Como era de esperar, el Congreso de Estados Unidos no aprobó el aumento de impuesto solicitado por el presidente Obama para gravar las rentas más altas de los sectores superiores de la burguesía y de las clases medias con el objetivo de intentar paliar el monumental déficit fiscal del Estado norteamericano que, en la actualidad, […]
Como era de esperar, el Congreso de Estados Unidos no aprobó el aumento de impuesto solicitado por el presidente Obama para gravar las rentas más altas de los sectores superiores de la burguesía y de las clases medias con el objetivo de intentar paliar el monumental déficit fiscal del Estado norteamericano que, en la actualidad, bordea alrededor de 1,2 billones de dólares que equivalen a 7,3% de su PIB y con una deuda pública cercana a la escalofriante suma de 16 billones de dólares que supera más de cien por ciento de su PIB.
Por obvias razones, entre las que figuran las profundas contradicciones entre los intereses de clase enmarañados en los dos principales partidos políticos de esa nación (republicano y demócrata), se desvanecieron las esperanzas para que esto ocurriera y, por el contrario, nuevamente emerge con fuerza la posibilidad de que ocurra el llamado «precipicio fiscal», o sea, el paquete de recortes al gasto y aumentos de impuestos con el objetivo de reducir el déficit difundido por los medios como sequester (secuestro fiscal) y que, en el mediano plazo, podría conducir a la generalización de una recesión de la economía internacional.
Los recortes presupuestarios aprobados por el Congreso, y que tendrá que ejecutar el presidente Obama a partir del primero de marzo del presente año, van a repercutir en distintas áreas del Estado con énfasis en los presupuestos del Pentágono y los programas sociales, incluyendo, por ejemplo, las aportaciones médicas a los pensionistas y las ayudas a los desempleados, cuestión que, como se comienza a reconocer después de varios meses de incertidumbre, sin duda va a provocar una recesión en el mediano plazo que pronto asumiría rasgos universales al articularse con la crisis estructural y sistémica de la Unión Europea, en el contexto contractivo de países como Japón, y de relativa desaceleración de otros, como China, que había liderado el impulso capitalista en las últimas dos décadas.
Sólo para tener una idea somera de las características de los recortes presupuestales, enseguida resumimos sus efectos principales en varias áreas de la economía y la sociedad de Estados Unidos.
Figuran, por ejemplo, recortes por 85 mil millones de dólares al presupuesto en los próximos diez años (alrededor de 1,2 billones del presupuesto global o entre 8 y 9% del total), afectando áreas como defensa, (55,mil millones de dólares menos); seguridad, (alrededor de 25 mil millones de dólares; salud (alrededor de 13 mil millones de dólares menos) con énfasis en programas esenciales, como el Medicare, que cubre los gastos médicos de personas de la tercera edad; educación (725 millones de dólares menos) con cargo en la reducción o anulación de las becas y de las ayudas federales para 23 millones de estudiantes en todo el país y de otros 6 millones que reciben educación especial; empleo, en esta materia oficialmente se estima que sólo en 2013 se perderán 750 mil empleos públicos, mientras que otras estimaciones elevan esta cifra a 2 millones de personas. Las ayudas o indemnizaciones para los desempleados se reducirían en 26 mil millones de dólares (información en: El país, «Así afectarían los recortes a las diferentes áreas del presupuesto federal», http://internacional.elpais.com/internacional/2013/02/25/actualidad/1361816870_180856.html, 2 de marzo de 2013).
Lo importante a destacar para nosotros consiste en advertir que dado el grado de integración de las naciones dentro de la dinámica del sistema capitalista (globalización) y, de manera particular, enfatizando el carácter dependiente y subordinado de la economía mexicana al ciclo productivo y económico de Estados Unidos, el mencionado recorte presupuestal -y el concomitante precipicio fiscal- tendrán fuertes repercusiones en este año, sobre todo, a través de la dependencia de nuestro comercio exterior con Estados Unidos. En efecto, como se sabe, México depende en más de un 80% de las importaciones de Estados Unidos y en una proporción similar de sus exportaciones, en particular, de los envíos de petróleo, de las divisas provenientes de las remesas de nuestros connacionales que trabajan en ese país; de los pocos incentivos de las maquiladoras y, por último, de las actividades turísticas cada vez más castigadas por la inseguridad, la violencia, la carestía y el narcotráfico.
Este es el contexto en que, después de dos administraciones ultraneoliberales encabezadas por los gobiernos panistas (2000-2012) en México, el nuevo gobierno dirigido ahora por el PRI, ha anunciado que es preciso realizar «reformas estructurales», «super» necesarias y «urgentes» para «contrarrestar» las dificultades de la economía internacional y las propias de la economía del país que en lo inmediato, se advierten en dos fuertes desplomes: por un lado, los ingresos por concepto de ventas externas de petróleo -que aportan alrededor del 28% del presupuesto federal- se redujeron, solamente durante el mes de enero del presente año, en 20 mil millones de pesos y, por el otro, la reducción de los envíos (remesas) de mexicanos que trabajan en el exterior, predominantemente en Estados Unidos, y que durante enero sumaron mil 471 millones de dólares que representa una caída de 2.32% comparados con los montos correspondientes al mismo mes del año anterior (La jornada, http://www.jornada.unam.mx/2013/03/02/2 de marzo de 2013).
Ambos movimientos, enmarcados en el contexto de la desaceleración de la economía, afectan directamente los presupuestos del país y la economía de las clases populares, en este último caso, reduciendo aún más el estrecho y precario mercado de consumo de masas que se dinamiza por los ingresos y los salarios de los trabajadores y de la mayoría de la población.
Sin embargo, a pesar de esta configuración de una situación de pre-recesión que ya se vislumbra para este 2013, no todo es negro para el capital y las clases dominantes del país. En efecto, para muestra un botón. Señalan los medios de comunicación, que nuevamente el señor Carlos Slim es nominado como el sujeto más rico del planeta por cuarto año consecutivo, al haber incrementado su fortuna en el último año en más de 4 mil millones de dólares, según la revista Forbes. De acuerdo con esta publicación, la fortuna de marras aumentó de 69 mil millones de dólares el año anterior (2011) a 73 mil millones en la actualidad.
Como vemos, el país va muy bien y debe ser un «orgullo» internacional de los pobres y precarios mexicanos si tomamos como punto de valoración el comportamiento de los mercados financieros y de los bancos donde en la actualidad se amasan las grandes fortunas, en todas partes, de los multimillonarios que constituyen el llamado capital ficticio que domina los sistemas políticos y productivos de la economía mundial.
Pero, además, en el caso de México frente a la recesión interna, la contracción de los mercados de consumo, con énfasis en los destinados al consumo de las mayorías, de las precarias condiciones de vida y de trabajo y del abultado incremento del desempleo estructural, de la informalidad y la pobreza, el capital (nacional y extranjero) tiene otras alternativas entre las que destaca la expansión al exterior, es decir, los flujos de capital que fracciones de nuestra burguesía dependiente mexicana realiza en otras latitudes. Es así como, el banco de México (Banxico) indica que en 2012 por primera vez en la historia las inversiones directas de empresas mexicanas en el extranjero fueron superiores al monto de la Inversión Extranjera Directa (IED), al crecer 111%. En su informe sobre la balanza de pagos del país consigna que la economía mexicana captó 12 mil 659 millones de dólares en IED, en tanto que el valor de la inversión directa de mexicanos en el exterior ascendió a 25 mil 596 millones de dólares (La crónica 26 de febrero de 2013, «México, exportador neto de capitales; supera a la IED», http://www.cronica.com.mx/notas/2013/733488.html).
Las empresas mexicanas de vocación trasnacional invierten preferentemente en los sectores de manufacturas, alimentos y telecomunicaciones. En 2010, Grupo Bimbo, que es la mayor empresa panificadora del mundo, adquirió la firma estadunidense Sara Lee por casi mil mdd, con lo cual se volvió la primera firma del ramo en EU. El consorcio opera también en varios países latinoamericanos, como Brasil, Chile y Colombia. La empresa Sigma que pertenece al conglomerado del Grupo Alfa desde 1980, dentro del ramo alimentario de productos congelados se expandió al mercado estadunidense con una planta de carnes frías en Oklahoma y otra de productos lácteos en Wisconsin. Apeak, también tentáculo de Alfa, es la segunda empresa petroquímica de América Latina y posee plantas en Argentina y Estados Unidos.
El monopólico grupo Cemex, que produce materiales de construcción, en los últimos años también se ha expandido a Estados Unidos a través de trece plantas de cemento con 46 terminales de distribución y más de 450 plantas de concreto premezclado. Esta empresa mexicana opera en 50 países en la actualidad.
De manera emblemática y con todas las ironías que implica para la gran mayoría de la población, el gigante trasnacional de las telecomunicaciones, Telmex y su compañía filial, América Móvil, ha experimentado una fuerte expansión en la última década, sobre todo a Estados Unidos y América Latina, a través de su marca registrada Claro, lo que ha contribuido en gran parte a ajustar la multimillonaria fortuna del magnate mexicano considerado el más rico del planeta (información de La jornada en línea: http://www.jornada.unam.mx/2012/09/11/economia/035n1eco, 11 septiembre 2012).
Baste esta información para mostrar que este comportamiento del capital (nacional y extranjero) que opera en el país, corrobora la tesis respecto a que el capitalismo no puede reproducirse y subsistir únicamente sobre su espacio nacional sino que, más bien, necesariamente tiene que buscar su expansión más allá de sus fronteras económicas y de acumulación de capital. Es el fenómeno que merecidamente Marini calificó como subimperialismo para caracterizar comportamientos estructurales de países -ejemplarmente Brasil y Argentina y otros como Irán o Israel y, por supuesto, México- y que hoy constituyen parte del enjambre de países considerados como «emergentes», es decir, «países intermedios» que se desenvuelven dentro de los espacios y sistemas económico-políticos de la periferia del capitalismo.
Esto es precisamente una de las características más peculiares del capitalismo dependiente en su fase actual en aquéllos países que después de su industrialización -verificada en su fase compleja y más acabada durante el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial- alcanzaron un nivel estructural hegemonizado por los monopolios y el capital financiero pero, sin embargo, sin romper su dependencia y subordinación a las leyes, mecanismos, instituciones y ciclos económicos de los países hegemónicos del capitalismo avanzado (al respecto, véase de Ruy Mauro Marini, Subdesarrollo y revolución, Editorial Siglo XXI, México, 1974, 5ª Ed).
Sin embargo, esta peculiar configuración de la economía mundial y de la división internacional del trabajo, tiene sus bemoles, por no decir profundas contradicciones. En efecto, en la medida en que, a diferencia del pasado histórico cuando el capitalismo avanzado y colonialista se expandía a expensas de las áreas subdesarrolladas y dependientes que constituían espacios y enclaves pre-capitalistas del sistema productivo, y en donde todavía existía margen para la realización del capital y de la plusvalía de las potencias hegemónicas -y que, valga recordar, inspiró en su momento las mejores tesis de Rosa Luxemburgo sobre la acumulación y realización del capital- hoy en día, en el marco de una economía capitalista integrada en su modo de producción, dicha expansión sólo puede verificarse dentro de sus propios confines, es decir, dentro de sus sectores constituidos tanto en la producción como en la circulación, el intercambio y el consumo.
El corolario de esta situación estructural consiste en evidenciar que cada vez más el sistema tiene dificultades para producir y generar el valor necesario y la plusvalía que garanticen alta rentabilidad promedio para el capital global a partir de la obtención de ganancias que sustenten el sistema (para este tema véase mi libro: Los rumbos del trabajo. Superexplotación y precariedad social en el Siglo XXI, Editorial Miguel Ángel Porrúa-FCPyS-UNAM, México, 2012).
Por el contrario, se advierte una tendencia a un cuasi-estancamiento económico y productivo que explica, en última instancia, la concentración de dicho capital y la reproducción de sus ganancias en el ámbito específico de la especulación financiera a través de múltiples instrumentos que ofrecen las bolsas de valores, los bancos y toda una gama de sectores como el inmobiliario, energético y de servicios donde se invierten los excedentes del capital ficticio para incrementar su volumen y la obtención de nuevas ganancias. Es un círculo vicioso que expresa la profunda crisis estructural y sistémica del capitalismo mundial que difícilmente se podrá superar dentro sus contornos histórico-estructurales.
Es por ello que, al influjo de esa crisis, se desarrollan los nuevos procesos imperialistas de invasión y ataques militares sin contemplaciones y de manera completamente unilateral contra naciones del mundo dependiente y subdesarrollado por parte de potencias como Estados Unidos, Alemania, Francia y de la misma OTAN; la expansión subregional de países como Brasil, Argentina y México y el fenómeno en ciernes, pero que promete constituirse en uno de carácter estructural, que consiste en la extensión y constitución del régimen de superexplotación del trabajo en los propios sistemas productivos de los países del capitalismo avanzado.
La clase dominante, el gran capital y la élite política que gobiernan el país, frente a la crisis mundial e interna, tienen todavía mucha tela de donde cortar para contrarrestar la merma de sus privilegios y de sus tasas de ganancia. En efecto, además de las reformas neoliberales implementadas por el gobierno actual (laboral y educativa) -y las que figuran en su agenda para ser sometidas próximamente al Congreso (la energética y la hacendaria)-, echa mano de la contención y la reducción salarial, del aumento de los impuestos a la población, de recortes a los derechos y prestaciones sociales de los trabajadores, del aumento de la explotación del trabajo para extraer mayores masas de plusvalía por obrero ocupado, con fuerte aumento del desempleo y la pobreza. Además, para reforzar sus privilegios, cuenta con todas las condiciones económicas, financieras y políticas para seguir invirtiendo, a través de sus empresas, en el exterior, de manera similar como ya lo hacen otras «sub-potencias regionales» para «resolver» sus dificultades de realización de mercancías y de capitales, como es el caso ejemplar de Brasil, cuya expansión es ya un fenómeno irreversible.
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