I En el imaginario social permanece la idea de Mérida como una ciudad blanca por su urbanidad, las descripciones literarias evocan el color de sus casas, limpieza de sus calles y tranquilidad de sus barrios, remembranzas de tiempos remotos que le valieron ser calificada de esa forma, ¿pero seguimos viviendo en esa ciudad blanca que […]
I
En el imaginario social permanece la idea de Mérida como una ciudad blanca por su urbanidad, las descripciones literarias evocan el color de sus casas, limpieza de sus calles y tranquilidad de sus barrios, remembranzas de tiempos remotos que le valieron ser calificada de esa forma, ¿pero seguimos viviendo en esa ciudad blanca que los álbumes fotográficos y narraciones históricas retratan?, la nostalgia histórica siempre genera espejos cargados de ilusión, los tiempos han pasado y la capital yucateca se ha convertido en una urbe compleja, que enfrenta un sinfín de retos y complejidades contemporáneas que van desde el creciente tráfico vehicular hasta una clara y cada vez más reforzada marginalidad de los sectores populares, los espacios públicos se han significado con otra perspectiva en las últimas décadas, en las que convergen el reclamo al poder, la demagogia de los gobiernos y la falta de un análisis profundo sobre la ciudad que se ha construido, reflejo desde luego, de la realidad yucateca y nacional, cuyos parámetros de modernidad, democrática e incluyente distan mucho de expresar la realidad de lo que acontece a diario en nuestra Mérida de a pie.
II
Los espacios de Mérida, cada vez más angostos, como los hogares de los nuevos fraccionamientos, capsulas inhumanas que representan el ideal de desarrollo regido por la competencia entre empresas constructoras, el interés económico de quienes gobiernan y la evidente falta de respeto a la dignidad de las personas, son una de tantas contradicciones que la urbe yucateca vive, hablar de desarrollo es fácil si lo que se cuantifica es la ganancia generada a favor de quien defiende acciones alejadas del padecimiento y la necesidad, muchas voces han expresado los efectos negativos de esas viviendas y espacios reducidos, pero los oídos sordos del poder niegan la realidad eternizando la precariedad de la vida, Mérida desde hace muchas décadas se convirtió en un gran negocio, el privilegio a los intereses privados atentando contra las necesidades populares, es el común en una ciudad gobernada por la corrupción y la simulación, la segregación social continua su avance, la reutilización de los espacios públicos a permitido a los sectores burgueses apropiarse del uso de escenarios tradicionalmente populares, y esto, lejos de ser un reflejo de la llamada democratización urbana, es simplemente un reflejo en el espejo blanco del racismo disfrazado de socialización. Las clases populares, no tienen acceso a los espacios de la burguesía por la evidente marginación económica, no se trata de generar espacios de consumo, se trata de procurar la mejora social, cosa que no se alcanzará jamás, mientras los gobiernos meridanos sigan regidos por la lógica del dinero por encima de la dignidad humana.
III
Los policías municipales hostigan cotidianamente a las comerciantes chiapanecas que se ganan la vida vendiendo por las calles ropas artesanales, a eso le llaman gobernar, a eso le llaman Mérida Blanca, cínicos que ocultan quien genera la pobreza en realidad y provoca la necesidad de ganarse el pan por las calles, mientras sigamos callados y fragmentados el poder seguirá sirviéndose de nuestra indiferencia en el banquete de la impunidad, ¿por qué simulan ante el evidente tráfico humano que se enriquece de la explotación?, ¿acaso esas leyes que dicen respetar no tienen fin humano?, cuánto descaro en el baile de las mascaras del llamado «buen gobernar», como vieja herencia el racismo se manifiesta en los actos de gendarmes vestidos de inspectores municipales, la segregación social se manifiesta en los actos acostumbrados por quienes creen que excluir es civilidad, la soberbia es el reflejo blanco en el espejo hipócrita del gobierno municipal.
IV
Recorrer una de las principales avenidas de la ciudad de Mérida, es recorrer una parte de nuestra historia, afirmación verdadera pero no absoluta, el llamado Paseo de Montejo por costumbre y clara nostalgia colonial, sigue representando una constante contradicción, las casonas donde vivieran los viejos oligarcas y dueños de las haciendas henequeneras, verdaderos centros de explotación, hoy cubierta de negocios de interés privado, algunos museos y mayoritariamente de esa constante añoranza decimonónica, continúa segregando la memoria histórica de los mayas y de las clases populares. La resistencia ha llamarle avenida NACHI COCOM tal como la revolución la renombrará a su triunfo en un acto de justicia social, la estatua de los conquistadores que en el remate se ubica, es la clara señal de para quien se ha gobernado en los últimos años, desde su colocación por los gobiernos panistas, generó una polémica inconclusa sobre su significado claramente racista, discriminador y excluyente, una burla para nuestra historia. En una sociedad como la nuestra, donde la cultura maya es parte central de nuestra raíz, de nuestra razón de ser y de nuestra memoria, pero sobre todo, es expresión viva, resulta injustificable que hasta la fecha se conserve ese monumento a la ignominia y al cinismo de los gobernantes. Mérida tiene muchos oscuros reflejos de la blancura pretendida por aquellos que se creen castos y puros herederos de la divinidad explotadora colonial.
Cristóbal León Campos es integrante del Colectivo Disyuntivas.
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