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Menem (esta vez) no lo hizo

Fuentes: PostPeriodismo

En 1998 Carlos Saúl Menem decretó el 25 de marzo como el “Día del niño por nacer”. Incluso intentó sacar las excepciones legales que permiten desde 1921 la interrupción del embarazo. La sanción de la nueva ley no sólo significa el fin de la cruzada antiabortista. También es el símbolo de un cambio cultural en el que los residuos del menemismo ya no tienen espacio a pesar de que muchos políticos actuales como Daniel Scioli lo añoran en silencio. En PostPeriodismo repasamos esa década para que no pasen nuevamente sus versiones remixadas.

Menem es el único presidente de la historia argentina con apellido capicúa. Gobernador de la provincia de La Rioja antes y después de la dictadura militar, supo ganarle en las internas del peronismo renovador al histórico Antonio Cafiero, en una alianza fugaz que intentó nuclear a los sectores más progresistas dentro y fuera del movimiento justicialista. Sin embargo, Menem una vez en el poder le dijo never a la justicia social, y con él se consolidó el neoliberalismo a la Argentina. 

Su campaña bajo el lema “Síganme, no los voy a defraudar”, vino acompañada de mentiras que prometían reactivación económica y equidad distributiva, en lo que denominó “revolución productiva”. Nada de eso pasó. Argentina terminó siendo una factoría de industrialización primaria y el derrame neoliberal sólo dejó una profunda deuda interna y externa que explotó una vez que la convertibilidad cambiaria se quedó sin los recursos de las privatizaciones.

Menem confirmó que ningún gobernador bonaerense puede llegar a una elección presidencial, al ganarle sorpresivamente con un 54% al indiscutido Antonio Cafiero quien acarició el 46%, con casi 1,6 millones de afiliados que participaron de la primera elección primaria del PJ. Por esos años no eran obligatorias.

Rápidamente, el ex mandatario riojano supo como pocos tentar con las mieles del poder a los más pragmáticos y explotar los efectos de la telepolítica en los noventa. Bailaba danzas árabes o tango en todos los programas al que lo invitaban, jugaba al golf, al básquet, al fútbol, al tenis con Geroge W. Bush, y a pesar de su altura modesta se le adjudicaron romances imposibles como una relación nunca confirmada con la actriz Amalia “Yuyito” González, en tiempos de ruptura con su pareja de entonces Guillermo Coppola. 

En ese juego sin límite entre la ficción y la realidad es donde mejor se movía. “Vamos a triunfar”, decía en su campaña, y de alguna manera transmitía ese triunfalismo a una sociedad que necesitaba un poco de aire fresco tras el fracaso de un radicalismo inerte coaccionado por los militares carapintadas, los capitanes residuales de la industria y una Junta Coordinadora más preocupada en los negocios personales que en el bienestar general.

Carlos Saúl Menem fue un cisne negro de la política, la exageración de la impunidad y el disfrute de ello sin culpa. Por supuesto, tuvo en el voto vergonzante de su segundo mandato, una sociedad que acompañó en silencio las soluciones mágicas de una figura que parecía convertir como el rey Midas todo lo que tocaba en oro. 

El ex presidente era un tipo tan culto que supo leer todos los libros de Sócrates aunque aún no exista evidencia alguna de su obra. Suponemos que sólo le llevó un segundo. Esos rasgos casi payasescos representaban la siempre presente zona gris de la política que deja pasar de tanto en tanto a pícaros ignorantes aspiracionales, como ocurrió con el gobierno fallido de Mauricio Macri, quien bailaba y personificaba al cantante de Queen si se lo sugería Duran Barba. 

Pero la situación era otra: Menem recibió el país con elecciones anticipadas, en medio de un agudo proceso de hiperinflación, con saqueos, falsas escenas de carneo de gatos en Rosario y el temor de nuevos alzamientos militares. 

De hecho, negoció los indultos a poco de asumir y allí mostró el verdadero rostro detrás del maquillaje. Apenas tomó el bastón de mando dejó la economía en manos de ultraliberales como Domingo Felipe Cavallo (Fundación Mediterránea) y Roque Fernández (CEMA), luego de la muerte inesperada de Miguel Roig y el paso corto de Mario Rapanelli (ambos de Bunge & Born). 

Historias de impunidad

Corría 1987 cuando el endeble gobierno radical sancionó  Ley de Punto Final,  en la que caducó la acción penal por crímenes de lesa humanidad cometidos en la última dictadura. Del primer intento desestabilizador queda el  recuerdo de Raúl Alfonsín y aquellas pascuas poco felices. También sería el surgimiento político del amotinado Aldo Rico y la ventana por la que entraron criminales como Antonio Domingo Bussi, interventor de  Tucumán (1976-1978) y gobernador electo (1995-1999) tras el malpaso de Ramón “Palito” Ortega, uno de los tantos inventos menemistas.

Un dato curioso: la Ley de Punto Final fue sancionada en plena navidad, justo un 24 de diciembre, 36 años antes de que el senador Carlos Menem entrara en coma inducido luego de varias complicaciones de salud, ya con 90 años, pero sin claudicar en su presencia otoñal para correrse de la escena. Su voto del 29 de diciembre sería definitorio en contra de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE). El destino se lo impidió.

Ese año 1987 la primavera democrática terminó de apagarse con la Ley de Obediencia Debida, haciendo extensiva la impunidad de aquellos terroristas de Estado que actuaron en consecuencia con las órdenes impartidas por mandos superiores. Así resultaron perdonados los oficiales, entre los que se sumaron los esbirros policiales que actuaron bajo las órdenes de Ramón Camps, celador de la mayoría de los centros clandestinos de detención en la provincia de Buenos Aires.

Ambas normas intentaron licuar de la historia la desaparición forzada de personas, torturas, asesinatos o, en el mejor de los casos, detenciones ilegales como el cautiverio que incluso atravesó el propio Menem. 

También habilitaron una retórica conocida como la de los “dos demonios” en la que se  trató de equiparar a la insurgencia de militantes de base, compuesta de estudiantes secundarios, obreros y universitarios,  con los militares golpistas armados hasta los dientes y entrenados por el Estado, cuyas tres fuerzas confluyeron en el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.

Sólo el robo de bebés quedó fuera de su alcance y hubo que esperar hasta 2003 para salir de ese oscuro día de justicia (paseando por el colegio pupilo imaginado por Rodolfo J. Walsh).

Volvamos. Una vez en la presidencia, Carlos Menem decretó el indulto de los miembros de las Juntas militares no alcanzados por las leyes de impunidad. Menem liberó  al ex ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz y a diversos dirigentes de la insurgencia entre los que estaba Mario Firmenich, una figura controvertida para la militancia, principalmente por el fracaso de la llamada “Contraofensiva” en la que murieron no pocos militantes de la agrupación Montoneros. 

El fin del ciclo de perdones gratuitos lo cerraría el primer compañero de fórmula menemista, Eduardo Duhalde, con una segunda ola de indultos en 2003. El entonces presidente interino usó esa facultad presidencial sin el aval popular, algo aún peor que los actos de Menem.

Recordemos. Luego de la década del noventa vendrían Fernando De la Rúa y otra vez los saqueos. Un helicóptero dejaría el gobierno acéfalo y el cabezón Duhalde llegaría en enero de 2002 a la Casa Rosada, tras una sucesión ilimitada de presidentes interinos.

El ex intendente de Lomas de Zamora, ex gobernador de la provincia de Buenos Aires y senador por esa provincia intentó pasar a la historia como un pacificador. Tal vez por eso decidió indultar Mohamed Alí Seineldín, condenado a cadena perpetua por un tribunal militar tras el cuarto alzamiento en diciembre de 1990, que dejó 5 civiles aplastados  por un tanque, además de otros 9 militares muertos. Cabe recordar que el ex coronel ya había sido indultado por su participación en el tercer alzamiento carapintada. 

Así las cosas, 5 días antes de entregar el mando a Néstor Kirchner (el 25 de mayo de 2003), con la receta de dos demonios, Duhalde liberó a Seineldín, a otros siete carapintadas y a Enrique Gorriarán Merlo, un dirigente del PRT sobreviviente de la Masacre de Trelew (1972) y que en 1989, curiosamente, también sobrevivió al copamiento del regimiento militar de La Tablada, como líder del grupo armado Todos por la Patria. Ese ataque dejó 39 muertos y ocurrió en plena democracia.

Winnie Pooh

Carlos Menem pudo mantenerse 10 años consecutivos en la presidencia y casi logra un tercer mandato en 2003, tras ganar en primera vuelta y bajarse antes de la segunda por no encontrar nuevos aliados.

Apenas asumió revirtió la crisis inflacionaria con una política de acuerdos con capitales extranjeros que terminó en una matriz productiva liquidada, despidos masivos y la privatización de todo lo que estaba a su alcance. No obstante, las denuncias por casos de corrupción no impidieron su reelección en 1995. 

La estrategia económica de Domingo Felipe Cavallo permitió una fantasía especulativa que equiparó el valor del peso al del dólar y generó créditos personales tomados por millones de argentinos para la compra de casas, autos, viajes y productos suntuarios. Todos ellos quedaron atados a lo que luego se llamó el “voto cuota”.

Durante sus gobiernos la comunidad argentina sufrió los atentados a la Embajada de Israel y contra la AMIA, ambas entidades judías. Nunca se supo si la muerte de su hijo Carlitos, en 1995, estuvo relacionada con los desvíos del juez Juan José Galeano en la investigación del último ataque terrorista. Lo cierto es que ninguno de los hechos se resolvieron y esa trama de eventuales encubrimientos tuvo a Zulema Yoma como principal denunciante. De hecho, el mismo día de navidad en el que Menem entró en coma, Carlos Telleldín fue absuelto por su relación con el atentado a la AMIA, al no comprobarse complicidad en la venta de la camioneta Trafic con la que se perpetró el atentado a la mutual judía y dejó 85 muertos.

La figura del riojano representa todo lo malo que un presidente no debe tener. Menem hacía actos de ostentación pública como recibir de obsequio una Ferrari. Nobleza obliga, después de unos viajecitos a la costa violando las normas de velocidad Menem la puso en subasta pública.

Menem creó el contubernio de los  jueces federales amigos “de la servilleta de Corach” (ex ministro del Interior), llevó a la Corte Suprema de Justicia a una “mayoría automática” con dos miembros del Opus Dei, el ex Tacuara Rodolfo Barra (1990-1993) y Antonio Boggiano (1991-2005). Para su reelección negoció con Raúl Alfonsín en el recordado Pacto de Olivos.

Tal vez se trate del único avance para mejorar la democracia. La reforma de la Constitución Nacional de 1994, permitió un núcleo de coincidencias mínimas entre las que se destaca la incorporación de los tratados internacionales en materia de Derechos Humanos (artículo 75, inc. 22) y los nuevos Derechos y Garantías a los que se conoce como de tercera generación. Entre otros, los destinados a proteger el medio ambiente, las minorías como los pueblos originarios y aquellos propios a los “usuarios y consumidores”, cada vez más necesarios en las sociedades de servicios.

En 1993 Menem sancionó la Ley Federal de Educación, lo que llevó al desguace progresivo de la educación de gestión pública y su desfinanciamiento. En 1998, el canciller Guido Di Tella obsequió 600 libritos a los kelpers con cuentitos de  Winnie Pooh. Esa política de desmalvinización de las islas se complementó con la idea de establecer “relaciones carnales” con Estados Unidos, durante la era Clinton.

Ese mismo año decretó previa visita y acuerdo con Juan Pablo II que a partir del 25 de marzo de 1999 sería el “Día del niño por nacer”, en un intento de introducir una modificación al Código Penal que no prosperó en la reforma de 1994, según detalla el periodista Eduardo Videla en  artículo de Página/12, “Los únicos privilegiados son los embriones”.

En la práctica, Menem fue más papista que Karol Wojtyla y ya que estaba se quedó del lado de los servicios de inteligencia de Hugo Anzorreguy, más que de una comunidad organizada. No descolgó los cuadros de Videla y sus secuaces, y ni se preocupó por formar cuerpos de seguridad para la nueva democracia. 

Por el caso IBM – Banco Nación apareció ahorcado un tipo en jogging con un papelito en la boca dentro de la Ciudad Universitaria que bordea la zona norte del Río de la Plata. La voladura de Fabricaciones Militares en Córdoba todavía sigue el trámite en la justicia con testigos “accidentados” que nunca llegaron a declarar.

Los juicios sobre el contrabando  de armas a Ecuador y Croacia, para juzgar y determinar la responsabilidad de Menem, están programados para febrero de 2021. Un poco tarde para la ocasión.

Lo cierto es que en 2003, Carlos Menem ya no tenía a mano ENTel,  YPF o Aerolíneas Argentinas para rematarlas ni el crédito internacional que Cavallo supo negociar durante la hiperinflación para financiar su fiesta. Parecía su ocaso.

Todo tiene un final

El último caudillo riojano nada tuvo que ver con “El Chacho” Ángel Vicente Peñaloza o Facundo Quiroga. Sólo las patillas y el poncho. Menem estuvo lejos de oficiar por un gobierno verdaderamente federal. Sólo se trató de una sombra nada más que actuó al servicio de los intereses de turno para satisfacer el goce personal del poder. Algunos memoriosos lo recuerdan por su coqueteo en tiempos de juventud con La Tendencia revolucionaria. Pero eso habrá sido sólo un error de juventud.

Como gobernador depuesto  por la dictadura del 76 fue detenido en el barco “33 Orientales», junto al propio Antonio Cafiero, Miguel Unamuno y Lorenzo Miguel. Los militares le negaron despedir los restos de su madre, Mohibe Akil. Estuvo preso en Magdalena hasta que los militares lo liberaron por razones desconocidas. Pasó a prisión domiciliaria en Formosa y tuvo un pibe extra matrimonial con Martha Meza, al que reconoció como buen machirulo años más tarde obligado por la justicia. 

Lo suyo era pasear por programas como el de la eterna Mirtha Legrand, o demostrar su inmortalidad frente al viejazo mostrando su capacidad reproductiva con la Miss Universo 1987 y periodista chilena Cecilia Bolocco, un amor del cual nació Máximo.

Luego de retirarse en la segunda vuelta contra Néstor Kirchner, logró en 2005 convertirse en senador nacional por la minoría. Eso no hubiera sido posible antes de la Reforma de 1994, que incorporó un senador por la primera minoría.

Para entonces, la lista de delitos seguía incorporando expedientes. Se sumaba el caso de los DNI y las coimas pagadas por la empresa alemana Siemens. Por eso, Menem siempre mantuvo fueros parlamentarios a pesar de no estar en condiciones físicas para asistir al recinto, como todo perro viejo y mañoso, ya sin dientes no comía ni dejaba comer. Su hija Zulemita, que de vez en cuando amaga ingresar al terreno de la política, aseguró días antes de la votación por la Ley de IVE en el Senado que su padre votaría desde el Sanatorio Los Arcos en contra del proyecto.

No pocos funcionarios actuales se formaron en el menemismo, empezando por el presidente Alberto Fernández y su asesor de confianza Gustavo Béliz. Por supuesto, hicieron su propio recorrido que esperamos transforme esos errores en aprendizaje para no insistir en los mismos. La Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) es un primer gran paso para construir una democracia entre todxs.

Mientras tanto todo concluye al fin. Carlos Menem seguramente nunca estará en ese himno de Vox Dei que recupera lo más bello de la vida: “El momento en que estás (presente)”.

Porque nadie gritará por Menem, presente. Ni ahora ni nunca.

Fuente: https://postperiodismo.com.ar/2020/12/29/menem-never/