El gobierno de México que preside Manuel López Obrador acaba de repatriar solidariamente a 101 ciudadanos bolivianos que quedaron varados durante varias semanas en el Distrito Federal, hoy Ciudad de México (CDM). Los bolivianos llegaron el martes a las 11:45 en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana al aeropuerto de Viru-Viru en la ciudad de Santa Cruz. A su retorno, el avión transportará a su país cerca de 90 ciudadanos mexicanos a los que se sumarán otros, en su escala en Lima, para que finalmente vuelvan íntegros a su patria.
La decisión del gobierno de López Obrador de trasladar a nuestros compatriotas, en un contexto extremadamente complejo que ha colocado en jaque al transporte aéreo comercial en el continente y el mundo, constituye un inequívoco gesto de hermandad solidaria entre los pueblos de México y Bolivia, a pesar de las torpezas proverbiales que llevaron al régimen golpista boliviano a declarar persona non grata a la embajadora mexicana María Teresa Mercado y a las continuas acciones de vigilancia e intimidación, violatorias de la Convención de Viena, que lleva a cabo el gobierno boliviano contra la residencia de México, la misma que goza de inmunidad diplomática.
La injusta y beligerante decisión unilateral y desproporcionada del régimen condujo al nivel más crítico de la fraternal relación que se mantuvo entre ambas naciones hermanas desde el siglo XIX. Este deplorable retroceso, fundado en consignas chauvinistas insostenibles, con el solo objetivo de mejorar el posicionamiento del gobierno en la política interna, ha quedado al descubierto gracias a la prolija investigación que encargó el Ministerio de Relaciones Exteriores de España respecto a la conducta de su equipo de seguridad en relación a su cuerpo diplomático con sede en la ciudad de La Paz.
Lo que fue considerado por el gobierno de Jeanine Añez y la Canciller Longaric como una violación a la soberanía nacional del Estado Plurinacional por una presunta operación de rescate de los asilados bolivianos en la Residencia de México, no fue más que un episodio inexistente y absurdo, promovido desde el Ministerio de Gobierno, ejecutado por la policía, un grupo de civiles y agentes de inteligencia del mismo ministerio y respaldada posteriormente, sin la debida investigación, por la Cancillería boliviana.
El escandaloso episodio diplomático de resonancia internacional, promovido por el gobierno nacional, que involucró al estado mexicano, español y luego a la propia Unión Europea, no fue más que una vulgar excusa para cuestionar la condición del asilo político y sostener una estrategia de criminalización de los asilados en un inconfundible afán de sacar rédito político a estas acciones, apoyadas por el coro irreflexivo y unísono de medios de comunicación nacionales, en particular, por la injerencia deliberada de periodistas españoles alentados por oscuros intereses políticos de la ultraderecha española, encarnada en el partido VOX.
La decisión de México de apoyar a más de un centenar de bolivianos para que retornen a su patria y al lado de sus familias responde a los fundamentos inconmovibles de la política exterior mexicana sustentada en el respeto a la soberanía de otros pueblos, en su respetuosa y sólida convicción integradora y en su descollante conducta de solidaridad cuyas pruebas son irrefutables en su relación con Bolivia. Bolivia inició su relación formal con el pueblo mexicano en 1836 y se consagró con una inusual visita diplomática que hiciera el Gral. Quintín Quevedo en 1867 a la ciudad de México, con el objetivo de felicitar a las tropas mexicanas por el triunfo sobre las tropas invasoras de Francia. Más tarde, en 1910 México, llevó a cabo gestiones de buenos oficios para que Bolivia participara en una de las conferencias panamericanas superando un impase fronterizo con Argentina que había vetado su participación. Visitas oficiales del Gral. Peñaranda en 1943 y de Paz Estensoro en 1963 expresan una línea continua de hermanamiento. Conviene recordar que México no solo otorgó asilo político a centenares de compatriotas bolivianos, perseguidos por las más crueles e infames dictaduras militares, sino que tuvo la generosidad de otorgarles trabajo, vivienda y espacios educativos en las universidades públicas, además de facilitar becas de pregrado y posgrado antes, durante y después de las dictaduras. Insignes intelectuales bolivianos como René Zabaleta Mercado o el “Coco Manto”, ocuparon direcciones colegiadas en instituciones académicas o en cenáculos periodísticos prestigiosos de México.
El Estado mexicano ejerce, con virtud irreprochable, la mejor tradición de asilo político y diplomático, pilar fundamental de su política exterior, pero al mismo tiempo eje axial de la política del derecho internacional humanitario y el derecho internacional de los derechos humanos, cada vez más amenazados por la imprudencia, arrogancia y tentación autoritaria que ejercen gobiernos supuestamente democráticos. La “Doctrina Estrada” (1930) que consagra el derecho a la no intervención y a la autodeterminación de los pueblos constituye un singular aporte para la convivencia internacional en línea con la célebre sentencia de Benito Juárez que señaló que “el respeto al derecho ajeno es la paz” (1867). Es ampliamente reconocida y aplaudida internacionalmente ésta noble y prestigiosa tradición mexicana que le permitió albergar a perseguidos por razones políticas e ideológicas como lo hizo con José Martí (Cuba), Garibaldi (Italia), Luis Buñuel (España), Haya de la Torre (Perú), León Trotsky (Rusia), Rigoberta Menchú (Guatemala) y otras descollantes personalidades.
No cabe duda que México ha recibido de parte del régimen boliviano un inusual e intolerable maltrato por aplicar fielmente una de sus premisas sustantivas de su política exterior vinculada a la protección y amparo de la vida de las personas frente a la persecución política de su gobierno. De ahí que resulta condenable la conducta antidemocrática y violatoria de la Convención de Viena del gobierno boliviano al convertir la embajada y la residencia de México en un objetivo de naturaleza policial. Las acciones sistemáticas de intimidación, presencia policial desproporcionada, vigilancia territorial, sobrevuelos de drones del servicio de inteligencia así como la preservación de un núcleo civil paramilitar, cercano a la residencia constituyen ataques groseros a una sana relación diplomática bilateral, lamentablemente secuestrada por un sector ultraradical y energúmeno del gobierno boliviano.
Frente a la continua provocación política del gobierno boliviano, a sus múltiples acciones incivilizadas, incluso mediadas por voceros altisonantes y grotescos que solo demuestran su naturaleza autoritaria y procaz, el gobierno mexicano ha mantenido invariable su templanza diplomática para preservar de manera invariable su espíritu de hermanamiento y respecto con el pueblo boliviano. Esta combinación armónica entre política exterior, como expresión de estado y relacionamiento entre pueblos coloca a la política exterior mexicana por encima de episodios pasajeros. En todo caso, nuestros pueblos merecen un mejor destino.
La cancillería mexicana y su embajada en Bolivia son dignos representantes de una tradición diplomática altamente profesional que responde a un pueblo valeroso y sensible a los tiempos que vivimos, y que como el águila del mito guerrero, proyectan la mirada sobre un horizonte en el que prima la humanidad por encima de los espíritus mezquinos y subalternos.
El vuelo solidario México-Santa Cruz es más que una prueba irrefutable.
¡Gracias México, lindo y querido!