México está en un momento histórico crucial, no cabe duda. La desigualdad estructural, la violencia, la corrupción, el narcotráfico, las finanzas públicas, el «gasolinazo»,… son solo algunos de los problemas a los que tiene que seguir enfrentándose México en la actual coyuntura, pero, el mayor problema para este país en estos momentos es el auténtico […]
México está en un momento histórico crucial, no cabe duda. La desigualdad estructural, la violencia, la corrupción, el narcotráfico, las finanzas públicas, el «gasolinazo»,… son solo algunos de los problemas a los que tiene que seguir enfrentándose México en la actual coyuntura, pero, el mayor problema para este país en estos momentos es el auténtico «acoso» al que está siendo sometido por parte de los EE.UU. La última amenaza, el anuncio de la Casa Blanca de Donald Trump de gravar con un 20 por ciento las importaciones de México para financiar la construcción del polémico muro en la frontera. Si tenemos en cuenta que el 80 por ciento de las exportaciones mexicanas se dirigen a los EE.UU., su principal socio comercial, puede comprenderse el alcance de la medida anunciada.
Desgraciadamente los historiadores no tenemos varitas mágicas que nos ayuden a solventar totalmente los problemas una vez diagnosticados. Pero sí creo que tenemos una capacidad para comprender e interpretar el presente analizando el pasado. Y en el pasado reciente mexicano hay un punto de inflexión histórico que marcó el inicio de la situación a la que se ha llegado ahora. «De aquellos barros estos lodos» que reza el conocido refrán español. Y este hito no fue otro que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte/North American Free Trade Agreement (TLCAN/NAFTA) del año 1994.
En efecto, el TLCAN, que ahora tendría que ser modificado caso de aprobarse la medida anunciada, fue entonces vendido a la población como «el instrumento para ingresar, por la puerta grande de EE.UU., al Primer Mundo». Los objetivos anunciados por el gobierno mexicano del presidente, en aquellos momentos, Salinas de Gortari al firmar el TLCAN fueron generar suficientes empleos bien remunerados para la población mexicana, reteniéndola en el país; acrecentar significativamente la inversión física a través de la afluencia de inversión extranjera directa y de una mayor inversión nacional; acelerar el crecimiento económico, así como la elevación de la productividad; y, en consecuencia, generar un crecimiento sostenido del bienestar general de la población.
La realidad iba a ser bien distinta, como se explicará a continuación, pero lo más relevante, en el contexto que se está analizando, fue que a partir del TLCAN se produjo una creciente integración entre las economías de México y EE.UU., por lo que los ciclos económicos de ambos países se sincronizaron cada vez más, reforzando extraordinariamente la vulnerabilidad externa de la economía mexicana y haciéndola altamente dependiente de la economía de su vecino del norte. Prueba de esta dependencia de México respecto de los EE.UU. fue el fuerte impacto de la Gran Recesión de 2008-2009 sobre el país, que se tradujo, entre otros, en una reducción de las remesas, el turismo y la inversión extranjera directa, dado su carácter pro-cíclico con respecto al país de origen, pero, sobre todo, en una caída de las importaciones estadounidenses y las exportaciones mexicanas de más del 35 por ciento entre agosto de 2008 y junio de 2009, según datos del INEGI. De acuerdo con datos de esta misma fuente y los referidos a crecimiento acumulado del PIB de la Bureau of Economic Analysis (BEA) de los EE.UU., la recesión en México fue más profunda y prolongada que en los EE.UU., país de origen de la crisis. En otros países latinoamericanos la incidencia de la crisis fue mucho menor.
El TLCAN implicó el repudio total de las estrategias proteccionistas de la ISI y el abandono de la tradición nacional de mantener una cauta distancia respecto al «coloso del norte». Quizás por eso Carlos Salinas tuvo que modificar el discurso oficial, ya que la retórica histórica ligaba el proteccionismo -del mercado y la industria nacionales- y la activa participación del Estado en la economía con los ideales de la Revolución de 1910. Hasta que Salinas llegó al poder, promover la apertura económica total del país se identificaba como un acto de vulnerabilidad inaceptable. Lorenzo Meyer explicó en su momento muy bien esta nueva situación en la que «el interés nacional mexicano dejó de ser definido en función del grado de independencia relativa frente a EE.UU. para hacerlo en función de su cercanía e integración con ese país». Para el ex vicepresidente de EE.UU., Albert Gore, el TLCAN fue equiparable a «la compra de Luisiana» (1803) y «la compra de Alaska» (1867), colocándolo como un eslabón del expansionismo norteamericano.
Si bien es verdad que las consecuencias del TLCAN para México fueron de alguna manera muy distintas a las esperadas por las visiones más extremistas sobre el tema (por el lado pesimista, que la industria nacional desaparecería, y, por el optimista, que México convergería con los niveles de bienestar de la economía norteamericana), un balance del mismo pone de relieve los siguientes hechos.
En la parte de los logros, como el propio Salinas reconoció en las memorias de su sexenio «necesitábamos más divisas y más empleos. Las exportaciones generaban las dos cosas. Para elevar nuestros niveles de exportación se requería un acceso mucho mayor a los EE.UU.», la entrada en vigor del TLCAN propició que se registrase un cambio en la dinámica de los flujos de capital extranjero hacia México, de tal modo que este país fue el que mayor inversión extranjera recibió en América Latina durante la primera mitad de los años noventa, aunque debe tenerse en cuenta que durante los años noventa se registró un crecimiento significativo en los flujos de inversión extranjera directa de los países ricos hacia las naciones en desarrollo, lo que, seguramente, explica parte del crecimiento de los flujos de ahorro externo hacia México en esos años, como apuntó la CEPAL. También acudieron a México capitales especulativos de corto plazo en ese período. En el año 1994, mu chos de estos recursos del exterior, que eran especulativos, se interrumpieron abruptamente, como consecuencia de la subida de los tipos de interés de la FED, entre otras razones. Las empresas y los bancos perdieron su acceso a los créditos del exterior, iniciándose en diciembre de 1994 la crisis financiera y económica más grave de la historia moderna del país, la «crisis del tequila». Por otro lado, tras el TLCAN se produjo un crecimiento rápido de las exportaciones mexicanas hacia EE.UU., pero no se produjo un aumento parecido en las importaciones provenientes de EE.UU. y, sobre todo, no se consolidó un patrón secundario-exportador ya que en el «milagro» exportador mexicano subyació la realidad de que la mitad de las exportaciones pertenecía a lo que estrictamente se define como «maquila», es decir el ensamblaje de piezas importadas o el armado de partes diseñadas fuera del país. Sin duda, el TLCAN favoreció a las empresas transnacionales que operaban en México y a los grupos privados mexicanos que lograron reconvertir su producción hacia el mercado externo.
En el lado negativo de la balanza, podría decirse que la ansiada prosperidad no se produjo con el TLCAN, y tan sólo once meses después de su entrada en vigor haría acto de presencia la referida «crisis del tequila». El TLCAN no cumplió con las grandes expectativas que se generaron tras su firma -y quizá aquí habría que tener presente el papel de los medios de comunicación, que apoyaron el Tratado, reflejando perspectivas positivas y recogiendo informaciones favorables en las primeras páginas, debiendo igualmente de considerarse que, como bien explicó Alba Eritrea Gámez, dado que el gobierno era la principal fuente de ingresos de los medios a través de la compra de publicidad, podía presionar en lo que se publicaba y en la manera de hacerlo-. Frente a la «tierra prometida» del crecimiento acelerado del empleo, la inversión, la producción y el bienestar que iba a proporcionar el TLCAN, las cifras son elocuentes: el desempeño económico de la economía mexicana en los veintidós años siguientes de vigencia del TLCAN resultó inferior al observado durante el vilipendiado modelo económico precedente al neoliberal. Durante el período 1994-2016 , la tasa media de crecimiento del PIB fue del 2,2% anual, mientras que en el período 1935-1982, la tasa media de crecimiento del PIB fue del 6,1% anual, y, desde luego, los efectos esperados del TLCAN en la generación de empleos y en el bienestar, así como en la elevación acelerada de la productividad brillaron por su ausencia , a tenor de los siguientes datos: los salarios perdieron el 69,6% de su poder adquisitivo entre 1982 y 2003; y más de veinte millones de mexicanos fueron precipitados a la pobreza y la indigencia en ese período, según datos aportados en su día por José Luis Calva. El TLCAN no fue capaz de detonar un verdadero proceso industrializador, sino solamente ensamblador, y la «maquila» no generó los eslabonamientos internos necesarios requeridos para impulsar un desarrollo económico integrado. La «maquila» sí provocó una modificación sustancial de los ejes dinamizadores de la economía, la inserción de México en la división internacional del trabajo, así como el contenido, dinámica y perfil de las nuevas relaciones laborales, de tal modo que l as malas condiciones laborales de la maquiladora se trasladaron a otros sectores, lo que provocó un empeoramiento de las condiciones de trabajo generales, observándose una disminución de la presencia de los sindicatos.
Pero, sobre todo, lo que implicó el TLCAN fue la estrecha sincronización macroeconómica de México con la economía estadounidense, como se ha dicho. De este modo, el TLCAN, que selló el rumbo neoliberal y aperturista de la estrategia económica de Salinas de Gortari, dejó a México al albur del Donald Trump de turno. Bien es cierto que ni entonces ni ahora resultaba plausible poder anticipar el «fenómeno Donald Trump».
Nos duele este México «acosado» por la administración estadounidense. Los mexicanos han demostrado muchas veces a lo largo de su historia que tienen sentido de su propia dignidad. No se merecen esta humillación. Pero, tal vez, tampoco se merezcan a sus propios gobernantes.
Iván González Sarro es investigador del IELAT, de la UAH. Licenciado en Historia, Máster en «América Latina y la Unión Europea: una cooperación estratégica», y doctorado de la UAH (IELAT) en el Programa de Doctorado «América Latina y la Unión Europea en el Contexto Internacional». Autor de varios trabajos en publicaciones especializadas, y ponente en congresos internacionales, González orienta sus líneas de investigaciones a los temas de economía política, crisis económica, desigualdad, política fiscal y gasto público y geopolítica.
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