Recomiendo:
0

Memoria Histórica del Teatro en Tecoh 1930-2004

Fuentes: Rebelión

  Hace justo 15 años el Ejército Zapatista de Liberación Nacional hacía su entrada en la escena mundial a la par de otros movimientos de izquierda y anticapitalistas que no buscan, a diferencia de los movimientos estadocentristas, la toma del poder estatal; sino la defensa de derechos colectivos e individuales negados históricamente a los pueblos […]

 

Hace justo 15 años el Ejército Zapatista de Liberación Nacional hacía su entrada en la escena mundial a la par de otros movimientos de izquierda y anticapitalistas que no buscan, a diferencia de los movimientos estadocentristas, la toma del poder estatal; sino la defensa de derechos colectivos e individuales negados históricamente a los pueblos indígenas mexicanos, la construcción de un nuevo modelo de nación que incluya a la democracia, la libertad y la justicia como principios fundamentales de una nueva forma de hacer política, y el tejido de una red de resistencias y rebeldías altermundistas en nombre de la humanidad y contra el neoliberalismo; expresiones mínimas de una lucha que va de lo local a lo global y a la que se puede dar seguimiento de la mano de sus ya seis declaraciones políticas.

Sin embargo, a pesar del significativo bailable de presentación en sociedad que aqueste, el EZLN, está ofreciendo en el corazón de la Selva Lacandona mientras yo escribo estas pobres y mal articuladas letras mías, no es de su palabra verdadera, batz’i k’op, de lo que quiero hablar ahora… o no exactamente. A unos kilómetros de la llamada zona zapatista, todavía en el sureste mexicano pero mucho más cerca de la ciudad de Mérida, en Yucatán, ese maravilloso estado que cuando no es el botín que se disputan una de las derechas más retrógradas del país y uno de los cacicazgos más insultantes en suelo mexicano, sirve de ojal para los botones de muestra sobre el tipo de izquierda que dice ser el lopezobradorismo, se llevó al cabo un acontecimiento que por modesto adquirió sabor a grandeza en esa doble acepción que mis tatarabuelas nahuahablantes daban al sufijo tzin: el más noble y, a la vez, el más pequeño.

El escenario fue el municipio mayoritariamente indígena de Tecoh y la escenografía fue el Teatro Pierrot de la Casa de la Cultura, un espacio que el pasado 29 de mayo también cumplió sus primeros 15 años de vida. La iluminación, canon distónico para lámparas y cuartos que hacían de aquello algo más parecido a una discoteca que a un teatro, lo mismo que los baños a oscuras, las paredes sin remozar, los camerinos sin completar y la ausencia de una duela decente, fueron cortesía del gobierno priísta en turno, esta vez representado por un comparsa de poca monta que responde al nombre de Manuel Acuña (sí, como el poeta), famoso por difamar a miembros de la comunidad artística de la entidad, que ésta vez, cual bandido, apareció de entre la multitud para enhestar una retahila de justificaciones que querían dar cuenta (pero dieron lástima) de por qué el gobierno estatal a través de la dirección de descentralización de su instituto de cultura no le ha brindado a este teatro quinceañero el apoyo que merece, para luego desaparecer de entre por donde vino.

Por fortuna, el teatro y el amor que algunas y algunos le profesamos suelen ser mucho más grandes que los obstáculos burocráticos y la negligencia vueltos modus operandi de quienes arriba desgobiernan. Eso fue precisamente lo que Socorro Loeza Flores nos demostró a quienes tuvimos la buena suerte de poder acompañarla en la presentación de su trabajo de investigación Memoria Histórica del Teatro en Tecoh 1930-2004, resultado de la beca obtenida para difusión del patrimonio cultural por parte del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Yucatán; esfuerzo que a mi parecer se inscribe en la línea de procesos académicos y pedagógicos emprendidos por hombres y mujeres de teatro como José Ramón Enríquez o Maya Ramos Smith quienes, respectivamente, desde su herencia cómica para con los Siglos de Oro en español o desde sus investigaciones en torno al teatro novohispano, han señalado la importancia de una mirada genealógica como parte de la formación y el quehacer escénicos en México.

No creo estar exagerando, pues, al afirmar que con Memoria Histórica del Teatro en Tecoh 1930-2004 Loeza Flores está escribiendo de la mano de su pueblo una página más en ese largo camino que el teatro ha andado en aras de ése tan aplazado reencuentro con el «Otro» que le da sentido y significado, ya sea quien en la cercanía le observa en calidad de público, ya quien a la distancia le mira como parte de un ejercicio de reflexión con pretensiones de volverse serio. Todo comienza en una tarde de septiembre en el año de 1930, cuando en lo que alguna vez se llamó Cinema Odeón un grupo de vecinos dieron vida a la Sociedad Pedro Escalante Palma, cuyo lema: «Procultura Populi» (algo así como «por una cultura del y para el pueblo»), sirvió de guía a su cuadro artístico, bautizado con el nombre de aquél personaje que la commedia dell’arte le prestara a la comédie française: Pierrot, y que por azares de una extraña pero fascinante genealogía llegó a este rincón de la península de Yucatán.

La investigación de Socorro se centra en la historia de éste, el Cuadro Artístico Pierrot, en un esfuerzo que para decirlo con el antropólogo José Juan Cervera es conjunción de muchas voces que hablan a través de ella: la voz de la comunidad, la del pueblo, la del grupo; transmitiéndonos amor no sólo por el oficio o la profesión teatrales, sino por hacernos saber que Tecoh y las comunidades de Yucatán tienen algo qué decir en la inabarcable experiencia del teatro comunitario. Dos elementos, de entre muchos, destacan en la presentación de Socorro: el uno, hacerse acompañar justamente de esas voces que menciona José Juan, ora en la recepción coronada de tamales preparados por las mujeres del pueblo bajo la coordinación de su misma mamá, ora en la entrega de «su criatura» a la comunidad en una suerte de homenaje «a nuestros vecinos, personas que dedican su tiempo a hacer cultura», que también sabe a rendición de cuentas que ni esperanzas de ver algo parecido en nuestros disfuncionales funcionarios públicos, y, el otro, la inteligencia y el rigor para dar cabida a otros movimientos teatrales del mismo municipio, independientemente de su filiación ideológica: desde el así llamado Teatro de la Parroquia, en manos de la Acción Católica Juvenil de México y su Grupo Cristo Rey; hasta la vasta experiencia del Teatro Pierrot de la Casa de la Cultura, bajo la dirección del párroco Raúl Lugo, cuya labor actual con indígenas y seropositivos da cuenta de su calidad como uno de los representantes más progresistas y consecuentes de la pastoral social; pasando por el heroico trabajo de maestros como Aristeo Paz, Eloy Garrido o Roger Solís, incansables constructores de lo que la maestra Efiluz Vázquez llamara el binomio inseparable de la educación y el teatro.

En la mejor tradición oral indígena, Socorro habla de ella y de su trabajo con un nosotros que lo incluye todo y a todos, dándole el lugar que merece en el tiempo y en el espacio a cada experiencia que registra; anécdotas y testimonios que por ahora quedarán en el tintero y en la memoria, tanto por la imposibilidad de nombrar a todas las personas que tejieron con su quehacer y su decir la tradición familiar y comunitaria de 78 años de vida teatral en Tecoh, cuanto por lo titánico que resultaría a las lectoras o lectores nuestros continuar este apasionante viaje a que nos invita Socorro (mucho más amplio si tomamos en cuenta que esta investigación es parte de un proyecto aún más extenso que Socorro, en su calidad de recién egresada de la Escuela Superior de Artes de Yucatán, presentará como trabajo de tesis); sobre todo si el viaje se hace sin el excelente disco compacto cuidadosamente acabado en complicidad con Leonel Pacheco, programador por oficio y façedor de sueños por vocación.

Sin embargo, no quiero despedirme sin saludar lo mismo a las pastorelas, sainetes y zarzuelas, o a los musicales como El Hombre de la Mancha, montados por los grupos de teatro que han existido en Tecoh; pero, sobre todos ellos, aplaudir de pie a la primera puesta en escena que un grupo tecohense presentara, como dice Socorro, en un «teatro de verdad»: el José Peón Contreras. La obra: Koox mol chi’ (Vamos a recoger nance), totalmente hablada en maya yucateco y llevada a la escena por un reparto de primera conformado por doña Lupita Elizárraga, don Espiridión Acosta y la misma Socorro Loeza. La fecha: 2004, cuando el teatro en Tecoh llevaba por lo menos 74 años de vida; saque usted sus propias conclusiones. Así que no se sorprenda si el material presentado por Socorro Loeza no encuentra pronto el apoyo para la edición de ejemplares suficientes que sean repartidos en todas las escuelas de Tecoh, como está planeado; no faltará el burócrata con nombre de poeta que dado el caso aparezca de un de repente y termine diciendo una sarta de tonterías para intentar justificar lo injustificable.

Afortunadamente, tampoco faltarán la asociación o el centro de investigaciones, o ambos, que digan «esta boca es mía» y abriguen fraternal y sororamente el trabajo de ésta maravillosa actriz y, aunque novel, ya rigurosa investigadora.