Aproximadamente 10 por ciento de la población mexicana no tiene acceso al agua potable; son entre 12.5 y 15 millones de habitantes, sobre todo del área rural, pero también de zonas marginadas en las grandes ciudades, afirmó Manuel Perló Cohen, investigador y exdirector del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM. «Esas personas padecen […]
Aproximadamente 10 por ciento de la población mexicana no tiene acceso al agua potable; son entre 12.5 y 15 millones de habitantes, sobre todo del área rural, pero también de zonas marginadas en las grandes ciudades, afirmó Manuel Perló Cohen, investigador y exdirector del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM.
«Esas personas padecen problemas de salud y de higiene, ligados a la falta de agua. Tenemos una deuda con ellos», dijo.
De los que sí reciben el líquido, alrededor del 30 por ciento no lo tiene en cantidad ni calidad suficiente. «El derecho al agua se encuentra en nuestra legislación, pero no se cumple».
A propósito del Día Mundial del Agua, que se celebrarse este 22 de marzo, afirmó que «debe ser una fecha para reflexionar sobre cómo nos relacionamos con este recurso, así como para hacer análisis y diagnósticos objetivos».
El economista y doctor en planeación urbano-regional destacó que hace 50 años sólo la mitad de la población tenía acceso al agua potable, y entre 30 y 40 por ciento al saneamiento, al drenaje. Para 1990, las cifras ascendieron a 78.4 y 61.5 por ciento, respectivamente.
En 2018, el 91.6 por ciento tenía acceso al agua potable, y 90.2 al saneamiento, de acuerdo a cifras oficiales de la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA). «Es una buena mejora, pero en los últimos 15 años nos hemos estancado: deberíamos estar en el 98 o 99 por ciento. Entre 2005 y 2018 avanzamos apenas de 89.2 por ciento a 91.6», advirtió.
Perló Cohen subrayó que en nuestro territorio los recursos hídricos están distribuidos de forma desigual. «La mayoría está en el sur-sureste, pero en el centro y norte, donde se encuentra la mayor cantidad de población y la economía, hay menos». Esto influye en la compleja infraestructura para llevar agua a algunas zonas del país.
Luces amarillas
Para el universitario, en México hay que encender las luces amarillas respecto a nuestra relación con el agua. «No preveo un escenario como el de Ciudad del Cabo (Sudáfrica), con el llamado Día Cero. Gran parte de las grandes urbes de nuestro país se abastecen con aguas subterráneas y éstas tienen más capacidad de enfrentar variaciones climáticas extremas, como la sequía que afectó a aquella zona y provocó un nivel bajísimo en las presas».
Sin embargo, se debe atender y mejorar el sistema Cutzamala, que tiene agua superficial que distribuye a siete presas y abastece a la Ciudad de México y Toluca, pues una sequía como la del 2009 afectaría gravemente el nivel de sus presas.
Un problema considerable, subrayó el extitular del Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad (PUEC), es que hacemos un uso desmedido de los recursos hídricos. «El indicador más preciso señala que de 653 acuíferos que existen en la nación, 105 están sobreexplotados, de acuerdo con datos de CONAGUA».
Los acuíferos son fuentes subterráneas de los que se extrae el líquido a través de pozos y bombeo, que pueden estar a diferentes profundidades: de 50 a 300 metros, aproximadamente. «Pero se les extrae mucha más agua de la que pueden captar en forma natural, y el número de acuíferos sobreexplotados ha aumentado en los últimos años». En 1975 solamente 32 estaban en esa condición, en 2018 la cifra aumentó a 105.
Además, «tenemos un sistema hídrico que funciona con deficiencias: si fuera un enfermo, estaría en terapia media. No vamos en la dirección adecuada, deberíamos utilizar agua de reúso, pero en México sólo se trata la mitad, cuando lo ideal sería el 90 por ciento».
Perló resumió que este problemática es multifactorial y requiere atenderse desde muchos frentes.
Cambio de paradigma
En un país en donde el consumo promedio es de 322 litros por persona al día, y se pierde el 40 por ciento en fugas, el universitario propuso una serie de ‘soluciones basadas en la naturaleza’, como se les llama internacionalmente.
En el centro de estas alternativas está el cambiar el paradigma, la forma en que nos relacionamos con el agua, cómo la aprovechamos, utilizamos y desalojamos. «No solamente hay que dejarla ir por el drenaje para que llegue hasta el Golfo de México».
Para aprovechar la lluvia, planteó captarla, procurar la infiltración de los acuíferos y humedales para regular el exceso de líquido y limpiar las aguas usadas. «Hay sitios en donde los drenajes están dirigidos a humedales, que tienen algas para limpiar este recurso».
Junto con Loreta Castro-Reguera, de la Facultad de Arquitectura de la UNAM, Perló propone las acupunturas hidrourbanas para intervenir sitios muy específicos, con diseños sofisticados que mejoren las condiciones de agua en una comunidad.
«En lugares con parques públicos se puede captar agua de lluvia. Estos espacios no deberían depender sólo del agua que reciben del sistema general de distribución, sino que ellos mismos deben captar, almacenar y utilizar el recurso para su propio uso».
Finalmente, el universitario recomendó una mayor inversión en soluciones basadas en la naturaleza.
Publicado originalmente en DGCS UNAM