Para un gran sector de la sociedad mexicana queda claro que la detención del ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte tiene una relación directamente proporcional con la coyuntura electoral que estamos por atestiguar en unas escasas 7 semanas en cuatro entidades de la República mexicana, la más sonada, la elección por la gubernatura del Estado […]
Para un gran sector de la sociedad mexicana queda claro que la detención del ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte tiene una relación directamente proporcional con la coyuntura electoral que estamos por atestiguar en unas escasas 7 semanas en cuatro entidades de la República mexicana, la más sonada, la elección por la gubernatura del Estado de México.
Si algo ha caracterizado al sistema político mexicano desde su conformación a partir de la formación del Estado posrevolucionario hasta la fecha, es la dudosa instrumentación de los procesos electorales, incluso desde la conformación del propio sistema. En su excepcional investigación sobre el surgimiento del partido oficial, Luis Javier Garrido exhibía que ni siquiera en su concepción el PNR fue democrático; durante la víspera de la convención constituyente del partido en Querétaro en marzo de 1929, los callistas rechazaron el acceso a la misma a los delegados partidarios del candidato Aarón Sáenz, amigo de Calles, para que la elección de Ortiz Rubio fuera segura, y se marcó así la vida del partido desde su nacimiento, como un mero instrumento de acceso y control del poder político.
Con todo y su aparato corporativo, el partido oficial encontró resistencias en tres procesos seguidos de elección presidencial: Manuel Ávila Camacho y el general Juan Andrew Almazán, para el periodo presidencial 1940-46, y entre el candidato oficial Miguel Alemán y Ezequiel Padilla para el periodo 1946-52, y entre el candidato oficial Adolfo Ruiz Cortines y el general Miguel Henríquez Guzmán para el periodo 1952-58.
Obviando la temporalidad de los candidatos de unidad, el penoso desenlace de los hechos de 1988 que erosionaron el mecanismo del fraude electoral como práctica política, definió el inicio del rumbo de la etapa salinista, y del pastiche conocido como liberalismo social en una intención de evocar a Locke, Mill y otros teóricos ampliamente superados por la cruda realidad posmoderna y posneoliberal.
El rápido recuento secuencial de la sospecha nos remite a las elecciones de 2006 en las que por un margen de un poco más de 500 mil votos, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación decidió que la elección había sido ganada por el panista Calderón, sin hacer un conteo de los votos, como la circunstancia tan cerrada lo exigía.
Con tales antecedentes históricos, no resulta extraño para la sociedad mexicana sospechar y seguir sospechando sobre el proceder electoral del Estado mexicano y de sus aparatos institucionales. En este contexto, la detención de Duarte forma parte del dispositivo de manipulación electoral. Nos queda claro a todos. Pero no sólo eso.
Lo más grave de todo se centra en la justificación de este dispositivo a partir de la decisión de la sociedad para elegir, en el caso del Estado de México, al gobernador en turno. Inventa un maniqueo irrisorio para darte el gusto de jugar al maniqueo. Me explico: la estrategia se centra en pretender propiciar una reacción; con la construcción del escenario de lucha contra la corrupción, el PRI bien puede fabricar con mayor libertad el dispositivo de fraude que tan bien conoce, y argumentar que los mexiquenses -en el caso- hicieron conciencia de su compromiso con el país y contra la impunidad, y lograron elegir la mejor opción. Como escribió Benedetti: el cuento es muy sencillo. Falta que los habitantes del Estado de México lo compren.
Publicado por primera vez en Black Magazine: http://www.
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