el ambiente exterior como en el interior de la persona, que implica un apremio o exigencia sobre el organismo, y cuya resolución o manejo requiere el esfuerzo de los mecanismos psicológicos de defensa, antes de que sea actividad de cualquier otro sistema’. En general la literatura sobre el tema pone énfasis en la predisposición del sujeto a la aparición del síndrome. Fenomenológicamente se manifiesta en una serie de síntomas, algunos agudos y otros crónicos, dependiendo de la tipología que adopte. Los estudios de investigación que se han realizado son, casi siempre, sumamente descriptivos de esos síntomas (apatía, entumecimiento afectivo, trastornos en el sueño, depresión, amnesia, etc). Más allá de esa de la caracterización bastante superficial, así como de la rigurosidad en el tratamiento estadístico y teórico de las conclusiones, propondré más abajo una línea interpretativa diferente del cuadro, que integre en una totalidad dinámica más amplia lo ‘exterior’ y lo ‘interior’, es decir las vivencias del sujeto y el imaginario social dominante (1).
Para empezar, bajemos del cielo a la tierra y representémonos un escenario lo más parecido a lo ocurrido en la confrontación bélica. Imaginemos a un joven que debe convivir con la muerte durante un período prolongado y que, como consecuencia de ello, experimenta el miedo a la pérdida de su propia vida, ve caer a sus camaradas y es colocado, él mismo, en situación de matar a otro ser humano. Ahora pensemos que, una vez concluida la contienda, el joven sujeto retorna a la ‘normalidad’ de la vida civil y allí encuentra una representación social del conflicto que tiene como fundamento la idea de que todo lo acontecido fue un gran sinsentido carente de épica, un acto demencial de una camarilla despótica en donde él mismo fue una pieza desechable, que las muertes de sus camaradas fueron inútiles y que lo más sensato para el futuro de la sociedad sería cerrar cuanto antes ese capítulo desgraciado de la vida nacional. ¿No es esperable que nuestro joven desarrolle un cuadro de intenso vacío y depresión que podría potencialmente inducir, si se asienta sobre una frágil estructura pre-existente, conductas auto-punitivas o auto-destructivas como el suicidio? ¿no es plausible que esa empobrecedora banalización de su esfuerzo le ocasiones un impacto psicológico de consecuencias impredecibles?
Podríamos decir que lo anterior retrata en trazos gruesos lo ocurrido con los soldados combatientes al regresar de la guerra. Fuimos impiadosamente aguijoneados por un relato desmalvinizador construido en la posguerra por los guardianes de nuestro linaje occidentalista amenazado por la guerra con Gran Bretaña. La identidad empequeñecida del soldado, despojada de heroicidad, presentado como un chico asustado y maltratado por sus jefes, no podía ser inocua en el complejo proceso psíquico de interiorización y superación de la experiencia traumática. Ninguna vivencia humana, cuando tiene su génesis en un fenómeno de alcance social más amplio – como una guerra – puede asumir un significado en sí mismo con independencia del significado “socialmente construido”. Una guerra no es un terremoto, un accidente de tránsito o una catastrófica inundación, no es un fenómeno de la naturaleza en donde el hombre es un actor pasivo de fuerzas superiores que se le imponen. Se trata, por el contrario, de un hecho social en donde se ponen en juego en su máximo grado de violencia las contradicciones que sacuden a un cuerpo social en un momento dado. El mecanismo de elaboración de las vivencias singulares de sus participantes no es un resorte exclusivo de ellos mismos como si se tratara de individuos aislados, alienados en su precaria interioridad. Es más bien un proceso complejo que involucra al universo social en el que se encuentran insertos los sujetos-soldados, que le ha otorgado sentido y ha ‘imaginarizado’ el conflicto bajo ciertos patrones de representaciones históricamente determinados. Los límites entre ‘el adentro’ y ‘el afuera’ aparecen entonces difuminados en una totalidad dialéctica singular (2)
Sostengo, a modo de hipótesis a explorar, que la emergencia del síndrome postraumático de guerra en cientos de camaradas no es ajena a la narrativa social desmalvinizadora dominante en la posguerra pues ella arroja al veterano a un penoso rol de ‘chico de la guerra’ y con ello le impide desarrollar los recursos psicológicos (e ideológicos) que faciliten la elaboración de la experiencia traumática con ayuda de su entorno social. La desmalvinización no solo resquebrajó el tejido social férreamente unificado detrás de la causa soberana durante el conflicto, también lesionó el tejido psicológico individual de quienes combatieron degradándolos a una condición de víctimas. Basta con ver la producción filmográfica y literaria de la época para advertir la penosa subjetividad del soldado que se exhibe en ellas.
Es necesario reforzar la identidad de héroes para todos los que combatieron en Malvinas, en especial para los que dejaron su vida allí. Sin gestos ampulosos ni trágicos. No hablamos de esa ‘heroicidad’ artificial de la filmografía comercial que viene del Norte. Simplemente héroes por haber afrontado con dignidad y determinación la responsabilidad que la historia les puso por delante, por haber defendido con honor la dignidad nacional en una causa justa que todavía sigue viva. Se trata de un justo reconocimiento en el que cobra un sentido superior el sacrificio de los camaradas caídos, que vivirán por siempre en la memoria y en el corazón de los argentinos de bien.
(1) En 1989 participé como Psicólogo de una rica experiencia realizada en la empresa de telecomunicaciones (todavía estatal) ENTEL. A pedido de la Comisión Interna de Veteranos de Guerra se llevó a cabo una tarea diagnóstica con los casi 700 ex soldados de la empresa. Se desarrollaron una serie de herramientas de evaluación específicas. Promediando el proyecto la empresa se privatizó y las nuevas autoridades (franceses, italianos y españoles) se desentendieron del tema. Una muestra de como las privatizaciones significaron un perjuicio no solo de política-económica al resignar soberanía sino también social, al discontinuar iniciativas como la que menciono.
(2) Las corrientes de raíz positivista en las ciencias sociales tienden a aislar las variables en estudio (el fenómeno) de las coordenadas espacio-temporales que lo contienen. Esta operación intelectual se denomina ‘individualismo metodológico’. Contra esas posturas, que imitan en las ciencias sociales el método aplicado en las ciencias naturales, se pronunciaron los partidarios del ‘holismo metodológico’ que proponen una comprensión totalizadora de los fenómenos sociales, imposibles de fragmentar en sus elementos constitutivos. El problema de los suicidios que analizamos debe colocarse, pues, dentro del paradigma analítico de la época, dominado por la ideología desmalvinizadora.
Fernando Cangiano es exsoldado combatiente de Malvinas e integrante del Espacio de Reflexión La Malvinidad de Argentina
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