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Confesiones de un teniente coronel asesino

Mancha venenosa

Fuentes: Página 12

El teniente coronel Guillermo Enrique Bruno Laborda está detenido en Campo de Mayo luego de convertirse en el primer oficial en actividad del Ejército que confiesa su participación en el asesinato de prisioneros indefensos. Los hechos, descritos en insoportable detalle, ocurrieron en la Guarnición Militar Córdoba durante los años 1977, 1978 y 1979. La confesión […]

El teniente coronel Guillermo Enrique Bruno Laborda está detenido en Campo de Mayo luego de convertirse en el primer oficial en actividad del Ejército que confiesa su participación en el asesinato de prisioneros indefensos. Los hechos, descritos en insoportable detalle, ocurrieron en la Guarnición Militar Córdoba durante los años 1977, 1978 y 1979. La confesión está contenida en un escrito que presentó el 10 de mayo al jefe de personal del Ejército para pedir que se reconsiderara la decisión de la Junta de Calificación de Oficiales que lo declaró no apto para ascender a coronel.

Según Bruno Laborda, los asesinatos clandestinos constituyen méritos militares que no fueron tenidos en cuenta al evaluar su legajo, ya que fueron ordenados por sus superiores a través de la cadena de comando y las ejecuciones se realizaron en presencia de los jefes de la unidad en la que él revistaba. Su confesión sólo identifica a los jefes del Batallón de Comunicaciones de Comando 141 en el momento de los hechos: Orlando Oscar Dopazo y Enrique Aníbal Solari, ambos retirados poco después con el grado de teniente coronel. En cambio, no identifica a las víctimas, entre ellas una mujer que el día anterior al asesinato había dado a luz. Tampoco dijo qué ocurrió con la criatura recién nacida. El relato del militar dice que cuando intentó descargar su conciencia con un ministro de su fue católica, el sacerdote le dijo que era loable abatir a los enemigos de Cristo y que «como soldado de la Iglesia» sería recompensado en el más allá. Tampoco nombró a ese sacerdote, aunque los registros eclesiásticos podrían contribuir a identificarlo. La confesión muestra el quiebre de la solidaridad corporativa y abre nuevas perspectivas para el conocimiento a fondo de los hechos y el castigo a los responsables.

Como Scilingo

Tal como hizo en 1995 el ex capitán de la Armada Adolfo Scilingo, Bruno afirma que otros oficiales que participaron de hechos equivalentes fueron ascendidos. La lectura de la confesión sugiere que Bruno Laborda intentó negociar su ascenso, con la sugerencia de que de lo contrario revelaría todo. Pero, igual que en el caso de Scilingo, también hay descripciones escalofriantes de los crímenes cometidos cuyo recuerdo, según la confesión, lo persigue hasta hoy. Como además de oficial Bruno es abogado, la transacción está insinuada en forma ambigua. Pero en vez de jugar a la mancha venenosa la conducción del Ejército decidió remitir las actuaciones a la justicia. El Jefe de Estado Mayor, general Roberto Bendini, presentó la denuncia ante la Cámara Federal de la Capital el jueves pasado. El sorteo indicó que correspondía entender al juzgado federal 9. Su titular, Juan José Galeano, dio vista al fiscal Carlos Stornelli. Como todos los hechos denunciados ocurrieron en Córdoba, Stornelli dictaminará hoy que la justicia de la Capital no es competente para entender en la causa. De este modo, el expediente será remitido a la justicia federal cordobesa, donde está pendiente de resolución en la Cámara Federal la declaración de nulidad de las leyes de punto final y de obediencia debida. Mientras se cumplen esos pasos procesales, Bruno está detenido en Campo de Mayo, no por los crímenes que admite haber cometido sino por un arresto de 30 días que le impuso Bendini. El motivo: no haber contado lo que sabía en 1995, cuando el ex jefe de Estado Mayor Martín Balza dispuso que fuera escuchado en absoluta reserva el personal que conociera información sobre personas detenidas-desaparecidas. Ayer, Bruno fue trasladado al Hospital Militar para la realización de peritajes físicos y psíquicos, como si confesar los crímenes de la guerra sucia fuera indicio de algún desequilibrio mental. Por el contrario, el texto escrito por Bruno Laborda impresiona por su coherencia y precisión. Ante la sanción de arresto, Bruno Laborda dijo que en 1995 había querido cumplir con el pedido de Balza, pero que se lo impidió el entonces comandante del Cuerpo de Ejército III, general, Máximo Rosendo Groba. En su escrito, el oficial dice que hace diez años se le impuso otro arresto, que no figura en su legajo, y que habría incidido por vías no oficiales en la negación del ascenso a coronel. Bendini ordenó que el Ejército no avanzara con la investigación, para no interferir con las actuaciones judiciales. Sólo ordenó el chequeo de las fechas, nombres y destinos mencionados por Bruno Laborda, que coinciden sin excepciones con la realidad.

Matar a los hijos

Bruno narra que como cadete participó en la Operación Independencia en Tucumán y que egresó del Colegio Militar en diciembre de 1976. «Al subversivo hay que matarlo, pero no sólo a él, sino también a sus hijos, para que no puedan propagarse» era la consigna que Bruno dice haber aprendido de «un entonces admirado y recordado oficial instructor» del Colegio Militar, a quien no identifica. En 1977, recién egresado como subteniente «me tocó intervenir activamente en la eliminación física de un guerrillero acusado y condenado ­nunca supe por quién­». Habría participado en una emboscada a un vehículo militar en la que murió el cabo 1º Bulacios.

Ese apellido no figura en las recopilaciones sobre bajas militares publicadas durante la dictadura. «Con la presencia del jefe de Batallón, el entonces teniente coronel Dopazo, la plana mayor, jefes de compañía y oficiales, dimos muerte al supuesto asesino y terrorista, en el campo de la Guarnición Militar Córdoba en proximidad a «La Mezquita», lugar que con el tiempo se convertiría en el cementerio anónimo de la subversión. Más de treinta balazos de FAL sirvieron para destrozar el cuerpo de un hombre que, arrodillado y con los ojos vendados, escuchó con resignación las últimas palabras de nuestro jefe, pidiéndole que encomendara su alma a Dios.» Luego los oficiales más jóvenes arrojaron el cuerpo a un pozo, lo quemaron, lo cubrieron con tierra y disimularon el lugar.

«Patético y angustiante»

En 1978, junto con otro oficial recién egresado a quien Bruno no nombra, transportó en una ambulancia a una mujer que el día anterior había dado a luz, desde el Hospital Militar Córdoba hasta el campo de la guarnición. La mujer había sido «condenada a muerte debido a su probado accionar en actos de sabotaje en el desarrollo del campeonato mundial de fútbol». Su traslado «al campo de fusilamiento de la Guarnición fue lo más traumático que me tocó sentir en mi vida. La desesperación, el llanto continuo, el hedor propio de la adrenalina que emana de aquellos que presienten su final, sus gritos desesperados implorando que si realmente éramos cristianos le juráramos que no la íbamos a matar fue lo más patético, angustiante y triste que sentí en la vida y que jamás pude olvidar.

Nuevamente, y a órdenes del jefe de la unidad, el entonces teniente coronel Solari también todos los oficiales designados, procedimos a fusilar a esta terrorista que, arrodillada y con los ojos vendados, recibió el impacto de más de veinte balazos de distintos calibres. Su sangre, a pesar de la distancia nos salpicó a todos. Luego siguió el rito de la quema del cadáver, el olor insoportable de la carne quemada y la sepultura disimulada propia de un animal infectado. Nunca supe el destino del niño o niña».

«Acto de combate»

También mencionó como «acto de combate», el asesinato de cuatro varones detenidos, que personal de inteligencia había llevado hasta un camino secundario próximo a la ruta nacional 9, cerca de Ferreira. «Con la presencia de nuestro jefe de batallón, la plana mayor y oficiales subalternos, procedimos a dar muerte a balazos, por separado, a los cuatro condenados subversivos. Era de noche y por las circunstancias propias de una ejecución a sangre fría todo fue brutal. Hasta el día de hoy me parece escuchar los gritos desgarradores de dolor de uno de ellos que pedía desesperadamente ¡¡¡¡¡Mátenme, por favor mátenme!!!! Un oficial más antiguo y yo pusimos fin al suplicio de ese hombre, que ni siquiera sabíamos su nombre». Luego hicieron ingresar al campo a dos o tres secciones de tiradores del batallón, para que dispararan de modo de simular un enfrentamiento. Los cuerpos fueron entregados por Bruno Laborda y otros efectivos a médicos del Hospital Militar Córdoba. Como en su momento «fueron considerados como verdaderos e ineludibles actos del servicio», que tuvieron «impacto en la personalidad, el carácter y el prestigio de cada uno», merecen una nueva evaluación. Bruno entiende que esos hechos «enmarcados en un nuevo contexto» podrían ser el motivo por el cual se le negó el ascenso, lo cual violaría el principio de equidad contemplado en los reglamentos militares. Esas acciones se produjeron en cumplimiento de lo que Bruno Laborda llama «legítimas órdenes y directivas superiores», cuyo acatamiento era prueba de «lealtad, obediencia y profesionalismo».

«Soldado de la Iglesia»

En 1978, Bruno participó en la custodia del centro de prensa de la sede cordobesa del campeonato mundial de fútbol. Le tocó detener a un muchacho de 19 años que se había hecho pasar por un hincha de otro país. Le ordenaron entregarlo al Destacamento de Inteligencia 141 para investigarlo. Al conocer su identidad advirtió que pertenecía a una familia conocida de San Luis y que había actuado por pasión futbolística, pero ya era tarde. «Nunca más apareció. Seguramente su cadáver, o lo que queda de éste, sea hoy un pedacito más dentro del desolador panorama que caracteriza a las salinas riojanas». Consideradas «verdaderas acciones de combate», que «incrementaban el prestigio como soldado», ahora «son reconocidas a la luz del derecho como aberrantes violaciones a los derechos humanos». Bruno dice que actuó con «lealtad, confianza y convencimiento propio de un soldado», en estos hechos «macabros», para cuyas consecuencias psicológicas y jurídicas no estaba preparado. «Existe la posibilidad de que todos y cada uno de los cuadros de oficiales y suboficiales del Ejército hayan participado en acciones similares», pero «al no tener la certeza» de ello, «me encontraría en una situación de desigualdad ante mis pares». La Comisión de Comunicaciones de la Junta de Clasificaciones dijo que Bruno nunca había tenido un desempeño destacado. Ante esto, el oficial mencionó las observaciones favorables obtenidas en los últimos cinco años y narró que en busca de «tranquilidad de conciencia por la ejecución de los hechos narrados», recurrió al «sacramento de la confesión de nuestra Iglesia Católica». Entonces «un ministro de la fe cristiana calmó mi desasosiego al afirmar que actos como los confesados, no sólo era loable el abatir un enemigo de Cristo, sino que ese desempeño como soldado de la Iglesia sería recompensado en el futuro».