Que se encarcelen perros, se cobre tenencia a los burros, desaparezcan muertos, que las camas escondan niñas y que una secuestradora sentenciada a 60 años de prisión sea liberada por el máximo órgano de justicia de éste país, ratifica una vez más la afirmación de André Bretón de los años 30 de que «México es […]
Que se encarcelen perros, se cobre tenencia a los burros, desaparezcan muertos, que las camas escondan niñas y que una secuestradora sentenciada a 60 años de prisión sea liberada por el máximo órgano de justicia de éste país, ratifica una vez más la afirmación de André Bretón de los años 30 de que «México es el lugar surrealista por excelencia».
Y detrás de esa consecución de absurdos está un sistema político, que a todos los niveles, principalmente en el rubro de justicia, raya en la incompetencia criminal. Pero cuando se le cuestiona, aplica la máxima salinista: «Ni los veo ni los oigo».
Tal parece que mientras la violencia carcome las entrañas de la sociedad, quienes gobiernan al país sostienen un soliloquio que los separa de la realidad. La demagogia de quienes ostentan el poder político los sega, los ensordece: se vuelven mitómanos, sin duda.
Ese estado de inconciencia de los gobernantes, les aleja del dolor de un pueblo que es víctima del darwinismo social y la violencia como resultado de la putrefacción política, generando en el seno de la sociedad seres capaces de cometer los más terribles crímenes.
Por eso no es exagerado extrapolar a México al escenario del genial dramaturgo rumano, Eugene Ionesco, cuando se piensa en un diálogo inconexo, en donde los que gobiernan pregonan una realidad de otro mundo, que no corresponde a lo que demanda la ciudadanía, que es justicia y bienestar.
Por ejemplo, en el caso Florance Cazzes, que es liberada por la Corte porque no se le garantizó el debido proceso; lo que debería de haber sucedido ipso facto, fue llamar a cuentas a quien orquestó la siniestra escenificación que hizo que los magistrados de este país deliberaran con base al derecho constitucional y resolvieran que la señora podía irse porque le habían violados sus derechos.
Pero no es así, el exsecretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, goza de la protección del ahora gobernante PRI, que resguarda su impunidad a ultranza, seguramente como moneda de cambio entre el PRIAN: una característica de la clase gobernante en México.
Otro absurdo ionesquiano puede ser el exsecretario de Hacienda, Ernesto Cordero, quien aseguró que una familia podía vivir con 6 mil pesos. Y en lugar de que Fecal lo hubiera destituido por inconsciente y por no entender algo tan elemental como secretario de Estado, lo premió con otros cargos públicos, y peor aún: hoy su partido político lo hace líder parlamentario en el Senado de la República.
Como García Luna o Cordero, muchos políticos a todos los niveles de gobierno, a quienes se les ha comprobado negligencia o corrupción, el sistema los premia y los reposiciona. Entre un sexenio y otro, las fichas de cambio político sostienen la gran falacia de la transición. La realidad es que hay continuidad, sólo cambian los personajes, pero las fórmulas para gobernar son las mismas: corrupción, nepotismo, clientelismo político, deshonestidad y criminalidad.
No hay justicia
Hay regiones del país donde el crimen organizado está mimetizado en las comunidades; hacen obra social y sustentan la economía de familias olvidadas de las políticas públicas, por lo que la gente venera a los criminales.
Hay cárceles que tienen más inocentes que culpables purgando sentencias totalmente injustas; que al no poder comprar la justicia, permanecen privados de su libertad. Por el contrario, quienes deberían estar en la cárcel, que se les puede comprobar sus crímenes o corrupción, si pueden comprar su inocencia, gozan de libertad e impunidad, de hecho, de fama pública; sean clérigos, políticos, artistas, periodistas o criminales.
La realidad es que el tejido social se debilita a falta de un marco legal que garantice la justicia en los hechos. Mientras tanto, las políticas públicas, totalmente ineficientes, generan desintegración familiar y violencia; un mal endémico que se agudiza ante la embestida económica que genera desempleo, delincuencia y muertes.
A este panorama, hay que agregar el papel que juegan los grandes medios de comunicación, que han tomado partido e informan dependiendo, precisamente, del partido político que los patrocine. Y en medio de esa desbordante subjetividad, lo que pulula en los principales canales de televisión, en la radio concesionada y en la gran mayoría de periódicos y revistas, es la banalización de los sucesos. No hay análisis. Se exaltan los sentidos solamente.
La autogestión de los subalternos
El panorama actual del país es terrible, sin duda, aunque hay experiencias que están dando visos de que las cosas pueden cambiar. Se han creado espacios sociales de autogestión que demuestran eficacia. Hay movimientos subalternos que a través de las redes de apoyo logran la subsistencia comunitaria, pues lo colectivo, a diferencia de lo que dictan los pragmáticos neoliberales de Harvard, sí funciona cuando la sociedad se une por una misma causa.
Un pueblo que ha sido sometido por un sistema corrupto, ineficiente y criminal, requiere de un cambio estructural. En la acción social, en la protesta colectiva, en la indignación transformada en acciones, es que el país puede avanzar. Por ello, la creación de redes de apoyo desde lo familiar, lo gremial, escolar, sectorial; en municipios, estados y el país entero, pueden ir transformando realidades.
La afirmación de que «un pueblo tiene el gobierno que merece» hay que desmentirla: un pueblo tiene el gobierno que construye en democracia; por ello, es preciso fortalecer los procesos democráticos en todos los ámbitos de convivencia humana, empezando, no necesariamente los que están regulados por el Estado, sino los más próximos a las personas: relaciones de pareja y el ámbito familiar, para continuar con los espacios laborales, la escuela, todas las instituciones de gobierno, los medios de comunicación y los espacios públicos.
Es una tarea apoteósica, pero que vale la pena. Debemos acostumbrarnos a la pluralidad de ideas, de opiniones y de asimilar las diferencias de otras experiencias para comprender a los demás, que nos permita avanzar en el arte de la convivencia en democracia.
A partir de esta propuesta, muchas comunidades han avanzado colectivamente en la autosustentabilidad alimentaria e intercambio de bienes y servicios que han beneficiado en la economía local. Además, las redes comunitarias de apoyo y protección han sido un avance en el acceso a la justicia, el blindaje a la delincuencia y la generación de fuentes de empleo comunitario.
Ojalá que pronto el teatro ionesquiano sea solamente un espectáculo de referencia cultural, no el terrorífico relato cotidiano del México surrealista del nuevo siglo.
Fuente original: http://www.forumenlinea.com