Ediciones Flor del Viento, Colección «Con Franco vivíamos peor« La automitificada «transición» fue en verdad «transacción», bajo horcas caudinas o coacción de los franquistas pactantes con los demócratas (y, si no, no había democracia, partidos, elecciones libres). Tal semichantaje, con su lote de guetos y trágalas, habían de configurar a España como el único país […]
Ediciones Flor del Viento, Colección «Con Franco vivíamos peor«
La automitificada «transición» fue en verdad «transacción», bajo horcas caudinas o coacción de los franquistas pactantes con los demócratas (y, si no, no había democracia, partidos, elecciones libres). Tal semichantaje, con su lote de guetos y trágalas, habían de configurar a España como el único país de Europa, casi del mundo, con absoluta impunidad del fascismo. Nadie tendría responsabilidad por el mayor magnicidio de la historia celtíbera, el fusilamiento de la II República, ni por los crímenes y latrocinios de la dictadura, realizados por los socios y herederos españoles de Hitler y Mussolini. Y todo ese tinglado político incluía un monarca designado digitalmente por Franco, bajo curatela del Ejército del caudillo, ejército síndico del «atado y bien atado».
Algunos de estos polvos mantienen hasta hoy sus lodos, somos el solo país europeo que no ha reconocido cabalmente a los «resistentes» o combatientes antifascistas, aquellos últimos soldados de la República que no se rindieron en 1.939, ejerciendo el sagrado derecho de resistencia armada a la tiranía. Tampoco se atreve nuestra democracia a testimoniar pleno agradecimiento a los militares que, desde la UMD, pidieron el fin de la dictadura y se jugaron todo para quemar la pólvora golpista a sus compañeros más agrestes, dispuestos a impedir que llegase la democracia, y, si llegaba, a masacrarla, igual que habían hecho con la República.
Así, la democracia de que tanto alardeamos ha mantenido, treinta años rigiendo la Constitución, a más de cien mil españoles asesinados ferozmente y enterrados sin nombre por zanjas, pozos y barrancos, y aún no osa anular los aberrantes juicios sumarísimos del franquismo. Ni siquiera conocemos todo lo que pasó el 23-F, ni cuánto sabía de ello el rey. Y, mientras el hospital de la Seguridad Social de Burgos lleva el nombre de Yagüe, y Franco cabalga en la capitanía general de Valencia, con su escudo fascista presidiendo la puerta principal, no hay una calle ni costanilla en Valencia a nombre del valenciano General Vicente Rojo, ni han devuelto al pueblo toledano «Azaña» su nombre de siglos que le robaron en 1.936 sustituyéndolo por el del regimiento que lo «conquistó» para Franco. ¿A esto llaman «reconciliación»? ¿A este seguir pagando hipotecas que impuso el franquismo? ¿Hasta cuándo?