En mensaje al país, del 6 de marzo último, el Presidente Carlos Mesa aterrizó al país al indicar que si se aprobaba una nueva ley de hidrocarburos que no sea entendida y aceptada por la Comunidad Internacional, Bolivia sería declarada interdicta. Indicó que esa era una opinión compartida por EEUU, Brasil, España, Francia, Gran Bretaña, […]
En mensaje al país, del 6 de marzo último, el Presidente Carlos Mesa aterrizó al país al indicar que si se aprobaba una nueva ley de hidrocarburos que no sea entendida y aceptada por la Comunidad Internacional, Bolivia sería declarada interdicta. Indicó que esa era una opinión compartida por EEUU, Brasil, España, Francia, Gran Bretaña, el BID, la CAF el Banco Mundial y el FMI. Hizo notar que «es fácil hacer discursitos de independencia y soberanía», pero era diferente si, como en su caso, tenía que pasar el sombrero a países y organismos foráneos para pagar los sueldos de empleados públicos, maestros o trabajadores de la salud.
El mensaje hizo recordar las campañas desatadas por el mismo Mesa, entre 1993-1997, en su calidad de director de Periodistas Asociados de Televisión (PAT), en defensa de la liquidación de las empresas estratégicas y de las demás políticas neoliberales que dejaron inerte al Estado nacional y al país en riesgo de desintegración. También allí afirmaba que todo lo que se oponía al capital extranjero era inviable e imposible. De sus palabras surgen estas preguntas: ¿Existe alguna semicolonia, o país en «vías de desarrollo» (de acuerdo al léxico de los tecnócratas) que no sufra presiones de la Comunidad Internacional? ¿Si el presidente argentino Néstor Kirschner no resistía esas presiones, hubiera logrado el canje parcial de su deuda externa? ¿El venezolano Hugo Chávez podría enfrentar sin resistir los embates cotidianos que pretenden aplastar la revolución bolivariana? ¿Es que no hay intentos por eliminar a la estatal Corporación del Cobre (CODELCO), que el Presidente Ricardo Lagos de Chile debe contener? ¿El Uruguay de Tabaré Vásquez habría reanudado relaciones con Cuba si no mandaba al diablo la «opinión» de la Comunidad Internacional?
En consecuencia, el primer deber de un gobernante latinoamericano reside en unir a su pueblo para enfrentar al poder transnacional y no dividirlo para entregarlo inerte a las fauces del imperio. Si se sigue la línea de Mesa, Bolivia, si acaso no es borrada del mapa, seguirá pidiendo limosnas para atender sus necesidades más premiosas en los próximos cincuenta años. Por el contrario, si evita el saqueo de sus hidrocarburos, cumplirá sus obligaciones y recuperará la autoestima y dignidad de las que carecen los pordioseros.
Mesa está siguiendo al pie de la letra el librito «Hildebrando y sus consejos», del tecnócrata Juan L. Cariaga (Editores: La Razón – El Nuevo Día. Bolivia, 2004), quien sostiene que Bolivia se ha metido en camisa de once varas al pretender hacer una nueva ley de hidrocarburos, porque se trata de una ley muy compleja y especializada, con numerosos y ampulosos reglamentos que son muy difíciles de elaborar. Se trata -añade-de una ley que debe ser proyectada por especialistas y no por políticos y, por último, porque el tiempo que llevará su elaboración y aprobación tendrá un impacto muy severo sobre el Tesoro y el déficit fiscal («La Razón», 6.03-05).
Los elementos para el entreguismo, ya están descritos. Al tratarse de una ley compleja, hay que dejar su elaboración a las petroleras, las que, mediante ampulosos reglamentos, cercenarán algún beneficio que se hubiera filtrado a favor del país. Como la tardanza resta ingresos al Estado, el país debe aprobarla a fardo cerrado. «Hildebrado», en el texto de Cariaga, es un astrólogo, seguidor de Galileo, que se especializa en dar consejos a los países pobres acerca de su relación con las metrópolis. Y es «Hildebrando», en el artículo citado, el que brinda nuevos consejos para la Ley de Hidrocarburos.
Lo interesante es que Cariaga, como producto de la Ley de Capitalización (o liquidación) de las empresas estratégicas del Estado, suscribió un contrato de consultoría por 350 mil dólares, con el Ministro de Capitalización, Alfonso Revollo, a fin de buscar socios para el Lloyd Aéreo Boliviano (LAB) y diseñar un impuesto adicional a las petroleras, al que se denominó Surtax. El autor se embolsilló el dinero sin haber conseguido ningún socio para el LAB y sin que el Estado pueda cobrar un centavo por el Surtax. Vale la pena preguntar si «Hildebrando» aconsejó también a Cariaga la manera de obtener tan pingüe beneficio a costa del Estado.