Como se esperaba el imperialismo norteamericano, a través de una orden ejecutiva firmada por Donald Trump, decidió imponer aranceles del 25% a las exportaciones de México y Canadá y de 10% a las de China.
El gobierno norteamericano justificó esta agresión en sus redes sociales aludiendo a la «Ley Internacional de Poderes Económicos de Emergencia», «debido a la gran amenaza de los inmigrantes ilegales y las drogas mortales que matan a ciudadanos estadounidenses, incluido el fentanilo” (RT, 01 de febrero de 2025).
Al amparo de la «doctrina Monroe» (1823) y del «destino manifiesto» (1845), Estados Unidos ha saqueado y dominado a las naciones soberanas a lo largo de su historia. Como hegemón imperialista se ha impuesto a otros imperialismos de menor porte como los europeos o Japón.
Después de la llamada segunda guerra mundial suplantó la hegemonía de que gozaba la Gran Bretaña y proclamó su unilateralismo en las relaciones internacionales. Impuso el dólar como moneda mundial y controló la economía capitalista a través del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Creó la OTAN (1949), la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) que ha sido un instrumento de intervención de Estados Unidos y de promoción de los golpes de Estado en el mundo creada en 1961; el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) en 1947 y, más tarde, la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 1995.
A través de la ONU (1945) y la OEA (1948) ha ejercido su influencia e impedido la toma de decisiones que favorecieran a países y Estados no afines a los intereses geoestratégicos de Estados Unidos. El mundo fue dividido en centros y periferias, en metrópolis y satélites afianzando la dependencia, el subdesarrollo, el atraso y el colonialismo. Este nuevo orden internacional devastó países y regiones en beneficio de las metrópolis y de sus empresas trasnacionales; desacumuló a los primeros, provocó guerras y represiones por todo el planeta, socavó soberanías, impuso golpes de Estado, regímenes sangrientos e intervenciones de ejércitos extranjeros y mercenarios.
El ciclo de las dictaduras militares en América Latina, que inició con el golpe militar en 1954 contra el gobierno constitucional de Jacobo Árbenz Guzmán en Guatemala, se extendió durante las décadas de los años sesenta, setenta hasta mediados de los ochenta del siglo pasado bajo la conducción del gobierno norteamericano, la CIA, las derechas y los militares contrarrevolucionarios.
Durante ese periodo fueron derrotadas o desarticuladas las guerrillas y los movimientos populares y de los trabajadores confiriéndole un poder cuasi absoluto al gran capital nacional y extranjero y a los grupos subordinados de la lumpenburguesía dependiente.
El ciclo de las dictaduras fue reemplazado por el ciclo neoliberal a partir de la década de los ochenta reforzado por acontecimientos como la invasión militar de Estados Unidos a Panamá, en 1989; la derrota electoral del sandinismo en Nicaragua en 1990, la caída del Muro de Berlín (1989) y la consiguiente desintegración de la URSS (1991), el afianzamiento neoliberal con el llamado Consenso de Washington (1989).
La llamada democratización de América Latina a partir de mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, le vino bien al imperialismo norteamericano puesto que, contra lo que pensaban algunos intelectuales orgánicos del sistema y otros, supuestamente de izquierda, solo sirvió para
afianzar los intereses del neoliberalismo y de las burguesías dependientes y subdesarrolladas, que actuaron en alianza constante con las fuerzas principales de Estados Unidos para mantener el modelo imperialista, de dependencia y las políticas neoliberales durante las siguientes décadas. A Inicios de la década de 2000, en virtud de una serie de acontecimientos en el contexto regional latinoamericano y mundial, surgieron los gobiernos progresistas con el triunfo electoral del comandante Hugo Chávez Frías en Venezuela y los subsiguientes gobiernos y movimientos que coincidieron con este nuevo patrón de desarrollo y de régimen políticos. Sin embargo, a partir del fortalecimiento de las derechas y ultraderechas, surgió una época de retrocesos y avances del progresismo y una suerte de alteridad de los ciclos políticos latinoamericanos, entre conservadurismos y progresismos reversibles, cuestión que ha sido bien aprovechada por el régimen norteamericano para reimponer su dominación y perpetrar, esta vez, golpes de Estado llamados blandos, parlamentarios o judiciales.
Particularmente, en Cuba, Venezuela y Nicaragua, el imperialismo se ha empeñado en imponer sendas sanciones y bloqueos económico-militares para socavar a sus gobiernos bajo su dominio a través de los mecanismos que impulsa internamente la derecha neoliberal, que sirvan a sus intereses globales.
Es en este contexto que se explica la actual política, regresiva y proimperialista contra México, al decretar, al margen del congreso de ese país, la imposición de aranceles del 25 % para presionar al gobierno federal a que actúe en pro de resolver algo que los propios norteamericanos no han resuelto y que es el problema de la creciente migración, el tráfico de armas y el trasiego de drogas
hacia Estados Unidos.
Debido a las fuertes presiones ejercidas por Washington contra el gobierno mexicano para acatar la imposición del envío de 10 mil soldados mexicanos a la frontera con aquel país, es que se llegó
a un acuerdo el lunes 3 de febrero entre los ejecutivos de ambas naciones con el cual se suspendió por un mes la imposición de los aranceles decretados por Trump. Entre los puntos acordados figuran que México reforzará la frontera norte con 10 mil miembros de la Guardia Nacional para evitar el tráfico de drogas hacia Estados Unidos, en particular, del fentanilo.
Días más tarde, aplicando su conocida política injerencista en los asuntos mexicanos, Trump declaró ante los medios de comunicación que la presencia de los soldados mexicanos sería permanente, a pesar de que el gobierno no se había pronunciado al respecto, pero entendiendo que la medida sería solamente temporal. De alguna manera, la política norteamericana nos convertía nuevamente en «tercer país seguro» para obligarnos a recibir en México todo tipo de migrantes que se dirigieran hacia Estados Unidos en espera de los trámites aduaneros y administrativos necesarios para su traslado al país del norte.
Si bien, la política oficial del gobierno federal mexicano ha sido completamente tibia y reactiva frente a las agresiones imperialistas, sin embargo, también suponemos que la anuencia de Trump al aceptar una tregua y la postergación de la imposición de sus aranceles por 30 días fue debido al “efecto boomerang” (similar al que se ha producido por la imposición de sanciones contra Rusia) que tendría, más tarde o más temprano, en la propia economía norteamericana y en sus ciudadanos.
Sin embargo, no hay que cantar victoria, como por cierto lo hizo la propia presidenta del país y miembros de su gabinete y del partido oficial (Morena) por haber logrado esa postergación de los agresivos aranceles. Sólo las fuerzas del pueblo, de los trabajadores y los ciudadanos, de los estudiantes y del gran proletariado mexicano, explotado y oprimido por el capital, podrán frenar la política agresiva del imperialismo norteamericano, y obligar al gobierno morenista en turno a que mire, en sus políticas futuras de integración, hacia América Latina y el Caribe y a los países que se están integrando en el nuevo bloque multipolar y policéntrico del Sur Global en organismos multilaterales como el ALBA y los BRICS.
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