El conflicto del TIPNIS -que aún da muchos coletazos- ha dado lugar a muchas interpretaciones y a diversos posicionamientos políticos, incluso al interior del bloque del cambio. De hecho, actuó como el catalizador para que ex funcionarios como Alejandro Almaraz o Raúl Prada asumieran posiciones críticas ya abiertamente desde fuera del gobierno. Posiblemente el mayor […]
El conflicto del TIPNIS -que aún da muchos coletazos- ha dado lugar a muchas interpretaciones y a diversos posicionamientos políticos, incluso al interior del bloque del cambio. De hecho, actuó como el catalizador para que ex funcionarios como Alejandro Almaraz o Raúl Prada asumieran posiciones críticas ya abiertamente desde fuera del gobierno. Posiblemente el mayor -y más positivo efecto del conflicto- es que visibilizó una región y a una población históricamente ausente del debate político, incluso para la mayoría de los grupos de derecha o de extrema izquierda que hoy se rasgan las vestiduras por «los tipnis».
Emergió así una discusión sobre los negocios (incluyendo al narcotráfico), los asentamientos ilegales, las actividades empresariales, etc. al interior de una región con escasa presencia estatal. La discusión sobre la intangibilidad -especialmente las declaraciones del Honorable Isaac Avalos- tienen no obstante un tufillo a venganza y despecho, algo así como: ahora que perdimos la batalla de la carretera, ustedes no podera pder sacar ni un pescado del río para el almuerzo. Van a pagar caro su marcha y su victoria va a ser pírrica.
En todo caso, la discusión puso una serie de temas sobre la mesa. Así es el conflicto sociopolítico: no es muy conveniente buscar siempre la «gran conspiración» ni la «gran traición» y tratar de visualizar los intereses contrapuestos en juego, tratando de articularlos en medio de tensiones y consensos. Así es también la democracia al final de cuentas. Si la carretera Cochabamba-Santa Cruz se transformó en una de las obras estrella del 52 -retratada magistralmente por Jorge Ruiz en «Un poquito de diversificación económica» y nadie se preocupó entonces por los yuracarés, la ruta Villa Tunari-San Ignacio de Moxos llega en un contexto político y cultural donde las demandas de los pueblos afectados y los «costos» ambientales congregan a su alrededor un conjunto de movimientos y ONG dispuestos a hacer causa común con fuerte repercusión internacional (además la nueva Constitución los reconoce como nación).
Esta cuestión de los intereses permite otra vuelta de tuerca sobre este tema. En una entrevista en video ampliamente difundida a nivel internacional, Silvia Rivera Cusicanqui decía que «García Linera no entiende a los indígenas». Yo dejaría de lado si los entiende o no (el propio Felipe Quispe dice ahora -con su tradicional ironía capaz de invertir el mundo- que el vicepresidente era solo un «papagayo exótico» en el EGTK que ni siquiera comía «nuestra comida» dejándonos con la duda de si se llevaba su propio alimento porque en el campo no hay muchas opciones a la hora del almuerzo que comer lo que hay).
El problema o la «trampita» de esa observación de Silvia, que suele ser una aguda analista de los subalternos reales y no imaginados por algunos decoloniales- es que debería haber dicho «Evo no entiende a los indígenas», al final de cuentas el presidente defendió el proyecto de la carretera con la misma o mayor convicción que el Vice. Pero eso conlleva un problema evidente. Los entienda o no, Evo es un indígena. Ahora tenemos a los indígenas del CONISUR -es decir, los habitantes del sur del parque, más cercanos a la línea roja de los colonizadores, que reclaman por no haber sido consultados- y demandan que se revierta la nueva ley y que la carretera pase por el TIPNIS, con argumentos similares a los de Evo.
Sintetizando: creo, a diferencia de algunos amigos, que el conflicto del TIPNIS no se relaciona esencialmente con la plurinacionalidad, salvo en el sentido de dejar en evidencia que nadie tomó en serio esa declaratoria constitucional. Lo que muestra la propia división de las 64 comunidades del TIPNIS es que hay diferentes intereses y «cosmovisiones» que no tienen que ver estrictamente con posiciones «nacionales» sino con intereses mucho más vinculados a la posición de cada actor en el entramado étnico-cultural del Parque, a las alianzas políticas construidas, a su posición en una cierta economía ecológica y productiva, a los vínculos con otros grupos, a identidades regionales (los cocaleros cochabambinos vs los indígenas benianos), etc. Es decir, un conflicto bastante clásico y muy boliviano, con muchos grupos con posiciones difíciles de articular. Los hallazgos de la historiadora Carmen Soliz en su agudo y documentado enfoque de la reforma agraria sobre los conflictos en las haciendas entre diversos actores muestra exactamente eso: intereses inmediatos y mediatos diversos de diferentes grupos subalternos -que a menudo logran imponerse sobre un Estado débil (y no discutimos acá si esa debilidad es buena o mala). La plurinacionalidad puede aparecer ahora en la disputa política/discursiva pero no es lo cualitativamente diferente de este conflicto.
Además, y quizás mas complicado, si la idea misma de pluriacionalidad es adecuada para reconocer a las naciones precoloniales que habitaban la actual Bolivia no es menos cierto que todo el tiempo es desbordada por la pluralidad de conflictos que se dan a diario en Bolivia, donde la identificación nacional no da cuenta de lo que está en juego. Los procesos de urbanización, constitución de formas «abigarradas» (para usar el trillado término zavaletiano) de capitalismo y de mestizajes populares (los reales, no los utópicos que ven los liberales), las conversiones y reconversiones religiosas, especialmente al pentecostalismo, los procesos de globalización económica y cultural por abajo, etc. Todo eso da cuenta de un pueblo boliviano que es sociológica y políticamente mucho más que la suma de 36 naciones.
Quizás todo eso implique que todos hagamos un esfuerzo no solo por entender a los indígenas -sin duda, fundamental- sino por entendernos entre todos, es decir entender la Bolivia del siglo XXI. Una Bolivia en la que el «gobierno indígena» no es el pachakutik -la tortilla dada vuelta- que muchos querían ver pero es en muchos sentidos (buenos y malos) reflejos de esa Bolivia a prueba de binarismos y descolonizaciones simples. Alguna vez la marcha del orgullo gay decía: Bolivia es más diversa de lo que te contaron… y lo es con creces.