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México al borde

Fuentes: Rebelión

1. Del pasado, bienvenida Hace años, el 14 de enero de 1981 aparecieron 12 cuerpos en el Estado de Hidalgo, México. Habían sido torturados y abandonados. Se supone que eran narcotraficantes colombianos, y su verdugo, policías obedientes de un personaje siniestro. Por décadas la «matanza del rio Tula» fue la síntesis de todo lo que […]

1. Del pasado, bienvenida

Hace años, el 14 de enero de 1981 aparecieron 12 cuerpos en el Estado de Hidalgo, México. Habían sido torturados y abandonados. Se supone que eran narcotraficantes colombianos, y su verdugo, policías obedientes de un personaje siniestro.

Por décadas la «matanza del rio Tula» fue la síntesis de todo lo que anda mal cuando anda junto: corrupción, poder, sadismo. Aquél episodio en todo el país era referencia obligada -junto con las atrocidades de la Brigada Blanca- para ilustrar la perversión y la degradación de un sistema que ya desde entonces se suponía «no daba para más.»

Hoy es claro, estábamos equivocados.

Primero nos acostumbramos a la corrupción, después a torturar. Acusados de cualquier cosa personas era presentadas en medios y ahí se les acaba la vida. Eran delincuentes, porque salía en la tele. Lo legitimamos con fórmulas verbales que sonaban, digamos, bien: «que le den una calentadita» y si los mataban a golpes, o electrocutados, o asfixiados o sencillamente si morían de dolor la explicación era simple: «se les pasó la mano.»

Y ya, listo, la vida sigue.

Pero entonces un comando armado intentó matar a los hermanos Arellano Félix en una discoteca de Puerto Vallarta en 1992. Con la novedad de los choques entre grupos volvió la sorpresa, pero así como llegó desapareció. No por falta de eventos sino exactamente por la razón contraria: fueron -son- tantos y tan frecuentes que ya nos resultan aburridos.

Luego aparecieron los cadáveres colgados en los puentes en Texcoco, en Ecatepec y en Interlomas en el Estado de México, en Cuemanco en el Distrito Federal, en Durango, en Querétaro, en Michoacán, en Zacatecas… En algún momento también nos sorprendieron cuerpos decapitados, cabezas abandonadas y videos que detallan el proceso.

La sorpresa duró poco: se impuso la costumbre.

Luego las fosas con cientos de cuerpos en San Fernando, Tamaulipas y los ranchos en los que se incineraron a más de trescientos en Allende, Coahuila.

¿Necesitamos más? Ningún problema: ahora estamos desollando vivos a nuestros estudiantes.

Bienvenidos a México.

2. De buenos y malos

¿Pero lo estamos haciendo nosotros… nosotros? ¿qué no son ellos los responsables, «la maña», los «cárteles» con sus jefes de plaza y lugartenientes, sus sicarios y sus halcones? ¿Nosotros qué? Nosotros somos las víctimas, somos hombres de bien, trabajadores y honestos. ¿Hacer algo? ¿nosotros? No, esa es la tarea del gobierno.

Y entonces se movilizan con todo lo que es menester por mejorar las cosas: vuelven a la edad media construyendo muros alrededor de las casas («fraccionamientos cerrados» les llaman), contratan guardias pretorianas («seguridad privada» le llaman), contratan mercenarios («escoltas» les llaman), blindan automóviles, instalan cámaras, compran armas.

Y ya: no hay nada más qué hacer además de endurecer los muros, los autos, la piel y los sentimientos.

¿Los sentimientos? Sí. Dice -literal y respetando la redacción original- un comentarista sobre mi artículo anterior «…Si [Sinaloa] estuviera llena de guerrerense oaxaqueño o chiapanecos todo serían baldíos y estaría lleno de gente que se queja porque el gobierno no les da para trabajar. En fin, sigue haciéndonos creer con narrativas poéticas y cursis otra historia. La realidad es práctica no está llena de sofismos y cursilerías humanas…»

No veo ahí espacio para la solidaridad con los refugiados que huyen de la violencia. No se detecta tampoco una reflexión más profunda sobre los problemas que enfrentamos ni el menor rastro de propuestas constructivas que no pasen por la segmentación social, la defensa armada y el aislamiento voluntario a cal y canto mientras el mundo se desbarata.

Pero peor aún, no es claro que el autor tenga consciencia plena de lo que en verdad están articulando sus palabras. (Tras su lectura no pude evitar recordar el mensaje publicado desde el teléfono de un funcionario público del Partido Acción Nacional en julio de este año: «Lo vuelvo a decir todos los que opinan sin saber en este foro seguramente son perredistas, más prietos de piel que nada, jodidos, rojillos y sin varo. Arriba los mexicanos de raza blanca y clase alta. Todos los demás son una mierda, incluyendo a este foto (sic) lleno de chusma asquerosa.»)

Si nada de esto está relacionado con lo que ocurrió en Guerrero y con lo que ha venido ocurriendo en todo México, entonces acuso mi ignorancia absoluta.

3. De insumisos y detractores

He ahí los hechos del horror y he ahí también la miseria espiritual sobre la que se construyen. ¿Y cuáles son las respuestas?

Ante el abandono total del Estado frente a la violencia algunos escapan del terror como en Ciudad Mier en 2010. Otros migran ya del campo a la ciudad o de un país a otro («Hay varios caminos a la tristeza, uno de ellos es la migración» dijo un amigo hace algunos años). Algunos más toman las armas como las autodefensas en Michoacán frente al imperio de «Los caballeros templarios» y algunos más ejercen ciudadanía como los normalistas de Ayotzinapa.

No hay problema. Si la protesta pacífica se ignora mientras no llegue a la ciudad (recuerdo las palabras que me dijera un ex comandante sandinista «nadie escuchó nuestros reclamos mientras nos pudríamos en el monte»), y si llega, por molesta se le desacredita y listo. ¿Y si persiste? se le puede volver invisible (¿o es que alguien se toma la molestia todavía en ver qué es lo que exigen los que permanecen en plazas por días, semanas y a veces meses?)

Si se pudrían en el monte, bien pueden pudrirse también en la ciudad.

Pero entonces la protesta se hace violenta y con la violencia llegan también la muerte, el ejército, la tortura y las desapariciones. «Cuando las armas hablan las leyes callan». Apareció el EPR y la preocupación fue transitoria: de ellos se encarga el ejército. Una vez más, ningún problema. Y aquí estamos ya en otro nivel de degradación, no sólo de la reacción oficial sino de la sensibilidad popular: ¿o es que hay marchas multitudinarias, indignadas, exigiendo la aparición con vida de Edmundo Reyes Amaya y Gabriel Alberto Cruz Sánchez? No, no las hay.

Extraño caso: aquellos y éstos defendían más o menos las mismas causas, compartían más o menos los mismos males, combatían más o menos a los mismos enemigos y fueron víctimas más o menos de los mismos criminales. En todo caso sus métodos eran diferentes, cierto, pero habría que recordar que al menos desde 2007 -es decir, desde hace 7 años- el EPR dejó de lado las acciones militares -como puede constatar la propia Secretaría de Gobernación- a solicitud de la Comisión de Mediación.

Como sea la solidaridad popular pareciera exclusiva y excluyente: a diferencia de los 43 normalistas, los desaparecidos del EPR han sido olvidados con el tiempo, como si no fueran humanos y como si no tuvieran derechos, ni ellos ni sus familias. ¿Es que hay víctimas dignas e indignas? Asentir a esta pregunta ante un espejo devolvería una imagen: la del cómplice del mismo aparato para moler carne que condena.

4. Del futuro, despedida

El país se incendia. Se arrestó a más de setenta personas entre policías, funcionarios, un alcalde, su esposa, amigos, delincuentes de poca monta y líderes y la presión no disminuye. Se incendió misteriosamente una oficina de gobierno en medio de las protestas, cayó un gobernador, se desplomó la imagen del presidente y la presión no baja. Paran las universidades, se para el tráfico con marchas y se paran muchos de aquellos que apáticos, acostumbrados ya a la violencia y la ineptitud permanecían tradicionalmente sentados. Ni así la presión cede.

Todos dicen mucho. El presidente habla de crímenes abominables y otras cosas. Eso dice, aunque el problema es que ya a nadie le importa. A nadie le importa lo que tengan que decir él, los que son como él, o los suyos. El Procurador por ejemplo dijo que su presentación sería sobre avances de la investigación e indicios, no sobre conclusiones, pero nadie le escuchó. ¿Cómo tomarlo en serio? Nada es seguro y no es un problema reciente. Se duda de la aprehensión de Joaquín Guzmán Loera como se duda de los indicios de los cuerpos incinerados. ¿Cómo no sospechar de la súbita confesión de testigos y perpetradores? ¿los convencieron o los «convencieron»? (En algún momento en alguno de los videos presentados un sicario explica cómo agarraban los cuerpos de las «manos y las patas» para colocarlos para su incineración. A su lado un agente ministerial dice «Perfecto» tras la representación del sicario. ¿»Perfecto» qué exactamente? ¿»Perfecto» ya te entendí? ¿»Perfecto» te explicaste bien? ¿o «Perfecto» lo hiciste como te dijimos que lo hicieras? Es como si le hubieran dado un libreto, lo hubiera repetido y entonces viene la felicitación casi inconsciente… «Perfecto» a quien cumplió con su tarea.) ¿Cómo no ser escéptico?; ¿cómo saber que no fue un intento de cerrar el caso y bajar la cortina y con ella, la presión pero dejando una puerta abierta para una segunda oportunidad (diciendo algo así como «lo que presentamos-insistimos- fueron avances, no conclusiones«) si lo primero no funciona?

La sociedad está preocupada, dice que ahora sí el país está llegando a un punto crítico. Ya no sólo es indignación lo que se respira, sino también miedo. Y no el miedo antiguo que ya nos pudría el corazón por los cientos de miles destruidos en el pasado y las amenazas del presente, sino un miedo nuevo: el de no saber si habrá, de hecho, un futuro.

Si bien masiva, la protesta de los inconformes ha estado desarticulada. Se pide la renuncia del Presidente por incompetente. La justificación es válida, como propuesta es ineficaz. Aunque se entiende: el exorcismo del dolor y la furia por vía de la crucifixión es práctica antigua. Pero tiene un problema: no existe garantía de que el siguiente será mejor. En cualquier caso el problema no es individual, es estructural, colectivo y cultural.

Sin diálogo y sin ideas, ciegos de hartazgo podemos estar empujándonos a un punto todavía más profundo y más obscuro del abismo del que tratamos de escapar.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.